El Secreto Oculto De Los Sumerios - Juan Moisés De La Serna 6 стр.


Me dirigí en metro a la escuela de primaria, tras presentarme al director, e intentar explicarle el motivo de mi interés por entrevistarme con una de sus alumnas, accedió a ello con la condición de que fuese en el horario del recreo y que estuviese delante su tutor.

Aquello me pareció bien y así se lo hice saber, tras finalizar la entrevista tuve que estar aguardando en el pasillo que daba a la dirección a que fuese la hora del recreo, cuando sonó la campana salieron de todas las aulas los niños corriendo y chillando, con ganas de despejarse y divertirse.

Salió el director de su despacho y me indicó que le acompañase. Los dos anduvimos por un pasillo hasta una clase en donde había un adulto y dos niñas.

Una de ellas sin duda era la de la foto y estaba vestida con la misma ropa que había visto en la foto. Llevaba un velo sobre la cabeza, esta vez de color blanco, una blusa interior de color azul oscuro y sobre esta de color verde pistacho adornado con flores, por debajo del vestido se podía ver que llevaba vaqueros, calzando modernas deportivas azules.

La otra niña no sabía quién era, pero parecía de su edad pues tenía su misma altura y además ambas asistían a la misma clase. Lo que estaba claro es que no era musulmana o al menos no practicante, pues llevaba una indumentaria diferente a la primera.

Era de color, con el pelo rizado negro, llevando la cabeza sin cubrir y vistiendo un chándal de color rosa, llevando también deportivas, aunque en este caso eran también rosas a juego con el resto de su atuendo.

Tras presentarme a su tutor, se fue el director y me dejó allí por espacio de media hora máximo para poderme entrevistar con la niña a la cual la saludé,

 Hola, ¿Cómo te llamas?

 Se llama Fátima -me repuso la otra niña adelantándose a contestar.

Aquello me extrañó, pero no le di más importancia, sacando del bolsillo el papel impreso donde estaba su dibujo y las pocas palabras que había escrito, se lo mostré y le interrogué,

 ¿Lo reconoces?

Ella lo tomó entre sus manos y con una gran sonrisa le susurró algo a su amiga al oído y esta me aclaró,

 Sí, es suyo, lo hizo hace unos días en la muestra de la biblioteca.

Con gesto de sorpresa y desconcertado, recriminé a la niña que había vuelto a hablar,

 ¿Por qué no dejas que hable ella?, si quieres puedes irte al recreo.

El tutor carraspeó para que le mirase, cuando lo hice vi que me estaba haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza moviéndola de izquierda a derecha repetidamente, indicándome con la mano que me acercase a un rincón de la habitación y allí a media voz me aclaró,

 Es usted un hombre, un desconocido, no le puede responder directamente Fátima.

Aquello me chocó, no entendía a lo que se refería así que le repuse algo contrariado por su falta de cooperación,

 Como sabrá he hablado con el director y me ha dado permiso para entrevistarla y no tengo demasiado tiempo.

 Haga por entender, ella es una niña musulmana que ha de cumplir con unas normas sociales diferentes de las nuestras, a pesar de su integración hay que respetar sus costumbres. No puede hablar con hombres desconocidos sin que un familiar esté presente, y como no es el caso, ella le está contestando a través de su amiga para así no faltar a sus costumbres -apostilló su tutor con elocuencia.

Entendí a lo que se refería, aunque desconocía que tal práctica existiese, lo respeté y asentí. Me volví hacia las dos niñas y ahora me dirigí a su amiga para pedirla perdón y así se lo expresé, tras esto volví a dirigir a Fátima sabiendo que ella no me respondería directamente,

 ¿Por qué has pintado este símbolo y has escrito esto?

 La profesora que nos acompañó a la Biblioteca indicó que pusiésemos lo que más nos había gustado de la exposición y yo así lo hice -comentó su amiga tras escuchar a Fátima lo que la decía en voz baja.

 Pero ¿Por qué precisamente esto? -la cuestioné tratando de indagar un poco más en aquello que era de mi interés.

 Es que el dibujo la suena a algo que conoce de su pueblo -refirió la niña con cara de ignorar a qué se refería.

 ¿Qué pueblo?, ¿A qué te refieres? -intenté sonsacarla obcecado sin darme cuenta de que el tutor se estaba acercando por detrás.

 Está bien, ya es todo por el momento, la está asustando -comentó el tutor poniéndose delante de mí para que no inquietase a aquellas niñas.

 ¿Es posible que pueda hablar con sus padres? -reclamé al tutor algo angustiado al ver que se me escapaba la posibilidad de encontrar respuestas.

 ¡No lo creo!, recuerde que esta conversación no la ha tenido, usted no ha hablado con la menor, no queremos tener problemas en el colegio, le hemos consentido todo lo que hemos podido, pero nada más -explicó con tono severo mientras indicaba a las niñas que podían irse al patio a jugar.

 Sólo una consulta más, tengo que saber de dónde son sus padres -demandé con algo de desesperación al tutor que ya se dirigía hacia la puerta con las niñas.

 Eso se lo puedo contestar yo, ellos son de Irán. Ahora le pido que salga de la clase -me reclamó mientras sujetaba la puerta para cerrarla cuando saliese.

 Gracias a las dos y a usted, ha sido un placer -repuse con una sonrisa forzada mientras me dirigía hacia la salida pasando por delante del tutor y de las dos niñas.

Terminada le entrevista salí del colegio turbado por lo que acababa de descubrir, Irán era el nombre actual del país que ocupaba el territorio de lo que fue en su momento Persia, tierra de paso de numerosos pueblos que quisieron adueñarse de su localización privilegiada, paso obligado del comercio entre oriente y occidente, y previo a esto fue parte de Sumeria.

¿Es posible que aquella niña fuese descendiente directo de aquel antiquísimo pueblo?, y lo más inquietante, ¿Es posible que de alguna forma se mantenga entre ese pueblo anécdotas y conocimientos que no han trascendido al ámbito académico?

Parecía claro que aquella niña sabía más de lo que decía, pero tenía restringido el acceso tanto a ella como a su familia; tendría que buscar otra forma de acercarme a ese colectivo desconocido para mí hasta ese momento como eran la comunidad iraní en Nueva York.

Supongo que al igual que sufrieron bastantes musulmanes en los años previos, en que existía un fuerte sentimiento en contra de los ciudadanos de Oriente Medio, en especial los iraquíes. Ellos habrán tenido que soportar el rechazado social, las miradas acusativas de los familiares de los soldados que regresaban del campo de batalla envueltos en aquellas bolsas negras y del recelo de la ciudadanía en general.

Una guerra que había dividido a la opinión pública. Entre la mayoría que consideraban que no se debían mantener dentro de nuestras fronteras a un potencial peligro dando con ello prioridad a la seguridad de la población general. Y los menos que entendían que se trataba de una postura exagerada, alegando que siempre deben de prevalecer los derechos individuales, pudiendo vivir allá donde prefiriera.

Como si todos y cada uno de los musulmanes, hombres, mujeres, ancianos y niños de este país fuesen capaces de atentar contra el resto de la ciudadanía, aún a costa de exponer su propia vida en ello.

Una postura que ha provocado un sentimiento tan dispar, que incluso algunos se han convertido al islán como forma de protestar ante la política de su gobierno. Un momento especialmente delicado para las pequeñas comunidades que se veían excluidas, susceptible de habladurías y desconfianza, alimentado además por el oscurantismo que rodea a los pequeños grupos que en muchos casos se encierran en guetos que a unas causas razonadas y razonables.

A pesar de que por parte de las autoridades y de los propios grupos han querido dar una apariencia de calma, realizando celebraciones de fiestas abiertas a todo el que se quiera acercar para aproximarse un poco a su cultura y forma de sentir, y con ello suplir el miedo a lo que se ignora, a pesar de ello eran pocos los que aprovechaban para acercarse.

Por mi parte como comisario de la exposición había tenido que hablar con múltiples representantes de las distintas minorías que podían tener algo que ver con la temática de la muestra a mi entender, para invitarles a participar o simplemente a asistir, con suerte desigual.

Por lo tanto, no me resultaría difícil intentar ver si en mi agenda había el número de alguien que me pudiese ayudar a averiguar cómo una niña tan pequeña podía saber sobre los misterios de una civilización extinta.

Ya no era tanto por el contenido de su sugerencia, eso del pan y del fuego, sino por la familiaridad con la que hablaba de hechos del pasado como si fuese una tradición viva dentro de su pueblo.

Aquello me intrigaba, ¿Y si no estaba del todo extinguido aquel pueblo?, si por algún extraño capricho del destino de forma clandestina y secreta se había salvado parte o todo el conocimiento del primer pueblo de la humanidad.

A medida que me hacía aquellos planteamientos un extraño calor me inundaba el cuerpo, era como cuando a un niño se le dice que le van a dar un premio, es una emoción de deseo e incertidumbre juntas, unido al ansia por desvelar aquella sorpresa. No me podía ni imaginar la de multitud de cuestiones que la hubiese hecho a aquella niña si me hubiesen dejado, o a sus padres si los pudiese conocer.

Sería como indagar los restos pétreos, las ruinas de las ciudades y templos, las estelas o las figuras de aquel pueblo, para que estos desvelasen el mayor secreto que puede tener un pueblo, su conocimiento. La tecnología que en aquel tiempo era lo más avanzado que existía y que le permitió extenderse y florecer como civilización había sido superada ya desde tiempo de los romanos, pero el saber cómo un humilde pueblo se había convertido en cuna de civilizaciones, era todo un misterio para mí.

Conocía las teorías más variopintas, pero ninguna era concluyente, simplemente se trataba de una posibilidad, pero sin que nadie tuviese la verdad definitiva

¿Y si esta niña lo tenía o su familia?, ¿Y si en secreto lo habían transmitido de generación en generación hasta nuestros días?

Sería un tesoro de incalculable valor para la ciencia, podría cambiar nuestra concepción de nuestra forma de ser y pensar desde los cimientos, daría todos mis años de estudios por conocer esos secretos de existir.

Se trataba de la cuna de la nuestra historia, un hecho olvidado extensivamente por la comunidad científica más centrada en rescatar los viejos misterios de la civilización griega o romana más próximos a nuestros días que en aventurarse a descubrir nuestros orígenes. Incluso los egiptólogos eran vistos con recelo por los demás, como si de unos románticos empeñados en desencantar los secretos de las arenas se tratasen.

Supongo que cada uno investiga según le llega la inspiración o por modas, como suele ser más corriente, ya es justamente a esos últimos a los que les llega más fácilmente la financiación pues tienen mejor prensa en ese momento.

Querer descubrir de dónde venimos, ha sido uno de los grandes asuntos que siempre nos hemos planteado, a los que demasiados han intentado dar fantasiosas explicaciones en vez de centrarse en realizar nuevas averiguaciones arqueológicas o tratar de aprender de pueblo que viven todavía casi sin contacto con el mundo civilizado.

Me asombró enterarme por un noticiario que un colega afirmaba haber descubierto nuevos pueblos humanos que habían permanecido sin contacto con el hombre blanco y para ello aportaba imágenes recogidas desde una avioneta bimotor en donde se podía observar a algunos de sus miembros en actitud agresiva ante la presencia de aquel extraño y ruidoso objeto volador.

Hoy en día parece impensable que un mundo cartografiado por satélites, en el que están continuamente surcando aviones por encima de nuestras cabezas, pueda haber sitios vírgenes donde la especie humana se ha desarrollado sin los rudimentos de nuestra civilización, la electricidad, el petróleo o la penicilina.

Para mí esa sería nuestra definición de desarrollo que hemos adoptado, supongo que habrá otros, aunque lo ignoro, pero si por algún motivo nos faltase alguno de estos tres elementos se acabaría la civilización como la conocemos.

Todos los aparatos eléctricos por definición necesitan electricidad, y sin esta no son más que un montón de cacharos llenos de circuitos inservibles e inútiles. Igualmente, nuestro sistema productivo y nuestros medios de transporte están basados en los subproductos procedentes del petróleo, junto con los envases en los que conservamos la comida, en las botellas y los envases de nuestros líquidos, incluso en la ropa.

Si nos faltase provocaría tal caos que retrasaríamos como civilización cientos de años, todavía recuerdo hace unos pocos años cuando hubo una escalada de precios del crudo y empezó a subir como la espuma el combustible de las gasolineras, así como el de los alimentos en los supermercados.

En unas pocas semanas en algunos pueblos, más alejados del centro se vieron sin suministro, teniendo que hacer largas colas en las pocas gasolineras que todavía distribuían algo para lo cual debían de recorrer inmensas distancias.

Igualmente, la comida de los supermercados desapareció literalmente porque los más precavidos, y sobre todo fruto de un cierto contagio de pánico en la población, hizo que todos quisieran tener provisiones con las que subsistir ante una eventual falta de provisión en los comercios.

Los más incautos que confiaron en la información que a través de la radio y la televisión se emitía intentando reducir el pánico, cuando fueron a comprar apenas encontraron productos, y alguno hasta tuvo que pelearse para conseguir llevárselo.

No me imagino cómo hubiese acabado todo si los gobiernos no hubiesen sacado sus reservas para paliar la escasez, a pesar de que corrían el peligro de agotar sus propias reservas en poco tiempo haciéndoles vulnerables ante la creciente especulación económica que se había formado alrededor de este escaso recurso.

Ahora a pocos años vista de aquello, vivimos sin preocuparnos por lo que podrá suceder en un futuro cada vez más próximo en que acabará esta materia prima fruto de la sobreexplotación de los pozos petrolíferos.

Conociéndolo y visto sus efectos devastadores sobre la sociedad tal y como la conocemos, varios gobiernos han empezado a dar prioridad a los proyectos de energía llamada alternativas, como la solar (procedente de la luz del sol) o la eólica (de la fuerza del viento).

Dejando todavía sin considerar suficientemente otras de igual o mejor rendimiento como la energía undimotriz y la mareomotriz (generada por las olas y las mareas respectivamente) o la geotérmica (procedente del aprovechamiento del calor interior de la Tierra).

Por último, y no por ello menos importante, si careciésemos de los medicamentos, ese gran invento resultado del descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1929, se acabaría la civilización tal y como la conocemos.

Esto lejos de ser una posibilidad remota; ya lo habían padecido numerosos pueblos cuando se tuvieron que enfrentar a enfermedades para las que no tenían remedio en que vieron su población diezmada y en algunos casos hasta desaparecieron como pueblo.

Un hallazgo casual, al encontrar en una de sus placas de microscopio un hongo bautizado como Penicillium Notatum que había frenado el crecimiento del estafilococo, que cambió la vida, reduciendo la mortalidad infantil, posibilitando la recuperación de enfermedades que de otra forma se convertirían en pandemias y permitiendo una mayor calidad de vida hasta una edad muy avanzada.

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