La Lista De Los Perfiles Psicológicos - Juan Moisés De La Serna 4 стр.


¿Un buen día? volvió a preguntar.

¡Bueno!, ha sido una tarde inusual.

¿Lo dice por el tiempo?

Sí, también por eso contesté con una sonrisa forzada.

¡Ya hemos llegado!, que tenga una buena noche.

Lo procuraré, muchas gracias dije saliendo del ascensor y dirigiéndome a mi habitación.

Al final del pasillo, tenía una pequeña suite, que disponía de un pequeño despacho y un dormitorio. No era muy grande, pero era lo mejor que había podido negociar con el director del hotel, ya que no era usual tener clientes alojados durante años en la misma habitación.

Nada más abrir la puerta de la suite me di cuenta de que algo no andaba bien. Un fuerte olor a puro inundaba la estancia, algo que por supuesto no era mío pues no fumaba, y tampoco recibía invitados en mi cuarto, por lo que no pude por menos que soltar un:

¿Quién anda ahí?

Antes de pulsar el interruptor, pero no se encendían las lámparas, a pesar de pulsar repetidamente la llave de la luz.

No se apure doctor, todo está bien dijo una voz desde mi sillón.

Había pasado tanto tiempo en aquella estancia que era capaz de reconocer cada recoveco, y sabía que desde donde me hablaba únicamente había un sillón bajo una lámpara que era el lugar donde me solía sentar a leer los periódicos antes de acostarme.

¿Quién es usted? pregunté echando un paso hacia atrás y dirigiéndome hacia la salida para abrir la puerta y por lo menos iluminar el cuarto.

Estaba a punto de hacerlo, con la mano en el pomo, cuando de repente noté que alguien me la sujetaba impidiéndome bajar el tirador de la puerta.

¡Tranquilícese!, se lo ruego, si quisiera hacerle daño no estaríamos hablando aquí.

De repente se hizo la luz tras de mí, el hombre que estaba hablando había encendido la lámpara y con ello había visto cómo otro enchaquetado y con guantes me sujetaba con dos manos la mía.

Solté y me giré para protestar por aquel abuso de mi intimidad, pues, aunque no fuese así, consideraba aquel espacio como mi casa.

¡Tranquilo!, ya le he dicho que no queremos hacerle daño repuso el hombre sentado junto a la lámpara mientras encendía un puro.

¡Aquí no se puede fumar! protesté.

De verdad que me sorprende, un hombre como usted, con su talento, que haya terminado en un agujero como este indicó el hombre del puro mientras expulsaba una bocanada de humo.

No me van los halagos, no sé lo que quieren, pero se equivocan de hombre insistí tratando de zafarme de esa situación tan incómoda.

Seguro que a estas alturas ya se habrá hecho un esquema de mí.

¿Un esquema? pregunté con tono de sorpresa.

No se haga, doctor. Le conocemos bien, o prefiere que le recite todos los libros que tiene escritos con respecto a perfiles psicológicos comentó con tono desafiante.

Unas palabras que me devolvió a mis tiempos de facultad, cuando aún era un estudiante y me pasaba horas y horas en la biblioteca.

En una ocasión cursando la asignatura de Bases Psicológicas y Biológicas de la Personalidad descubrí con fascinación cómo se podía diseccionar a las personas hasta un punto indescriptible.

Las formas de ser, sentimientos y pensamientos quedaban al desnudo frente a un buen analista que era capaz de descubrir los secretos de cualquier persona como si fuesen de cristal transparente.

Algo que al principio empecé a leer por hobby, ya que no estaba dentro de las materias obligatorias, pero que al poco se hizo parte de mi especialidad, abordándolo desde distintas asignaturas, profundizando en lo que actualmente se conocen como Perfiles y que tan útiles son para los juicios a través del trabajo pericial, e incluso en el ámbito de los recursos humanos a la hora de seleccionar el mejor candidato.

Benjamín Franklin, Carl Gustav Jung, Albert Einstein incluso se ha atrevido con Stephen Hawking, ¿es usted un osado o un visionario? preguntó el hombre del puro.

Mientras me alejaba de la puerta dejé mi chaqueta sobre un perchero y buscando en una de las estanterías saqué un voluminoso libro sobre perfiles y le dije:

Si quiere aprender puedo prestarle alguno de mis libros.

No he venido para perder el tiempo ni para recibir clases suyas, únicamente quiero saber si está usted capacitado para ello.

¿Para qué? pregunté tratando de descubrir un poco más de aquella situación.

Lo siento, nos hemos equivocado afirmó el hombre mientras se levantaba.

Se refiere usted, a que quiere ver si soy capaz de decirle que a pesar de su acento fingido y de sus modales supuestamente refinados, no es más que el hijo de un comerciante que le enseñó el mundo de la palabra y del engatusamiento, empleando cierto grado de teatralidad a la vez que maneja el miedo y el desconcierto, dejando entrever que es usted quien domina la situación, cuando en realidad no sabe cómo voy a reaccionar.

»Su supuesto guardaespaldas, no es más que su chófer, de ahí que tuviese que sujetar mi mano sobre el picaporte con sus dos manos y no con una como correspondería a alguien fornido y acostumbrado a ejercer violencia.

»Usted, por ejemplo, lleva un traje demasiado elegante para unos zapatos tan desgastados por la suela, ni siquiera el puro que fuma es de importación, lo que me indica que viaja con frecuencia y que no le importa la calidad si no la utilidad de las cosas.

¿Qué más? dijo el hombre del puro sentándose en el sillón del que se acababa de levantar.

Está claro que me necesitan para algo que ustedes mismos no están cualificados, seguramente para que analice a alguna persona o que les diga si alguien es quien dice ser. Y venir a mí quiere decir, o que están muy desesperados o que no quieren que se sepa, ya que yo hace tiempo que no me dedico a esto, y por lo tanto nadie sospecharía de mí al respecto.

¡Muy bien! dijo el hombre mientras miraba con atención el puro. Tengo un pequeño problema y necesito su ayuda.

No creo que sea pequeño, allanamiento, amenazas cuando salga de aquí tendrá muchos más de los que se imagina.

¡Todavía no ha aprobado! contestó el hombre que permanecía sentado fumando el puro.

¿Aprobado? pregunté sorprendido.

Para eso estamos aquí dijo el hombre que estaba obstaculizando la puerta del cuarto.

¿Qué más sabe? insistió el hombre que fumaba.

¡A ver!, por lo que veo, usted debe de ser una persona importante, pero no alguien político o empresario, ya que su compañero de la puerta le respeta tanto que no ha querido intervenir hasta ahora, y lo ha hecho con un tono de respeto, y no como una puntualización a sus palabras. Casi le tiene veneración como la que se tiene a un guía espiritual o un maestro.

¿Maestro? preguntó el hombre que fumaba el puro incorporándose en el asiento.

Bueno, así se denominaría ahora, pero sería mejor dicho Maestre dije con tono burlón.

¿Qué le ha hecho llegar a esa conclusión? preguntó mientras se levantaba y dejaba el puro sobre la mesita donde se encontraba la lámpara.

¡Cuidado con la mesilla! dije mientras me fui a acercar a la mesilla, cuando sentí que me detenía alguien por detrás, notando que me sujetaban los hombros.

Responda a la pregunta dijo desde atrás el hombre que me estaba agarrando.

¡Está bien! contesté con tono de protesta mientras me zarandeaba para soltarme. Le ha delatado la marca de su dedo anular, que ahora está desnudo, pero en el que todavía queda la huella de llevar habitualmente un anillo de considerable tamaño, tal y como el de un obispo o similar.

»Pero usted no usa vestimenta amplia como ellos, ya que si no se sentiría incómodo llevando ese traje de buen tejido que tiene. Tampoco tiene señal en su cabeza de llevar un solideo cristiano o kipá judío, ni nada que se le parezca, por lo que la opción religiosa la he descartado.

»Pero usted no usa vestimenta amplia como ellos, ya que si no se sentiría incómodo llevando ese traje de buen tejido que tiene. Tampoco tiene señal en su cabeza de llevar un solideo cristiano o kipá judío, ni nada que se le parezca, por lo que la opción religiosa la he descartado.

»Además, tiene en el ojal de su chaqueta una diminuta pero inequívoca cruz octogonal de Malta, con sus ocho puntas rojas, también conocida como cruz de San Juan, para quien no lo reconozca pudiera ser un adorno más, e incluso confundirlo con el escudo de algún club de fútbol, o de una orden religiosa como la de Santiago, pero sin duda es la Cruz de Malta.

¿Ha estado en Malta? preguntó el hombre mientras se miraba a aquel singular alfiler.

Sí, hace tiempo, pero me gusta conocer los lugares a donde voy, sobre todo su historia, y la de este lugar era muy singular.

¿Singular? preguntó mientras se recostaba y cogía el puro para seguir fumando.

Unos caballeros, pertenecientes a la nobleza europea, exiliados de su destino, y recluidos en una isla, pasto de sus adversarios.

¡No fue así la historia! rectificó algo molesto el fumador.

Lo sé, pero su expresión corporal me ayuda a definir su perfil. Por lo que veo no es usted un ciudadano más de esa isla, sino un descendiente intelectual de aquellos maestres, y hasta me atrevería a decir que puede que también genético.

¿Tiene eso importancia? preguntó mientras soltaba lentamente una bocanada de humo.

¡Ajá!, es usted descendiente directo de uno de los Maestres del lugar afirmé categóricamente.

Me sorprende su habilidad indicó el hombre levantándose de mi sillón. En verdad es mejor de lo que creía, ¡está usted aprobado!

¿Aprobado?, ¿y ahora qué? pregunté inquieto mientras veía venir hacia mí al hombre con el puro.

Tengo tres nombres y tres destinos, todo está en esta carpeta, quiero un informe de cada uno de ellos, y me gustaría tenerlo para final de mes, ¡buenas tardes!

Dicho esto, me entregó una carpeta que no pesaba demasiado, y sin decir más salió de la habitación tras aquel hombre que le había estado custodiando. Dejándome en aquel cuarto ahora más iluminado por las luces del pasillo.

Todavía estaba perplejo por lo que me acababa de pasar, cuando me giré para preguntarles el motivo de aquel encargo, pero ya habían desaparecido del pasillo, cogiendo el ascensor del que minutos antes había salido yo.

En realidad, que conocía mucho más de la historia de Malta de lo que había expresado, pero quería ver su reacción ante una media verdad para saber si aquella persona lo sabía también o no.

Una historia extraordinaria que comenzó hace miles de años, pero que tuvo su apogeo con una decisión política de Carlos I de España y V de Alemania, quien tras tener noticias de la derrota que había sufrido la Orden de San Juan en la isla griega de Rodas a manos de los otomanos, les permitió situarse en una pequeña isla, la más al sur del mediterráneo, pero que era punto estratégico, ya que era la puerta de acceso entre Europa y África.

A cambio de su cesión todos los años desde entonces y como forma de reconocer aquel acto, los caballeros de la Orden de Malta deben de entregar como tributo el conocido como Halcón Maltés.

Tierra de pescadores que vio cómo se transformaba su orografía en un puerto sin igual, convertido ahora en centro comercial y religioso. Donde acudían de todas las grandes fortunas de Europa a contribuir en construir lo que sería el mayor bastión de la historia de su época.

Una isla llamada a destacar por sus artes y sus avances en la medicina, a donde acudían para estudiar e instruirse los aspirantes a caballeros. Todo ello auspiciado y sostenido por las casas reales europeas, que veían florecer aquel pequeño lugar.

Pero no era sólo un aporte benéfico y desinteresado el que realizaban desde las monarquías europeas, desde que se instauraron en la isla tuvieron que hacer frente a todo tipo de piratas y vividores que trataban de hacerse con los botines que provenían de África.

Los siempre leales caballeros mantenían las aguas limpias de impíos, y protegían las valiosas mercancías que cruzaban por sus aguas.

Lugar deseado y temido al mismo tiempo. Baluarte de una estirpe de caballeros, se dice que descendientes de los propios cruzados que fueron a Tierra Santa.

Al respecto empieza a confundirse la realidad con la ficción. La tradición quiere resaltar la majestuosidad de aquellos caballeros, indicando que eran guardianes de grandes tesoros que acumulaban con recelo, e incluso que eran poseedores de reliquias que se habían traído de Tierra Santa, entre ellos, la más preciada, el Santo Grial.

Pero bueno, eso puede ser o no, ya que han sido tantos los lugares que se han autoproclamado poseedores temporales de esta majestuosa reliquia, que es imposible saber la verdad.

Si hubiese tenido más tiempo para intercambiar información con este Maestre, seguro que me hubiese podido aclarar esta y otras cuestiones, que todavía hoy rodean de misterio las míticas figuras de unos hombres tan valerosos e ingeniosos que fueron capaces de detener el avance de las temidas hordas de Sülleyman el Magnífico.

Un personaje del que realicé uno de mis análisis de perfiles psicológicos, tal y como hice con otros grandes de la historia como Napoleón I, o el propio Alejandro Magno, pero que, por su lejanía en el tiempo, apenas pude recabar más que anécdotas sueltas, ya fuesen de sus súbditos resaltando las bonanzas de su figura, o de sus adversarios, contando lo cruel y despiadado que era.

Algo que me hizo decantarme por personajes más próximos en el tiempo, donde existiese documentación e incluso algún escrito realizado por la propia persona. De esta forma, me era más fácil acercarme a la verdadera personalidad, y descubrir cuáles eran sus ambiciones, deseos y anhelos, pero también qué era aquello que temía y evitaba. Ya que, por nuestra naturaleza, no sólo nos movemos por aquello que queremos sino también para evitar lo temido.

Cerré la puerta de la habitación y me dirigí al dormitorio, donde me senté pensativo en la cama, ¡Qué situación más rara!, me dije, si ya había sido extraña la tarde, esto ha sido la guinda del pastel.

Abrí aquel sobre y extendí su contenido sobre la cama, eran tres montones de papeles con un gran clip sujetando a cada uno, cogí el primero y para mi sorpresa era el currículo de un joven de veinte años, con información sobre dónde había estudiado, qué práctica profesional tenía y los puestos a los que aspiraba.

En un segundo folio, de ese mismo montón, encontré su partida de nacimiento, con los datos del día, hora, y lugar de nacimiento, datos de la madre, y nombre del hospital.

En un tercer folio, había un mapa de la ciudad de Nueva York, y grapado a este, un billete de avión.

Lo examiné con cuidado y me di cuenta, para mi sorpresa, que era para un vuelo a mi nombre para el próximo lunes, ¿cómo?, me pregunté asombrado, ¿y si no hubiese aprobado esta prueba?.

¿Ya está? exclamé al comprobar que no había más información ni sobre esa persona, ni sobre lo que debía de hacer al respecto.

Lo más importante a la hora de realizar un perfil es, precisamente tener cuanta más información mejor, sobre todo si es de primera mano, de algún familiar o amigo próximo o de la propia persona a analizar, y con esta escasa información lo más que podría tener para un descriptivo muy general.

Ojeé los otros dos montones y tenía la misma escasa información, pero en esta ocasión era con un billete para París y otro para Viena.

Bueno, al menos los lugares de destino no están mal me dije tras observar que cada uno de esos billetes tenía una separación de una semana entre ellos.

Назад Дальше