El Retorno - Danilo Clementoni 2 стр.


A él no le importaba.

Su sed de conocimiento no tenía límites. Incluso durante la noche permanecía conectado y, aunque durante el sueño las capacidades de adquisición se redujeran a un triste 1%, precisamente por la necesidad de concentración absoluta, no quería desperdiciar ni siquiera un solo instante de su vida sin tener la posibilidad de aumentar su bagaje cultural.

Se levantó esbozando una leve sonrisa y se dirigió hacia el compartimento seis, donde su amigo lo estaba esperando.

Planeta Tierra - Tell el-Mukayyar - Iraq

Elisa Hunter estaba intentando por enésima vez secar aquella maldita gotita de sudor que, desde la frente, se obstinaba en descender lentamente hacia su nariz, para después zambullirse en la ardiente arena bajo sus pies. Hacía ya varias horas que estaba de rodillas, con su inseparable Trowel Marshalltown6 raspando delicadamente el terreno intentando sacar a la luz, sin dañarla, lo que parecía ser la parte superior de una lápida. No obstante, esta idea no le había convencido desde un principio. En las inmediaciones del Zigurat de Ur7 , donde desde hace casi dos meses, gracias a su fama de arqueóloga y de experta conocedora del idioma Sumerio, le permitieron trabajar, se habían encontrado muchas tumbas desde las primeras excavaciones realizadas a principios del siglo XX, pero nunca, en ninguna de ellas, había aparecido un artefacto de ese tipo. Dada la particular forma cuadrada y el importante tamaño, más que un sarcófago, parecía la «tapa» de alguna clase de contenedor sepultado ahí hace miles de años, para proteger o esconder quién sabe qué.

Por desgracia, al haber desenterrado, hasta el momento, solo una porción de la parte superior, aún no había sido capaz de establecer la altura del supuesto contenedor. Las incisiones cuneiformes, que recubrían toda la superficie visible de la tapa, no se parecían a nada que jamás hubiese visto.

Para traducirlas habrían sido necesarios varios días y otras tantas noches insomnes.

«Doctora».

Elisa levantó la cabeza y, apoyando la mano derecha justo encima de los ojos para protegerse del sol, vio a su ayudante Hisham venir hacia ella a paso ligero.

«Doctora», repitió el hombre, «hay una llamada para usted de la base. Parece urgente».

«Ya voy. Gracias Hisham».

Aprovechó el parón forzado para tomar un sorbo de agua, ya casi hirviendo, de la cantimplora que llevaba siempre sujeta a la cintura.

Una llamada de la base... Solo podía significar problemas.

Se levantó, sacudió sus pantalones levantando una nube de polvo y se dirigió decidida hacia la tienda que funcionaba como campamento base para la investigación.

Abrió la cremallera que cerraba la tienda de campaña y entró. Hicieron falta unos segundos para que sus ojos se acostumbraran al cambio de luminosidad, pero esto no le impidió reconocer, en el monitor, las facciones del coronel Jack Hudson que, con aire siniestro, miraba al vacío esperando su respuesta.

El coronel era oficialmente el responsable de la escuadra estratégica antiterrorismo destinada en Nassiriya, pero su misión real era la de coordinar una serie de investigaciones científicas contratadas y controladas por un misterioso departamento. ELSAD8 . Dicho departamento estaba rodeado del usual misterio que envuelve todas las estructuras de ese tipo. Casi nadie conocía exactamente el objetivo y la finalidad de todo el tinglado. Solo se sabía que el cuartel general de la operación respondía directamente ante el Presidente de los Estados Unidos de América.

En realidad, a Elisa no le importaba demasiado todo esto. El verdadero motivo por el que había decidido aceptar la oferta, y participar en una de las expediciones, era que finalmente podía volver al lugar que más amaba del mundo, haciendo un trabajo que le encantaba y en el que, a pesar de su relativa corta edad (treinta y ocho años), era una de las mejores y más cotizadas del sector.

«Buenas tardes coronel», dijo exhibiendo su mejor sonrisa, «¿A qué debo este honor?»

«Doctora Hunter, déjese de formalidades. Conoce perfectamente el motivo de mi llamada. El permiso que se le ha concedido para realizar su trabajo caducó hace dos días y usted no puede seguir allí».

Su voz era firme y decidida. En esta ocasión, ni siquiera su indiscutible atractivo iba a ser suficiente para conseguir una nueva prórroga. Así que decidió jugarse su última carta.

Desde que la coalición encabezada por los Estados Unidos decidiera, el 23 de Marzo de 2003, invadir Iraq con el propósito de destituir al dictador Saddam Hussein, acusado de poseer armas de destrucción masiva (acusación que resultó ser infundada) y de apoyar al terrorismo islámico, en Irak todas las investigaciones arqueológicas, ya bastante complicadas en tiempos de paz, habían sufrido un estancamiento. Solo el cese oficial de las hostilidades, el 15 de Abril de 2004, había reavivado la esperanza de los arqueólogos de todo el mundo de poder acercarse a uno de los lugares desde donde, supuestamente, las civilizaciones más antiguas de la historia se habían desarrollado y habían difundido su cultura en todo el mundo. La decisión de las autoridades iraquíes, a finales de 2011, de abrir nuevamente a las excavaciones algunos lugares de valor histórico inestimable para «continuar valorando el propio patrimonio cultural», había finalmente transformado la esperanza en certeza. Bajo el amparo de la ONU y con numerosas autorizaciones firmadas previamente y refrendadas por un incalculable número de «autoridades», algunos grupos de investigadores seleccionados y supervisados por comisiones específicas, podían operar, con carácter temporal, en las principales áreas de interés arqueológico del territorio iraquí.

«Querido coronel», dijo, acercándose todo lo posible a la webcam para que sus grandes ojos verde esmeralda obtuvieran el efecto que esperaba, «tiene usted toda la razón».

Sabía muy bien que dar inicialmente la razón a su interlocutor lo predisponía de forma más positiva.

«Pero...estamos tan cerca».

«¿Cerca de qué?», gritó el coronel levantándose de la silla y apoyando los puños sobre el escritorio. «Hace semanas que me repite la misma historia. No estoy dispuesto a seguir confiando en usted sin ver con mis propios ojos algo sólido».

«Si me concede el honor de acompañarme esta noche durante la cena, estaré encantada de mostrarle algo que le devolverá la esperanza. ¿Qué le parece?»

Sus blanquísimos dientes, brillando en una espléndida sonrisa, y el jugueteo con su rubio y largo cabello hicieron el resto. Estaba segura de que lo había convencido.

El coronel frunció el ceño intentando mantener una mirada enfurecida, pero incluso él sabía que no se podía resistir a aquella propuesta. Elisa siempre le había gustado y una cena para dos le intrigaba muchísimo.

También él, a pesar de sus cuarenta y ocho años, aún era un hombre atractivo. Físico atlético, rasgos marcados, pelo corto canoso, mirada firme y decidida sostenida por ojos de un color azul intenso, con una excelente cultura general que le permitía mantener discusiones sobre innumerables temas, todo ello junto al indiscutible atractivo del uniforme, lo convertía en un hombre considerablemente «interesante».

«Vale», resopló el coronel, «pero si esta noche no me trae algo impresionante, ya puede comenzar a recoger toda su chatarra y a hacer la maleta». Intentó utilizar el tono más autoritario que pudo, pero no le salió demasiado bien.

También él, a pesar de sus cuarenta y ocho años, aún era un hombre atractivo. Físico atlético, rasgos marcados, pelo corto canoso, mirada firme y decidida sostenida por ojos de un color azul intenso, con una excelente cultura general que le permitía mantener discusiones sobre innumerables temas, todo ello junto al indiscutible atractivo del uniforme, lo convertía en un hombre considerablemente «interesante».

«Vale», resopló el coronel, «pero si esta noche no me trae algo impresionante, ya puede comenzar a recoger toda su chatarra y a hacer la maleta». Intentó utilizar el tono más autoritario que pudo, pero no le salió demasiado bien.

«Esté preparada a las 20:00 horas. Un coche le recogerá en el hotel», y cortó la comunicación algo arrepentido de no haberse, ni siquiera, despedido de ella.

Tengo que darme prisa. Me quedan solo algunas horas hasta que oscurezca.

«Hisham», gritó asomándose a la tienda, «rápido, reúne a todo el equipo. Necesito toda la ayuda posible».

Recorrió, a paso ligero, los pocos metros que la separaban de la zona de excavación, dejando tras ella una serie de nubes de polvo. En cuestión de minutos, todos se reunieron alrededor de ella a la espera de órdenes.

«Tú, por favor, quita la arena de aquella esquina», ordenó indicando el lado de la piedra más alejado de ella. «Y tú, ayúdalo. Por favor, tened mucho cuidado. Si es lo que creo, esta cosa nos salvará el culo».

Nave Espacial Theos Órbita de Júpiter

El pequeño, pero extremadamente cómodo, módulo esférico de transferencia interna estaba recorriendo, a una velocidad media de 10 m/s, el conducto número tres, que conduciría a Azakis a la entrada del compartimento, donde lo esperaba su compañero Petri.

La Theos, también con forma esférica y con un diámetro de noventa y seis metros, contaba con dieciocho conductos tubulares, cada uno con una longitud de unos trescientos metros que, como meridianos, fueron construidos a una distancia de diez grados el uno del otro y cubrían toda la circunferencia. Cada uno de los veintitrés niveles, de cuatro metros de altura, excepto por la cabina central (nivel undécimo) que medía el doble, era fácilmente alcanzable gracias a las paradas que cada conducto tenía en cada planta. En la práctica, para recorrer la distancia entre los puntos más alejados de la nave, se tardaba como máximo quince segundos.

El frenazo del módulo fue casi imperceptible. La puerta se abrió con un ligero silbido y tras ella apareció Petri, de pie con las piernas separadas y los brazos cruzados.

«Hace horas que te espero», dijo con un tono claramente poco creíble. «¿Has terminado de saturar los filtros del aire con esa porquería maloliente que siempre llevas encima?». La alusión a su cigarro fue muy sutil.

Ignorando, con una sonrisita, la provocación, Azakis sacó del cinturón el analizador portátil y lo activó con un gesto del pulgar.

«Aguántame esto y démonos prisa», dijo pasándole con una mano el aparato, mientras con la otra intentaba colocar el sensor dentro del conector de su derecha. «La llegada está prevista para dentro de unas 58 horas y estoy muy preocupado».

«¿Por qué?», preguntó ingenuamente Petri.

«No lo sé. Tengo la sensación de que nos espera una desagradable sorpresa».

El instrumento que Petri tenía en la mano empezó a emitir una serie de sonidos de diferentes frecuencias. Lo observó sin tener ni idea de lo que indicaban. Levantó la mirada hacia el rostro de su amigo buscando alguna señal, pero no la encontró. Azakis, moviéndose con mucho cuidado, movió el sensor a la otra conexión. El analizador emitió una nueva serie de sonidos indescifrables. Después, solo silencio. Azakis cogió el instrumento de la mano de su compañero, observó atentamente los resultados y a continuación sonrió.

«Todo en orden. Podemos proceder».

Sólo entonces, Petri se dio cuenta de que hacía ya rato que había dejado de respirar. Echó todo el aire y notó una cierta sensación de relajación. Un fallo, incluso mínimo, de uno de aquellos conectores, podría comprometer irremediablemente su misión, obligándoles a volver lo más rápidamente posible. Era lo último que quería. Ya casi lo habían conseguido.

«Voy a asearme», dijo Petri, intentando sacudirse el polvo de encima. «La visita a los conductos de descarga siempre es así...», y torciendo el labio superior añadió, «¡instructiva!».

Azakis sonrió. «Nos vemos en la cubierta».

Petri llamó a la cápsula y un segundo después, ya había desaparecido.

El sistema central comunicó que ya habían pasado la órbita de Júpiter sin ningún problema y que se estaban dirigiendo sin incidentes hacia la Tierra. Con un leve pero rápido movimiento de los ojos hacia la derecha, Azakis pidió a su O^COM que le mostrara de nuevo la ruta. El puntito azul que se movía en la línea roja ahora se había desplazado un poco hacia la órbita de Marte. La cuenta atrás que indicaba el tiempo previsto para la llegada indicaba 58 horas exactas y la velocidad de la nave era de 3.000 Km/s. Cada vez estaba más nervioso. Después de todo, esta nave en la que viajaba, era la primera nave espacial equipada con los nuevos motores Bousen, con un diseño completamente diferente a los anteriores. Los diseñadores afirmaban que se podía impulsar la nave a una velocidad parecida a una décima parte de la de la luz. No se había arriesgado aún a llegar a tanto. Por el momento, 3.000 Km/s, le parecían más que suficientes para un viaje inaugural.

De los cincuenta y seis miembros de la tripulación que normalmente deberían alojarse en la Theos, para esta primera misión habían sido seleccionados solo ocho, incluyendo a Petri y Azakis. Los motivos expuestos por los Ancianos no fueron demasiado exhaustivos. Se limitaron a sentenciar que, debido a la naturaleza del viaje y del destino, podían aparecer dificultades y, por lo tanto, era mejor no poner en peligro demasiadas vidas inútilmente.

Entonces, ¿nosotros somos sacrificables? ¿Qué clase de explicación era esa? Siempre pasaba lo mismo. Cuando había que arriesgar el pellejo, ¿a quién enviaban? A Azakis y a Petri.

En el fondo, su inclinación a la aventura e incluso la considerable habilidad que tenían para resolver situaciones complicadas, les habían permitido obtener todo tipo de ventajas muy interesantes.

Azakis vivía en un enorme edificio de la hermosa ciudad de Saraan, ubicada en el sur del Continente, que los Artesanos de la ciudad habían utilizado, hasta poco tiempo antes, como almacén. Él, gracias a las influencias, había podido tomar posesión y tener el permiso para modificarlo a su gusto.

La pared sur había sido sustituida completamente por un campo de fuerza parecido al que utilizaba en su nave espacial, de manera que podía admirar, directamente desde su inseparable sillón autoconformable, el maravilloso golfo que se extendía a sus pies. Si era necesario, toda la pared podía transformarse en un gigantesco sistema tridimensional, donde podían visualizarse al mismo tiempo hasta doce transmisiones simultáneas de la Red. En más de una ocasión, este sofisticado sistema de control y gestión le había permitido recoger con mucha antelación información decisiva, permitiéndole así resolver brillantemente algunas crisis de magnitud considerable. No podría renunciar a él.

Toda un ala del ex-almacén había sido reservada para su colección de souvenirs recogidos en cada una de sus misiones hechas durante años alrededor del espacio. Cada uno de ellos le recordaba algo concreto y cada vez que se encontraba en medio de aquel absurdo revoltijo de extrañísimos objetos, no podía parar de dar gracias a su buena suerte y, sobre todo, a su fiel amigo, que más de una vez le había salvado el pellejo.

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