Llevaba gafas de sol que le ocultaban en parte el rostro, pero tenía algo familiar. Aguardé todavía un poco más, esperando a que llegase arriba del todo de las escaleras, para pasar a su lado. Me echó un vistazo que no pasé desapercibido, pero siguió su camino, como si no hubiese pasado nada. Me habría gustado acercarme a él y hablarle, pero sabía que una actitud así habría suscitado sospechas; pero tampoco podía dejar pasar aquella ocasión única de conocer a la persona con la que Alekséi hacía contrabando de diamantes o mediante la cual los intercambiaba por otra cosa. Llevaba ocho meses esperando ese instante.
Hasta me había acostado con ese ruso para meterme en su domicilio, donde sabía que tenían lugar los encuentros más interesantes y provechosos. ¡Y ahora se me presentaba la ocasión! El hombre me rozó y yo fingí indiferencia, y cuando me fui hacia la escalera, respiré el olor de su after shave. Era un perfume especial y muy caro. Sólo conocía a un hombre que lo llevaba, un hombre con el que tuve una relación durante casi un año, una relación basada en breves encuentros episódicos de sexo, así como algunas charlas en las que hablábamos de trabajo y de nuestros sueños de gloria.
Había pasado casi un año desde nuestro último encuentro, pero de repente me vino a la mente la imagen de mi ex. El pelo rubio, los ojos azules, una mandíbula cuadrada, la nariz aguileña, estatura y peso en la media Reprimí una exclamación: ¡Ryan!
De repente me giré, alterada. Él también se había girado y se había quitado las gafas. Tenía el pelo más largo y llevaba barba, pero sin duda era él. ¿Cómo podía ser? Volví a pensar en aquel año con él y en los problemas que tuve Me acordaba de todas las veces que le confié mis dudas sobre el hecho que otra persona de mi entorno iba detrás de mí.
¿Cómo has podido hacerme esto?
Entendí en ese instante que era él quien me había puesto palos en las ruedas desde el principio. En aquel preciso instante entendí todo lo que me había manipulado y cómo se había esforzado en involucrarse en mis planes. Como por instinto, busqué la pistola que tenía escondida en el fondo del bolsillo de la falda, pero me di cuenta demasiado tarde que me la había dejado en la habitación cuando Alekséi me había llamado. Ryan hizo lo mismo y vi de repente el cañón de su arma apuntándome.
Kendra, no te lo tomes como algo personal, pero sólo uno de los dos saldrá vivo de aquí.
No es necesario que esto acabe así intenté convencerlo, bajando lentamente los escalones sin darle la espalda.
Estaba claro que iba a delatarme a Alekséi, a partir de ese momento ya no tendría ninguna escapatoria. ¡Tenía que dejar la mansión a toda leche! Además, después de la humillación que había vivido, la rabia me movió a coger el teléfono móvil para llamar inmediatamente a mis contactos del exterior para decirles que no se fiaran de Ryan.
¿Qué diablos pasa aquí? gruñó la voz de Alekséi, desviando la atención de Ryan.
Yo tenía suficiente experiencia para entender que me habían pillado, así que hice lo único que todavía se podía hacer: cogí el teléfono y empecé a escribir un mensaje para explicar lo que pasaba.
¡Suelta ese móvil! gritó Ryan fuera de sí en cuanto se dio cuenta, cogiéndome poco antes de que enviase el mensaje.
Vi que Alekséi detenía a Ryan con un gesto y se dirigió hacia mí. Su mirada parecía una fina lámina gris de escarcha, dispuesta a romperse y estallar en mil pedazos, los cuales alcanzarían a cualquiera que estuviera cerca.
Unos ocho meses a su lado me habían enseñado que él no habría dudado en hacerme pagar caro cada segundo que había pasado junto a él y que yo había aprovechado para fines personales. El perdón era algo que él jamás me habría concedido. No tenía ninguna duda sobre eso. Haría lo que fuese para destruirme. Pero únicamente después de una confesión completa para descubrir hasta dónde había llegado yo actuando de aquella manera durante todo aquel tiempo.
Dame tu móvil resopló con una voz rara a un paso de mí, tendiéndome la mano.
Miré rápidamente la pantalla, y eché de menos los antiguos móviles donde sólo bastaba con apretar una tecla fácilmente identificable en vez de ser todo visual. Sólo tenía que apretar Envía con el pulgar. Iba a hacerlo, cuando la mano de Alekséi me alcanzó rápidamente. No me dio tiempo a mover el brazo para evitarlo, pero al mismo tiempo sonó un disparo en la mansión.
No vi el proyectil que venía en mi dirección, y entonces sentí un fuerte dolor a la altura del pecho que me cortó la respiración y me echó hacia atrás. Los tacones de mis zapatos perdieron el punto de apoyo y antes de que pudiera agarrarme al brazo de Alekséi, caí al vacío. Apenas pude tocar los dedos de Alekséi antes de empezar a descender hacia mi propio fin. La última cosa de la que me acuerdo era pronunciar débilmente su nombre, como una llamada de auxilio desesperada y luego el dolor.
Sólo el dolor me hacía sentir viva, a pesar de la bala alojada a unos centímetros del esternón y los golpes contra los escalones mientras caía hasta los pies de la escalinata.
Y luego la oscuridad total.
Capítulo 2
Alekséi
Habían pasado cuarenta y ocho horas desde el episodio de locura que tuvo lugar en mi casa. Había estado horas reprochándome a mí mismo no haberme dado cuenta de la doblez de Danielle Stenton, alias Kendra Palmer. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? ¿Cómo no había podido darme cuenta de su auténtica naturaleza? ¡Y eso que había tenido algunas sospechas! ¿Era posible que la belleza de esa mujer me hubiera enceguecido hasta perder la cabeza y volverme estúpido y ciego?
Yo que siempre me las había dado de tener un sexto sentido para descubrir a los timadores y mentirosos. Dios mío, no me lo podía creer: había tenido a una persona como ella a mi lado durante ocho largos meses sin darme cuenta.
En realidad me había dejado llevar por esas ganas furiosas de acostarme con ella y de domar su carácter rebelde y arrogante. Me había cegado tanto el deseo y sus maneras esquivas y a la vez provocadoras de estar a mi lado que había perdido el juicio. Temía que tanta proximidad pudiera resultar peligrosa, pero Kendra era siempre tan excitante que sólo podía retenerla a mi lado.
Me repetía sin cesar que había sido un idiota, ya que desde el principio había visto algo turbio en ella. Desde nuestro primer encuentro, cuando se echó bajo las ruedas de mi coche mientras el chófer salía lentamente del aparcamiento, entendí que ese accidente había sido un montaje. Me bajé del vehículo enfurecido para hacerle pagar la bromita a la víctima, dispuesto a amenazarla si se le ocurría decir que quería denunciarme.
Y de repente la vi. A ella. En el suelo. Con la rodilla magullada por el golpe contra el coche, y el brazo rasguñado por protegerse el rostro al caer sobre el asfalto. A pesar de la situación, casi me quedé sin aliento de tanto que me fascinaba su cuerpo, envuelto en un vestido negro y muy cortito que no dejaba lugar a la imaginación.
Mi chófer la ayudó a levantarse mientras ella lo insultaba por haberla atropellado. Luego, acercándome a ella, le pregunté si estaba bien. En un abrir y cerrar de ojos me vi prisionero de sus ojos grises magníficos, cargados de amenazas como un cielo nublado anunciando tormenta.
Su rostro delicado y su pelo largo y castaño que le cubría enteramente la espalda descubierta avivaron mi deseo de tocarla, de que fuera mía. Por eso le propuse llevarla al hospital; pero enseguida se puso nerviosa y se asustó, afirmando que estaba plenamente en forma, aunque le costaba disimularlo. Me tiré a la piscina y la invité al hotel donde me hospedaba.
Ella aceptó, pero lo que yo creía que iba a ser el preludio de una noche de locuras en la cama resultó ser exactamente lo contrario.
Estuvo un poco reticente a darme su nombre, Danielle Stenton, y cuando me atreví un poco más, me paró de inmediato, diciendo que no había aceptado seguirme para que la llevase a la cama, sino simplemente para que la curase, ponerle hielo en la rodilla adolorida y descansar en una cama caliente donde pasar la noche, únicamente.
No logré entender la razón por la cual una mujer tan amable podía necesitar un lugar donde pasar la noche, pero entendí enseguida que aquel accidente no era más que un pretexto para sacarme dinero.
A la mañana siguiente, cuando me pidió un préstamo no me sorprendí. Naturalmente me negué, pero me sorprendió cuando me propuso trabajar para mí. No era una petición por su parte, y por la mía, no podía negarme. Fue una debilidad que iba a pagar muy caro ya que Kendra había descubierto muchas cosas sobre mi cuenta. Además, el haberla llevado a mi casa era el apogeo de esa historia delirante, pues allí era donde guardaba mis bienes y mis objetos más preciados.
En aquel preciso instante entendí que, jugando con los sentimientos, Kendra había obtenido lo que necesitaba: entrar en la mansión y aprovecharse de la libertad que le concedía para traicionarme y usar todo lo que podía en mi contra. ¡Y todo eso por echar un polvo! ¡Menudo idiota!
Todavía estaba dándole vueltas a mis errores cuando Kendra abrió los ojos. Después de que los médicos me hubieran anunciado que se iba a despertar en breves, corrí a la clínica privada para enfrentarme a ella y hacerle pagar las mentiras y las artimañas que había usado contra mí.
En ese momento cogí un revólver, porque tras la discusión animada con Ryan sobre la verdadera identidad de esa mujer ya no confiaba en ella, y no iba a dudar en vengarme.
Me senté tranquilamente en el borde de la cama, a su lado, esperando a que se despertase del todo, los medicamentos que le habían dado la habían dejado adormilada.
A pesar del hematoma morado en el pómulo derecho y la palidez mortal de su rostro, todavía estaba muy guapa, tenía una belleza que ahora ya me era indiferente, hasta me repugnaba.
Esperé a que posara sus ojos en mí. Su mirada plateada parecía ahogada en el vacío a causa de los analgésicos, pero abrió los ojos como platos al verme.
Le sonreí satisfecho y me acerqué lentamente a su rostro, saboreando aquella pizca de miedo y de sorpresa que leía en su mirada.
Dime, mentirosilla, ¿estás lista para pagar las consecuencias de tus mentiras? le susurré en voz baja.
Vi que entreabría los labios carnosos y perfectamente delineados, pero no produjo ningún sonido.
Me tomo tu silencio como una afirmación dije, sacándome la pistola del bolsillo.
¿Quién eres? me preguntó ella débilmente, mientras me disponía a empuñar el arma.
Me reí con una risa gutural y fría, casi como una amenaza. Me habría gustado cogerla por el cuello y sacarla de la cama de tan furioso que estaba.
¿En serio todavía quieres jugar conmigo? ¿Tan segura estás? le espeté, decidido a no dejarme engatusar de nuevo.
Yo Yo no sé Yo balbuceaba incómoda, mirando a su alrededor con la mirada perdida.
Cuidado con lo que dices, Kendra, no te daré una segunda oportunidad. ¿He sido lo bastante claro? dije deteniéndola, pero mi amenaza pareció desencadenar la reacción inversa.
¿Quién es Kendra? preguntó, empezando a temblar agitada.
Parecía aterrorizada.
¿Dónde estoy? balbuceó, intentando levantarse para sentarse, pero eso sólo le provocó más dolor, lo cual la hizo gemir ¡Me duele! dijo suspirando, llevándose la mano al pecho, al lugar donde le había impactado la bala ¿Qué me ha pasado? dijo estremeciéndose por el dolor, mirándose el brazo vendado y tocándose los moratones del rostro y de las piernas cuando se quitó las sábanas.
Aquello duró tan solo un instante. De repente, toda aquella calma aparente desapareció, dejando lugar al miedo de Kendra que se debatía como un animal enjaulado. Temblorosa y conmocionada, se arrancó el gotero e intentó levantarse.
Es inútil que intentes huir cogiéndola por los brazos la postré en la cama cuando intentó levantarse otra vez.
Fue bastante complicado inmovilizarla, de tanto que forcejeaba de manera frenética y alocada a causa del dolor. Intentaba ponerse de pie, a pesar de todo, apoyándose en las piernas, y vi que se tambaleaba. Estaba pálida como la cera y tuve que sujetarla por la cintura para que no se cayera al suelo. Kendra se dejó caer contra mí.
Me da vueltas la cabeza murmuró rodeándome el cuello con los brazos.
La levanté y ella se aferró fuerte contra mí, como si temiese desplomarse. La acompañé de vuelta a la cama, y poco a poco me soltó el cuello, me pasó las manos por los hombros y por todo el brazo.
Si no hubiese estado tan conmocionada y temblorosa, habría creído que me estaba provocando para seducirme. Su tacto ligero y delicado tenía algo íntimo y tierno, pero yo no dejaba que me excitara.
Iba a recular cuando de repente su mano derecha se apoderó de la mía. Su tembleque cesó de inmediato. La miré.
Ella me miraba desde su lado. Tenía una expresión perturbada, pero sus ojos me miraban fijamente como si esperase encontrar en mí una respuesta.
¿Y ahora, te acuerdas de mí? pregunté.
De nuevo me enfrenté a su silencio, me separé de ella, pero apenas mi mano se soltó de la suya, Kendra, asustada, se sobresaltó y se levantó bruscamente para volver a cogerla. Fue un gesto que le provocó dolor en el pecho otra vez. Gritó de dolor y eso le impidió que se abalanzase sobre mí.
Kendra
Me palpitaba la cabeza sordamente y no entendía nada. No tenía ni un solo recuerdo en mi cerebro y ni una sombra del porqué, sólo había dolor y confusión.
Ese hombre ante mí me daba miedo, pero a la vez me tranquilizaba un poco. ¿Era porque parecía conocerme? Pero su mirada y su actitud, severas e implacables, resonaban como una sirena de alarma para mí.
Una parte de mí quería huir, mientras que otra me suplicaba que me quedase y le pidiese ayuda. No sabía qué hacer, y cuando una nueva ola de miedo y de dolor me embistió, sólo sentí vagamente algo familiar cuando me encontré entre sus brazos.
¿Quizá era el perfume de su piel? Una esencia a madera, fresca y cargada de aromas. Intensa y viril. Me recordaba confusamente a algo ¿pero al qué?
Y ese rostro
Ya lo había visto, pero todo era tan confuso en mi mente, al menos hasta que su mirada llamó la atención de la mía. Percibía algo en esos ojos de un negro ébano. Era algo salvaje y a la vez conocido; poderoso y magnético, pero también elegante, al igual que la ropa que llevaba.
De repente, sentí una cierta timidez frente a esa mirada que me observaba, como si soliera recular para evitar desencadenar su lado agresivo, el cual estaba listo para salir de él y destruir a cualquiera que se encontrara cerca.