La Celestina - Fernando de Rojas 4 стр.


PÁRMENO.- Celestina, todo tremo en oírte. No sé qué haga, perplejo estoy. Por una parte, téngote por madre; por otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más pronto cae que subió. No querría bienes mal ganados.

CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

PÁRMENO.- Pues yo con ellos no viviría contento y tengo por honesta cosa la pobreza alegre. Y aun más te digo, que no los que poco tienen son pobres; mas los que mucho desean. Y por esto, aunque más digas, no te creo en esta parte. Querría pasar la vida sin envidia; los yermos y aspereza, sin temor; el sueño, sin sobresalto; las injurias, con respuesta; las fuerzas, sin denuesto; las premias, con resistencia.

CELESTINA.- ¡Oh hijo!, bien dicen que la prudencia no puede ser sino en los viejos y tú mucho eres mozo.

PÁRMENO.- Mucho segura es la mansa pobreza.

CELESTINA.- Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. Y demás de esto, ¿quién es, que tenga bienes en la república, que escoja vivir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes. ¿Y no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu privanza con este señor te hace seguro; que cuanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura. Y por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. ¿Y a dónde puedes ganar mejor esta deuda que donde las tres maneras de amistad concurren, conviene a saber, por bien y provecho y deleite? Por bien: mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya y la gran similitud que tú y él en la virtud tenéis. Por provecho: en la mano está, si sois concordes. Por deleite: semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de placer, en que más los mozos que los viejos se juntan, así como para jugar, para vestir, para burlar, para comer y beber, para negociar amores, juntos de compañía. ¡Oh si quisieses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.

PÁRMENO.- ¿De Areúsa?

CELESTINA.- De Areúsa.

PÁRMENO.- ¿De Areúsa, hija de Eliso?

CELESTINA.- De Areúsa, hija de Eliso.

PÁRMENO.- ¿Cierto?

CELESTINA.- Cierto.

PÁRMENO.- Maravillosa cosa es.

CELESTINA.- ¿Pero bien te parece?

PÁRMENO.- No cosa mejor.

CELESTINA.- Pues tu buena dicha quiere, aquí está quién te la dará.

PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA.- Extremo es creer a todos y yerro no creer a ninguno.

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atrevo: déjame.

CELESTINA.- ¡Oh mezquino! De enfermo corazón es no poder sufrir el bien. Da Dios habas a quien no tiene quijadas. ¡Oh simple! Dirás que a donde hay mayor entendimiento hay menor fortuna y donde más discreción allí es menor la fortuna. Dichos son.

PÁRMENO.- ¡Oh Celestina! Oído he a mis mayores que un ejemplo de lujuria o avaricia mucho mal hace y que con aquellos debe hombre conversar, que le hagan mejor y aquellos dejar a quien él mejores piensa hacer. Y Sempronio, en su ejemplo, no me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. Y puesto que yo a lo que dices me incline, sólo yo querría saberlo: porque a lo menos por el ejemplo fuese oculto el pecado. Y, si hombre vencido del deleite va contra la virtud, no se atreva a la honestidad.

CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre posesión sin compañía. No te retraigas ni amargues, que la natura huye lo triste y apetece lo delectable. El deleite es con los amigos en las cosas sensuales y especial en recontar las cosas de amores y comunicarlas: esto hice, esto otro me dijo, tal donaire pasamos, de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se allegó. ¡Oh qué habla!, ¡oh qué gracia!, ¡oh qué juegos!, ¡oh qué besos! Vamos allá, volvamos acá, ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, invenciones, justemos, qué cimera sacaremos o qué letra. Ya va a la misa, mañana saldrá, rondemos su calle, mira su carta, vamos de noche, tenme el escala, aguarda a la puerta. ¿Cómo te fue? Cata el cornudo: sola la deja. Dale otra vuelta, tornemos allá. Y para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? A la fe, a la fe: la que las sabe las tañe. Este es el deleite; que lo demás, mejor lo hacen los asnos en el prado.

PÁRMENO.- No querría, madre, me convidases a consejo con amonestación de deleite, como hicieron los que, careciendo de razonable fundamento, opinando hicieron sectas envueltas en dulce veneno para captar y tomar las voluntades de los flacos y con polvos de sabroso afecto cegaron los ojos de la razón.

CELESTINA.- ¿Qué es razón, loco?, ¿qué es afecto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina y de la discreción mayor es la prudencia y la prudencia no puede ser sin experimento y la experiencia no puede ser más que en los viejos y los ancianos somos llamados padres y los buenos padres bien aconsejan a sus hijos y especial yo a ti, cuya vida y honra más que la mía deseo. ¿Y cuándo me pagarás tú esto? Nunca, pues a los padres y a los maestros no puede ser hecho servicio igualmente.

PÁRMENO.- Todo me recelo, madre, de recibir dudoso consejo.

CELESTINA.- ¿No quieres? Pues decirte he lo que dice el sabio: Al varón, que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le conseguirá. Y así, Pármeno, me despido de ti y de este negocio.

PÁRMENO.- (Ensañada está mi madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer y culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en ésta que interés promete, a donde provecho nos puede allende de amor conseguir. Oído he que debe hombre a sus mayores creer. Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, que hijos de Dios serán llamados. Amor no se debe rehuir. Caridad a los hermanos, interés pocos le apartan. Pues quiérola complacer y oír.) Madre, no se debe ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras veces por la ciencia, que es de su natural comunicable y en pocos lugares se podría infundir. Por eso perdóname, háblame, que no sólo quiero oírte y creerte; mas en singular merced recibir tu consejo. Y no me lo agradezcas, pues el loor y las gracias de la acción, más al dante que no al recibiente se deben dar. Por eso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilla.

CELESTINA.- De los hombres es errar y bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos y respondido al reconocimiento, discreción y ingenio sutil de tu padre, cuya persona, ahora representada en mi memoria, enternece los ojos piadosos, por donde tan abundantes lágrimas ves derramar. Algunas veces duros propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaba a lo cierto. En Dios y en mi ánima, que en ver ahora lo que has porfiado y cómo a la verdad eres reducido, no parece sino que vivo le tengo delante. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! ¡Oh qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio con quien tu conformidad para más oportunidad dejo. Que dos en un corazón viviendo son más poderosos de hacer y de entender.

CALISTO.- Duda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte viva. Pero más es maravilla, según el deseo de cómo llego vivo. Recibe la dádiva pobre de aquél que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA.- Como en el oro muy fino labrado por la mano del sutil artífice la obra sobrepuja a la materia, así se aventaja a tu magnífico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y sin duda la presta dádiva su efecto ha doblado, porque la que tarda, el prometimiento muestra negar y arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO.- Todo me recelo, madre, de recibir dudoso consejo.

CELESTINA.- ¿No quieres? Pues decirte he lo que dice el sabio: Al varón, que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le conseguirá. Y así, Pármeno, me despido de ti y de este negocio.

PÁRMENO.- (Ensañada está mi madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer y culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en ésta que interés promete, a donde provecho nos puede allende de amor conseguir. Oído he que debe hombre a sus mayores creer. Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, que hijos de Dios serán llamados. Amor no se debe rehuir. Caridad a los hermanos, interés pocos le apartan. Pues quiérola complacer y oír.) Madre, no se debe ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras veces por la ciencia, que es de su natural comunicable y en pocos lugares se podría infundir. Por eso perdóname, háblame, que no sólo quiero oírte y creerte; mas en singular merced recibir tu consejo. Y no me lo agradezcas, pues el loor y las gracias de la acción, más al dante que no al recibiente se deben dar. Por eso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilla.

CELESTINA.- De los hombres es errar y bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos y respondido al reconocimiento, discreción y ingenio sutil de tu padre, cuya persona, ahora representada en mi memoria, enternece los ojos piadosos, por donde tan abundantes lágrimas ves derramar. Algunas veces duros propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaba a lo cierto. En Dios y en mi ánima, que en ver ahora lo que has porfiado y cómo a la verdad eres reducido, no parece sino que vivo le tengo delante. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! ¡Oh qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio con quien tu conformidad para más oportunidad dejo. Que dos en un corazón viviendo son más poderosos de hacer y de entender.

CALISTO.- Duda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte viva. Pero más es maravilla, según el deseo de cómo llego vivo. Recibe la dádiva pobre de aquél que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA.- Como en el oro muy fino labrado por la mano del sutil artífice la obra sobrepuja a la materia, así se aventaja a tu magnífico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y sin duda la presta dádiva su efecto ha doblado, porque la que tarda, el prometimiento muestra negar y arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO.- ¿Qué le dio, Sempronio?

SEMPRONIO.- Cien monedas en oro.

PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

SEMPRONIO.- ¿Habló contigo la madre?

PÁRMENO.- Calla, que sí.

SEMPRONIO.- ¿Pues cómo estamos?

PÁRMENO.- Como quisieres; aunque estoy espantado.

SEMPRONIO.- Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

PÁRMENO.- ¡Oh Dios! No hay pestilencia más eficaz, que el enemigo de casa para empecer.

CALISTO.- Ve ahora, madre, y consuela tu casa y después ven y consuela la mía.

CELESTINA.- Quede Dios contigo.

CALISTO.- Y él te me guarde.

Acto segundo

ARGUMENTO DEL SEGUNDO ACTO

Partida Celestina de Calisto para su casa, queda Calisto hablando con Sempronio, criado suyo; al cual, como quien en alguna esperanza puesto está, todo aguijar le parece tardanza. Envía de sí a Sempronio a solicitar a Celestina para el concebido negocio. Quedan entretanto Calisto y Pármeno juntos razonando.

CALISTO, PÁRMENO, SEMPRONIO.

CALISTO.- Hermanos míos, cien monedas di a la madre. ¿Hice bien?

SEMPRONIO.- ¡Ay!, ¡si hiciste bien! Allende de remediar tu vida, ganaste muy gran honra. ¿Y para qué es la fortuna favorable y próspera sino para servir a la honra, que es el mayor de los mundanos bienes? Que esto es premio y galardón de la virtud. Y por eso la damos a Dios, porque no tenemos mayor cosa que le dar. La mayor parte de la cual consiste en la liberalidad y franqueza. A ésta los duros tesoros comunicables la oscurecen y pierden y la magnificencia y liberalidad la ganan y subliman. ¿Qué aprovecha tener lo que se niega aprovechar? Sin duda te digo que mejor es el uso de las riquezas, que la posesión de ellas. ¡Oh qué glorioso es el dar! ¡Oh qué miserable es el recibir! Cuanto es mejor el acto que la posesión, tanto es más noble el dante que el recibiente. Entre los elementos, el fuego, por ser más activo, es más noble y en las esferas puesto en más noble lugar. Y dicen algunos que la nobleza es una alabanza, que proviene de los merecimientos y antigüedad de los padres; yo digo que la ajena luz nunca te hará claro, si la propia no tienes. Y por tanto, no te estimes en la claridad de tu padre, que tan magnífico fue; sino en la tuya. Y así se gana la honra, que es el mayor bien de los que son fuera de hombre. De lo cual no el malo, mas el bueno, como tú, es digno que tenga perfecta virtud. Y aun te digo que la virtud perfecta no pone que sea hecha con digno honor. Por ende goza de haber sido así magnífico y liberal. Y de mi consejo, tórnate a la cámara y reposa, pues que tu negocio en tales manos está depositado. De donde ten por cierto, pues el comienzo llevó bueno, el fin será muy mejor. Y vamos luego, porque sobre este negocio quiero hablar contigo más largo.

CALISTO.- Sempronio, no me parece buen consejo quedar yo acompañado y que vaya sola aquella que busca el remedio de mi mal; mejor será que vayas con ella y la aquejes, pues sabes que de su diligencia pende mi salud, de su tardanza mi pena, de su olvido mi desesperanza. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo. Haz de manera que, en solo verte ella a ti, juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta. Cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte de esta mi secreta enfermedad, según tiene mi lengua y sentido ocupados y consumidos. Tú, como hombre libre de tal pasión, hablarla has a rienda suelta.

SEMPRONIO.- Señor, querría ir por cumplir tu mandado; querría quedar por aliviar tu cuidado. Tu temor me aqueja; tu soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es ir y dar prisa a la vieja. Mas ¿cómo iré? Que, en viéndote solo, dices desvaríos de hombre sin seso, suspirando, gimiendo, maltrobando, holgando con lo oscuro, deseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento. Donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue placeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates, finalmente que sepa buscar todo género de dulce pasatiempo para no dejar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos, que recibiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.

CALISTO.- ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¿Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión? ¿Cuánto descanso traen consigo los quebrantados suspiros? ¿Cuánto alivian y disminuyen los lagrimosos gemidos el dolor? Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.

SEMPRONIO.- Lee más adelante, vuelve la hoja: hallarás que dicen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza, que es igual género de locura. Y aquel Macías, ídolo de los amantes, del olvido porque le olvidaba se quejaba. En el contemplar está la pena de amor, en el olvidar el descanso. Huye de tirar coces al aguijón. Finge alegría y consuelo y serlo ha. Que muchas veces la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad; pero para moderar nuestro sentido y regir nuestro juicio.

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