Copyright © 2021 Guido Pagliarino - All rights reserved to Guido Pagliarino Todos los derechos son propiedad de Guido Pagliarino Distribución de esta novela por Tektime S.r.l.s. Unipersonale, Via Armando Fioretti, 17, 05030 Montefranco (TR) - Italia - P.IVA/Código fiscal: 01585300559 - Registro mercantil de TERNI, N. REA: TR 108746
Guido Pagliarino
El vigésimo octavo libro
Una historia anterior al Nuevo Testamento
Novela
Traducción de Mariano Bas
Guido Pagliarino
El vigésimo octavo libro
Una historia anterior al Nuevo Testamento
Novela
Traducción del italiano al español de Mariano Bas
Distribución Tektime
Copyright © 2021 Guido Pagliarino Todos los derechos literarios, cinematográficos, televisivos, de radio, Internet y conexión a cualquier otro medio de comunicación y derechos de traducción sobre la obra traducida son propiedad intelectual © del autor.
Ediciones anteriores del libro del italiano:
1a edición, ll ventottesimo Libro, una storia prima del Nuovo Testamento, romanzo, solo en e-book, distribución Kobo, Copyright © 2016 Guido Pagliarino
2a edición, Il ventottesimo Libro, una storia prima del Nuovo Testamento, romanzo, e-book y libro, distribución Amazon, Copyright © 2017 y reimpresión revisada e integrada 2019 Guido Pagliarino
3a edición, ll ventottesimo Libro, una storia prima del Nuovo Testamento, romanzo, e-book y libro, distribución Tektime, Copyright © 2018 e y reimpresión revisada e integrada 2019, Guido Pagliarino
Edición precedente en ruso, traducido del italiano al ruso por Tatiana Kuznetsova a partir de la publicación italiana de 2019, solo en e-book, 1a edición: Dvadtsat vosmaja kniga, odno prjedanije donovozavjetnyh vrjemjen, roman, [Гуидо Пальярино, Двадцать восьмая книга, Одно предание доновозаветных времен, Роман, Перевод с итальянского на русский Татьяны Кузнецовой], pjerjevod s italjanskogo na russkij Tatjany Kuznjetsova, Copyright © 2019 del autor Guido Pagliarino
La cubierta de este libro ha sido ideada y realizada por el autor
Índice
PREFACIO
NOTA EPIGRÁFICA
EVANGELIO EN ARAMEO SEGÚN LEVÍ MATEO
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte
Sexta parte
EPÍLOGO de Guido Pagliarino
PREFACIO
Han pasado casi cinco años desde nuestro descubrimiento y por fin, no sin emoción, presento hoy mi vulgarización del arameo al español de un documento histórico fundamental que se creía perdido:
Durante nuestra última expedición a la India, mientras se estudiaba un lugar arqueológico, mis colaboradores y yo encontramos una galería que guardaba los papiros del primer evangelio del cual se tenía noticia, quedando perplejo después de su descubrimiento: se trata del evangelio en arameo de Mateo, escrito durante el siglo I de la era cristiana, según nos lleva a creer su soporte en papiro unido a la prueba de antigüedad con el método de radiodatación con el carbono 14 y, más exactamente, atendiendo al análisis textual, redactado a lo largo de los años 28-50 del mismo siglo. La obra aparece bien conservada, aunque esté escrita sobre una base fácilmente deteriorable como es la hoja de papiro, gracias a unas condiciones muy particulares de ausencia de aire del lugar en que se encontraba. Juzgo verosímil que esté completa, a diferencia de la mayor parte de las aproximadamente 5.200 copias de libros neotestamentarios hasta ahora a nuestra disposición, por otro lado, como muy pronto de los siglos II y III: de hecho, la más antigua en nuestro poder era hasta ahora el «papiro Rylands» de en torno al año 120. Antes de la publicación, he querido tener una certeza razonable de que se trataba precisamente del documento citado antiguamente por Papías de Hierápolis, Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. Finalmente he llegado a la conclusión de que se trata realmente de ese evangelio, como asimismo puede deducirse del análisis textual, del primer evangelio en orden de redacción. Mis colaboradores se han preguntado, no sin entusiasmo: ¿algún día la Iglesia lo incluirá en el Nuevo Testamento, haciendo así que haya veintiocho libros neotestamentarios y, entre ellos, aumentando a cinco el número de evangelios canónicos? Personalmente, no lo creo: aunque, en mi opinión, queda demostrada su autenticidad, persiste el hecho de que, como se puede saber por cualquier experto de historia de la Iglesia, el canon neotestamentario no derivó de proclamaciones de obispos o de sumos pontífices, sino del uso, desde los primeros siglos, por parte de todas las iglesias, de los veintisiete libros, mientras que los apócrifos fueron y son considerados universalmente como textos leídos por solo algunas de esas iglesias, lo que equivale a decir que les falta la llamada «aprobación eclesiástica», consistente en la convicción de todo el pueblo cristiano de que esos libros recogen la Palabra de Dios. En todo caso, el descubrimiento es sin duda extraordinario, tanto para la historia del cristianismo como para los creyentes de la misma religión. Anticipo que una parte de la obra se escribió antes de la crucifixión de Cristo. Se puede hablar de un diario escrito por el apóstol Leví Mateo. Está claro por las palabras de este redactor que durante mucho tiempo no había siquiera pensado que Jesús fuera Dios. Lo había considerado un mesías político, de quien aspiraba a ser ministro. Solo en las últimas partes del libro, redactadas años después y en las que se da testimonio de la resurrección de Cristo, aparece la iluminación y solo entonces Mateo define al Resucitado como Dios y como hombre de cuerpo glorioso y espiritual.
He puesto por delante del escrito una nota epigráfica para los antiguos textos que dan noticias genéricas de este evangelio perdido y ahora encontrado.
He dividido el documento en partes considerando, de acuerdo con el análisis textual, el orden probable de redacción.
He insertado algunas notas histórico-sociales a pie de página, por considerarlas útiles para el lector no especialista.
P.G.
NOTA EPIGRÁFICA
«Mateo recogió en la lengua de los judíos las palabras del Señor y alguien lo tradujo de la mejor manera posible».
(Epístola de Papías, obispo de Herápolis, discípulo de Juen ¿Juan el evangelista? y muerto presumiblemente entre el año 120 y el 130)
«Mateo escribe un evangelio entre los hebreos en su lengua materna».
(Ireneo de Lyon, muerto hacia el año 200, discípulo de Policarpo de Esmirna, a su vez discípulo de Juan apóstol: Adversus haereses)
«Se dice que Panteno fue a la India y descubrió que le había precedido el evangelio de Mateo entre algunos indígenas del país que conocían a Cristo. Bartolomé, uno de los apóstoles, había predicado a estos y había dejado la obra de Mateo en caracteres hebreos».
(Eusebio de Cesarea, muerto posiblemente en el año 339 o 340: Historia Ecclesiae, V, 9,1; 10,1)
EVANGELIO EN ARAMEO SEGÚN LEVÍ MATEO
Primera parte
Me he propuesto anotar los dichos y hechos del rabí Jesús. Se lo he dicho al Maestro, que no se ha opuesto:
Sé que conoces la Torá, los Nevi'im y los Ketuvim,1 que tienes conocimientos de historia y escribes poesías y cuentos por placer me ha dicho con una sonrisa después de aprobarlo con la cabeza.
Hace muy poco tiempo que me han llamado. Era hasta hace unos pocos días, o soy, un publicano, que recaudaba impuestos por cuenta de la Roma ocupante y parte se quedaban en mi bolsa, no solo el porcentaje establecido, sino un poco de más, falsificando la contabilidad: es lo normal. Por tanto, no me faltaba el dinero y tampoco me importaba en absoluto el desprecio de mis compatriotas; además, estas mismas personas no desdeñaban acudir en secreto a mí para que les prestara unos denarios cuando los necesitaban para la siembra o para un matrimonio y yo correspondía a su desprecio subiendo los intereses.
Soy Leví Mateo Bar2 Alfeo, pecador.
Esa mañana, mientras estaba en mi banco en la plaza de Cafarnaúm,3 tratando como siempre de controlar y registrar los movimientos de las mercancías y recaudar los impuestos, oí un gran tumulto que venía del Jordán. A su cabeza estaba Jesús de Nazaret. Lo conocía desde niño, al ser yo también nazareno. Siempre me había parecido una persona vulgar, así que lo había olvidado hasta que hace unos meses llegó aquí. No me acerqué a él. A juzgar por lo que oía a la gente de la plaza, pensaba que era un vago que no había querido continuar con la actividad de constructor del padre y se había dedicado, como tantos otros falsos profetas, a pedir limosna y corresponder con máximas de pequeña sabiduría y trucos de mago de baja estofa. También es cierto que la gente pensaba que realizaba verdaderos milagros, pero ya se sabe que los ignorantes son crédulos. Justamente, los muchos que lo acompañaban en ese momento estaban diciendo, a grandes voces, que acababa de curar a un paralítico, pero no uno de ellos, un docto escriba, que callaba y agitaba la cabeza con una expresión en absoluto amigable.
Los escribas son gente de la que es mejor guardarse, muy influyentes, que si toman antipatía a alguien pueden hacerle bastante mal. Viven junto a los sacerdotes como intérpretes prestigiosos de la Ley. Normalmente pertenecen a la secta de los fariseos, que tienen en común un celo meticuloso por las formas. Hace muchos siglos, en tiempos del exilio babilonio, los escribas custodiaron el patrimonio literario religioso israelita, pasándolo a sus discípulos de generación en generación, hasta que, en su entorno, ahora hace ya cinco o seis siglos, se puso por escrito la Ley. Por tanto, se convirtieron en los depositarios oficiales de las antiguas tradiciones de los padres, entrando parte de ellos en la asamblea jurídica y religiosa de Israel, el sanedrín. Al menos en teoría, pueden ser de cualquier estatus social, ascendiendo gracias al estudio, como suele pasar entre los fariseos, la clase de los teólogos dividida en siete escuelas, de las que hay dos principales, la de Hilel, que predica la misericordia, y la de Shamai, que desprecia a quien no es fariseo. Otro grupo de poderosos, tal vez el más poderoso, es el de los saduceos. Se proclaman los descendientes del antiguo gran sacerdote Sadoq. Son los aristócratas de Israel y, por derecho de nacimiento, pertenecen a la casta sacerdotal, pero les interesa más la política que la religión: de hecho, a diferencia de los fariseos, no creen en la vida después de la muerte. Como he sabido por condiscípulos, en poco tiempo el Maestro se puso en contra de los tres grupos.
He aquí que, junto a mí, ese escriba ha exclamado en voz alta, dirigiéndose a Jesús y los suyos:
¡Blasfemia! Ese pecador ha dicho al paralítico: Tus pecados te son perdonados. ¡Blasfemia! Él, un simple hombre, quiere asemejarse al Altísimo.
Yo, completamente de acuerdo, he sonreído complacido. El Maestro entonces ha dejado su grupo y se ha acercado a nosotros. Pensaba que quería discutir con el escriba, pero lo ha ignorado y, ya cerca, me ha mirado a los ojos. «¿Cómo?», he pensado preocupado, «¿no se mete con él, que lo ha atacado públicamente, sino conmigo por una simple sonrisa?» Pero no me ha hecho ningún reproche: me ha ordenado, con voz dulce:
Mateo, sígueme.
Y entonces, sin poder entenderlo, yo, un hombre de negocios habituado a mandar, no he podido sino obedecer: mi corazón ha razonado lo que ha podido y mis riñones ha sido presa de un enorme entusiasmo.4 Como era casi la hora de la comida, emocionado y feliz he encargado a mi ayudante que se ocupe del banco de los impuestos y he enviado a Jesús y a los suyos a mi casa, allí cerca.
Cuando estábamos ya en la mesa bajo el porche de mi casa, se nos han unido algunos invitados, mercaderes de la plaza que aprovisionaban a la centuria romana local, por lo que también se los consideraba, como a nosotros, los recaudadores, como traidores y pecadores imperdonables. Desde hacía tiempo, solía invitarlos por sus mercedes: mi casa da a la plaza y desde el porche podían echar un ojo a sus puestos durante la hora de la comida. Tengo desde siempre la costumbre de las comidas grasas, como todos los hombres acomodados, y contrariamente a las personas no pudientes, que solo para la cena toman un alimento algo más sustancioso. Las grandes comilonas son unas de las cosas de la vida más placenteras y las echo verdaderamente de menos. También ese día había en la mesa, entre otras cosas, carnes selectas de buey y cordero y unos cueros excelentes de vino: no como en las mesas comunes que no ven casi nunca la costosa carne, sino solo pan, pescado, hierbas, sopas, leche y queso y donde el vino se bebe con parsimonia. Jesús y sus discípulos llegaban de un viaje largo y agotador, estaban cansados y tenían hambre, así que, en cuanto se sentaron en las esteras, han hecho honor a la mesa. Sin embargo, no mucho después, nos ha interrumpido el escriba de antes, que ha pasado con algunos de los suyos delante de la casa, según el Maestro, con toda la intención:
Ya. Aquí está otra vez nos ha dicho esbozando una sonrisa en cuanto lo ha visto llegar. El escriba, una vez junto a nosotros, ha exclamado, pero sin mirarnos y pasando de largo:
¿Cómo se atreve a comer y beber en compañía de publicanos y otros pecadores?
Pero Jesús se dirigió a él, abandonando su sonrisa:
¡No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos! ¡No son los justos, sino los pecadores los que necesitan misericordia! Aprende qué significa lo que dice el libro: Quiero misericordia y no sacrificios5 y no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Medicina es el Espíritu del Altísimo, que induce al perdón y dirige al bien, poda las ramas enfermas de la planta, endereza el árbol torcido, saja y libera los malos humores.