Siete Planetas - Massimo Longo 2 стр.


Dejadnos solos ordenó Ruegra.

Se quedó a solas con el que había sido su enemigo de ingenio más aguzado. Recordó que, durante las batallas, gracias a su habilidad estratégica y con pocos sistianos (así es como se conocía a los habitantes del Sexto Planeta) bajo su mando, consiguió echar por tierra los presagios que le daban ya por vencido.

Dudó un momento antes de dirigirse a él. Había meditado varias estrategias durante el largo viaje, sabía que era poco probable que pillara a su oponente desprevenido. Había llegado el momento de decidirse por una de ellas y comenzar la escaramuza verbal.

Optó por utilizar la adulación, esperando que la vejez y el cansancio hubiesen abierto una vía hasta la vanidad.

Saludos, Wof, puedo decir que no te encuentro mal, a pesar de no estar recibiendo el mejor de los tratos. He dispuesto, pero, que te traigan libros y conocimientos.

Hacía mucho tiempo que no nos veíamos dijo Wof, mirándole fijamente con sus profundos ojos negros, ¿qué te trae a este lugar olvidado por la luz, donde la oscuridad es soberana?

He venido a hablarte de mi padre. De niño, recuerdo haberle oído fantasear sobre un pergamino cuyos secretos tú conocías. Ahora que me hago mayor pienso en él y me pregunto qué había de cierto en esa historia.

Wof trató de disimular su sorpresa acariciando sus rizos, ahora blancos, que rodeaban su rostro oscuro como el ébano.

La historia que te contó tu padre es cierta, pero, al parecer, no creyó que pudieses estar a la altura de conocer los detalles. Él también era conocedor de los secretos de los que hablas Ruegra puso cara de asombro, su padre había insinuado muchas veces ese misterio, pero nunca había querido ahondar en él. ¿Qué ocurre, general, te estás preguntando por qué nunca te lo reveló?

Tal vez mi corta edad y mi impulsividad hacían de mí un mal interlocutor.

Más bien diría que las características que siempre te han distinguido son el ansia de poder y de victoria.

El poder es indispensable para mantener el orden y la estabilidad señaló el general levantándose impaciente.

Tu fe se basa en el orden al servicio de un solo individuo y de la estabilidad de una sola tribu replicó Wof.

Ruegra comenzó a caminar nervioso, hacía rato que había perdido la paciencia, pero sabía muy bien que ni la tortura ni el chantaje servirían de nada con el hombre sentado frente a él; su única esperanza pasaba por ganarse su confianza.

Jugó su última carta y dijo mintiendo:

Sabes que sentía un gran respeto por mi padre, cuando era niño decías que me parecía a él, te veía como un maestro, así pues...

¿Qué te hace pensar que voy a revelarte cómo encontrar el pergamino? La pureza del niño que había en ti se desvaneció rápidamente, Ruegra, y el deseo de destacar ha dado paso al hambre de poder dijo sin apartar los ojos de él.

Ya no soy el anic que recuerdas de la guerra, ahora soy capaz gestionar el poder con ecuanimidad. Mi padre se equivocó al no contármelo todo escupió el general en un ataque de ira.

Si has acudido a mí, es porque no eras digno de su confianza. ¿Qué padre oculta sus conocimientos a su hijo? Cuánta amargura debió haber en su gesto, ¿quién te conocía mejor que él y quién soy yo para revelártelo todo, ignorando desconsideradamente su decisión al respecto? Como ves, no puedo más que respetar su voluntad para honrar así su memoria profirió Wof levantándose para despedirse de su verdugo.

El general no conseguía sacarse esa escena de la mente. Con el vaso en la mano seguía mirando al vacío en aquella calurosa tarde bonobiana.

A la mañana siguiente, Ruegra inspeccionó personalmente los trabajos realizados para sustituir el módulo destruido por el asteroide.

Mastigo había llevado a cabo la tarea a la perfección y sus mecánicos, como siempre, habían hecho un excelente trabajo de recolocación. Zarparon a la hora prevista camino de casa.

Los días pasaban lentamente a bordo. Ruegra tenía mucha prisa por volver, pues temía conspiraciones, a pesar de que su hermano, a quien había dejado al mando del planeta en su ausencia, le mandaba asiduamente informes completos de la situación que no daban motivos para temer nada. Carimea era una maraña de razas, varias tribus le disputaban a los anic la primacía del liderazgo, pero, durante el ya largo gobierno de Ruegra, este había conseguido eliminar a los innumerables oponentes. Había sido fundado por grupos de varios sistemas solares, la mayoría de ellos eran aventureros en busca de fortuna o exconvictos buscando una patria donde empezar una nueva vida. Solo una pequeña fracción de ellos eran originarios del planeta. Estas poblaciones locales habían sido brutalmente subyugadas y aisladas.

En el camino de vuelta, sentado en la butaca del puente de mando, reflexionaba sobre las palabras de Wof. «Mi padre lo sabía», se repetía a sí mismo.

De pronto, recordó cómo su padre se alejaba con frecuencia durante los periodos de caza o en aquellos momentos que precedían a la guerra, y que el destino que frecuentaba con más asiduidad era la tierra de los bonobianos y, en particular, el mar del Silencio.

Mientras estos pensamientos le atravesaban la mente, sintió como si le hubiera golpeado un rayo: ¿cómo no se había dado cuenta antes?. Tenía que haber algo o alguien allí que pudiera proporcionarle información sobre el pergamino.

Relacionó esta idea con el informe de Mastigo sobre aquella nave comercial, quizás alguien se le había adelantado.

Ordenó un cambio de rumbo inmediato. Regresaban a Bonobo.

Mastigo, asombrado por el regreso, se precipitó hacia la nave para anticiparse a su comandante en jefe.

Mi saludo es para el más invencible de los carimeanos. General, ¿qué ha provocado este regreso repentino?

He estado pensando sobre el aterrizaje de la nave comercial, esto me ha impulsado a volver a ocuparme de la situación yo mismo.

Una vez más no se ha equivocado; al ver que mis informantes no regresaban, decidí acercarme al lugar. He descubierto que han sido eliminados por los intrusos.

Ruegra esperó por un momento que, conociendo las costumbres de su gobernador, este no hubiera destruido cualquier posibilidad de recibir información.

No ha quedado nada informó Mastigo de inmediato, tan complacido como un niño sádico que tortura a sus pequeñas presas.

Ruegra contuvo las ganas de saltar sobre su interlocutor y le preguntó qué había pasado con la tripulación de la nave comercial.

Mastigo respiró hondo, consciente de no estar dando buenas noticias.

No hemos conseguido encontrarlos. Deben haber huido.

¡No solo has destruido todas las pruebas, sino que has dejado escapar a la tripulación! ¡Te has comportado de manera negligente! ¡Llévame al sitio!

Inmediatamente, pensando que no era conveniente que Mastigo supiera lo que andaba buscando, se corrigió:

Prepárame un escuadrón. Iré sin ti.

Capítulo segundo

Sobre sus cabezas colgaba una espada de piedra

Preparémonos, no creo que nos reciban con flores exclamó Oalif, el más ocurrente del grupo.

Este estaba formado por miembros de los cuatro planetas que se oponían al dominio de Carimea y habían sido seleccionados por su historial y sus capacidades psicofísicas. Juntos formaban un equipo capaz de afrontar cualquier misión, ya sea desde un punto de vista físico como estratégico. Su tarea consistía en defender la paz, no solo militarmente, sino también mediante acciones de inteligencia y coordinación entre los distintos pueblos.

El Consejo de la Coalición de los Cuatro Planetas les había concedido el título de tetramir en virtud del cual los distintos gobiernos les reconocían una cierta autoridad y otras atribuciones extraordinarias hasta la consecución de su objetivo.

La pequeña nave comercial cruzó los grandes anillos grises de Bonobo y se dirigió al mar del Silencio.

Este tipo de naves, diseñadas para transportar carga, tenían forma de paralelepípedo con un frontal biselado para darle un mínimo de aerodinámica y unas pequeñas alas plegables solo necesarias para salir de la atmósfera. Tenían un enorme portón trasero que se abría como una flor, en tres secciones, y servía para cargar y descargar las mercancías. Lentas y aparatosas, podían aterrizar y despegar perpendicularmente al suelo sin necesidad de espacio para maniobrar, como, por el contrario, ocurría con todas las demás naves.

Identifíquense sonó a través de la radio la voz metálica de los centinelas del planeta.

Somos comerciantes, señor respondió Oalif.

Lo vemos, pero ¿quién está a bordo y qué transportan? ¿Traen la licencia?

Séptimo de Oria, señor.

¡Número de licencia! insistió el centinela.

34876.

No aparece en nuestra lista. Cambien de rumbo inmediatamente, no tienen permiso para aterrizar en esa zona.

La señal es débil, señor, no le oigo. Número de licencia 34876 repitió Oalif fingiendo no oír.

¡Permiso para aterrizar en la zona denegado!

No hay recepción, señor insistió el bonobiano y, seguidamente, se dirigió a sus compañeros de tripulación: ¡Estamos dentro, muchachos! ¡Estamos atravesando la niebla del mar del Silencio!

Oalif, piloto experimentado y gran conocedor de su planeta natal, era bonobiano, pero no se ajustaba a los cánones de sencillez y mansedumbre que normalmente se atribuyen a esta raza. La tribu a la que pertenecía nunca se había doblegado ante los anic y por ello había pagado un alto precio. Durante la última gran guerra, tras perder el control del planeta, se vieron obligados a exiliarse y, acogidos por los planetas de la Coalición, intentaban organizar la rebelión interna para reconquistar el planeta.

El cuerpo de Oalif estaba cubierto de pelo negro, que dejaba entrever una piel blanca. El contorno de sus ojos verdes y de sus pómulos estaba desprovisto de pelo, tenía una espesa barba terminada en punta, que le llegaba al pecho, y el pelo, largo, recogido en una cola en la nuca.

Oalif era perfecto para esta misión, pero desgraciadamente tendría que permanecer a bordo para no atraer miradas indiscretas. De hecho, se encontraba en busca y captura, su aspecto era ampliamente conocido y no podían saber con quién o con qué se encontraría el grupo.

La pequeña nave aterrizó en un claro verde y soleado, atravesado por un gran río de aguas poco profundas y transparentes que permitían ver el fondo compuesto por una gran variedad de piedras de vivos colores, como si de un cuadro impresionista se tratara.

La mejor manera de ocultar algo es a la vista de todos. Oalif, en cuanto bajemos activa los paneles de mimetización y, gracias, has estado magnífico le felicitó Ulica, la euménide.

Este lugar es increíble. La niebla que lo rodea, una vez dentro, se desvanece y los rayos de KIC 8462852 calientan como en pleno verano señaló Zaira, la oriana, justo a la salida de la nave.

Vamos. Tenemos poco tiempo para encontrar un refugio antes de que anochezca. Mastigo no nos dará mucho tiempo para encontrar el monasterio ordenó Xam, el cuarto miembro del grupo, originario del Sexto Planeta.

Caminemos a lo largo del río sugirió Zaira, el bosque que lo rodea nos cubrirá mientras calculamos la mejor ruta.

Se adentraron en la vegetación. Xam y Zaira encabezaban la marcha mientras Ulica calculaba la dirección más adecuada para llegar a una aldea bonobiana donde contaban con refrescarse y conseguir información sobre el monasterio de Nativ, su objetivo.

Xam, guerrero del Sexto Planeta, humano, se había distinguido por su valor y humanidad durante las últimas guerras.

Era un joven alto, con un físico escultural, con la piel clara y el pelo, rizado y corto, tan negro como sus ojos y con unos labios carnosos ocultos bajo una espesa y rizada barba. En su ajustado pantalón corto llevaba un cinturón multiusos de alta tecnología diseñado por su pueblo para hacer frente a situaciones de defensa o de supervivencia. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un gel utilizado por los sistianos para mantener una temperatura corporal estable en cualquier condición meteorológica.

Zaira, de su misma edad, era originaria de Oria, el planeta con la atmósfera reducida, su cuerpo estaba cubierto por una coraza natural de color marrón empezando por la frente y extendiéndose a lo largo de toda la espalda hasta la cola. Este era el rasgo distintivo de su raza. Una corta y espesa cabellera blanca cubría el resto de su cuerpo a excepción del rostro, de rasgos humanos, en el que destacaban sus hermosos ojos de color gris verdoso. De la frente, a ambos lados de la coraza, le nacían dos larguísimos mechones de pelo blanco que se ataba detrás de la cabeza y que terminaban en una trenza que le llegaba a los hombros.

Ulica, la más joven del grupo, científica y matemática de alto nivel, era originaria de Euménide. Estilizada y elegante, su cuerpo estaba cubierto por un velo natural, de color aguamarina, transparente como las alas de una mariposa.

Cuando abría los brazos, desplegaba unas auténticas alas que le permitían planear. Unas finas lenguas de seda, enroscadas en el dorso de ambas manos, como si de un adorno se tratara, se estiraban a voluntad a modo de lazo o látigo.

La búsqueda se prolongó más de lo previsto debido a un mal funcionamiento del detector de posición causado por los habituales efectos extraños que el mar del Silencio solía causar en los aparatos electrónicos. Este incidente los hizo alejarse del río, apartándolos del camino y provocando un retraso de varios días en su planificación.

Finalmente, se dieron cuenta del problema y regresaron sobre sus pasos para continuar caminando a lo largo del río hasta que descubrieron un claro. Sus ojos divisaron una serie de pequeñas cabañas dispuestas en círculo con una especie de asador en el centro que utilizaban para cocinar la caza en comunidad. Las paredes estaban hechas de gigantescos troncos de bambú atados entre sí y revestidos de barro y hierba. Los techos, de hojas de palma entrelazadas, tenían un agujero en el centro con una cubierta cónica en la parte superior que hacía las veces de chimenea.

Para su sorpresa, se dieron cuenta de que el pueblo se encontraba más cerca del lugar donde habían aterrizado de lo que imaginaban.

Sus habitantes, al ver a los forasteros, corrieron a refugiarse metiéndose en sus casas; parecían bolas de billar golpeadas por la bola blanca al inicio de una partida.

Se encontraban frente a una de las pocas tribus bonobianas que no se había doblegado a la voluntad de los anic, refugiándose en aquel lugar inaccesible.

No habían pasado inadvertidos a la vigilancia de los centinelas; apenas pasados unos momentos, aparecieron ante ellos guerreros armados con lanzas.

Hemos venido en son de paz se apresuró a decir Xam.

Nosotros también queremos la paz dijo el más corpulento de los guerreros, probablemente el líder, ¡por eso os exigimos que os marchéis!

No buscamos problemas, necesitamos vuestra ayuda. Oalif nos ha hablado de vuestro valor.

Oalif nos abandonó hace muchos años. ¿Qué habéis venido a hacer?

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