---Es verdad. Por lo que recuerdo, las calendas doradas se festejan en bastantes sitios y también aquí en Francia. Por ejemplo, en muchos lugares tuestan crêpes saladas en lugar de panes de espelta y sal ---dijo el papa francés---. ¿Por qué motivo, según vos, todavía hacen estas cosas? ---preguntó al historiador.
---Por lo poco que sabemos, remontándonos al papa Gelasio en el lejano siglo V, las calendas doradas se festejaban en los primeros días de febrero con fuegos y luminarias por los caminos y normalmente eran fiestas dedicadas a una sacerdotisa o diosa elegida como patrona o protectora desde los tiempos de Roma y los césares. Luego alguien intentó transformarlas en candelarias o fiestas de las velas encendidas ---respondió el historiador pontificio.
---¿Patronas paganas? ---preguntó sorprendido el papa.
---Sí, Eminencia. Sois francés y conocéis poco las tradiciones italianas, pero eran habitualmente sacerdotisas, esposas o hijas de altos funcionarios romanos que inauguraban12 o se convertían en patronas de un lugar itálico con una ceremonia sagrada para fundarlo13 y convertirlo en sagrado y fiel a Roma.
---¿Y cómo se combaten estas herejías? ---preguntó el papa.
---Después de tantos siglos, no deberíais creerlas herejías, Eminencia, sino tradiciones y supersticiones arraigadas en la población que no se consiguen erradicar con argumentos de fe o razón. Muchos cristianos, incluidos sacerdotes y obispos, las bendicen y festejan todavía como fiestas cristianas sin saber casi nada de sus verdaderos orígenes ---dijo el historiador.
---¿Y cómo se combaten entonces estas cosas, si es que alguien las quiere combatir? ---preguntó de nuevo el papa.
---Se puede desviar, o mejor dirigir gradualmente sus falsas fiestas y tradiciones paganas hacia otras fiestas y tradiciones cristianas similares, como ya se ha hecho en el pasado con otros lugares y personajes, hasta sustituirlas completamente con ceremonias más conformes a gentes cristianas, como se ha hecho con la candelaria, fiesta también llamada de las velas encendidas de Nuestra Santísima Virgen Madre.
---Entonces hacedla arraigar también en Forolivii y en Romandiola y luego bautizadlos a todos e instaurad legados pontificios a los que jurar fidelidad, dado que esas tierras nos han sido cedidas por el emperador Rodolfo de Alemania14 y ahora son nuestras ---dijo tajante el papa.
---La cuestión es un poco más compleja, Eminencia...
---Explicádmela.
---Estos, a diferencia de otros, ya han rechazado elegir como patrona a la Santísima María Virgen de la Candelaria, diciendo que su patrona es una antigua sacerdotisa llamada Livia Drusila, Divina Augusta15 y protectora de esos lugares y lo mismo hacen en las salinas de Cervia, cuando llevan la sal sagrada que producen en ese lugar para festejar a esta patrona romana.
---¿Sal sagrada? ¿Divina Augusta?
---Sí, Eminencia, esas salinas fueron fundadas por Livio Salinatore, un antepasado de esta Livia Drusila y todavía hoy suelen mandar la sal desde este sitio, con una procesión sagrada hasta esa ciudad para las fiestas en honor de ella.
---¿Y cómo pueden entonces creer en estas cosas después de tantos siglos? ---rio un poco el papa.
---Bueno, Eminencia, debéis saber que esta Livia Drusila no era una sacerdotisa común, sino la esposa de Octavio Augusto y, en Forolivia, algunos todavía la recuerdan como tal y la tienen por protectora, aunque en parte lo ocultan ---respondió el historiador pontificio.
---¿Cómo habéis conseguido saber todo esto?
---Lo he sabido por un fraile de una orden religiosa particular fundada en Rávena por el emperador Otón III hace dos siglos, muy amigo de Geremia Gotto y Guido Bonatti.
---¿Geremia Gotto y Guido Bonatti? ¿El patarino armado16 que dice tener cuatrocientos años y el astrólogo gibelino de Federico II? ---exclamó el papa.
---En persona, Excelencia, y ambos se encuentran en Forlí en las filas gibelinas al servicio de Guido de Montefeltro.
---¡Oh Cielos! ¿El capitán excomulgado de los gibelinos?
---Sí, Excelencia.
---¡Pero están todos locos!
---Efectivamente, Excelencia, son un poco especiales.
---Habéis hablado también de una orden religiosa fundada por el emperador Otón III en Rávena. ¿De qué orden religiosa habláis? ---preguntó el papa.
---En Rávena, Otón III fundó un grupo religioso con prácticas y creencias que todos ellos parecen seguir todavía hoy.
---¿Qué prácticas y creencias siguen?
---Parecen afirmar la reencarnación y la preexistencia de las almas.
---Ah, vaya. Herejía gnóstica.17 ¿Es por esto por lo que dicen tener cuatrocientos años?
---Podría ser. Otón III fue aquel joven emperador que hace dos siglos afirmaba haber sido Carlomagno y que nombró un antipapa llamado Silvestre II para hacerse reelegir como Constantino Magno, heredero legítimo del imperio romano ---respondió el historiador.
---¿Carlomagno, Constantino? ¿Queréis explicarme mejor qué cosas combinó? ---preguntó el papa.
---Cierto, Excelencia. Otón III, en torno al año mil, entró en la catedral de Aquisgrán, indicó un punto en el pavimento, luego tomó un pico, se puso a cavar el suelo y encontró en un subterráneo el cuerpo de Carlomagno todavía intacto, sentado en un trono, vestido y ataviado como un obispo, con el Evangelio en una mano y el bastón de mando en la otra.
---¿Y por qué hizo eso?
---Porque decía ser su reencarnación y que había vuelto para recuperar su puesto de emperador del Sacro Romano Imperio.
---¿Y luego?
---Tomó la tiara de obispo que Carlomagno tenía en la cabeza y se la puso, luego tomó el bastón de mando y dijo que había vuelto para gobernar.
---¿Y después? ---preguntó cada vez más incrédulo el papa.
---Después, aún insatisfecho, fue a Rávena y fundó este grupo religioso particular y nombró antipapa al obispo de Rávena, con el nombre de Silvestre II, para que lo coronase emperador, igual que el papa Silvestre había coronado a Constantino emperador de los cristianos, en los tiempos de la antigua Roma ---explicó el historiador.
---¿Y por qué motivo hizo una escena de ese tipo?
---Para hacer creer que era la reencarnación también de Constantino y recuperar la autoridad que consideraba de su propiedad, es decir, los territorios que la iglesia estaba tratando arrebatar al imperio, gracias a la donación de Constantino.
---¿Entonces este dijo que era la reencarnación de Carlomagno y Constantino para recuperar la autoridad en las tierras del Sacro Romano Imperio? ---exclamó el papa.
---Estos, Santidad.
---¿Estos qué?
---También Federico Barabarroja y Federico II volvieron a exhumar el cuerpo de Carlomagno y proclamaron algo similar. Y yo apostaría a que esa tradición se ha transmitido también al astrólogo Guido Bonatti y al fraile Geremia Gotto.18
---Pero estos están todos locos.
---Ya os lo he dicho, Excelencia, que eran un poco especiales ---concluyó el historiador.
Los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos en la Romaña
¿Pero por qué la Iglesia quería la Romaña?
¿Qué había pasado entre el papado y los emperadores en esos tiempos?
Demos un salto atrás de varias décadas y echemos una ojeada a una crónica de la época.
La Romaña de 1200
Aunque casi cinco siglos antes la Romaña fue donada a la Iglesia por Pipino, rey de los francos, 19 nunca fue completamente propiedad de la misma. Por eso a menudo muchos lugares de la Romaña fueron partidarios del imperio y hacia la mitad del siglo XIII Gregorio IX trató de recuperarla por las armas. Por tanto, por las discordias que el emperador Fedrico II tenía con la Iglesia, 20 también los romañoles se dividieron en güelfos y gibelinos, como pasó en el resto de Italia.
Demos un salto atrás de varias décadas y echemos una ojeada a una crónica de la época.
La Romaña de 1200
Aunque casi cinco siglos antes la Romaña fue donada a la Iglesia por Pipino, rey de los francos, 19 nunca fue completamente propiedad de la misma. Por eso a menudo muchos lugares de la Romaña fueron partidarios del imperio y hacia la mitad del siglo XIII Gregorio IX trató de recuperarla por las armas. Por tanto, por las discordias que el emperador Fedrico II tenía con la Iglesia, 20 también los romañoles se dividieron en güelfos y gibelinos, como pasó en el resto de Italia.
Los forliveses siguieron obedeciendo las leyes del imperio, mientras los habitantes de Faenza y Rávena lo hacían a las de la Iglesia.
Forlí, antiguamente llamada Forumlivii, en particular, era una de las ciudades más gibelinas de Italia y no fue casualidad que Guido Bonatti, uno de los mejores astrólogos de su tiempo, aun habiendo nacido en Florencia, pidió y obtuvo la concesión de la ciudadanía de Forlí, al considerar ese lugar como el último con tradiciones imperiales que quedaba en el mundo después de la caída del antiguo imperio de Roma, por motivos que pronto descubriréis.
Cuando en 1240 murió Pietro Traversari, jefe de los güelfos de la Romaña y señor de Rávena,21 la propia Rávena y Faenza fueron sojuzgadas por Federico II, que entró en Romaña y las puso bajo asedio una tras otra.
Rávena cayó y se rindió en menos de una semana.
Entonces llegó el momento de Faenza para rendirse, pero la ciudad, creyendo que las fuerzas de Federico II eran insuficientes para hacerla capitular, no se rindió y el emperador la puso bajo asedio.
El asedio de Faenza
Faenza resistió siete meses, enfureciendo al propio Federico, dado que años antes ya la había conquistado y esta había pactado con él.
Además, Federico II se quedó sin oro ni dinero durante el asedio y tuvo que recurrir a la ayuda de los forliveses para expugnarla, requiriendo incluso la emisión por Forlí de augustari22 especiales en cuero, equivalentes a monedas imperiales áureas, que luego reembolsó en oro a los forliveses una vez conquistada y saqueada la ciudad.
Así, después de haber conquistado Faenza, Federico II quiso arrasarla hasta los cimientos y eliminarla de la tierra, de modo que los faentinos, derrotados, no conseguían aplacar su furia de ningún modo y empezó a desmantelarla por medio de escuadras de gastadores.
Los faentinos, sin saber qué más hacer, se dirigieron también a sus vecinos enemigos forliveses, rogándoles que intervinieran e intercedieran ante el emperador para detener los estragos que estaba haciendo en perjuicio de su ciudad.
Los forliveses atendieron las súplicas de ayuda de los faentinos y formaron una delegación para interceder ante el emperador y detener la destrucción de Faenza.
Federico, no sin objeciones y protestas contra los faentinos, a quienes consideraba traidores,23 finalmente consintió que la ciudad fuera perdonada. Sin embargo, impuso que se convirtiera definitivamente en imperial y estuviera gobernada bajo las enseñas de un alcalde de sus vecinos forliveses, dado que le habían ayudado y se habían mostrado gibelinos de corazón y alma. Por tanto, ordenó que los faentinos dejaran de hacer «cosas de güelfos» y se fusionaran con Forlí.
Así las dos ciudades, hasta la muerte de Federico, se convirtieron en dos municipios reunidos en un pequeño estado gobernado por las mismas leyes imperiales y defendido por los mismos ejércitos.
Además, Federico concedió a los forliveses, por su fidelidad, el águila negra en campo de oro24 para ponerla en su escudo municipal y el derecho a acuñar moneda imperial por la ayuda y la lealtad recibidas y los forliveses se enorgullecieron de esto.
Pero cuando Federico II murió en la Apulia en 1249 cambiaron muchas cosas, sobre todo en los años siguientes, cuando Carlos de Anjou derrotó en Benevento en 1266 al hijo de Federico II, Manfredo.
Así, los güelfos, expulsados de Florencia unos años antes, tras la derrota de la batalla de Montaperti, empezaron a recuperar fuerza en Florencia y Bolonia. En esas ciudades se inició una batalla contra el predominio de los gibelinos que se extendió brevemente a toda la Romaña, con el apoyo de la Iglesia, que reivindicaba esas tierras como suyas.
Y así, cuando Carlos de Anjou fue nombrado vicario imperial para la Toscana por parte del papa, los güelfos toscanos volvieron a Florencia y su región, mientras los gibelinos toscanos tuvieron que dejar esos lugares y refugiarse en la Romaña, que seguía siendo uno de los últimos lugares gibelinos todavía fieles a las leyes imperiales en Italia.
El dragón, la cruz güelfa y la cruz gibelina
En esos tiempos circulaban en Italia desde 1186 diversas historias de tipo apocalíptico atribuidas al profeta Joaquín de Fiore, que hablaban de la venida de un dragón con siete cabezas de siete anticristos.
Seis cabezas ya se habían asignado a diversos personajes históricos del pasado, pero la última, y la más importante, todavía estaba vacante.
Así que la última cabeza que faltaba del dragón se atribuyó rápidamente por cierto tipo de clero, que creía en las profecías de Joaquín de Fiore, a Federico II, debido al hecho de que, además de querer reformar la Iglesia, se contaba que había nacido hijo de un prelado y una antigua monja. Además, Federico II hablaba árabe, tenía una guardia árabe y durante las cruzadas se había preocupado más de hacer la paz que la guerra en Tierra Santa, así que fue llamado «el Dragón», mientras que otros entornos franciscanos y más pobres de la Iglesia, paradójicamente, le atribuían un papel de reformador, esperando que fuera un perseguidor apocalíptico de la Iglesia corrupta, especialmente de los cardenales.
Por esto, muchos frailes y sacerdotes pobres, y posteriormente también güelfos blancos, militaron en las filas gibelinas.
Los güelfos tenían como símbolo y bandera una cruz papal, mientras que los gibelinos, sin negar la existencia de Dios, oponían una cruz imperial con los colores opuestos y especulares de la güelfa, lo que reflejaba la distinta filosofía de las dos facciones.
¿Pero cómo estaban hechas y qué diferencias había entre los dos símbolos? Echemos una ojeada.
Tal vez las cruces güelfa y gibelina nacieron como símbolos, incluso antes de los güelfos y gibelinos, durante el Sacro Romano Imperio de Carlomagno.
Pero se desarrollaron durante las luchas por las investiduras entre papado e imperio, en una lucha por el derecho a elegir los emperadores y administradores por parte del papa y los obispos contra el derecho reivindicado por los emperadores a ser elegidos directamente por Dios sin la intermediación de la Iglesia.
Ambos símbolos representaban el poder de Dios, pero había entonces dos modos principales de representarlos y entenderlos.
El primero era imperial, es decir, el poder de Dios era preexistente y era concedido por Él directamente en persona a los emperadores para que gobernaran, ya desde los tiempos de la Roma antigua, mucho antes de la venida de Cristo y de la Iglesia.
El otro era el poder de la Iglesia, que, representando la voluntad de Dios sobre la tierra, hacía de intermediaria directa y a quien se había concedido el poder de control sobre los hombres por parte de Dios y era por tanto la que decidía si darlo o no a los emperadores.