El Criterio De Leibniz - Sanz Delia Nieto 9 стр.


Marlon se sentía embarazado e intimidado frente a la figura más alta de la universidad.

—Ejem..., sí, señor. Así es. Gracias a las características únicas del dispositivo que construyó el profesor Drew, y a una serie de coincidencias afortunadas, he tenido el privilegio de observar la manifestación del fenómeno. Ahora tenemos que estudiarlo a fondo y con el grupo de investigación creado por el profesor...

En ese momento la profesora Bryce abrió la puerta de par en par y entró con paso militar con la taza de té todavía en la mano, y, sin decir nada, cogió una silla y la golpeó con fuerza contra el suelo, al lado del escritorio; se sentó y miró al rector con ojos encendidos.

—¿Entonces? —preguntó con arrogancia.

McKintock estaba acostumbrado a la actitud provocadora de esa mujer y ya no reaccionaba nunca ante ella.

—Estimada profesora Bryce, Megan... —intentó suavizar la situación llamándola por su nombre, pero ella, por toda respuesta, entornó el ojo derecho y curvó las comisuras de la boca hacia abajo; posó la taza sobre la mesa con violencia, salpicando con el té caliente las notas del rector y una pequeña ánfora antigua de adorno, se cruzó de brazos y lo miró aún más letalmente.

—¿Sí, Lachlan? —dijo con voz burlona.

McKintock suspiró.

—Necesitamos su ayuda para una investigación...

—Si habéis perdido las llaves, llamad a un bedel. ¡Yo tengo cosas mejores que hacer!

—¡Maldición, Bryce! —explotó McKintock, dando un puñetazo sobre la mesa y haciendo que salpicara el té fuera de la taza. Esta saltó en la silla, asustada. Y el rector volvió a hablar, con violencia:

—Si la he mandado llamar es porque la necesito, si no fuera así habría evitado gustosamente este trance, porque no siento ningún placer teniéndola cerca, ¿está claro?

La profesora estaba pálida como una vela y lo miraba tensa, sin mover un músculo.

McKintock retomó la palabra, más calmado.

—Ya conoce al profesor Drew. Este es su estudiante de física, Joshua Marlon. —Bryce entrecerró los ojos mirando a Marlon y volvió a mirar al rector, atónita. Este continuó.

—Han descubierto un fenómeno físico revolucionario y van a empezar a estudiarlo con un grupo de investigación con los mejores científicos, elegidos por Drew. Como la investigación incluirá, en un momento dado, formas biológicas, creemos que usted podría ser la persona justa para esta tarea. ¿Va a ser de los nuestros? —concluyó con decisión.

Bryce permaneció inmóvil durante unos segundos, después se relajó y respiró por primera vez desde que McKintock había golpeado el escritorio con el puño. En ese momento había dejado de respirar.

—Señores, disculpen mi comportamiento. Rector, ¿uso de formas biológicas, ha dicho? ¿Con qué fin?

McKintock miró a Drew, que intervino de manera jovial, como si no hubiera pasado nada.

—Profesora, debo informarle de que esta investigación es secreta. — Bryce entornó los ojos. Drew continuó:

—Podemos desplazar materia, de manera instantánea, entre dos lugares distantes. Los objetos que encontró el otro día en su silla llegaron desde nuestro laboratorio, en el que Marlon y yo estábamos haciendo unos experimentos sobre el efecto apenas descubierto. Discúlpenos por el disgusto que le hemos causado, pero no podíamos saber a dónde iba a parar la materia. —Bryce abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas, y después volvió a escuchar con atención.

Drew siguió explicando:

—Con el grupo de científicos que he seleccionado, intentaremos construir una teoría que explique el fenómeno, tras lo cual podríamos intentar desplazar seres vivos, plantas y animales. Su ayuda es fundamental.

—¿Por qué me lo pedís a mí? Hay muchos biólogos muy buenos por aquí —preguntó la profesora.

—El instrumento que produce la trasferencia está regulado para que el destino sea la silla de su despacho, pero es una casualidad. No sabemos todavía cómo variar estas coordenadas, así que la primera fase de la experimentación comprenderá también su despacho. ¿Querrá ayudarnos?

La expresión de Bryce cambió completamente. Ahora estaba alegre, como una estudiante en sus primeros experimentos en el laboratorio. A lo mejor era aquella la verdadera profesora Megan Bryce: una científica que necesitaba tan solo un desafío al que hacer frente, que la alejase de la monotonía de la enseñanza con estudiantes pasotas e irrespetuosos.

—¡Por supuesto, profesor Drew! —exclamó—, pero esto tendrá un coste...

Drew la miró con expresión interrogativa, y ella continuó:

—Ahora sé a quién tengo que mandar la cuenta de la lavandería que limpió mi falda —le guiñó un ojo y salió, sonriente, del despacho.

Los tres hombres se quedaron en silencio durante unos instantes, y después McKintock concluyó:

—Es una buena mujer, en el fondo. Debe ser que está muy estresada por la vida que lleva. Hay que comprenderla. Pero creo que este proyecto la motiva mucho, y será bueno para ella y para vuestra investigación.

—¡Amén! —comentó Drew.

—Bueno, Lester —dijo el rector— ¿has comprobado si el laboratorio donde tienes el experimento sigue estando cerrado? Ordené que lo cerraran de manera oficial cuando me lo pediste.

—Era nuestra próxima etapa —respondió Drew levantándose, seguido por Marlon—. Nos veremos en cuanto todos los científicos estén aquí. Adiós, Lachlan.

—Adiós, rector McKintock —se despidió Marlon con respeto.

La puerta del laboratorio seguía sellada, y un cartel bien hecho había sustituido al trozo de papel escrito apresuradamente por Drew la noche del descubrimiento.

El profesor quitó los sellos y los dos volvieron a entrar por primera vez desde entonces. Todo estaba como lo habían dejado. Los numerosos laboratorios de la Universidad de Manchester permitían que el hecho de cerrar uno no supusiera un problema para las actividades curriculares.

Salieron y Drew volvió a sellar la puerta con adhesivos nuevos que había cogido previamente en la secretaría.

Volvieron al despacho de Drew y pasaron el resto del día reorganizando los apuntes del experimento, preparando tablas de datos y gráficos y una breve redacción sobre las acciones realizadas y los resultados obtenidos, para poder ofrecer a los miembros del grupo de investigación un cuadro sintético pero definitivo del problema que iban a estudiar. Era un punto de partida discreto, pero Drew intuía que el camino que debían recorrer iba a ser largo y complicado.

Al día siguiente Drew dio las lecciones que le correspondían, mientras Marlon permaneció en su habitación, estudiando.

Esa noche llegó Kamaranda a Manchester. Cogió un taxi para ir directamente al alojamiento que se le habían reservado en el campus, y desde allí llamó a Drew para informarle de su llegada. Cenó y se fue a dormir. A la mañana siguiente, mientras esperaban a los demás científicos, que llegarían a lo largo del día, fue a Sackville Park, justo fuera del campus, y se sentó a meditar en el banco a los pies de la estatua de Turing11. Para él era como estar bajo su higuera.

Kobayashi, Maoko y Schultz llegaron por la tarde. Novak llegó por la noche.

La primera reunión estaba prevista al día siguiente por la mañana, a las nueve, en el laboratorio del experimento.

La aventura iba a comenzar.

Capítulo IX

Unos sentados en las sillas y otros en los taburetes, los participantes se dispusieron en semicírculo alrededor de la mesa sobre la que el artilugio que Drew había construido parecía un prototipo anónimo para un experimento de electrodinámica. El profesor estaba cercano a las regulaciones micromecánicas, mientras Marlon estaba sentado frente al ordenador.

Drew empezó a hablar.

—Parece ser que el montaje que tenéis frente a vosotros es capaz de intercambiar dos porciones de espacio distantes. Es decir, lo que está en el punto A se intercambia instantáneamente con lo que está en el punto B.

Al oír este anuncio, a Schultz casi se le salieron los ojos de sus órbitas, quizá previendo la relación con lo que sus estudios sobre la relatividad ya habían insinuado.

Kamaranda permaneció absorto, como en meditación, mientras Kobayashi empezó a observar con una leve sonrisa el generador de alta tensión y las conexiones entre los distintos componentes del dispositivo. Maoko, a su lado, miró el montaje con expresión escéptica.

Novak observaba la escena con frialdad, sin mostrar ninguna reacción, mientras Bryce sonreía con una sonrisa de anticipación.

McKintock estaba sentado con los brazos cruzados, esperando.

—Ahora haremos una demostración del efecto. Nuestro punto A está sobre esta placa —continuó Drew, señalando la posición—. El punto B está sobre la silla de la profesora Bryce, en su oficina, a trescientos metros de aquí. Hemos colocado una cámara que enfoca a su silla, a la que hemos conectado la pantalla que está al lado de la placa.

Drew cogió un bloque de plástico blanco de una caja y lo colocó sobre la placa.

—Observad el trozo de plástico y la pantalla.

Todos fijaron sus ojos en el punto indicado.

Con voz baja, Drew ordenó a Marlon:

—¡Vamos!

Marlon apretó una tecla y el bloque de plástico despareció de la placa y apareció en el campo de la cámara, en medio del aire, cayendo inmediatamente sobre la silla de la profesora Bryce.

A todos los presentes se les cortó la respiración por el desconcierto. Algunos se pusieron de pie y se acercaron para examinar la placa de la que había desaparecido la materia.

Novak estaba pálida, mucho más blanca de lo que su condición de noruega le otorgaba.

Kobayashi había dejado de sonreír. Con el ceño fruncido observaba el invento, mientras Maoko tenía los ojos desorbitados por el estupor.

Schultz estaba radiante. De pie al lado de la mesa, miraba la pantalla como si se viera el nacimiento de su primer hijo.

McKintock estaba satisfecho y disfrutaba ya de los beneficios para la Universidad, mientras Kamaranda parecía ya meditar sobre el modelo matemático de lo que acababa de ver.

—¡Profesora Bryce! —exclamó Marlon.

Todos se volvieron hacia la silla ocupada por ella.

La profesora se había desmayado y yacía, abandonada, contra el respaldo, con la cabeza vuelta hacia atrás y los brazos inertes a los lados.

El rector se situó delante de ella y la agitó vigorosamente por los hombros.

—¡Megan! ¡Megan! —la llamó, gritando.

Bryce no reaccionaba, por lo que McKintock le dio dos fuertes bofetadas y la llamó de nuevo:

—¡Megan! ¡Megan!

La mujer abrió los ojos y se agitó, incorporándose, desorientada. Estaba pálida como un cadáver.

—¿Qué... ha pasado? —preguntó.

—Se ha desmayado, profesora Bryce —respondió el rector—, ¿cómo se siente?

—Mejor, gracias. Estoy un poco mareada, pero se me pasará. Me arden las mejillas. No lo entiendo —dijo Bryce, dándose un masaje en la cara.

McKintock comenzó a reír, mientras todos los demás se miraban con expresión divertida.

—Marlon, haz un té para la profesora, rápido. Con mucho azúcar, mejor —dijo Drew.

El estudiante se retiró al rincón del laboratorio que servía de cafetería y empezó a preparar la tetera.

—¿Ha desayunado por la mañana, profesora Bryce? ¿Podría ser que tuviera un nivel bajo de azúcar en sangre? —preguntó Drew.

—Sí, he desayunado —respondió la mujer—. No ha sido la falta de alimento lo que ha hecho que me desmaye, ¡sino la gran emoción que he sentido al ver funcionar el experimento!

Todos la miraron, perplejos.

—¿Pero, no lo entendéis? —exclamó Bryce—. Con un instrumento como ese podremos conseguir muestras de lugares inaccesibles, como los fondos oceánicos, el núcleo terrestre, ¡el interior de los seres vivos! Y sin ningún esfuerzo. Pensad a la curación de enfermedades. No hará más falta abrir un vientre para extirpar masas tumorales de manera estimativa e incompleta. Bastará regular correctamente el aparato sobre la silueta del tumor y realizar el intercambio. El tumor desaparecerá del cuerpo del enfermo, sin que tenga que ver siquiera un bisturí. ¡Nos encontramos frente a una nueva era en el campo de la biología y de la medicina!

—Aquí tiene el té, profesora —dijo Marlon acercándole la taza, que ella tomó con gratitud.

—Tome alguno de estos —intervino Maoko, ofreciéndole unos dulces que llevaba en una bolsa—. Son muy nutritivos.

—Gracias, señorita Yamazaki —aceptó Bryce. Bebió unos sorbos de té y después comenzó a mordisquear las pastas—. ¡Qué buenos! ¿De qué están hechos?

—Son productos naturales, sin colorantes ni conservantes —declaró inocentemente Maoko. Omitió precisar que estaban hechos fundamentalmente de judías Azuki, ya que conocía la dificultad de los occidentales para apreciar dulces que no estuvieran basados en harina de algún cereal.

La profesora Bryce comía con apetito y se había recuperado completamente.

Los otros se habían relajado, mientras tanto, y habían vuelto a sus puestos.

—No había pensado a todas estas implicaciones —admitió McKintock, pensativo, que hasta entonces sólo había pensado en el transporte de objetos—. En efecto, las posibilidades de aplicación son enormes. Con este sistema podremos revolucionar la ciencia y la técnica.

—Por eso estamos aquí —dijo Drew, dirigiéndose a todos ellos—. Tenemos que estudiar este fenómeno y llegar a controlarlo. Durante los experimentos que hemos hecho hasta ahora Marlon y yo hemos conseguido cambiar la forma y la dimensión de la materia desplazada, pero nunca hemos podido cambiar el destino, el punto B, no sabemos por qué. El material que os hemos dado esta mañana contiene la información sobre el dispositivo, y los informes de cada transferencia de materia que hemos realizado, con los parámetros correspondientes, las regulaciones micrométricas, la energía utilizada y el resultado obtenido. Ahora tenemos que encontrar la base teórica del experimento.

—¿A qué debía servir esta máquina? —preguntó Kobayashi—. ¿Por qué la construiste, al principio?

—Quería hacer experimentos sobre una ionización a baja energía de los gases —mintió Drew, para no revelar su tentativo pueril de liberarse del yugo de su hermana con el corte de césped.

—Entiendo. —Kobayashi empezó a ojear la documentación—. ¿Has intentado sustituir este generador y ver si el efecto se sigue produciendo? —preguntó, señalando una parte del esquema.

—No, Nobu. No hemos modificado nada, para no arriesgarnos a perder para siempre la posibilidad de realizar el experimento con éxito.

—Muy bien, Drew-san. Lo primero que hay que hacer, sin duda alguna, es construir un sistema idéntico a este y ver si funciona.

Drew no lo había pensado.

Era obvio que Nobu tenía razón.

—Marlon, haz una copia de la lista de elementos y consigue rápidamente todos los elementos disponibles comercialmente. Algunas partes las construimos a mano. Me ocuparé de ello personalmente. —Miró a su grupo de investigación—. Compañeros, ¿qué pensáis de todo esto?

Schultz estaba hablando con Kamaranda. Interrumpió lo que decía y se dirigió a Drew.

—Lester, nos parece muy extraño que hayas podido producir un efecto tan revolucionario con un método tan simple. Piénsalo un poco. Han pasado ya dos siglos que el hombre experimenta con los campos electromagnéticos, usando las máquinas más complejas con los enfoques más variados. En todo este tiempo, es sorprendente que nadie se haya topado nunca con este fenómeno.

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