Hubo un momento de silencio, y el banquero bajó los ojos, aunque era Ernest, que parecía muy seguro de sí mismo, quien sentía en el fondo un gran malestar frente a aquel hombre tan imponente que incluso cuando hablaba de fantasmas parecía que hablase de la cosa más natural del mundo.
—Tiene razón, pero es que esta historia me incomoda y no veo la hora en que usted acepte mi propuesta y resuelva el misterio —dijo Houg, como para justificar su incomodidad y su comportamiento extraño.
—En primer lugar, no he recibido todavía ninguna oferta y, en segundo lugar, no creo poder resolver todo como si tuviera una varita mágica —respondió Ernest.
—Si aceptara mi propuesta, usted mismo pondría el precio; eso no es ningún problema para mí. Espero sinceramente que usted acepte, porque tanto su amigo como yo confiamos plenamente en usted —concluyó Houg.
Ernest estaba a punto de responder cuando entró una muchacha en el salón. A juzgar por su uniforme debía ser una camarera. Era una muchacha muy guapa, con el pelo rubio y corto. En cuanto vio a los dos hombres que estaban hablando con Houg dio un paso hacia atrás, casi asustada.
—Dime, Rebecca, ¿qué sucede? —preguntó Houg.
—Oh... perdónenme. Pensaba que estaría usted solo. Dejo de molestarles inmediatamente —dijo la muchacha, y salió de la estancia rápidamente.
—Es la niñera; fue ella quien encontró a mi hijo en el estado del que le hablé antes —dijo Houg—. El resto de la información se la daré solo en caso de que acepte mi propuesta.
—En ese caso, le haré saber —respondió Ernest, e hizo un gesto a Roni para señalar que la visita había acabado.
—Espero tener noticias suyas sin tardar —dijo Houg mientras les acompañaba a la puerta.
Ernest hizo un gesto con la cabeza para asentir, y salió, yendo directamente hacia el coche. Por el contrario, Roni se quedó atrás, hablando con Houg.
—Todo esto es un poco extraño —comentó Ernest en cuanto Roni se reunió con él.
—¿El qué? —preguntó Roni.
—Todo. La historia del fantasma, Houg que quiere contratarme para resolver el problema. ¿No te parece extraño a ti también?
—No, personalmente no veo nada raro. Solo espero que no estés molesto conmigo por no haberte dicho nada —respondió Roni.
—Hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo es que una persona con la influencia y el poder de Houg me quiere contratar justamente a mí para resolver este caso? Si lo quisiera, podría tener un ejército de investigadores, por no hablar de que podría contar con la total disponibilidad de Scotland Yard. ¿Por qué solo un hombre? ¿Por qué? —se volvió a preguntar Ernest, hablando consigo mismo, a pesar de lo cual Roni sintió que tenía que responder:
—Tus preguntas son muy razonables, pero si has prestado atención te habrás dado cuenta de que tuvo una experiencia muy desagradable hace un año, cuando murió su mujer. La mayor parte de la prensa trató el tema durante mucho tiempo, y algunos periódicos publicaron incluso que la culpa de su muerte era justamente suya, de Houg.
—¿En qué sentido podía ser culpa de Houg? —preguntó Ernest con curiosidad.
—Bueno..., es difícil de entender. Solo sé que su mujer pasó los últimos meses de su vida en un hospital psiquiátrico porque sufría una depresión profunda. Parece ser que se volvió violenta y peligrosa y no podía seguir viviendo con ellos en la casa. La versión oficial de su fallecimiento es que murió como consecuencia de una fuerte crisis de nervios que le provocó un paro cardíaco. En algunos artículos se decía que se trataba de un suicidio y que Houg la había ayudado.
—En otras palabras, un homicidio —le interrumpió Ernest, que después preguntó—: ¿Y cuál habría sido el motivo?
—Nadie lo sabe. Alguien escribió que tener una mujer en un estado así podría haber sido un motivo de vergüenza, al ser un hombre tan conocido.
—A mí no me convence. ¿Cómo puede un hombre querer matar a su mujer solo porque le puede causar situaciones embarazosas? —murmuró Ernest sacudiendo la cabeza.
—Bueno, eso es lo que se estuvo rumoreando. Un poco más tarde no se habló más del caso y Houg, por su parte, declaró que iba a querellarse contra todos los periodistas que habían insinuado ese tipo de cosas. Además, todo el mundo sabía que él amaba a su mujer.
—Esto también es muy extraño —dijo Ernest, y continuó—: ¿Por qué dijeron los periódicos que se trataba de un simulacro de suicidio?
—No lo sé —dijo Roni.
—¿Es posible que una crisis de nervios pueda provocar un infarto?
—No lo sé, Ernest, para eso es mejor que hables con un médico, yo no puedo decirte nada. ¿Por qué te interesa tanto esta historia? —preguntó Roni, que no entendía a dónde quería llegar su amigo.
—Nuestro señor Houg es un hombre lleno de enigmas, ¿no te parece? —consideró Ernest.
—Solo es un hombre rico, y como todos los hombres ricos, es muy envidiado y, sobre todo, objetivo prioritario de todo tipo de ataques. Naturalmente, puede hacer cometido errores, pero sostener que sea un asesino me parece un poco exagerado —replicó Roni.
—Pero ¿por qué los periódicos escribieron que se había simulado un suicidio? ¿Qué sentido tiene esto? Si el motivo de la muerte fue un infarto, ¿por qué razón habría que hacer que pareciera un suicidio? —preguntó de nuevo Ernest, demostrando no dar ninguna importancia a las palabras de Roni.
Este se estaba poniendo nervioso por la obsesión de su amigo. Para Roni la historia de cómo había muerto la mujer de Houg era agua pasada. Quería cambiar de tema, pero sabía que con Ernest eso era muy difícil. Cuando se le metía algo entre ceja y ceja no abandonaba nunca.
—Es muy extraño, ¿no te parece? Realmente extraño. Si lo piensas bien, la versión oficial no tiene sentido..., o sea..., en el certificado de defunción de la señora Houg supongo que estará escrito que falleció como consecuencia de un infarto, pero alguien escribió que habían simulado un suicidio. Sigo preguntándome por qué —continuaba Ernest, que parecía que esperase una respuesta de Roni.
—Por favor, Ernest, ¡deja de repetir cien veces lo mismo! Esta historia ya está cerrada y no tiene ninguna importancia y además solo eran rumores, ¡y no hay nada más que hablar! —exclamó Roni, y, para cambiar de tema, preguntó—: ¿Has visto qué niñera más guapa tiene el señor Houg?
—Sí, es realmente una chica muy guapa. Cuando la he visto me ha parecido que la conocía; a lo mejor la he visto en algún sitio y no me acuerdo dónde.
—A mí también me dio esa impresión cuando la vi la primera vez. Pero es porque tiene una cara muy común —dijo Roni, contento de que la conversación discurriese por otros derroteros.
Sin embargo, no había calculado bien la capacidad de Ernest de aferrarse a un tema hasta que no había entendido todo.
—Tú sabes qué periódicos escribieron sobre Houg y la muerte de su mujer, ¿verdad?
—Casi todos. Ahora no recuerdo bien cuáles, porque hace ya más de un año. Dime la verdad, Ernest, ¿por qué estás haciendo todas estas preguntas? ¿Por qué te interesa tanto cómo murió Margaret Houg? —preguntó Roni a su amigo.
—Porque voy a tener que tratar con su fantasma, y creo que sería mejor saber cómo murió, ¿no te parece? —respondió el detective, mirando a su amigo a los ojos.
—¿Estás diciendo que aceptas la propuesta? —preguntó Roni, esperanzado.
—Exacto. ¿Cómo podría rechazar una propuesta así? Ni siquiera tendré que esforzarme mucho, visto que Houg me ha dado ya dos pistas.
—¿Qué pistas? —preguntó de nuevo Roni.
—Una: habrá una explicación lógica. Dos: todo podría estar causado por la imaginación del hijo... —respondió Ernest, que parecía un poco nervioso.
—¿Me equivoco, o no te gusta mucho el señor Houg?
—Más que nada, no me parece muy honesto —respondió de nuevo Ernest, y continuó—: No lo conozco, pero creo que no está diciendo toda la verdad y no soporto su manera arrogante de hablar.
—A mí me ha parecido muy educado —comentó Roni.
—A lo mejor. Pero no me ha gustado nada su intento de condicionarme, diciéndome que a lo mejor todo era fruto de la imaginación del hijo.
—No creo que Houg quisiera condicionarte. Solo está preocupado por la situación y ha querido darte su opinión al respecto. No veo nada malo en esto. ¿Cuándo piensas comunicarle tu decisión a Houg?
—Lo antes posible; aunque la historia que nos ha contado Houg no me convence mucho.
—Si necesitas ayuda, basta con que me lo pidas y estaré feliz de dártela —dijo Roni, pero Ernest estaba pensando y parecía que no lo había escuchado en absoluto—. Vale, lo he pillado, ya no hablo más —volvió a decir Roni, y se quedó en silencio.
En el mismo instante sonó el teléfono y James Houg descolgó.
—¿Entonces? —preguntó una voz desde el otro lado.
—Creo que podremos hacerlo. Te daré una respuesta muy pronto —dijo Houg.
—Muy bien, señor Houg, veo que empieza a comprender —replicó su interlocutor, que colgó bruscamente.
Houg permaneció con el teléfono en la mano por unos minutos, después colgó y salió del estudio.
III
Luisa no podía comprender qué la había empujado a llamar a Ernest e invitarlo a cenara su casa. Ya era demasiado tarde para cambiar las cosas; él iba a llegar en unos minutos. Estaba segura de que durante la cena la conversación iba a tomar una dirección que no le iba a gustar en absoluto. Ernest iba a hacer preguntas legítimas, para cuya respuesta ella no estaba preparada, y eso iba a volver a hacerle daño otra vez. Se sentía estúpida, pero lo que peor le hacía sentirse era que ya no podía hacer nada; solo esperar los efectos colaterales de su brillante idea. Estaba pensando estas cosas cuando sonó el timbre.
Luisa fue a abrir y se sintió terriblemente culpable cuando vio a Ernest con un gran ramo de rosas en una mano y una botella de vino en la otra.
—Las rosas son todas para ti, pero el vino es para mí —dijo Ernest, que se sentía el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.
—Son preciosas, pero no tenías que haberte molestado.
—¡Pero qué molestia! Has asumido el difícil desafío de alimentarme esta noche, y esto es lo mínimo que podía hacer para corresponder —respondió Ernest sonriendo.
Luisa permaneció inmóvil delante de la puerta, cogió las rosas pero no supo qué decir. Ernest, que no había perdido el uso de la palabra, preguntó:
—¿No sería mejor entrar, ahora?
—Por supuesto, perdona. Pasa, por favor —dijo Luisa, liberando la entrada.
—Me gusta tu casa, realmente, muy bonita —dijo Ernest en cuanto entró, pero no recibió respuesta—. Supongo que estás a gusto en este apartamento —continuó entonces.
—Sí, a decir verdad me siento muy bien —respondió Luisa, colocando las flores en un jarrón—. Está muy bien, la verdad. Estoy pensando casi en mudarme aquí. ¿Qué te parece? ¿Te gusta la idea?
—No me parece una buena idea que... —Ernest interrumpió la frase—. Dime la verdad: no estás nada contenta de haberme invitado, ¿o me equivoco?
—No, no. Es que me resulta extraño estar cenando contigo otra vez después de todo este tiempo —dijo Luisa, intentando sonreír.
—Han pasado solo diez meses, tampoco es tanto tiempo —murmuró él—. Pero aprecio mucho tu invitación y no veo nada raro en que cenemos juntos. Para mí es lo más normal del mundo y no...
—¿Desde cuándo te has vuelto tan parlanchín? —lo interrumpió Luisa, sonriendo sinceramente.
—¡Qué ven mis ojos! Luisa está sonriendo, no me lo puedo creer —dijo Ernest, bromeando.
Quizá no se podía hablar de sonrisa propiamente dicho, pero, ciertamente, estaba más relajada. Ernest se acercó y la abrazó para mostrar su aprobación.
—Entonces, ¿todo bien? —siguió él—. Ves, no hace falta tanto para sentirse mejor.
—Felicidades, te has vuelto un parlanchín con un agudo sentido del humor. No me lo habría esperado de ti.
—Lo sé. Desgraciadamente tienes una idea equivocada de mí, qué le voy a hacer.
»¿Qué es este olor delicioso que viene de la cocina?
—Lo verás dentro de poco —respondió Luisa.
—Eres una cocinera muy buena. Me has cocinado cosas riquísimas; todavía hoy echo de menos tus empanadillas de carne...
—¿Cómo va el trabajo? —interrumpió Luisa, para cambiar de tema—. Ahora eres investigador privado, ¿verdad?
—Sí, aunque, a decir verdad, no he tenido mucho trabajo. Aunque hace muy poco recibí una propuesta seria.
—¿De qué se trata? Si no es indiscreción... —preguntó Luisa.
—Tengo que atrapar a... una mujer.
—¿Algún marido celoso te ha puesto a vigilar a su mujer? —supuso Luisa, sonriendo—. No consigo imaginarte como un mirón.
—No, te equivocas, no se trata de eso. Sería más fácil. Es mucho más complicado de lo que parece. Desgraciadamente no puedo decir nada más.
—Entiendo, secreto profesional. Ya no te hago más preguntas. Ahora es mejor que cenemos, creo que la cena está ya lista —dijo Luisa, y fue a la cocina.
Ernest se acercó a la mesa y justo cuando iba a sentarse sonó el teléfono. Luisa salió de la habitación y respondió:
—¿Dígame? Sí, está aquí. Te lo paso.
»Es para ti —dijo a Ernest, que se levantó sorprendido y con curiosidad por saber quién lo estaba buscando.
El estupor creció cuando oyó la voz de Roni desde el otro lado del teléfono.
—¿Qué quieres, Roni? —preguntó—. ¿Qué ha pasado?
—Sé que no es el mejor momento para molestarte, pero ha vuelto a suceder.
—¿El qué?
—El fantasma ha aparecido de nuevo y el señor Houg nos está esperando.
—Me importan un bledo el fantasma, el señor Houg e incluso tú, Roni. Todavía no he comido y no tengo ninguna intención de moverme de aquí. ¿Está claro? —respondió Ernest, que estaba realmente enfadado. Pero Roni no tenía ninguna intención de abandonar.
—Sé que me vas a odiar a muerte, pero estaré en casa de Luisa en diez minutos para recogerte e ir a casa del señor Houg.
Ernest no daba crédito a lo que oía. Finalmente había conseguido estar a solas con Luisa y Roni estaba dispuesto a arruinar todo por ese maldito fantasma, que había encontrado la tarde más apropiada para hacer su aparición.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Luisa.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
—Desgraciadamente, sí —respondió Ernest—. Roni viene para acá y tengo que marcharme con él.
—¡Lo siento muchísimo! —dijo Luisa.
—Yo lo siento más. El destino está contra nosotros. Parece que no podemos estar los dos tranquilamente, ¿eh?
Luisa no sabía qué decir. Miró a Ernest y, por la expresión de su cara, comprendió que estaba realmente molesto.
—Bueno, tendremos otras ocasiones para vernos, ¿no crees?
Ernest no respondió enseguida. La miró a los ojos, y habría querido creer que habría otras ocasiones, pero, conociendo a Luisa, sabía que sería muy difícil.
—Lo mejor ahora es abrir la botella de vino, así por lo menos habremos brindado —dijo él.
Luisa asintió y llevó dos copas.
—Este brindis es a nosotros dos, esperando volver a vernos lo más pronto posible, si Roni quiere —dijo Ernest, y acercó su copa a la de Luisa, que hizo lo mismo.
Apenas habían comenzado a beber cuando sonó el timbre.
—Aquí está —dijo él.
Luisa fue a abrir.
—Buenas noches —dijo Roni a Luisa—. Siento molestaros, pero se trata de una emergencia.
—Sí, Roni, sabemos lo mucho que lo sientes, pero ahora será mejor que nos vayamos —dijo Ernest, que se despidió de Luisa y salió. Roni hizo lo mismo.
Después de cerrar la puerta, Luisa permaneció inmóvil en el salón, pensando en lo que había pasado. Ernest la había dejado confundida. ¿A lo mejor lo amaba todavía? ¿Quizá solo era ternura? Un fuerte olor a quemado la hizo volver a la realidad.
—¡Algo huele a chamusquina en esta historia! —dijo.
Mientras se dirigían hacia el coche de Roni este miraba a Ernest, el cual, extrañamente, parecía tranquilo.
—Mejor si vamos con el mío —dijo Roni—. No te preocupes. Usaremos el tuyo otras veces.