Atropos - María Acosta 2 стр.


Además de ir al colegio, hace algo útil y remunerativo, aunque fuese poco lo que podía reunir.

No era mucho, pero para un chaval que estudia siempre es mejor que nada.

Era así como hablaban sobre el trabajillo que había encontrado su hijo.

No es el único, de esta forma ha conocido otros chavales de su edad con quienes, a veces, sale a pasear, se encuentran en los jardines Margherita o en la Plaza Mayor el sábado después de comer, se divierten, y a veces se va a cenar fuera con ellos.

Con el poco dinero que gana se lo puede permitir sin que nosotros le demos ni un euro.

Era un trabajo fácil, se trataba sólo de repartir publicidad. ¿Quién no sabría hacer un trabajo semejante? Sólo hacía falta distribuir los panfletos publicitarios por todas partes. En los edificios, en los lugares públicos o en la calle, y nada más. No le pedían nada más, ninguna obligación.

Fácil, tan fácil como beber un vaso de agua.

Y era aquello lo que hacía cada día después de comer, una hora o al máximo dos al día, sólo en los días entre semana, después de haber ido a la escuela y haber terminado los deberes. El fin de semana reposaba, se divertía y gastaría una parte mínima del dinero ganado: como muchacho diligente que era, había llegado a un acuerdo con sus padres para que se quedasen la mitad; ahora que tenía la posibilidad, quería contribuir en lo que podía con los gastos de la casa.

Continuaba de esta manera con su trabajo, con la típica frivolidad de su edad, sin preguntarse ni siquiera qué clase de publicidad era.

4

La tarde del mismo día, a las 18:30, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a vía Cracovia para hablar con Paolo Carnevali.

Tocaron el timbre y después de algunos minutos entraron en su apartamento.

“Me han avisado hace un rato de vuestra llegada,” explicó el hombre. “Os estaba esperando. Poneos cómodos en la sala.”

Se sentaron a una mesa rectangular de medianas dimensiones y, después de las presentaciones, Zamagni comenzó a hablar.

“Nos debe perdonar por la hora. No sé si está habituado a cenar pronto, de todas formas no tardaremos mucho.”

“No se deben preocupar,” respondió Carnevali. “Ante todo me gustaría saber el motivo de vuestra visita.”

“Querríamos que nos hablase de Lucia Mistroni.”

“¿Qué ha hecho? ¿Le ha sucedido algo?”

Parecía que no supiese nada de lo que le había ocurrido a su ex novia o, si lo sabía, lo escondía muy bien.

“Esta mañana su madre la ha encontrado muerta en su piso.”

Paolo Carnevali cerró los ojos durante un momento, a continuación los abrió y dijo: “Lo siento muchísimo. ¿Cómo ha sucedido? ¿Habéis ya descubierto algo? Imagino que, si estáis aquí, es demasiado pronto para saber el nombre del culpable.’”

“Todavía estamos trabajando en ello,” explicó Zamagni, “Por el momento sabemos que la madre fue a casa de la hija y, no recibiendo ninguna respuesta, volvió a su casa a coger su copia de las llaves. Cuando ha abierto la puerta del piso Lucia Mistroni estaba tendida en el suelo.”

A menos, por el momento, no dijo nada sobre las llamadas amenazantes.

“Espero que podáis encontrar pronto al culpable. ¿Por qué habéis venido a hablar conmigo? No veía a Lucia desde que nos habíamos separado, algunos meses atrás.”

“Debemos seguir todas las pistas y la del ex novio es una de ellas.”

“Como os he dicho, yo no sé nada. No veía a Lucía desde hace meses.”

“Sabemos que en los últimos tiempos os peleabais a menudo,” dijo el inspector.

“¿Os lo ha dicho la madre?”

“Sí.”

“Entiendo. Muy bien, en el último período de nuestro noviazgo peleábamos, pero esto no significa que yo sea culpable.”

“No queremos decir esto. Como le he dicho, debemos seguir cada pista que nos pueda llevar al responsable de todo lo que ha ocurrido. ¿Por qué os peleabais?”

Hubo una pequeña pausa, durante la cual Paolo meditó antes de responder: “Podríamos decir que cualquier pretexto era bueno para comenzar una acalorada discusión entre nosotros. La relación, por alguna razón, había tomado este camino en los últimos meses. Peleábamos incluso por las cosas más tontas.”

El agente Finocchi estaba tomando apuntes, anotando la más mínima cosa.

“Comprendo,” dijo el inspector. “Parece ser que la señorita Mistroni, desde hacía un tiempo, recibía llamadas telefónicas amenazantes. ¿Tiene idea de quién pudiese hacerlas? Que usted sepa, ¿conoce a alguien capaz de llegar tan lejos? Alguien que conociese a Lucia y con el que hubiese ocurrido algo particularmente desagradable.”

“No puedo ayudarles, lo siento.”

Al parecer, del señor Carnevali no iban a obtener nada, al menos por el momento.

“Muy bien. En el caso de que recordase alguna cosa con respecto a la señorita Mistroni, llámenos y pregunte por mí.”

El hombre asintió.

“Ah, una última cosa,” dijo el inspector Zamagni despidiéndose antes de descender las escaleras, “Permanezca disponible.”

5

“¿Puedo pagar con la tarjeta de crédito?”, preguntó la mujer.

“Por supuesto,” le contestó la empleada del gimnasio.

“Perfecto. ¿Qué documento debo rellenar para inscribirme?”

“Aquí lo tiene. Rellene todos las secciones y, si tiene alguna duda, no dude en preguntar,” le recomendó la rubia que estaba detrás del mostrador. “Escriba en letras mayúsculas.”

La otra mujer asintió y cogió el bolígrafo que encontró atado a un cordoncillo.

“¿Mariolina Spaggesi? ¿Es correcto?” peguntó la empleada.

“Sí.”

“¿Y vive en vía San Vitale número 12, verdad?”

“Exacto.”

“Bien. Yo diría que todo es perfectamente legible.”

A continuación le dio un folio en el que estaba especificado el reglamento del gimnasio.

Mariolina Spaggesi lo plegó, lo metió en el bolso y, saliendo, se despidió de la otra mujer, para después tomar el camino hacia su casa.

No veía la hora de comenzar: desde hacía tiempo se había prometido a si misma asistir a un gimnasio, por libre, sin obligaciones de horarios, y finalmente aquel día había tomado la decisión de pararse.

Pasaba delante de él casi todos los días porque estaba en el trayecto que unía su casa con su puesto de trabajo y a menudo prefería dar un paseo antes que utilizar los medios de transporte públicos. Los consideraba focos de virus gripales y, en el fondo, caminar, como le habían dicho, era beneficioso para la salud.

Aquella tarde llegó a casa y, después de haber cogido el correo y haber tomado una cena rápida con una pizza entregada a domicilio, se fue a dormir a las 21 horas: estaba cansadísima, debido a la pesada jornada laboral, y se quedó dormida al instante.

Fue a la mañana siguiente, durante el desayuno, cuando comprobó el correo que la noche anterior tan sólo había dejado encima de la mesita de la sala de estar.

Algunos folletos publicitarios, una postal enviada por una amiga que estaba de vacaciones en el norte de Europa y un sobre blanco donde estaba escrito X MARIOLINA SPAGGESI y la dirección, escrito todo en letras mayúsculas.

No sabía quién era el remitente, porque evidentemente no había querido que se supiese o porque, quizás, se daba a conocer en el interior del sobre mismo, o por cualquier otro motivo que Mariolina ignoraba.

Apoyó la taza de café con leche sobre la mesita y abrió el sobre, con mucha curiosidad por saber cuál podía ser el contenido.

Era muy ligero y, aparentemente, parecía que no contuviese nada.

En realidad, había algo en su interior, y precisamente una tarjeta de visita. El texto decía:

MASSIMO TROVAIOLI

Direttore Marketing

Tecno Italia S.r.l.

Al final de la tarjeta de visita había escrito un número de teléfono de empresa, de un teléfono móvil, también de empresa, y una dirección de correo electrónico personal.

Con las manos temblorosas, a Mariolina le cayó el sobre al suelo y la tarjeta de visita revoloteó durante un momento antes de caer también. Releyó una segunda vez todo, después de lo cual se debió sentar para intentar comprender qué estaba sucediendo.

6

Los resultaos de los análisis de la Policía Científica del piso de Lucia Mistroni y de la autopsia de su cuerpo llegaron bastante rápido y casi con el mismo tiempo de espera.

En la casa de la muchacha no se encontró, aparentemente, nada particularmente interesante, al menos en un primer momento.

Dejemos los precintos hasta que concluya esta historia, había especificado Zamagni, porque sabía que la contaminación de la escena de un crimen habría podido probablemente confundir las investigaciones y retardar la resolución. Además, podrían necesitar volver a aquel piso para posteriores comprobaciones.

El piso parecía completamente ordenado, sin nada que estuviese fuera de lugar. Esto podía significar que el culpable de aquel crimen no buscaba nada preciso cuando había ido a casa de Lucia.

Y, además, la cerradura de la puerta de entrada estaba bien, sin trazas de haber sido forzada.

Por lo tanto, probablemente Lucia Mistroni conocía a su asesino.

La autopsia no había sacado a la luz ninguna señal de resistencia. La mujer se había golpeado la cabeza, quizás de forma letal y, en consecuencia, había caído al suelo.

“Lo que tenemos hasta el momento no nos lleva a ninguna parte,” dijo el inspector Zamagni mientras hablaba con el capitán Luzzi en su oficina.

“Propongo buscar mejor entre sus parientes, sus amigos y conocidos” dijo el capitán. “Por lo menos conseguiremos obtener un poco más de información sobre la muchacha.”

“Estoy de acuerdo.”

“Que le ayude el agente Finocchi. Dividíos el trabajo, para empezar. Volved junto a la madre, a continuación, según lo que os diga, hablad con las personas que conocían a la hija.”

Terminada la conversación Zamagni y Finocchi salieron para ir a hablar de nuevo con la madre de Lucia Mistroni. El tráfico rodado de aquella mañana era insoportable, de todos modos consiguieron llegar al destino en un tiempo razonable. La señora les había dado su dirección antes de salir del piso de la hija el día anterior.

Cuando la mujer vio a los dos policías estaba a punto de entrar en la casa después de haber pasado por la frutería.

Les pidió que se acomodasen y les preguntó si querían algo de beber.

“Muy amable,” le agradeció el inspector “Aceptaría encantado un vaso de agua.”

“Lo mismo para mí, gracias”, dijo Marco Finocchi.

La mujer echó el agua en dos vasos de vidrio bastante amplios y se los dio a sus huéspedes.

“Necesitamos de nuevo que nos ayude,” dio el inspector después de haber bebido un sorbo.

“Díganme.”

“¿Podría hacernos una lista de todas las personas que conocía su hija? Quiero decir de parientes, amigos y conocidos. Con respecto al lugar de trabajo basta con que nos diga el nombre de la empresa.”

La mujer cogió un folio, comenzó a escribir y, una vez terminado, los dos policías se dieron cuenta que iban a tener que trabajar duro para conseguir hablar con todos en el menor tiempo posible.

Zamagni cogió el papel, lo dobló y se lo metió en el bolsillo.

“Desde la última vez que nos hemos visto, ¿ha recordado algo que usted cree que pueda ayudarnos en nuestro trabajo?’” preguntó a continuación.

“Por el momento, no, pero no me he olvidado. En el momento en que sepa algo, no dudaré en llamaros”

“Muchas gracias”, dijo Marco Finocchi.

“Ahora nos debemos marchar. El trabajo nos espera.” Esta vez había sido el inspector Zamagni el que había hablado.

Los dos policías se levantaron casi al mismo tiempo, se despidieron de la mujer y salieron.

Se percataron de que el folio que les había dado la mujer era muy detallado: por cada nombre de la lista había especificado qué tipo de conocido o pariente era y, de aquellos que lo sabía, había escrito incluso la dirección.

Zamagni decidió que comenzarían con los nombres de los cuales tenían la información completa y dejarían a los agentes que trabajaban en las oficinas la tarea de completar la lista con los datos que faltaban.

El inspector se ocuparía de los parientes y el agente Finocchi de los amigos.

Antes de comenzar la dura tarea de recogida de información se pasaron por la comisaría de policía y Zamagni aprovechó para hacer dos fotocopias de la lista que había escrito la mujer: una copia se la dio al agente Finocchi, otra al agente encargado de buscar los datos que faltaban y Zamagni guardó en su bolsillo el original.

7

El autobús estaba a rebosar a aquella hora de la mañana: muchos estudiantes iban a la escuela y ocupaban la mayor parte de los asientos. El hombre, de todas formas, no tenía ningún problema para quedarse de pie, porque sabía que el trayecto que haría sería bastante corto.

En cuanto llegó a la parada más próxima a su destino descendió y se puso a andar a lo largo de la acera.

Atravesó la circunvalación y comenzó a recorrer la Calle Mayor en dirección al centro de la ciudad. Casi ciento cincuenta metros más adelante giró a la derecha para llegar a vía San Vitale y entró en un negocio de flores que había debajo del pórtico.

“Buenos días,” dijo, “Estoy pensando en comprar algunas flores, ¿las entrega a domicilio, verdad?”

“Por supuesto”, respondió la muchacha.

“Muy bien.”

“¿En qué tipo de flores está pensando?”

“Crisantemos,” respondió el hombre, “Un bonito ramo de crisantemos.”

La muchacha quedó un momento sin decir una palabra, pensando en la petición, a continuación se puso a preparar el ramo.

“¿Sería posible hablar con el dueño de la tienda?”

“En estos momentos no está.”

“¿Cuándo lo podría ver?”

“Por lo general pasa por la tienda en el transcurso de la tarde, ya casi de noche.”

“¿Todos los días?”

“Habitualmente sí, a menos que tenga algún compromiso que no se lo permita.”

“Gracias por la información y las flores. ¿Puede tenerlas aquí hasta esta tarde?”

“Por supuesto.”

“Bien, entonces hasta la tarde.”

“¿Se conocen?” preguntó la muchacha, refiriéndose al dueño de la tienda y al hombre que lo estaba buscando. “Si me llama, quizás puedo decirle que usted ha pasado por aquí y que pasará al final del día.”

“No se preocupe, no hay problema. Puedo pasar tranquilamente, aunque no le diga nada.”

La muchacha asintió, y después de que el hombre se hubiese ido, algunos minutos más tarde, pensó en su extraño comportamiento.

Aquella tarde, sin que la muchacha hubiese dicho nada sobre la visita matinal del hombre, este último y el dueño de la floristería hablaron durante casi una hora en un bar que había al lado de la tienda.

Cuando los dos se despidieron, el florista reentró en la tienda, cogió el ramo de crisantemos y lo repuso en la pequeña habitación que había al fondo del local.

8

El inspector Zamagni y el agente Finocchi se dividieron las tareas: uno contactaría con los amigos de Lucia Mistroni mientras que el otro hablaría con los parientes.

Por el momento, lo más importante era encontrar información sobre la muchacha y las personas con las cuales tenía un contacto más íntimo.

Los posibles avances llegarían en su momento, como una consecuencia lógica.

Comenzaron por la mañana temprano, telefoneando a cada una de las personas para programar los encuentros: esto serviría, además de para obtener alguna información de utilidad, para conocerles y hacerse una idea preconcebida de ellos.

Stefano Zamagni consiguió hablar, en el mismo día, con Dario Bagnara y Luna Paltrinieri.

Los dos, le dijeron, eran desde hacía mucho tiempo amigos de la muchacha muerta, y ambos quedaron mudos cuando supieron la noticia.

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