Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostró feliz de ayudar a los funcionarios de policÃa en el desempeño de sus funciones.
â¿De qué os ocupáis?â preguntó Zamagni
âImportación-exportación de artÃculos diversos.â dijo el hombre.
â¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacÃa mucho tiempo?â
âNo recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.â
Zamagni e Finocchi asintieron.
â¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?â
âPor cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.â
âComprendoâ, dijo el inspector.
â¿Nos sabrÃa decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?â preguntó el agente Finocchi, âQuiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.â
«Siempre fue una persona bastante reservada.»
â¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?â
âMe llegó la noticia de que se habÃa prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquÃ. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.â
Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les habÃa dicho nada parecido y quizás tendrÃan que profundizar sobre este tema.
Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambió con él la tarjeta de visita, y después salieron.
14
A la mañana siguiente Zamagni recibió una llamada de la PolicÃa CientÃfica para darle información adicional sobre Lucia Mistroni: análisis hechos en profundidad habÃa revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidió explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueño, pero que en dosis excesivas podÃa dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.
âPor lo tanto la muchacha podrÃa haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.â
âSÃ. En realidad es posible otra hipótesis.â
â¿Cuál?â
âHay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocÃa a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podrÃa haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y⦠¡patatrac! â
âNo podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.â
Terminada la conversación telefónica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las últimas noticias recibidas.
âParece que el caso se está complicando cada vez más,â dijo el agente.
El inspector asintió.
â¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podrÃa haber deseadoâ¦â
â¿Suicidarse?â
âSÃ.â
â¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?â
Ambos quedaron pensativos, asà que Zamagni dijo, aunque de mala gana: âQuizás deberÃamos volver al principio.â
â¿En qué sentido?â
âVolver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.â
âYa entiendoâ, dijo Finocchi.
âNo hay tiempo que perder,â le exhortó el inspector, âReseteemos y partamos de cero.â