Atropos - María Acosta 5 стр.


Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostró feliz de ayudar a los funcionarios de policía en el desempeño de sus funciones.

“¿De qué os ocupáis?” preguntó Zamagni

“Importación-exportación de artículos diversos.” dijo el hombre.

“¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacía mucho tiempo?”

“No recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.”

Zamagni e Finocchi asintieron.

“¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?”

“Por cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.”

“Comprendo”, dijo el inspector.

“¿Nos sabría decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?” preguntó el agente Finocchi, “Quiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.”

«Siempre fue una persona bastante reservada.»

“¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?”

“Me llegó la noticia de que se había prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquí. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.”

Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les había dicho nada parecido y quizás tendrían que profundizar sobre este tema.

Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambió con él la tarjeta de visita, y después salieron.

14

A la mañana siguiente Zamagni recibió una llamada de la Policía Científica para darle información adicional sobre Lucia Mistroni: análisis hechos en profundidad había revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidió explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueño, pero que en dosis excesivas podía dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.

“Por lo tanto la muchacha podría haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.”

“Sí. En realidad es posible otra hipótesis.”

“¿Cuál?”

“Hay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocía a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podría haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y… ¡patatrac! ”

“No podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.”

Terminada la conversación telefónica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las últimas noticias recibidas.

“Parece que el caso se está complicando cada vez más,” dijo el agente.

El inspector asintió.

“¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podría haber deseado…”

“¿Suicidarse?”

“Sí.”

“¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?”

Ambos quedaron pensativos, así que Zamagni dijo, aunque de mala gana: “Quizás deberíamos volver al principio.”

“¿En qué sentido?”

“Volver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.”

“Ya entiendo”, dijo Finocchi.

“No hay tiempo que perder,” le exhortó el inspector, “Reseteemos y partamos de cero.”

Назад