Encuentro Con Nibiru - María Acosta 2 стр.


Desde un pequeño agujero en la pared la luz del sol vespertino penetraba tímidamente en el interior de la tienda, dibujando en el aire caliente y polvoriento un sutil rayo luminoso. Aquella especie de espada de luz perfilaba sobre el suelo una pequeña elipse blanca que muy lentamente se movía hacia los dos prisioneros. El tipo delgado estaba siguiendo, casi hipnotizado, el lento avance de aquella mancha blanca cuando un repentino rayo de luz lo devolvió a la realidad. Semienterrado en la arena, a unos cinco metros de él, una cosa metálica reflejó la luz solar directamente hacia su ojo derecho. Movió ligeramente la cabeza e intentó comprender de qué se trataba, sin conseguirlo. Intentó, entonces, alargar una pierna en aquella dirección pero un dolor agudo e intenso en el costado le recordó las condiciones de sus costillas y decidió desistir. Pensó que, de todas formas, no hubiese llegado; intentando hablar a través de la mordaza susurró: “Eh, ¿estás vivo?”

El compañero gordo no estaba mejor que él. Después de la caída que le había provocado la acción de Petri, sobre su rodilla izquierda había aparecido un enorme hematoma, tenía un bonito chichón sobre la frente, el hombro derecho le dolía a morir y la muñeca derecha estaba hinchada como una pelota.

«Creo que sí» respondió con un hilo de voz, murmurando él también a través de la mordaza.

«Menos mal. Hace ya tiempo que te estoy llamando. Me estaba preocupando»

«Debo de haberme desmayado. Tengo la cabeza como un bombo»

«Debemos escapar de aquí sin que nos vean» dijo con determinación el delgado.

«¿Tú cómo estás? ¿Te has roto algo?»

«Creo que tengo alguna costilla fracturada pero me las apañaré»

«¿Cómo hemos conseguido que nos pillasen por sorpresa?»

«Olvídate, lo que ha sucedido ha sucedido. Intentemos antes de nada liberarnos. Mira a tu izquierda, allí donde se refleja el rayo de sol»

«No veo nada» replicó el gordo.

«Hay algo sepultado. Parece un objeto metálico. Mira a ver si consigues llegar a él con la pierna»

El sonido repentino de la cremallera de la tienda que se abría interrumpió la operación. El ayudante de guardia miró al interior. El gordito volvió a fingir que estaba desmayado mientras que el otro quedó absolutamente inmóvil. El hombre dio una ojeada a los dos, controló por encima los atrezos esparcidos en el interior y después, con aire satisfecho, se retiró y cerró la entrada.

Los dos quedaron durante un momento quietos, luego fue el gordo el que comenzó a hablar. «Ha faltado poco»

«Bueno, ¿la has visto? ¿Llegas a ella?»

«Sí, ahora sí. Espera que lo intente»

El corpulento y falso beduino comenzó a mover el tronco intentando de esta manera aflojar un poco las cuerdas que lo inmovilizaban, después comenzó a extender todo lo que podía la pierna izquierda en dirección al objeto. Llegaba por los pelos. Con el tacón comenzó a excavar en la tierra hasta que consiguió descubrir una parte del objeto.

«Parece una espátula»

«Debe ser una Trowel Marshalltown. Es el instrumento preferido por los arqueólogos para rascar en la tierra cuando buscan viejas vasijas. ¿Consigues cogerla?»

«No llego»

«Si dejases de atiborrarte con todas esas porquerías quizás conseguirías incluso moverte mejor, un gordinflas es lo que eres»

«¿Qué tendrá que ver mi poderoso físico?»

«Muévete, poderoso físico, intenta recuperar esa espátula sino ya conseguirá la cárcel hacerte adelgazar»

Imágenes de comida aplastada, sosa y maloliente aparecieron de repente ante los ojos del gordito. Aquella terrible visión hizo que se manifestase en él una fuerza que no pensaba que tuviese. Enarcó lo más que pudo la espalda. Un dolor lacerante partió desde el hombro dolorido y llegó hasta el cerebro, pero no hizo caso. Con un decidido golpe de riñones consiguió llevar el talón más allá de la espátula y, plegando rápidamente la pierna, la lanzó hacia si.

«Lo conseguí» gritó desde detrás de la mordaza.

«¿No puedes estar callado, imbécil? ¿A qué vienen esos gritos? ¿Quieres que vuelvan a entrar esos dos energúmenos y que nos pongan a caldo?»

«Perdona» respondió sumiso el gordo. «Conseguí cogerla»

«¿Has visto cómo, si te empeñas, incluso tú puedes hacer las cosas bien? Tendría que estar afilada. A ver si consigues cortar estas malditas cuerdas»

Con la mano buena el tipo gordo cogió la espátula por el mango y comenzó a frotar la parte más afilada sobre la cuerda que estaba detrás de su espalda.

«Imaginemos que nos liberamos» dijo en voz baja el gordito «¿Cómo conseguiremos escapar sin que nos vean? El campamento está lleno de gente y todavía es de día. Espero que tengas un plan»

«Pues claro que lo tengo. ¿No soy yo el genio de este equipo?» exclamó orgulloso el flaco. «Mientras tú estabas durmiendo cómodamente la siesta yo he analizado la situación y creo que he encontrado la manera de escapar.»

«Soy todo oídos» replicó el otro mientras continuaba a restregar la cuerda con la espátula.

«El tipo que está de guardia se deja ver aproximadamente cada diez minutos y esta tienda es la que está más alejada en la parte este del campamento»

«¿Y entonces?»

«¿Cómo se me ocurrió cogerte como socio para este trabajo? Tienes la fantasía y la inteligencia de una ameba, y esperemos que las amebas no se ofendan por esta comparación»

«La verdad es que» replicó un poco mosqueado el gordito «he sido yo quien te ha elegido, ya que el trabajo me lo habían encargado a mí»

«¿Has conseguido liberarte?» le interrumpió el flaco, ya que la discusión estaba discurriendo por malos derroteros y además, efectivamente, su compañero tenía toda la razón.

«Espera un poco. Creo que comienza a ceder»

De hecho, poco después, con un seco chasquido, la cuerda que los tenía amarrados al barril se rompió y la panza del gordo, finalmente libre de apreturas, recobró su dimensión normal.

«¡Lo conseguí!» exclamó satisfecho el gordito.

«Genial. Ahora mantengámosla abajo hasta que no reaparezca el guardia. Tiene que parecer que todo está en orden.»

«Ok, socio. Vuelvo a simular que duermo.»

No tuvieron que esperar mucho. Algunos minutos más tarde, de hecho, el ayudante de la doctora volvió a asomar la cabeza por la tienda. Hizo el habitual control de la situación y, no notando nada de extraño, cerró otra vez la cremallera, se colocó bajo la sombra de la entrada y encendió tranquilamente un cigarrillo hecho a mano.

«Ahora» dijo el flaco. «Movámonos»

La operación, dados los achaques de ambos, resultó más complicada de lo previsto pero, después de emitir algunos gemidos de dolor y haber imprecado durante un rato, acabaron de pie el uno frente al otro.

«Dame la espátula» ordenó el flaco mientras se quitaba la mordaza. Los dolores lacerantes del costado derecho le impedían moverse con agilidad pero consiguió mitigar un poco el dolor al apoyar allí la mano abierta. En unos pocos pasos alcanzó la pared opuesta a la entrada de la tienda, se arrodilló y clavó con lentitud la Trowel Marshalltown. La hoja afilada de la espátula cortó, como si fuera mantequilla, el blando tejido de la pared que daba al este, creando así una pequeña hendidura de unos diez centímetros. El flaco acercó el ojo derecho y echó un vistazo a través de la abertura. Como había pensado no había nadie. ¡Si por lo menos pudiese ver las ruinas de la antigua ciudad, que estaban aproximadamente a un centenar de metros, donde habían escondido el jeep que les serviría para escapar con el botín!

«Vía libre» dijo mientras que con la ayuda del filo de la espátula alargaba hasta el suelo el pequeño corte que había hecho anteriormente. «Vamos» dijo mientras se metía arrastrándose en la rasgadura.

«Podrías haberlo hecho un poco más ancho este agujero, ¿no?» murmuró el gordo entre dos gemidos mientras intentaba con esfuerzo deslizarse hacia el exterior.

«Muévete. Ahora debemos escapar lo más velozmente posible»

«Será una forma de hablar. Lo de caminar, más o menos, no te creas»

«Venga, date prisa y deja de lamentarte. Recuerda que si no conseguimos escapar unos años en la cárcel no nos los quita nadie»

La palabra cárcel conseguía siempre infundir en el tipo corpulento una fuerza suplementaria. No dijo nada más y, sufriendo en silencio, siguió al compañero que, arrastrándose, se escabulló rápidamente hacia las ruinas.

Fue el sonido de un motor a lo lejos lo que hizo sospechar algo al hombre que estaba de guardia. Miró durante un momento el cigarrillo casi consumido y, con un rápido gesto, lo tiró al suelo. Se metió con decisión en la tienda y casi no pudo creer lo que veían sus ojos: los dos prisioneros no estaban. Al lado del barril del carburante estaba la cuerda tirada de cualquier manera, un poco más allá los dos trozos de tela que habían usado como mordazas y sobre la pared del fondo de la tienda una enorme hendidura que llegaba hasta el suelo.

«Hisham, chicos» gritó el hombre con todas sus fuerzas. «Los prisioneros han escapado».

Astronave Theos – El superfluido

La imagen del objeto que Petri había colocado en el espacio entre Kodon y la Tierra había dejado asombrados a los dos terrestres.

«¿Qué se supone que es esa cosa?» preguntó con curiosidad Elisa mientras se acercaba para intentar ver mejor.

«Todavía no tiene oficialmente un nombre.» Petri atrajo de nuevo el objeto al primer plano y, mirando a la doctora, añadió «Quizás podrías tú escoger uno»

«Si por lo menos me explicases qué cosa es, podría intentarlo»

«Desde hace mucho tiempo nuestros científicos trabajan en este proyecto.» Petri cruzó las manos detrás de la espalda y comenzó a caminar lentamente por la habitación. «Este aparato es el resultado de una serie de estudios que en parte van más allá de mis competencias científicas.»

«Os puedo asegurar que son muy notables» añadió Azakis, dando una palmada sobre el hombro de su amigo.

«En pocas palabras, se trata de una especie de sistema antigravitacional. Se basa en un principio que todavía estamos estudiando pero que puedo resumir en unas pocas y simples palabras.»

«Creo que será mejor» comentó Elisa «No os olvidéis que pertenecemos a una especie que, en comparación con la vuestra, podemos definir tranquilamente como poco desarrollada.»

Petri asintió con un leve movimiento de cabeza. Se acercó a la representación tridimensional del extraño objeto y continuó tranquilamente con su explicación. «Esto que tú has llamado al principio rosquilla, se define geométricamente como toroide

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«Hasta el momento todo está clarísimo» dijo Elisa cada vez más emocionada..

«Muy bien. Ahora veamos el principio de funcionamiento del sistema.» Petri dio la vuelta a la imagen del toroide y mostró la sección interna del mismo. «El anillo está lleno de un gas, normalmente un isótopo del helio, que, enfriado a una temperatura próxima al cero absoluto, cambia de estado y se transforma en un líquido con unas características muy particulares. En la práctica, su viscosidad es prácticamente nula y consigue desplazarse sin generar ningún detrito. A esta característica nosotros la llamamos superfluidez.»

«Ya me estoy comenzando a perder» dijo con tristeza Elisa.

«Para simplificar, este gas en estado líquido cuando sea oportunamente estimulado por la estructura del anillo conseguirá viajar a su interior, sin ninguna dificultad, y a una velocidad próxima a la de la luz, consiguiendo mantenerla por un tiempo indefinido, en teoría.»

«Realmente asombroso» consiguió decir Jack que no se había perdido ni una sílaba de toda la explicación.

«Creo que lo he entendido» añadió Elisa. «¿Cómo hará esta maldita cosa a contrarrestar los efectos de la atracción gravitacional entre los dos planetas?»

«Llegado a este punto la explicación se complica» respondió Petri. «Digamos que la rotación del superfluido a velocidades próximas a la de la luz genera una curvatura del continuo espacio-tiempo entorno a él, provocando, de esta manera, un efecto anti gravitacional.»

«¡Maldita sea!» exclamó Elisa. «Mi viejo profesor de física se estará revolviendo en la tumba.»

«Y no sólo él, querida» añadió el coronel. «Si he entendido bien, lo que están intentando explicarnos estos dos señores, se trata de darle la vuelta a teorías y conceptos que nuestros científicos han intentado analizar y estudiar durante toda su vida. El principio de antigravedad ha sido teorizado más de una vez pero nunca, nadie, ha conseguido demostrarlo completamente. Delante de nosotros» y señaló el extraño objeto «finalmente tenemos la prueba de que esto es posible.»

«Yo sería un poco más cauto» dijo Azakis enfriando el entusiasmo del coronel. «Me siento en el deber de informaros que esta cosa no ha sido probada nunca sobre objetos tan grandes como planetas, mejor dicho, hace dos ciclos la probamos pero no ocurrió exactamente como esperábamos. Además, podrían tener lugar algunos sucesos no previstos y…»

«El aguafiestas de siempre» dijo Petri interrumpiendo a su compañero. «El mecanismo ha sido probado más de una vez. Nuestra misma nave utiliza parte de este principio para su propulsión. Intentemos ser optimistas»

«Porque además no tenemos otra alternativa, ¿me equivoco?» preguntó con amargura Elisa.

«Por desgracia, creo que no» dijo desconsolado Petri mientras bajaba ligeramente la cabeza. «Mi único temor es que, dadas las reducidas dimensiones de nuestro toroide, no consigamos absorber completamente todos los efectos de la atracción gravitacional y una parte de los gravitones

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«¿Estáis diciendo que este artilugio podría no ser suficiente para prevenir la catástrofe?» preguntó Elisa acercándose al alienígena en actitud amenazante.

«No totalmente» respondió Petri mientras daba un paso atrás. «Según los cálculos que he hecho se podría decir que aproximadamente un diez por ciento de los gravitones podrían escapar a esta trampa.»

«¿Por lo tanto todo el trabajo sería inútil?»

«Por supuesto que no» respondió Petri. «Reduciremos los efectos un noventa por ciento. Quedará fuera de control muy poca cosa.»

«Lo llamaremos Newark» dijo Elisa satisfecha. «Ahora a trabajar. Siete días pasan enseguida.»

Base aérea Camp Adder – La evasión

Los dos extraños personajes, todavía vestidos de beduinos, acababan de entrar en su escondite en la ciudad; llamó su atención un sonido intermitente que provenía del ordenador portátil que habían dejado encendido encima de la mesa de la sala de estar.

«¿Y ahora quién diablos es?» preguntó con fastidio el tipo delgado.

El gordito, siempre más tranquilo, se acercó al ordenador y, después de haber escrito una contraseña muy complicada, dijo «Es un mensaje de la base»

«Querrán saber si la operación ha tenido éxito»

«Dame un segundo, lo descifro enseguida»

Sobre la pantalla del ordenador aparecieron, en primer lugar, una serie de caracteres incomprensibles, a continuación unas líneas de código tecleadas secuencialmente. El mensaje comenzó, con lentitud, a aparecer.

«¡Maldita sea!» exclamó el gordito. «Lo han descubierto.»

«¿Cómo demonios lo habrán conseguido?»

«Bueno, seguramente tienen unos canales de comunicaciones mejores que los nuestros. No se les escapa nada.»

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