¿Qué hiciste con ella?”, dijo Gareth presionando. “Dime que la tienes contigo. Dime que la trajiste contigo. Por favor”.
Firth tragó saliva.
“Me deshice de ella con cuidado. Nunca la encontrará nadie”.
Gareth hizo una mueca.
“¿En qué lugar, exactamente?”
“La tiré por la rampa de piedra, en el orinal del castillo. Tiran el orinal cada hora, en el río. No te preocupes, mi señor. Ya está en lo profundo del río”.
Las campanas del castillo repicaron de repente, y Gareth dio la vuelta y corrió hacia la ventana abierta, su corazón se llenó de pánico. Se asomó y vio todo el caos y conmoción abajo, la turba rodeaba el castillo. El repicar de las campanas sólo podían significar una cosa: Firth no estaba mintiendo. Él había matado al rey.
Gareth sintió que su cuerpo se congelaba. No podía concebir que había puesto en marcha una maldad tan grande. Y que Firth, de todas las personas, lo había llevado a cabo.
Se escuchó un golpe repentino en su puerta, se abrió de golpe, y varios guardias reales entraron apresuradamente. Por un momento, Gareth estaba seguro de que lo arrestarían.
Pero para su sorpresa, se detuvieron y se pusieron en posición de firmes.
“Mi señor, su padre ha sido apuñalado. Puede haber un asesino suelto. Asegúrese de mantener la seguridad en su habitación. Él está gravemente herido”.
El vello del cogote de Gareth se erizó con esas últimas palabras.
“¿Herido?”, repitió Gareth; la palabra casi se le pega en la garganta. “¿Entonces todavía está vivo?”
“Lo está, mi señor. Y primero Dios, sobrevivirá y nos dirá quién cometió ese acto atroz”.
Con una corta reverencia, el guardia salió rápidamente de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.
La rabia inundó a Gareth y sujetó a Firth de los hombros, lo empujó por la habitación y lo estrelló contra un muro de piedra.
Firth lo miró, con los ojos bien abiertos, pareciendo horrorizado, sin habla.
“¿Qué has hecho?”, gritó Gareth. “¡Ahora ambos estamos acabados!”.
”Pero...pero...” Firth tropezó, “¡yo estaba seguro de que había muerto!”.
“Estás seguro de muchas cosas”, dijo Gareth, “¡y todas están equivocadas!”.
Gareth pensó en algo.
“La daga”, dijo. “Tenemos que recuperarla, antes de que sea demasiado tarde”.
“Pero ya la tiré, mi señor”, dijo Firth. “¡Se fue por el río!”
“La tiraste en el orinal. Eso no significa que ya está en el río”.
“¡Pero es lo más seguro!”, dijo Firth.
Gareth ya no podía soportar las torpezas de este idiota. Salió precipitadamente hacia la puerta; Firth le siguió de cerca.
“Iré contigo. Te diré exactamente dónde la tiré”, dijo Firth.
Gareth se detuvo en el corredor, giró y miró a Firth. Estaba lleno de sangre y Gareth estaba sorprendido de que los guardias no lo hubieran visto. Fue una suerte. Firth estorbaba más que nunca.
“Sólo voy a decirlo una vez”, gruñó Gareth. “Regresa a mi cuarto de inmediato, cámbiate de ropa, y quémala. Deshazte de cualquier rastro de sangre. Después, desaparece del castillo. Aléjate de mí esta noche. ¿Entendiste?”
Gareth lo empujó hacia atrás, luego se volvió y corrió. Corrió por el pasillo, hacia la escalera de caracol de piedra, bajando nivel tras nivel, hacia los cuarteles de los sirvientes.
Por último, se dirigió hacia el sótano, varias cabezas de los sirvientes voltearon a verlo. Habían estado fregando enormes ollas e hirviendo baldes de agua. Enormes fogatas rugían entre los hornos de ladrillos y los sirvientes usaban delantales manchados, llenos de sudor.
En el otro extremo de la habitación, Gareth vio un enorme orinal, la suciedad bajaba por una rampa y salpicaba en ella a cada minuto.
Gareth corrió hacia el sirviente más cercano y lo sujetó del brazo, con desesperación.
“¿Cuándo vaciaron el orinal por última vez?”, preguntó Gareth.
”Fue llevado al río hace unos minutos, mi señor”.
Gareth se volvió y salió corriendo de la habitación, hacia los pasillos del castillo, de regreso a la escalera de espiral y salió disparado hacia el aire fresco de la noche.
Corrió por el campo, sin aliento, mientras se dirigía al río.
Mientras se acercaba a él, encontró un lugar para esconderse, detrás de un gran árbol, cerca de la orilla. Vio a dos sirvientes levantar la enorme olla de hierro e inclinarla hacia la corriente del río.
Observó hasta que quedó de cabeza, y se vació todo el contenido, hasta que volvieron con la olla y caminaron de regreso hacia el castillo.
Finalmente, Gareth quedó satisfecho. Nadie había visto ninguna daga. Dondequiera que estuviese, ahora estaba contracorriente del río, siendo arrastrada hacia el anonimato. Si su padre moría esta noche, no quedaría evidencia del qué rastrear del asesinato.
¿O sí?
CAPÍTULO CINCO
Thor seguía de cerca a Reece, Krohn detrás de él, mientras caminaban por el pasadizo trasero hacia la habitación del rey. Reece los había llevado por una puerta secreta, escondida en una de las paredes de piedra, y ahora sostenía una antorcha, guiándolos mientras caminaban en fila en el estrecho espacio, por las entrañas internas del castillo en una vertiginosa variedad de giros y vueltas. Subieron una estrecha escalera de piedra que llevaba a otro pasadizo. Se volvieron y ante ellos había otra escalera. Thor se asombró de lo intricado del pasadizo.
“Ese pasadizo se construyó en el castillo hacía cientos de años”, Reece explicó susurrando, mientras caminaban, respirando con dificultad al subir. “Fue construido por el bisabuelo de mi padre, el tercer rey MacGil. Lo construyó después de un sitio—es una ruta de escape. Irónicamente, nunca habíamos sido sitiados desde entonces, y estos pasadizos no han sido utilizados desde hacía varios siglos. Fueron tapiados y los descubrí cuando era niño. Me gusta usarlos de vez en cuando para llegar al castillo sin que nadie sepa dónde estoy. Cuando éramos más jóvenes, Gwen y Godfrey y yo jugábamos a las escondidas en ellos. Kendrick era muy grande y a Gareth no le gustaba jugar con nosotros. Sin antorchas, ésa era la regla. Estaba totalmente oscuro. Era aterrador en ese entonces”.
Thor trató de alcanzar a Reece mientras andaba por el pasadizo con un asombroso despliegue de virtuosismo, obviamente él conocía cada paso de memoria.
¿Cómo es posible que te acuerdes de todas esas vueltas?”, Thor preguntó con asombro.
“Uno se aburre al crecer siendo niño en este castillo”, continuó diciendo Reece, “especialmente si todos los demás son mayores y eres muy joven para unirte a la Legión y no hay nada más qué hacer. Hice que mi misión fuera descubrir cada rincón y cada rendija de este lugar”.
Volvieron a dar vuelta, bajaron tres escalones de piedra, giraron por una estrecha abertura en la pared, después bajaron una larga escalera. Por último, Reece los llevó a una puerta gruesa de roble, cubierta de polvo. Inclinó una oreja contra ella y escuchó. Thor se acercó a él.
“¿Qué puerta es esta?”, preguntó Thor.
“Shh”, dijo Reece.
Thor guardó silencio y puso su oreja contra la puerta, para escuchar. Krohn se quedó ahí, detrás de ellos, mirando hacia arriba.
“Es la puerta trasera de la habitación de mi padre”, susurró Reece. “Quiero escuchar quién está con él”.
Thor escuchó, con su corazón acelerado, las voces apagadas detrás de la puerta.
”Parece que el cuarto está lleno”, dijo Reece.
Reece giró y miró a Thor de manera significativa.
“Estarás entrando a una tormenta de fuego. Sus generales estarán ahí, su comité, sus asesores, su familia—todos. Estoy seguro de que cada uno de ellos te estará buscando: el supuesto asesino. Será como entrar a una turba de linchamiento. Si mi padre sigue pensando que trataste de matarlo, estarás acabado. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
Thor tragó saliva. Era ahora o nunca. Su garganta se secó, mientras se daba cuenta de que era uno de los momentos decisivos de su vida. Sería fácil dar marcha atrás ahora, huir. Podría vivir una vida a salvo, lejos de la Corte del Rey. O podría pasar por esa puerta y potencialmente pasar el resto de su vida en el calabozo, con esos cretinos—o incluso ser ejecutado.
Respiró hondo y tomó una decisión. Tenía que enfrentarse a sus demonios. No podía retroceder.
Thor asintió. Tenía miedo de abrir la boca, miedo de que si lo hacía, podría cambiar de opinión.
Reece asintió con la cabeza, con una mirada de aprobación, después empujó el mango de hierro y apoyó su hombro en la puerta.
Thor entrecerró los ojos en la luz brillante de la antorcha, mientras la puerta se abría de golpe. Se encontró parado en el centro de la habitación privada del rey, Krohn y Reece a su lado.
Había por lo menos dos docenas de personas hacinadas en torno al rey, quien yacía en su cama, algunos parados junto a él, otros arrodillados. Rodeando al rey estaban sus consejeros y generales, junto con Argon, la reina, Kendrick, Godfrey—incluso Gwendolyn. Era una vigilia de muerte y Thor se estaba entrometiendo en un asunto privado de la familia.
El ambiente de la sala era sombrío, los rostros serios. MacGil yacía apoyado en almohadas y Thor se sintió aliviado de ver que aún estaba vivo—al menos por ahora.
Todas las caras se volvieron a la vez, sobresaltados con la repentina aparición de Thor y Reece. Thor se dio cuenta del asombro que habrán sentido con su repentina aparición en medio de la habitación, saliendo de una puerta secreta en la pared de piedra.
“¡Ese es el muchacho!”, alguien de la multitud gritó, poniéndose de pie y señalando a Thor con odio. “¡Él es el que intentó envenenar al rey!”.
Los guardias se abalanzaron sobre él, desde todas las esquinas de la habitación. Thor no sabía qué hacer. Una parte de él quería darse la vuela y huir, pero sabía que tenía que enfrentar a esta multitud enojada, tenía que hacer las paces con el rey. Así que se preparó, cuando varios guardias corrieron hacia adelante, extendiendo la mano para agarrarlo. Krohn, a su lado, gruñó, advirtiendo a sus atacantes.
Mientras que Thor estaba ahí parado, sintió un calor repentino por dentro, un poder que surgía a través de él; levantó una mano involuntariamente, y dirigió su energía hacia ellos.
Thor se sorprendió cuando todos se detuvieron a mitad de un paso, a unos centímetros de distancia, como si estuvieran congelados. Su poder, cualquiera que fuera, que brotaba de él, los mantuvo a raya.
“¿Cómo te atreves a entrar aquí y usar tu magia, muchacho?”. Brom—el mejor general del rey—gritó, desenvainando su espada. “¿Tratar de matar a nuestro rey una vez no fue suficiente?”.
Brom se acercó a Thor con su espada desenvainada; al hacerlo, Thor sintió algo que era más fuerte que él, un sentimiento muy fuerte que nunca había tenido. Él solamente cerró sus ojos y se concentró. Sintió la energía dentro de la espada de Brom, su forma, su metal y de alguna manera, se hizo uno junto con ella. Deseó detenerse en el ojo de su mente.
Brom se detuvo en seco, con los ojos bien abiertos.
“¡Argon!”, Brom giró y gritó. “Detén esta magia de inmediato! ¡Detén a este muchacho!”
Argon salió de entre la multitud y lentamente bajó su capucha. Miró fijamente a Thor, con ojos intensos y ardientes.
“No veo motivo para detenerlo”, dijo Argon. “No ha venido aquí a hacer daño”.
“¿Estás loco? ¡Casi mata a nuestro rey!”
“Eso es lo que tú supones”, dijo Argon. “Eso no es lo que yo veo”.
“Déjenlo en paz”, dijo una voz áspera y grave.
Todos voltearon cuando MacGil se sentó. Miró alrededor, muy débil. Era obvio que le costaba trabajo hablar.
“Quiero ver al muchacho. Él no es el que me apuñaló. Vi el rostro del hombre, y no era él. Thor es inocente”.
Lentamente, los demás bajaron su guardia y Thor se sintió relajado mentalmente, dejándolos marcharse. Los guardias retrocedieron, miraron a Thor con cautela, como si fuera de otro reino, y lentamente pusieron sus espadas en sus vainas.
“Quiero verlo”, dijo MacGil. “A solas. Todos ustedes. Déjennos”.
“Mi rey”, dijo Brom. “¿Realmente cree que es seguro? Que estén usted y este muchacho a solas?”.
“No deben tocar a Thor”, dijo MacGil. Déjennos”. Todos ustedes. Incluyendo mi familia”.
Hubo un gran silencio en la habitación, mientras todos se miraban entre ellos, claramente sin saber qué hacer. Thor se quedó ahí parado, sin moverse, apenas asimilando todo eso.
Los demás, uno a uno, incluyendo la familia del rey, salieron de la habitación, mientras Krohn salía con Reece. La habitación, tan llena de gente unos minutos antes, de repente se quedó vacía.
La puerta se cerró. Solamente estaban Thor y rel rey, solos, en silencio. Apenas podía creerlo. Ver a MacGil ahí acostado, tan pálido, con tanto dolor, hirió a Thor más de lo que podía decir. No sabía por qué, pero era como si parte de él estuviera muriendo ahí, también, en esa cama. Quería, por sobre todas las cosas, que el rey estuviera bien.
“Ven aquí, muchacho”, dijo MacGil débilmente, con la voz ronca, apenas como un susurro.
Thor bajó su cabeza y corrió al lado del rey, arrodillándose ante él. El rey tendió una muñeca inerte; Thor tomó su mano y la besó.
Thor miró hacia arriba y vio a MacGil sonriendo débilmente. Thor se sorprendió al sentir las lágrimas calientes inundando sus mejillas.
“Mi señor, empezó a decir Thor, apresuradamente, sin poder contenerse, “créame, por favor. Yo no lo envenené. Supe la trama solamente por mi sueño. De un poder que no conozco. Solamente quise advertirle. Créame, por favor—”.
MacGil levantó una mano, y Thor guardó silencio.
“Me equivoqué contigo”, dijo MacGil. “Se necesitó que otro hombre me apuñalara para saber que no eras tú. Solamente intentabas salvarme. Perdóname. Fuiste leal. Tal vez eres el único miembro leal de mi corte”.
“Cómo quisiera haberme equivocado”, dijo Thor. “Cómo quisiera que estuviera a salvo. Que mis sueños fueran solo ilusiones, que nunca hubiera sido asesinado. Tal vez me equivoqué. Tal vez sobreviva”.
MacGil negó con la cabeza.
“Mi tiempo ha llegado”, le dijo a Thor.
Thor tragó saliva, esperando que no fuera cierto, pero presintiendo que sí lo era.
“¿Sabe quién cometió este acto atroz, mi señor?” Thor hizo la pregunta que le había estado carcomiendo en la mente desde que había tenido el sueño. No podía imaginar quién querría matar al rey, o por qué.
MacGil miró al techo, parpadeando con esfuerzo.
“Vi su cara. Es una cara que conozco bien. Pero por alguna razón, no puedo ubicarlo”.
Volteó a ver a Thor.
“Ahora ya no importa. Mi tiempo ha llegado. Ya sea que fuera por su mano o la de otro, el final sigue siendo el mismo. “Lo que importa ahora”, dijo él, y extendió la mano y agarró la muñeca de Thor con una fuerza que lo sorprendió, “es lo que pasará después de que me vaya. Nuestro reino no tendrá rey”.
MacGil miró a Thor con una intensidad que Thor no entendía. Thor no sabía precisamente lo que él decía—qué, si había algo, era lo que exigía. Thor quería preguntar, pero veía la dificultad que tenía MacGil para respirar, y no quería arriesgarse a interrumpirlo.
“Argon tenía razón acerca de ti”, dijo él, soltándolo lentamente de la muñeca. “Tu destino es más grande que el mío”.
Thor sintió un choque eléctrico en su cuerpo al escuchar las palabras del rey. ¿Su destino? ¿Más grande que el del rey? La sola idea de que el rey se molestara en hablar de Thor con Argon era más de lo que Thor podía comprender. Y el hecho de que dijera que el destino de Thor sería más grande que el de rey—¿qué significado podría tener? ¿Estaría delirando MacGil en sus últimos momentos?
“Yo te elijo...te traje a mi familia por un motivo. ¿Sabes cuál es el motivo?”.
Thor negó con la cabeza, queriendo saber, desesperadamente.
“¿No sabes por qué quise que estuvieras solamente tú, en mis últimos momentos?”
“O siento, mi señor”, dijo él, negando con la cabeza. “No lo sé”.
MacGil sonrió débilmente, mientras sus ojos se empezaban a cerrar.
“Hay una gran tierra, lejos de aquí. Más allá de las tierras salvajes. Más allá de la tierra de los dragones. Es la tierra de los druidas. De donde es tu madre. Tienes que ir allá, a buscar las respuestas”.