Arena Dos - Морган Райс 2 стр.


“Quiero hacer una parada”.

Logan voltea a verme como si estuviera loca. Noto que no le gusta esto.

“¿De qué hablas?”.

“De la casa de mi papá. En Catskill. Está una hora al norte de aquí. Quiero que nos detengamos ahí. Hay muchas cosas que podemos rescatar. Cosas que necesitaremos. Por ejemplo, la comida. Y…”, hago una pausa, “quiero enterrar a mi perra”.

“¿Enterrar a tu perra?”, pregunta, alzando la voz. “¿Estás loca? ¿Quieres que nos maten a todos por eso?”.

“Se lo prometí a ella”, le digo.

“¿Lo prometiste?”, responde. “¿A tu perra? ¿A tu perra muerta? Debes estar bromeando”.

Sostengo la mirada y se da cuenta rápidamente de que no estoy bromeando.

“Si prometo algo, lo cumplo. Te enterraría, si te lo hubiera prometido”.

Él niega con la cabeza.

“Escucha”, digo con firmeza. “Querías ir a Canadá. Podríamos haber ido a cualquier lugar. Ese era tu sueño. No el mío. ¿Quién sabe si existe siquiera esa ciudad? Te estoy siguiendo en tu capricho. Y esta lancha no es solo tuya. Sólo quiero detenerme en la casa de mi papá. Buscar algunas cosas que necesitamos y enterrar a mi perra. No tardaremos. Llevamos una gran ventaja sobre los tratantes de esclavos. Además de que tenemos un pequeño bote de combustible allá.  No es mucho, pero nos servirá”.

Logan niega lentamente con su cabeza.

“Preferiría no ir por ese combustible y no correr tal riesgo.  Estás hablando de las montañas. Estás hablando de unos treinta y dos kilómetros hacia el interior, ¿cierto? ¿Cómo supones que llegaremos ahí una vez que atraquemos? ¿Caminando?”

“Yo sé dónde hay un viejo vehículo. Es una camioneta destartalada. Es solamente una estructura oxidada, pero funciona, y tiene suficiente combustible para llevarnos allá y regresarnos. Está escondida cerca de la orilla del río. El río nos llevará directamente hacia él.  La camioneta nos llevará arriba y nos regresará. Será rápido. Y después podemos continuar nuestro largo viaje a Canadá. Y vamos a estar mejor”.

Logan mira fijamente al agua, en silencio, durante mucho tiempo, con los puños apretados firmemente en el timón.

Finalmente, dice: “como quieras. Es la vida de ustedes la que arriesgan. Pero yo me quedaré en la lancha.  Tienes dos horas.  Si no regresas a tiempo, me iré”.

Me aparto de él y miro al agua, presa de rabia. Yo quería que él me acompañara. Creo que solo está preocupado por él mismo, y eso me decepciona.  Pensé que era una mejor persona.

“¿Entonces sólo te interesa tu bienestar, no?”, le pregunto.

También me preocupa que no quiera acompañarme a casa de mi papá; no había pensado en eso.  Sé que Ben no querrá venir y me hubiera gustado tener ayuda. No importa. Sigo decidida a cumplir la promesa que hice, y la cumpliré.  Con o sin él.

Él no contesta y noto que está molesto.

Miro hacia el agua, tratando de evitar verlo.  Mientras el agua se agita en medio del constante zumbido del motor, me doy cuenta de que estoy enojada y no solamente porque me siento decepcionada de él, sino porque me había empezado a gustar, porque contaba con él. No había dependido de nadie desde hacía mucho tiempo.  Es un sentimiento aterrador, tener que depender de alguien otra vez y me siento traicionada.

“¿Brooke?”

Me siento contenta al escuchar el sonido de una voz conocida, y giro para ver a mi hermana que ya ha despertado.  Rose también despierta.  Ellas dos son como dos gotas de agua, como la extensión de una persona.

Todavía me cuesta creer que Bree esté aquí conmigo otra vez.  Es como un sueño. Cuando se la llevaron, una parte de mí estaba segura de que nunca la volvería a ver con vida. Cada momento que estoy con ella, siento que me han dado una segunda oportunidad, y me siento más decidida que nunca a ver por ella.

“Tengo hambre”, dice Bree, frotando sus ojos con el dorso sus manos.

Penélope también se sienta, en el regazo de Bree. No deja de temblar y levanta el ojo bueno y me mira, como si también tuviera hambre.

“Estoy congelada”, dice Rose, frotando sus hombros. Ella sólo lleva una blusa delgada y me siento terriblemente mal por ella.

Entiendo. Yo también muero de hambre y me congelo. Mi nariz está roja y apenas puedo sentirla. Lo que encontramos en la lancha estuvo riquísimo, pero no satisface—especialmente si teníamos el estómago vacío.  Y lo comimos hace horas.  Piensoo nuevamente en el baúl de comida, en lo poco que queda y me pregunto cuánto tiempo nos durará. Sé que debería racionar la comida. Pero todos tenemos mucha hambre, y no soporto ver a Bree con ese aspecto.

“No queda mucha comida”, le digo a ella, “pero puedo darles un poco ahora. Tenemos algunas galletas dulces y saladas”.

“¡Galletas dulces!” gritan las dos al mismo tiempo. Penélope ladra.

“Yo no haría eso”, se oye la voz de Logan, quien está junto a mí.

Volteo a verlo y me mira con desaprobación.

“Tenemos que racionarla”.

“¡Por favor!”, dice Bree. “Necesito algo. Tengo mucha hambre”.

“Tengo que darles algo”, digo con firmeza a Logan, entendiendo su criterio, pero molesta por su falta de compasión. “Repartiré una galleta a cada uno.  A todos nosotros”.

“¿Y a Penélope?”, pregunta Rose.

“La perra no tendrá nuestra comida”, espeta Logan. “Que se consiga la suya”.

Siento otra punzada de enojo hacia Logan, aunque sé que está siendo congruente. De cualquier manera, al ver la mirada cabizbaja de Rose y la cara de Bree, y cuando vuelvo a oírla ladrar, no puedo permitir que muera de hambre. En silencio, me resigno a darle algo de la comida que me toca.

Abro el baúl y exploro una vez más nuestra reserva de comida. Veo dos cajas de galletas dulces tres cajas de galletas saladas, varias bolsas de ositos de goma, y media docena de barras de chocolate. Quisiera que tuviéramos comida más sustanciosa, y no sé cómo haremos para que esto nos dure, cómo será suficiente para comer tres veces al día las cinco personas.

Saco las galletas y reparto una a cada quien. Ben finalmente se espabila al ver la comida, y acepta una galleta. Tiene ojeras, y parece como si no hubiera dormido. Es doloroso ver su expresión, tan devastado por la pérdida de su hermano, y yo miro hacia otro lado cuando le entrego su galleta.

Voy a la parte delantera de la lancha y le entrego la suya a Logan. La toma y en silencio la guarda en su bolsillo, desde luego, la guardará para más adelante. No sé de dónde saca fuerzas.  Yo pierdo la voluntad con solo oler la galleta de chocolate. Sé que debería reservarla también, pero no puedo evitarlo.  Le doy una pequeña mordida, resuelta a guardarla—pero es tan deliciosa, que no puedo evitarlo—me la como toda, dejando sólo la última mordida, que aparto para dársela a Penélope.

La comida me hace sentir tan bien.  El subidón de azúcar llega a mi cabeza, después a mi cuerpo y quisiera comer otra docena. Respiro profundamente mientras siento dolor en el estómago, tratando de controlarme.

El río se hace angosto, las orillas se aproximan una a otra y gira y da vueltas. Estamos cerca de la tierra y estoy en estado de alerta, mirando las costas en busca de alguna señal de peligro.  Al dar vuelta en una curva, miro a mi izquierda y a lo alto de un acantilado veo las ruinas de una antigua fortificación, ahora bombardeada.  Me sorprendo al darme cuenta de lo que había sido antes.

“La Academia Militar”, dice Logan. Debe haberse dado cuenta al mismo tiempo que yo.

Es impactante ver a este bastión de fortaleza norteamericana, convertido en un montón de escombros, el mástil torcido colgando sin gracia sobre el Hudson. Casi nada es igual a como había sido antes.

“¿Qué es eso?”, pregunta Bree, castañeando los dientes. Ella y Rose han subido a la parte delantera de la lancha, junto a mí, y ella mira hacia afuera, siguiendo mi mirada. No quiero decirle.

“No es nada, mi amor”, le digo. “Es solo una ruina”.

Pongo mi brazo alrededor de ella y la acerco hacia mí, y pongo mi otro brazo sobre Rose, y también la acerco hacia mí.  Intento calentarlas, frotando sus hombros lo mejor que puedo.

“¿Cuándo iremos a casa?”, pregunta Rose.

Logan y yo intercambiamos miradas. No sé qué contestar.

“No iremos a casa”, le digo a Rose, con el mayor tacto posible, “pero vamos a buscar un nuevo hogar”.

“¿Vamos a pasar por nuestro antigua casa?”, pregunta Bree.

Titubeo. “Sí”, le digo.

“Pero no nos vamos a quedar ahí, ¿verdad?”, me pregunta.

“Así es”, le digo. “Es muy peligroso vivir ahí ahora”.

“No quiero vivir ahí otra vez”, dice ella. “Odié ese lugar. Pero no podemos dejar ahí a Sasha. ¿Vamos a detenernos para enterrarla? Tú lo prometiste”.

Pienso nuevamente en mi discusión con Logan.

“Tienes razón”, le digo en voz baja. “Lo prometí. Y sí, vamos a detenernos”.

Logan se aparta, visiblemente enojado.

“¿Y después, qué?”, pregunta Rose. “¿Después a dónde iremos?”

“Seguiremos yendo río arriba”, le explico. “Tan lejos como lleguemos”.

“¿Dónde termina?”, pregunta ella.

Es una buena pregunta, y la considero de mucha profundidad. ¿Dónde termina todo esto? ¿Con nuestra muerte? ¿Sobreviviremos? ¿Acabará alguna vez? ¿Se ve algún final a la vista?

Yo no tengo la respuesta.

Doy la vuelta y me arrodillo, y la miro a los ojos.  Necesito darle alguna esperanza.  Algún incentivo para vivir.

“Termina en un lugar hermoso”, le digo. “Al lugar que vamos, todo está bien, otra vez.  Las calles están limpias y brillan, y todo es perfecto y seguro. Ahí habrá gente, gente amable, y nos aceptarán y protegerán.  También habrá comida, comida de verdad, todo lo que puedas comer, todo el tiempo.  Será el lugar más hermoso que hayas visto alguna vez”.

Los ojos de Rose se abren de par en par.

“¿Eso es verdad?”, pregunta.

Asiento con la cabeza. Lentamente, muestra una gran sonrisa.

“¿Cuánto falta para que lleguemos?”

Sonrío. “No sé, mi amor”.

Pero Bree es más escéptica que Rose.

“¿Eso es verdad?”, pregunta en voz baja. “¿Realmente existe ese lugar?”

“Existe”, le digo, intentando con ganas parecer convincente. “¿Verdad, Logan?”.

Logan voltea, asiente con la cabeza brevemente, y aleja la mirada. Después de todo, él es quien cree en Canadá, quien cree en la tierra prometida. ¿Cómo puede negarlo ahora?

El Hudson serpentea, haciéndose más estrecho, y después ampliándose nuevamente.  Finalmente, entramos a territorio conocido.  Pasamos por lugares que reconozco, acercándonos cada vez más a la casa de papá.

Pasamos otra orilla y veo una isla deshabitada, que es solamente un afloramiento pedregoso. En ella quedan los restos de un faro, su lámpara que fue hecha pedazos hace mucho tiempo; su estructura es apenas una fachada.

Pasamos otra curva en el río y a lo lejos, veo el puente en el que he estado hace unos días, mientras perseguía a los tratantes de esclavos. Ahí, a mitad del puente, veo que el centro estalló, tiene un enorme agujero, como si un martillo de demolición hubiera caído al centro. Recuerdo cómo Ben y yo corrimos a través de él en la moto y casi derrapamos en él. No puedo creerlo. Ya casi llegamos.

Esto me hace pensar en Ben, en cómo me salvó la vida ese día.  Volteo a verlo. Él mira fijamente al agua, taciturno.

“¿Ben?”, pregunto.

Se vuelve y me mira.

“¿Recuerdas ese puente?”

Voltea a verlo y noto el miedo en sus ojos.  Lo recuerda.

Bree me da un codazo. “¿Puedo darle a Penélope un poco de mi galleta?”, me pregunta.

“¿Yo también?”, pregunta Rose.

“Por supuesto”, le dijo en voz alta, para que Logan pueda oírlo. Él no es el único que manda aquí y podemos hacer con nuestra comida lo que queramos.

La perra, que está en el regazo de Rose, se anima, como si entendiera. Es increíble. Nunca había visto a un animal tan listo.

Bree se inclina para darle un pedazo de su galleta, pero yo detengo su mano.

“Espera”, le digo. “Si vas a darle de comer, ella debería tener un nombre, ¿no?”

“Pero no tiene collar”, dice Rose. “Su nombre podría ser cualquier cosa”.

“Ahora es tu perra”, le digo. “Ponle un nombre nuevo”.

Rose y Bree intercambian una mirada de emoción.

“¿Cómo debemos llamarla?”, pregunta Bree.

“¿Qué te parece Penélope?” dice Rose.

“¡Penélope!”, grita Bree. “Me gusta”.

“A mí también me gusta”, le digo.

“¡Penélope!”, le dice Rose a la perrita.

Sorprendentemente, la perrita voltea a verla cuando la llama así, como si siempre hubiera sido su nombre.

Bree sonríe, mientras extiende la mano y le da un pedazo de galleta.  Penélope se lo arrebata de las manos y lo traga de un bocado. Bree y Rose ríen animadamente, y Rose le da el resto de su galleta.  Ella también se lo arrebata y yo extiendo la mano y le doy el último bocado de mi galleta. Penélope nos mira a las tres con entusiasmo, temblando y ladra tres veces.

Todas reímos.  Por un momento, casi olvido nuestros problemas.

Pero entonces, a lo lejos, sobre el hombro de Bree, veo algo.

“Ahí”, le digo a Logan, yendo hacia arriba y señalando a nuestra izquierda. “Ahí es donde tenemos que ir.  Gira ahí”.

Veo la península donde Ben y yo fuimos en moto, sobre el hielo del Hudson. Me estremezco al recordarlo, al pensar en la locura de esa persecución. Sigo sorprendida de que estemos vivos.

Logan mira sobre su hombro en busca de alguien que nos esté siguiendo; después, de mala gana, desacelera, desviándonos a un costado, llevándonos hacia la ensenada.

Inquieta, miro alrededor con cautela cuando llegamos a la desembocadura de la península. Nos deslizamos junto a él mientras tuerce tierra adentro. Estamos muy cerca de la costa, pasando una torre de agua destartalada. Seguimos adelante y pronto nos deslizamos junto a las ruinas de una ciudad, justo en el centro de la misma. Catskill. Hay edificios quemados por todos lados y parece como si hubiera estallado una bomba.

Todos estamos en ascuas al abrirnos camino lentamente hasta la ensenada, yendo tierra adentro; la costa está a varios metros de distancia al hacerse angosta. Estamos expuestos a tener una emboscada, e inconscientemente, bajo la mano y la apoyo en mi cadera, donde está mi cuchillo.  Me doy cuenta de que Logan hace lo mismo.

Veo sobre mi hombro buscando a Ben; pero él sigue en estado casi catatónico.

“¿Dónde está el camión?”, pregunta Logan, con voz nerviosa. “No iré tierra adentro, te lo digo desde ahora. Si algo sucede, necesitamos poder salir al Hudson, y rápidamente. Esto es una trampa mortal”, dice, mirando con recelo la orilla.

Yo también la veo. Pero la costa está vacía, desolada, congelada, sin nadie a la vista, hasta donde alcanzo a ver.

“¿Ves ahí?”, le digo, señalando. “¿Ese cobertizo oxidado? Es adentro”.

Logan nos acerca otras treinta yardas más o menos, después gira hacia el cobertizo.  Hay un viejo muelle en ruinas, y logra llevar la lancha a unos metros de la orilla. Apaga el motor, toma el ancla y la tira por la borda.  Después toma la cuerda de la lancha, hace un nudo flojo en un extremo, y lo lanza a un poste de metal oxidado.  Cae adentro y nos acerca, apretándolo, para que podamos caminar hacia el muelle.

“¿Vamos a bajar?”, pregunta Bree.

“Yo bajaré”, le digo. “Espérame aquí, en la lancha. Es demasiado peligroso para que ustedes vayan. Volveré pronto.  Voy a enterrar a Sasha.  Lo prometo”.

“¡No!”, grita ella. “Prometiste que nunca volveríamos a separarnos. ¡Lo prometiste! ¡No puedes dejarme aquí, sola! ¡NO puedes!”.

“No te voy a dejar sola”, le digo, con el corazón hecho pedazos.  “Te quedarás con Logan, con Ben, y con Rose. Estarás totalmente segura. Lo prometo”.

Pero Bree se levanta, y para mi sorpresa, da un salto a través de la cuerda y salta a la orilla de arena, cayendo justamente en la nieve.

Ella se queda en tierra, con las manos en sus caderas, mirándome desafiante.

“Si te vas, yo iré contigo”, afirma.

Respiro profundamente, viendo que está decidida. Sé que cuando se pone así, es porque lo dice en serio.

Será una responsabilidad ir con ella, pero tengo que reconocer que una parte de mí se siente bien teniéndola a mi lado todo el tiempo. Y si trato de disuadirla, solamente perderé más tiempo.

“De acuerdo”, le digo. “Pero quédate cerca de mí todo el tiempo. ¿Lo prometes?”

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