Antes De Que Necesite - Блейк Пирс 5 стр.


“Supongo que, si han implicado al FBI,” dijo, “¿eso significa que ha habido más asesinatos?”

“Sí, los ha habido,” dijo Harrison por detrás de Mackenzie. Ella frunció brevemente el ceño, deseando que él no hubiera divulgado esa información con tantas ganas.

“No obstante,” dijo Mackenzie, interponiéndose antes de que Harrison pudiera continuar, “sin duda alguna, somos incapaces de afirmar nada sólido sobre un vínculo sin que primero haya una investigación exhaustiva. Y esa es la razón por la que nos han llamado.”

“Ayudaré en lo que pueda,” dijo Sara Lewis. “Pero ya respondí a las preguntas de la policía.”

“Sí, entiendo, y se lo agradezco,” dijo Mackenzie. “Solo quiero repasar unas cuantas cosas que se les pueden haber pasado por alto. Por ejemplo, ¿tiene alguna idea de cuál era la situación financiera de su hermana y su cuñado?”

Era obvio que Sara pensaba que era una pregunta extraña, pero a pesar de ello, hizo todo lo que pudo por responderla. “Era buena, supongo. Josh tenía un buen trabajo y la verdad es que no gastaban mucho dinero. En ocasiones, Julie hasta me regañaba por gastar con demasiada frivolidad. En fin, ciertamente no estaban forrados… no por lo que yo sé, pero les iba bastante bien.”

“Y bien, la vecina nos dijo que a Julie le gustaba dibujar. ¿Solamente se trataba de un hobby o estaba ganando dinero con ello?”

“Más bien era un hobby,” dijo Julie. “Lo hacía bastante bien, pero ella ya sabía que no era nada del otro mundo, ¿entiende?”

“¿Qué hay de ex novios? ¿O quizá ex novias que pudiera tener Josh?”

“Julie tiene unos cuantos, pero ninguno de ellos se lo tomó muy a mal. Además, todos vivían en la otra punta del país. Eran una pareja realmente buena. Eran tan lindos juntos—hasta asquerosamente dulces en público. Ese tipo de pareja.”

La visita había resultado demasiado breve como para concluir, pero a Mackenzie solo le quedaba otra ruta que seguir y no estaba del todo segura de cómo referirse a ella sin repetirse. Pensó de nuevo en esas anotaciones extrañas en la libreta del banco de los Sterling, y seguía sin entender lo que significaban.

Seguramente no sea nada, pensó. La gente anota sus libretas de maneras distintas, nada más. Aun así, merece la pena investigarlo.

Pensando en las abreviaturas que había visto en la libreta de los Sterling, Mackenzie continuó. En el instante que abrió los labios para hablar, escuchó cómo le sonaba el teléfono en el bolsillo a Harrison. Él lo miró brevemente y después ignoró la llamada. “Lo siento,” dijo.

Ignorando la interrupción, Mackenzie preguntó: “¿Sabría por casualidad si Julie o Josh eran miembros de alguna organización o incluso de algún club o gimnasio? ¿El tipo de sitio al que se paga una tarifa de manera rutinaria?”

Sara pensó en ello durante un momento, pero sacudió la cabeza. “Que yo sepa, no. Como ya les he dicho… la verdad es que no gastaban mucho dinero. El único pago mensual del que puedo hablar que Julie tuviera además de sus recibos habituales era a su cuenta de Spotify, y solo son diez dólares.”

“¿Y ya se ha puesto alguien en contacto con usted, como un abogado, para hablar de lo que va a pasar con sus finanzas?” preguntó Mackenzie. “Lamento muchísimo tener que preguntarlo, pero podría ser urgente.”

“No, todavía no,” dijo ella. “Eran tan jóvenes, que ni siquiera creo que tuvieran un testamento redactado. Mierda… supongo que ahora tengo todo eso por delante, ¿no es cierto?”

Mackenzie se puso de pie, incapaz de responder a la pregunta. “Una vez más, gracias por hablar con nosotros. Por favor, si piensa en cualquier otra cosa en relación con las preguntas que le he hecho, le agradecería que me llamara.”

Dicho eso, entregó a Sara su tarjeta de visita. Sara la aceptó y se la metió al bolsillo mientras les guiaba hacia la entrada. No estaba siendo grosera, pero era obvio que quería que le dejaran en paz lo más rápido que fuera posible.

Con la puerta ya cerrada detrás de ellos, Mackenzie se quedó parada en el porche de Sara con Harrison. Pensó en corregirle por decirle tan deprisa a Sara que había habido más asesinatos que podían estar relacionados con el de su hermana. Pero había sido un error honesto, uno que ella también había cometido en sus comienzos. Así que lo dejó pasar.

“¿Puedo preguntarte algo?” preguntó Harrison.

“Claro,” dijo Mackenzie,

“¿Por qué estabas tan enfocada en las finanzas? ¿Tenía algo que ver con lo que viste en la casa de los Sterling?”

“Sí. Por ahora no es más que una corazonada, pero algunas de las transacciones eran—”

El teléfono de Harrison comenzó a vibrar de nuevo. Lo rebuscó en su bolsillo con una mirada de vergüenza en su rostro. Miró la pantalla, casi la ignora, pero decidió dejarlo fuera mientras regresaban al coche.

“Lo siento, pero tengo que atender esto,” dijo. “Es mi hermana. También llamó cuando estábamos dentro. Y es de lo más raro.”

Mackenzie no le presto mucha atención mientras se montaban en el coche. Apenas escuchaba el lado de Harrison de la conversación cuando él empezó a hablar. Sin embargo, para el momento en que había sacado el coche de vuelta a la calle, podía percibir en su tono de voz que algo andaba muy mal.

Cuando concluyó la llamada, había una expresión de sorpresa en su cara. Su labio superior tenía una especia de bucle, entre la sonrisa forzada y el ceño fruncido.

“¿Harrison?”

“Mi madre murió por la mañana,” dijo él.

“Oh Dios mío,” dijo Mackenzie.

“Ataque al corazón… así, sin más. Está—”

Mackenzie podía ver que estaba reprimiéndose para no romper a llorar. Volvió la cabeza hacia el otro lado, mirando por la ventana del copiloto, y comenzó a soltarlo.

“Lo siento mucho, Harrison,” dijo Mackenzie. “Vamos a enviarte a casa. Organizaré el vuelo enseguida. ¿Hay algo más que necesites?”

Él no hizo más que sacudir la cabeza brevemente, todavía mirando a la distancia mientras lloraba un poco más obviamente.

En primer lugar, Mackenzie llamó a Quantico. No pudo conseguir a McGrath así que dejó un mensaje con su recepcionista, diciéndole lo que había sucedido y que Harrison volaría de vuelta a DC tan pronto como fuera posible. Entonces llamó a la aerolínea y reservó el primer vuelo disponible, que despegaba en tres horas y media.

En el momento que el vuelo estuvo reservado y concluyó la llamada, sonó su teléfono. Mirando a Harrison con compasión, lo respondió. Le parecía terrible regresar a la mentalidad del trabajo después de las noticias que había recibido Harrison, pero tenía un trabajo que hacer—y seguían sin tener pistas sólidas.

“Al habla la Agente White,” dijo.

“Agente White, soy la agente Dagney. Pensé que querrías saber que tenemos una pista potencial.”

“¿Potencial?” dijo ella.

“En fin, sin duda encaja con el perfil. Es un tipo que detuvimos en varias invasiones domiciliarias, y en dos de los casos hubo violencia y agresión sexual.”

“¿En la misma zona que los Kurtz y los Sterling?”

“Ahí es donde se pone prometedor,” dijo Dagney. “Una de las ocasiones en que hubo agresión sexual sucedió en el mismo conjunto de mansiones en que vivían los Kurtz.”

“¿Tenemos una dirección para encontrar a este tipo?”

“Sí. Trabaja en un taller de reparación de coches. Uno pequeño. Y tenemos la confirmación de que está allí en este momento. Se llama Mike Nell.”

“Envíame la dirección y pasaré para charlar con él. ¿Y sabes algo sobre los historiales financieros que solicitó Harrison?” preguntó Mackenzie.

“Todavía no, aunque tenemos a algunos agentes investigándolo. No debería llevar mucho más tiempo.”

Mackenzie terminó la llamada e hizo lo que pudo para conceder a Harrison un tiempo para sus penas. Ya no estaba llorando, pero estaba claro que estaba esforzándose para mantenerse bajo control.

“Gracias,” dijo Harrison, secándose una lágrima furtiva de la cara.

“¿Por qué?” preguntó Mackenzie.

Él solo se encogió de hombros. “Por llamar a McGrath y al aeropuerto. Lamento que esto sea un fastidio en medio del caso.”

“No lo es,” dijo ella. “Harrison, lamento mucho tu pérdida.”

Después de eso, el coche cayó en el silencio y, le gustara o no, la mente de Mackenzie regresó de nuevo a su trabajo. Había un asesino suelto en alguna parte, por lo visto con la necesidad de representar algún tipo de venganza extraña con parejas felices. Y puede que le estuviera esperando a ella en este preciso instante.

Mackenzie apenas podía contener las ganas de conocerle.

CAPÍTULO SIETE

Dejar a Harrison en el motel le resultó algo agridulce. Le hubiera gustado poder hacer algo más por él, o, cuando menos, ofrecerle algunas palabras de consuelo. No obstante, al final, solo le saludó con pocas ganas mientras él se iba hacia su habitación a hacer la maleta y a llamar a un taxi para que le llevara al aeropuerto.

Cuando él cerró su puerta al entrar, Mackenzie pegó la dirección que le había enviado Dagney en su GPS. El taller para Coches Lipton estaba exactamente a diecisiete minutos del motel, una distancia que se puso a recorrer de inmediato.

Le resultaba extraño estar sola en el coche, pero consiguió distraerse de nuevo con el paisaje de Miami. Era distinto de otras ciudades orientadas a la vida playera en las que había estado. Mientras que las poblaciones de playa más pequeñas resultaban un tanto arenosas y casi desgastadas, todo lo que había en Miami parecía resplandecer y brillar a pesar de la cercana arena y de la brisa salada que llegaba del océano. Por aquí y por allá, veía algún edificio que parecía estar fuera de lugar, abandonado y desolado, como recordatorio de que todo tenía sus taras.

Llegó al taller antes de lo que se esperaba, después de dejarse distraer por las vistas de la ciudad. Aparcó en un aparcamiento que estaba abarrotado de coches averiados y de camiones que estaban siendo obviamente saqueados en busca de piezas de repuesto. Parecía la clase de operación que permanecía constantemente en una situación cercana a la bancarrota.

Antes de entrar, echó un vistazo rápido al lugar. Había una oficina frontal destartalada que, en este momento, no estaba atendida. El taller adosado tenía tres dársenas, de las cuales solamente una contenía un coche; estaba encaramado a una tarima, pero no parecía que le estuvieran haciendo nada en particular. En el taller, había un hombre revolviendo en una caja de herramientas en forma de concha marina. Había otro en el extremo trasero del taller, de pie sobre una pequeña escalera y revolviendo entre unas cajas viejas de cartón.

Mackenzie se acercó al hombre que estaba más cerca de ella, el que estaba buscando algo en la caja de herramientas. Parecía que tenía cerca de unos cuarenta años, con cabello largo y grasiento que le caía sobre los hombros. La perilla que tenía en la cara no podía llamarse barba. Cuando elevó la vista al ver que ella se aproximaba, le sonrió abiertamente.

“Hola, preciosa,” dijo él con un acento un tanto sureño. “¿En qué te puedo ayudar hoy?”

Mackenzie le mostró su placa. “Puedes empezar por dejar de llamarme preciosa. Y después me puedes decir si eres Mike Nell.”

“Sí, ese soy yo,” dijo él. Estaba mirando a su identificación con algo parecido al miedo. Entonces volvió a mirarle a la cara, como si estuviera decidiendo si todo esto se trataba de alguna broma pesada.

“Señor Nell, me gustaría que—”

Él se revolvió rápidamente y la empujó. Con fuerza. Se tambaleó hacia atrás y sus pies dieron con un neumático que estaba por el suelo. Cuando perdió el equilibrio y se fue al suelo de espaldas, pudo ver cómo Nell salía corriendo. Estaba saliendo del taller, corriendo y mirando por encima del hombro.

Eso escaló bastante rápido, pensó. No me cabe duda de que es culpable de algo.

Su instinto le decía que agarrara su arma, pero eso montaría todo un número, así que se puso de pie y empezó a perseguirle. No obstante, cuando se dio impulso para ponerse de pie, su mano cayó sobre otra cosa que habían dejado en el suelo. Era una llave de cruz—posiblemente la que habían sacado del neumático sobre el que había caído.

Lo recogió y se puso rápidamente de pie. Se lanzó a la parte delantera del taller y vio a Nell en la acera, a punto de cruzar la calle. Mackenzie miró rápidamente en ambas direcciones, vio que no había coches en unos cuantos metros, y echó su brazo hacia atrás.

Lanzó la llave de cruz a través del aire con tanta fuerza como pudo. Navegó por los cinco metros más o menos que le separaban de Nell, y le dio directamente en la espalda. Él soltó un grito de sorpresa y de dolor antes de tambalearse hacia delante y caer de rodillas, casi dando con su rostro en el borde de la acera.

Mackenzie echó a correr tras él, clavándole una rodilla en su espalda antes de que siquiera pudiera pensar en intentar volver a ponerse de pie.

Le sujetó los brazos a la espalda y le empujó hacia abajo. Él trataba de librarse, pero pronto se dio cuenta de que escaparse solo iba a causarle más dolor debido a que sus hombros estaban estirados hacia atrás. Con una velocidad que llevaba meses practicando, sacó su par de esposas de su cinturón y se las colocó en las muñecas.

“Eso fue una tontería,” dijo Mackenzie. “Solo quería hacerte unas preguntas… y me diste la respuesta que andaba buscando.”

Nell no dijo nada, pero aceptó por fin que no iba a poder escaparse de ella. Mientras pasaban varios coches, el otro hombre del taller llegó apresuradamente.

“¿Qué demonios es esto?” preguntó.

“El señor Nell acaba de atacar a una agente del FBI,” dijo Mackenzie. “Me temo que no podrá terminar su jornada en el taller.”

***

Mackenzie observaba a Mike Nell desde el otro lado del espejo falso de la sala de observación. Parecía estar molesto y avergonzado—con un gesto de fastidio que había permanecido en su rostro desde el momento en que Mackenzie le había puesto en pie para esposarle delante de su jefe. Se mordía el labio nerviosamente, lo que indicaba que, seguramente, se estaba muriendo por fumar un cigarrillo o tomar algo de beber.

Mackenzie desvió la mirada de él para examinar el documento que tenía en las manos. Contaba la breve, aunque tormentosa, historia de Mike Nell, un adolescente que se había escapado de casa con dieciséis años, al que habían detenido por primera vez por robo menor con asalto a mano armada a los dieciocho años. Los últimos doce años de su vida describían el retrato de un perdedor atormentado—asaltos, robos, allanamiento de morada, además de unas cuantas temporadas a la sombra.

Además de Mackenzie, Dagney y el Jefe Rodríguez miraban a Nell con algo parecido al desprecio.

“Tengo la impresión de que le habéis visto a menudo en el pasado, ¿no es cierto?” preguntó Mackenzie.

“Así es,” dijo Rodríguez. “Y por alguna razón, los jueces no hacen más que darle una palmadita en la muñeca y eso es todo. La pena más larga que ha cumplido era la misma de la que le acaban de dar la condicional, y era una sentencia de solo un año. Si resulta que este desgraciado es responsable de esos asesinatos, los jueces se van tener que meter el rabo entre las piernas.”

Mackenzie entregó el informe a Dagney y caminó hacia la puerta. “Muy bien, veamos lo que tiene que contar,” dijo Mackenzie.

Salió de la sala y permaneció en pie en el pasillo durante un momento antes de irse a interrogar a Mike Nell. Sacó su teléfono, mirando por si había recibido un mensaje de Harrison. Asumía que para ahora ya estaría en el aeropuerto, quizá tras hablar con otros familiares para hacerse una mejor idea de lo que estaba pasando en su hogar natal. Lo sentía de verdad por él y a pesar de que no le conocía muy bien, deseaba que hubiera algo que ella pudiera hacer al respecto.

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