Antes De Que Cace - Блейк Пирс 2 стр.


Entonces la diapositiva dio lugar a una imagen de la esposa. Estaba en el sofá, con su mirada muerta fija en el techo. Había sangre reseca a un lado de su cara.

“¿Había una tarjeta de visita en la escena?” preguntó Mackenzie.

“Sí,” respondió Penbrook. “En la mesita de noche. Y, para que entiendas el alcance de todo ello, aquí tienes una foto de la última escena con un vagabundo.”

Cambió de diapositiva y ahora Mackenzie vio a un hombre tumbado sobre el pavimento de una ciudad. El lateral de su cabeza estaba totalmente ensangrentado, en casi perfecto contraste con la tarjeta de visita blanca que le habían medio metido a la fuerza entre los labios.

“Parece como si el asesino estuviera divirtiéndose a estas alturas,” dijo Ellington. “Es de locos.”

Tenía razón. Mackenzie estaba convencida de que había algo de carácter casi lúdico en la manera en que habían colocado la tarjeta en la boca de la víctima. Añade eso al hecho de que el asesino parecía estar colocando huellas dactilares en las tarjetas y otras víctimas para llevarles a callejones sin salida y eso quería decir que te las estabas viendo con un asesino decidido, inteligente y macabro.

Se cree muy gracioso, pensó Mackenzie mientras miraba la fotografía de la víctima.

“¿Entonces por qué está escogiendo matar a vagabundos?” preguntó Mackenzie. “Si ha regresado para matar a más después de tanto tiempo tras matar a mi padre, ¿por qué los sin techo? ¿Y hay alguna conexión entre estos vagabundos y Jimmy Scotts o Gabriel Hambry?”

“Ninguna que hayamos encontrado,” dijo Penbrook.

“Así que quizá solo nos lo esté restregando por las narices,” dijo Mackenzie. “Quizá sepa que las muertes de los vagabundos no van a tener el mismo nivel de prioridad que si estuviera matando a ciudadanos de los de siempre. Y, si ese es el caso, entonces realmente está haciendo esto casi como un acto lúdico.”

“Eso sobre la comunidad de vagabundos,” dijo Ellington. “Si hacemos unas preguntas por ahí, ¿crees que podríamos obtener alguna clase de información de los demás vagabundos de la zona?”

“Oh, ya lo intentamos,” dijo Penbrook. “Pero no quieren hablar. Tienen miedo de que quienquiera que sea el autor de la matanza vendrá a por ellos a la próxima si dicen algo.”

“Necesitamos hablar con el hermano de la última víctima,” dijo Mackenzie. “¿Alguna idea sobre dónde puede estar? ¿Vive en los alrededores?”

“Algo así,” dijo Penbrook. “al igual que su hermano, está viviendo en las calles. Bueno, estaba. En este momento, está en una instalación correccional. No consigo recordar debido a qué, pero quizá por intoxicación en público. Su historial está repleto de pequeños delitos que le llevan a la cárcel durante una o dos semanas cada vez. Sucede a menudo, saben. Algunos de ellos solo lo hacen para tener un techo gratis durante unos cuantos días.”

“¿Tienes algún problema en que vayamos a verle?” preguntó Mackenzie.

“En absoluto,” dijo Penbrook. “Haré que alguien les llame para decirles que vais para allá.”

“Gracias.”

“Creo que soy yo el que debería daros las gracias,” dijo Penbrook. “Estamos emocionados de que por fin estés aquí trabajando en este asunto.”

Por fin, pensó Mackenzie. Sin embargo, no dijo nada y lo dejó estar ahí.

Porque lo cierto era que ella también estaba emocionada. Estaba emocionada de tener por fin la oportunidad de solventar un caso realmente extraño que estaba removiendo cosas de su infancia y que apuntaba directamente de vuelta a su padre.

CAPÍTULO TRES

La Instalación Correccional Delcroix estaba escondida a la salida de la autopista en un terreno que era soso y sin carácter. Era el único edificio en una franja de unos quinientos acres de terrenos—no una cárcel en sí misma, pero sin duda tampoco era un lugar en que cualquier persona regular de la calle querría pasar ninguna cantidad importante de su tiempo.

Desde el puesto de seguridad que había a la entrada, les hicieron gestos a Mackenzie y Ellington para dirigirles a que aparcaran en la zona de personal al extremo trasero de la propiedad. Desde allí, les registraron en la recepción principal de seguridad y les escoltaron a una pequeña zona de espera donde ya había una mujer esperándoles.

“¿Agentes White y Ellington?” preguntó.

Mackenzie estrechó su mano en primer lugar cuando hicieron las presentaciones. El nombre de la mujer era Mel Kellerman. Era bastante bajita y ligeramente regordeta, pero, aun así, tenía los ademanes de una mujer que las había pasado moradas y se había reído de sus tribulaciones.

Mientras Kellerman les guiaba afuera de la zona de espera, les hizo un breve resumen sobre el lugar.

“Trabajo como Administradora de Seguridad,” dijo. “Como tal, puedo deciros que el hombre al que habéis venido a ver no supone ninguna amenaza. Se llama Bryan Taylor. Tiene cincuenta años y es un adicto a la heroína en recuperación. A veces tiene conversaciones con gente que no está presente. Su historial es menor, pero le tenemos vigilado porque este es el cuarto delito menor que ha cometido este año. Creemos que solo lo hace para conseguir una habitación y comida gratis.”

“¿Y cuál fue su último delito?” preguntó Mackenzie.

“Se puso a mear en el neumático trasero de un autobús urbano a plena luz del día.”

Ellington se echó a reír. “¿Estaba ebrio?”

“Para nada,” dijo Kellerman. “Solo dijo que tenía que ponerse a evacuar.”

Les guió por un pequeño recibidor y después por un pasillo todavía más estrecho. Al final, llegaron a una puerta que Kellerman abrió para ellos. La sala solo contenía una mesa y cinco sillas. Un hombre de aspecto desaliñado ocupaba una de las sillas mientras que un hombre vestido con un uniforme de seguridad ocupaba otra. El guarda se giró cuando entraron y se levantó de su asiento de inmediato.

“¿Os está dando algún problema el señor Taylor?” preguntó Kellerman al guarda.

“No, pero está de perorata. Otra vez con los rusos y Trump.”

“Ah, una de mis favoritas,” dijo Kellerman. Se giró hacia Mackenzie y Ellington. “Estaré en la habitación de al lado si me necesitáis. Aunque creo que no tendréis problemas.”

Dicho esto, Kellerman y el otro guarda salieron de la sala, dejándoles a solas con Bryan Taylor.

“Hola, Taylor,” dijo Mackenzie mientras tomaba asiento al otro lado de la mesa. “¿Te dijeron por qué veníamos a verte?”

Taylor asintió con tristeza. “Claro. Queréis saber algo sobre mi hermano—sobre cómo murió.”

“Eso es correcto,” dijo Mackenzie. “Lamento mucho tu pérdida.”

Taylor solo se encogió de hombros. Estaba tamborileando sus dedos sobre la mesa y alternaba la mirada entre Mackenzie y Ellington.

“Bueno, yo soy la agente White y este es mi compañero, el agente Ellington,” dijo Mackenzie.

“Claro, ya lo sé. Del FBI.” Volvió la vista al cielo al decir esto.

“Taylor… dime… ¿Tenía algún enemigo tu hermano? ¿Alguna gente que pudiera tener algo en contra de él?”

Taylor apenas pensó en ello antes de responder. “No. Solo nuestra madre, y ya lleva muerta siete años.”

“¿Tenías confianza con tu hermano?”

“No éramos los mejores amigos del mundo ni nada por el estilo,” dijo Taylor. “Pero supongo que nos llevábamos bien. Aunque él andaba con algunos cabrones de mala reputación. Relacionados con los Illuminati. Lo cierto es que no me sorprendió enterarme de que había muerto. Esos monstruos Illuminati tienen algo en contra de los sin techo. Los famosos, también. Saben que mataron a Kennedy, ¿verdad?”

“Algo de eso escuché,” dijo Ellington, sin poder contener una sonrisa sarcástica.

Mackenzie le piso el pie por debajo de la mesa e hizo lo que pudo para seguir avanzando.

“¿Tienes algún otro amigo que haya sido asesinado hace poco?” preguntó.

“Creo que no, pero la verdad es que no ando con la misma gente con frecuencia. En las calles, tener más amigos solo significa más gente que te puede timar.”

“Solo otra pregunta, Taylor,” dijo Mackenzie. “¿Has oído hablar alguna vez de una empresa llamada Antigüedades Barker?”

Tampoco se pensó mucho la respuesta. “No. No puedo decir que así sea. Nunca puse el pie en una tienda de antigüedades. No tengo el dinero como para gastarlo en viejas reliquias polvorientas. Gente rica de mierda lleva sitios como ese. Compran allí, también.”

Mackenzie asintió y soltó un leve suspiro. “Bueno, gracias por tu tiempo y tu cooperación, Taylor. Por favor, te pido que si se te ocurre algo más sobre tu hermano que pueda ayudarnos a entender quién le ha podido matar, se lo digas a alguien que trabaja aquí para que nos puedan pasar la información.”

“Oh, claro. Sabes… podías ir a Nevada. Apuesto a que hay algunas respuestas allí.”

“¿Nevada?” preguntó Mackenzie. “¿Por qué allí?”

“Área 51. Groom Lake. No son los Illuminati, pero todo el mundo sabe que esos lugares de alto secreto del gobierno han estado echando el guante a los sin techo durante siglos. Hacen experimentos y pruebas con ellos allí en el desierto.”

Mackenzie se dio la vuelta antes de que Taylor pudiera ver su sonrisa de duda. Basada en lo que sabía sobre él, sabía que no podía evitarlo—que le faltaban unos cuantos tornillos. Ellington, por otra parte, no fue capaz de mantener tan bien la profesionalidad.

“Buen consejo, Taylor. Sin duda lo investigaremos.”

Mientras llegaban hasta la salida, Mackenzie le dio un codazo y se inclinó lo bastante cerca de él como para susurrar. “Eso rayó en la crueldad,” dijo ella.

“¿Lo crees así? Solo trataba de hacerle sentir que había hecho una contribución legítima a la investigación.”

“Vas a ir al infierno,” le dijo ella, sonriendo.

“Oh, ya lo sé. Junto con todos los Illuminati, sin duda alguna.”

***

Mientras regresaban al coche, Mackenzie ya había empezado a figurarse su siguiente paso. Parecía sólido, y al mismo tiempo, podía entender por qué era una avenida que el bureau todavía no había explorado apropiadamente.

“Sabes una cosa, Taylor dijo una cosa que tenía sentido,” dijo Mackenzie.

“¿Sí?” preguntó Ellington. “Debo de habérmela perdido.”

“Habló de cómo algunas de esas comunidades de los sin techo están bastante unidas. Creo que el bureau ha estado tan preocupado pensando en cómo estaban conectados los vagabundos entre sí que no han considerado seriamente cómo podían estar conectados con ellos Jimmy Scotts y Gabriel Hambry.”

Se montaron en el coche, y esta vez Ellington optó por sentarse al volante. “Ya, pero eso no es verdad. Se ha contactado con las casas de acogida y los comedores comunitarios para ver si alguno de esos hombres tenía alguna afiliación con ese tipo de lugares.”

“Exactamente,” dijo Mackenzie. “Se asumió que habían estado conectados con los vagabundos de manera que les enfocó totalmente en investigar a los vagabundos. Quizá haya algo más ahí.”

“¿Cómo qué? ¿Crees que Scotts y Hambry pueden haber sido personas sin techo en algún momento?”

“NI idea, pero digamos que lo han sido. Eso nos da una conexión suficientemente buena y nos diría que este tipo está, por alguna u otra razón, yendo solo a por vagabundos.”

“Merece la pena considerarlo,” dijo Ellington. “Claro que eso deja a un lado una pregunta muy importante: ¿Por qué?”

“Bien, primero, asegurémonos de que no me estoy pasando demasiado de lista.”

“¿Cómo?”

“Por lo que he leído en los informes, Gabriel Hambry no tiene ningún familiar. La única familia que ha dejado son un par de abuelos que viven en Maine. Pero Jimmy Scotts tiene una mujer y dos hijos en Lincoln.”

“¿Y quieres ir hacia allá?” preguntó Ellington.

“Bueno, teniendo en cuenta que el lugar al que quiero ir después está a seis horas de distancia, claro… creo que deberíamos empezar por allí.”

“¿Seis horas de distancia? ¿Dónde diablos quieres ir? ¿Al otro lado del estado?”

“Lo cierto es que sí. Al condado de Morrill. Una pequeña localidad llamada Belton.”

“¿Y qué hay allí?”

Suprimiendo un escalofrío, Mackenzie contestó: “Mi pasado.”

CAPÍTULO CUATRO

Se pasaron todo el trayecto hasta Lincoln comparando diferentes teorías posibles. ¿Por qué matar a vagabundos? ¿Por qué matar a Ben White, el padre de Mackenzie? ¿Hubo otros antes de Ben White que simplemente no habían sido hallados?

Había demasiadas preguntas y básicamente, cero respuestas. Y aunque por lo general, a Mackenzie no le gustaba especular, en ocasiones era la única herramienta que se podía utilizar cuando el mundo real no te ofrecía nada más. Parecía incluso más necesario ahora que estaba de regreso en Nebraska. Era un estado mucho más grande de lo que parecía a simple vista y sin pistas sólidas que seguir, la especulación era todo lo que tenían por el momento.

Bueno, había una pista, pero parecía ser un fantasma: unas tarjetas de visita con el nombre de una compañía que no existía escrito en ellas. Lo que no les servía de gran cosa.

Mackenzie siguió pensando en la tarjeta de visita mientras se acercaban a Lincoln. Tenía que tener algún sentido, incluso aunque no fuera más que un rompecabezas elaborado que el asesino les estaba pidiendo que montaran. Sabía que había unas cuantas personas en DC que habían estado tratando de descifrar dicho código (si realmente había uno que descifrar) de manera consistente pero que no habían obtenido ningún resultado hasta el momento.

Las tarjetas de visita en todos los cadáveres que habían aparecido hasta el momento apuntaban a una conclusión provocativa: el asesino quería que supieran que cada uno de esos asesinatos era obra suya. Quería que las autoridades llevaran la cuenta, que supieran de qué era responsable. Esto indicaba un asesino que se enorgullecía no solo de lo que estaba haciendo, sino del hecho de que estaba mareando al FBI mientras trataban de encontrarle.

Esta frustración ocupaba la mente de Mackenzie mientras Ellington aparcaba delante de la residencia de los Scotts. Vivían en una casa de clase media alta en el tipo de vecindario donde todas las casas se habían construido para que se parecieran las unas a las otras. Los céspedes delanteros estaban perfectamente mantenidos, y hasta mientras se apeaban del coche y se dirigían a la puerta frontal de los Scotts, Mackenzie divisó a dos personas paseando a sus perros mientras repasaban el contenido de sus teléfonos al hacerlo.

En base a los archivos del caso, Mackenzie sabía lo esencial sobre la esposa de Jimmy Scotts, Kim. Trabajaba desde casa como editora técnica para una compañía de software y sus hijos iban a la escuela cada día hasta las 3:45. Se había mudado a Lincoln un mes después de la muerte de Jimmy, declarando que todo lo que rodeaba al condado de Morrill no era más que un devastador recordatorio de la vida que en su día había vivido con su marido.

Eran las 3:07 cuando Mackenzie llamó a la puerta. Le encantaría poder hacer lo que tenía que hacer sin tener que hacer pasar a los niños por una conversación llena de recuerdos de su padre fallecido. Según los informes, la mayor de las dos chicas, una novicia prometedora en la escuela secundaria, se había tomado especialmente mal la muerte de su padre.

Una mujer de mediana edad sorprendentemente hermosa respondió a la puerta. Parecía confundida al principio, pero entonces, quizá después de comprobar su atuendo, pareció entender quién estaba en su puerta y por qué estaban aquí.

Frunció ligeramente el ceño antes de preguntar: “¿Puedo ayudarles?”

“Soy la agente White, y este es el agente Ellington, del FBI,” dijo Mackenzie. “Discúlpeme, pero esperábamos que pudiera responder a unas cuantas preguntas sobre su marido.”

“¿En serio?” preguntó Kim Scotts. “He dejado todo eso atrás. También lo han hecho mis hijas. Lo cierto es que preferiría no volver a hablar de ese asunto si pudiera evitarlo. Así que gracias, pero no.”

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