Antes de Que Vea - Блейк Пирс 5 стр.


Una primera vivienda que no tuvo oportunidad de ver qué más podía llegar a ser, pensó Mackenzie mientras entraban a la casa. Es de lo más triste.

Entraron por la puerta delantera, pasando a un pequeño recibidor que daba directamente a la sala de estar. Mackenzie podía sentir la escalofriante sensación de soledad y silencio que acompañaba la mayoría de las residencias poco después de una muerte. Esperaba acostumbrarse a ello en algún momento, pero le parecía difícil de creer.

Bryers hizo las presentaciones con la policía que estaba afuera del recibidor y los chicos en uniforme parecieron aliviados de que les pidieran que se retiraran. Cuando comenzaron a salir, Bryers y Mackenzie entraron a la sala de estar. Mackenzie vio que Caleb Kellerman parecía increíblemente joven: podía pasar fácilmente por un chico de unos dieciocho años con su aspecto bien afeitado, su camiseta de Five Finger Death Punch, y sus pantalones cortos de camuflaje. Mackenzie fue capaz de pasar por alto su apariencia, concentrándose en vez de ello en el sufrimiento indescriptible que vio en el rostro del joven.

Él les miró, esperando que alguno de los dos dijera algo. Mackenzie notó cómo Bryers le daba la luz verde, asintiendo con sutileza en dirección a Caleb. Ella dio un paso adelante, tan aterrorizada como halagada de que le concedieran tal autoridad. O Bryers la tenía en gran estima, o estaba tratando de hacer que se sintiera incómoda.

“Señor Kellerman, soy la Agente White, y este es el Agente Bryers.” Sintió dudas por un instante. ¿De verdad se había presentado como la Agente White? Tenía un timbre agradable. Pasó esto por alto y continuó. “Sé que está lidiando con una pérdida y ni siquiera voy a pretender que le entiendo,” dijo ella. Mantuvo su voz en un tono bajo, cálida, pero firme. “No obstante, si queremos encontrar a la persona que hizo esto, realmente tenemos que hacerle algunas preguntas. ¿Está preparado para ellas?”

Caleb Kellerman asintió. “Cualquier cosa que pueda hacer para asegurarme de que encuentran al hombre que hizo esto,” dijo él. “Haré lo que sea.”

Había una rabia en su voz que hizo que Mackenzie deseara que alguien buscara algún tipo de terapia para Caleb durante los siguientes días. Había algo en sus ojos que parecía casi trastornado.

“Bien, para empezar, necesito saber si Susan tenía enemigos… cualquiera que pudiera ser algo parecido a un rival.”

“Había unas cuantas chicas con las que atendió secundaria que se ponían a fastidiarla en Facebook,” dijo Caleb. “Por lo general, era por cuestiones políticas. Y ninguna de esas chicas lo haría, de todas maneras. Solo se trataba de discusiones desagradables y cosas así.”

“¿Y qué hay de su trabajo?” preguntó Mackenzie. “¿Le gustaba?”

Caleb se encogió de hombros. Se sentó de nuevo en el sofá e intentó relajarse. Sin embargo, su rostro parecía estar atascado en una expresión permanente de desaprobación. “Le gustaba tanto como a cualquier otra mujer que haya ido a la universidad y consiga un trabajo que no tiene nada que ver con su licenciatura. Pagaba los recibos y, en ocasiones, las comisiones extra eran bastante buenas. Pero los horarios no le gustaban nada.”

“¿Conocías a algunas de las personas con las que trabajaba?” preguntó Mackenzie.

“No. Le escuché hablar de ellos cuando me contaba historias en casa, pero eso fue todo.”

A continuación, intervino Bryers. Su voz sonaba muy distinta en el silencio de la casa ya que empleaba un tono sombrío. “Era una representante de ventas, ¿correcto? ¿Para la Universidad Un Usted Mejorado?”

“Sí. Ya le di a la policía el número de su supervisor.”

“Ya enviamos a algunos chicos del Bureau a hablar con él,” dijo Bryers.

“Va a dar lo mismo,” dijo Caleb. “No la mató nadie del trabajo. Puedo asegurarlo. Sé que suena estúpido, pero es la sensación que tengo. Todos en su trabajo son gente agradable… en el mismo barco que nosotros, intentando llegar a fin de mes y pagar sus recibos. Gente honesta, ¿sabe?”

Por un momento, estuvo a punto de echarse a llorar. Retomó la compostura, miró al suelo para retomar control, y volvió a elevar la vista. Las lágrimas que apenas acababa de reprimir salieron flotando de las comisuras de sus ojos.

“Muy bien, entonces ¿qué se le ocurre que nos pueda guiar por el camino adecuado?” preguntó Bryers.

“No lo sé,” dijo Caleb. “Tenía una hoja de ventas con los clientes que iba a visitar ese día, pero nadie puede encontrarla. Los policías dijeron que seguramente se debe a que el asesino la cogió y la tiró.”

“Seguramente fue así,” dijo Mackenzie.

“Todavía no lo entiendo,” dijo Caleb. “Todavía no parece real. Estoy esperando a que ella vuelva a entrar por esa puerta en cualquier momento. El día que murió… empezó como cualquier otro día. Me dio un beso en la mejilla mientras me vestía para ir al trabajo y me dijo adiós. Se fue a la parada del autobús, y eso fue todo. Esa fue la última vez que la vi.”

Mackenzie vio que Caleb estaba a punto de perder los nervios y, por mucho que pareciera un error hacerlo, añadió una última pregunta antes de que él se viniera abajo.

“¿Parada de autobús?” preguntó.

“Sí, tomaba el autobús para ir a la oficina todos los días; tomaba el de las ocho y veinte para llegar a tiempo al trabajo. Nuestro coche nos dejó tirados hace dos meses.”

“¿Dónde se encuentra esa parada de autobús?” preguntó Bryers.

“A dos manzanas,” dijo Caleb. “Se trata de una de esas paradas que parecen vestíbulos.” Entonces miró a Mackenzie y a White, con la mirada llena de esperanza de repente por debajo del dolor y el odio. “¿Por qué? ¿Cree que es importante?”

“No hay manera de saberlo con certeza,” dijo Mackenzie. “Pero le mantendremos informado. Muchas gracias por su tiempo.”

“Claro,” dijo Caleb. “Ehh… ¿chicos?”

“¿Sí?” dijo Mackenzie.

“Ya han pasado más de tres días, ¿no es cierto? Tres días desde la última vez que la vi y casi dos días enteros desde que hallaron su cadáver.”

“Eso es correcto,” dijo Bryers en voz baja.

“¿Entonces es demasiado tarde? ¿Se va a salir con la suya ese bastardo?”

“No,” dijo Mackenzie. Se le escapó de los labios antes de que pudiera detenerlo y supo al instante que había cometido su primer error delante de Bryers.

“Haremos todo lo que podamos,” dijo Bryers, colocando la mano gentil pero firmemente en el hombro de Mackenzie. “Por favor, llámenos si se le ocurre cualquier cosa que pueda servir de ayuda.”

Dicho eso, salieron de la casa. Mackenzie se sacudió ligeramente cuando oyó como Caleb se venía abajo y se ponía a llorar antes de que fueran capaces de cerrar la puerta al salir.

Ese sonido le hizo algo… algo que le recordaba a su casa. La última vez que había sentido algo así fue en el momento en que, todavía en Nebraska, se había sentido completamente consumida por la tarea de detener al Asesino del Espantapájaros. Sintió esa urgente necesidad una vez más al salir a la escalinata de acceso a la casa de Caleb Kellerman, y poco a poco, se dio cuenta de que no se detendría ante nada hasta que atrapara a este asesino.

CAPÍTULO CUATRO

“No puedes hacer eso,” dijo Bryers en el instante que entraron de nuevo al coche, con él al volante.

“¿No puedo hacer el qué?”

Él suspiró e hizo todo lo que pudo por parecer más sincero que crítico. “Ya sé que probablemente nunca hayas estado en esta misma situación antes, pero no puedes decirle a la familia de una víctima que no, que el asesino no se va a librar. No puedes darles esperanzas cuando no las hay. Qué diablos, incluso si hay esperanzas, no puedes decirles algo así.”

“Lo sé,” dijo ella, decepcionada. “Lo supe en el momento que salieron las palabras de mis labios. Lo siento.”

“No hay necesidad de disculparse. Solo trata de mantener la cabeza encima de los hombros. ¿Entendido?”

“Entendido.”

Como Bryers conocía la ciudad mejor que Mackenzie, él condujo hasta el Departamento de Transporte Público. Condujo con cierta urgencia y pidió a Mackenzie que llamara por adelantado para asegurarse de que podían hablar con alguien que supiera de qué estaban hablando y que pudiera atenderles deprisa. Era un método muy simple, pero Mackenzie estaba impresionada con su eficacia. Desde luego, estaba muy lejos de lo que había experimentado en Nebraska.

Durante la media hora de trayecto, Bryers llenó el coche con su conversación. Quería saber todo sobre el tiempo que había pasado en el cuerpo en Nebraska, en particular sobre el caso del Asesino del Espantapájaros. Le preguntó por la universidad y por sus aficiones. A ella no le importó darle la información de nivel más bien superficial pero no quiso ahondar demasiado—principalmente porque él tampoco lo estaba haciendo.

De hecho, Bryers parecía reservado. Cuando Mackenzie le preguntó por su familia, él le contestó de la manera más general que pudo sin resultar grosero. “Una esposa, dos hijos que están estudiando fuera en la Universidad, y un perro que está en las últimas.”

En fin, pensó Mackenzie. Solo es nuestro primer día juntos y no me conoce en absoluto—más que por lo que ha leído sobre mí en los periódicos hace seis meses y lo que sea que haya en mi archivo de la Academia. No le culpo por no abrirse todavía.

Cuando llegaron al Departamento de Transporte Público, Mackenzie todavía tenía una opinión favorable del agente más maduro pero había una tensión entre ellos que no podía definir del todo. Quizá él no la sentía; quizá fuera cosa suya. El hecho de que había desviado todas las preguntas que le había hecho sobre su trabajo le hacía sentir incómoda. También le hizo recordar rápidamente que este todavía no era su trabajo. Solo estaba haciendo de ayudante como un favor a Ellington, una manera de ponerse a prueba, por decirlo así. También formaba parte de todo esto debido a ciertas oscuras negociaciones en despachos ocultos donde los mandamases habían apostado por ella. Añadía un nuevo nivel de riesgo no solo para ella, sino para la gente con la que estaba trabajando—incluidos Bryers y Ellington.

El Departamento de Transportes se encontraba dentro de un edificio junto con otros diez departamentos más. Mackenzie siguió al Agente Bryers por los pasillos lo mejor que pudo. Él caminaba deprisa, haciendo gestos a gente aquí y allá como si estuviera familiarizado con el lugar. Unas cuantas personas parecían reconocerle, lanzándole sonrisas y saludos rápidos aquí y allá. El día estaba terminando, así que todo el mundo parecía moverse con rapidez, esperando a que dieran las cinco de la tarde.

Cuando llegaron a la sección del edificio que buscaban, Mackenzie empezó a permitirse a sí misma saborear este momento. Hace cuatro horas, estaba saliendo de la clase de McClarren y ahora estaba metida hasta las cejas en un caso de homicidio, trabajando con un agente que parecía estar muy preparado y que era muy bueno en su trabajo.

Se acercaron a un mostrador donde Bryers se inclinó ligeramente y oteó a la mujer joven que estaba sentada al escritorio justo delante de ellos. “Llamamos para hablar con alguien sobre los horarios de trabajo,” explicó a la mujer. “Agentes White y Bryers.”

“Ah, sí,” dijo la recepcionista. “Van a hablar con la Señora Percell. Está en la parte de atrás en el aparcamiento para autobuses. Está al final del pasillo, bajando las escaleras, en la parte de atrás.”

Siguieron las instrucciones de la recepcionista, dirigiéndose a la parte de atrás del edificio donde Mackenzie podía ya escuchar el zumbido de los motores y el traqueteo de máquinas.

El edificio había sido construido de tal modo que el ruido no se percibiera demasiado en las partes más transitadas y agradables del edificio pero aquí en la parte de atrás, sonaba casi como un taller de coches.

“Cuando conozcamos a la tal señora Percell,” dijo Bryers, “quiero que lleves la voz cantante.”

“Está bien,” dijo Mackenzie, todavía sintiéndose como si estuviera haciendo algún tipo de examen.

Descendieron por las escaleras, siguiendo un signo que leía Garaje/Aparcamiento de Autobuses. Abajo, un estrecho pasillo llevaba a una pequeña oficina abierta. Había un hombre en uniforme de mecánico de pie detrás de un ordenador anticuado, tecleando algo. A través de una ventana amplia, Mackenzie pudo mirar dentro del enorme garaje. Había allí aparcados varios autobuses, para que les hicieran servicios de mantenimiento. Mientras observaba, se abrió una puerta en la parte de atrás de la oficina y una mujer gordita de aspecto sonriente entró desde el garaje.

“¿Son la gente del FBI?”

“Esos somos nosotros,” dijo Mackenzie. Junto a ella, Bryers mostró su placa—seguramente porque ella no tenía ninguna que mostrar. Percell pareció satisfecha con las credenciales y empezó a hablar de inmediato.

“Entiendo que tienen preguntas sobre los horarios de los autobuses y la rotación de los conductores,” dijo ella.

“Eso es correcto,” respondió Mackenzie. “Esperamos poder descubrir qué paradas hizo cierto autobús hace tres mañanas y, si es posible, tener una conversación con el conductor.”

“Claro,” dijo ella. Se dirigió hacia el pequeño escritorio donde estaba tecleando un mecánico y le dio un codazo de manera juguetona. “Doug, deja que me ponga a los mandos, ¿te importa?”

“Encantado,” dijo él con una sonrisa. Se alejó del escritorio y se fue hacia el garaje mientras la señora Percell se sentaba detrás del ordenador. Pulsó unas cuantas teclas y entonces les miró orgullosamente, obviamente contenta de servir de ayuda.

“¿Dónde está la parada en cuestión?”

“En la esquina de las calles Carlton y Queen,” dijo Mackenzie.

“¿A qué hora se habría montado la persona?”

“A las ocho y veinte de la mañana.”

La señora Percell introdujo esta información rápidamente y escaneó la pantalla durante un instante antes de darles su respuesta. “Ese era el autobús número 2021, conducido por Michael Garmond. Ese autobús realiza tres paradas antes de regresar a la misma parada para una recogida a las nueve treinta y cinco.”

“Necesitamos hablar con el señor Garmond,” dijo Mackenzie. “¿Podría darnos esa información, por favor?”

“Puedo hacer algo mejor que eso,” dijo la señora Percell. “Michael está fuera en el garaje ahora mismo, fichando para cerrar el día. Deje que vea si le puedo traer para que hable con ustedes.”

“Gracias,” dijo Mackenzie.

La señora Percell se fue corriendo hacia la puerta del garaje a una velocidad que parecía desafiar su tamaño. Mackenzie y Bryers la vieron maniobrar con pericia a través del garaje en busca de Michael Garmond.

“Ojalá todo el mundo estuviera tan dispuesto a ayudar a los federales,” dijo Bryers con una mueca. “Créeme… no te acostumbres a esto.”

En menos de un minuto, la señora Percell regresó a la pequeña oficina, seguida de un hombre mayor de color. Parecía cansado pero, al igual que la señora Percell, encantado de poder ayudar.

“Hola, amigos,” dijo, con una sonrisa cansina. “¿En qué puedo ayudarles?”

“Estamos buscando detalles sobre una mujer que estamos bastante seguros se montó en su autobús en la parada de las ocho y veinte en la esquina de Carlton y Queen hace tres mañanas,” dijo Mackenzie. “¿Cree que nos pueda ayudar con eso?”

“Probablemente,” dijo Michael. “No hay tanta gente en esa parada por las mañanas. Nunca se montan más de cuatro o cinco.”

Bryers sacó su teléfono móvil y buscó con su pulgar brevemente, recuperando una fotografía de Susan Kellerman. “Esta es ella,” dijo él. “¿Le resulta familiar?”

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