“¿De qué se trata?” preguntó ella.
Él hizo una pausa, como si estuviera debatiendo consigo mismo si era buena idea decírselo, y finalmente dijo:
“Un nuevo caso.”
***
Cuando llegó al recibidor de la oficina de McGrath, Mackenzie vio a Lee Harrison sentado en la zona de espera. Le recordaba como el agente que le habían asignado como compañero temporal cuando Bryers se puso enfermo. Se habían estado conociendo durante las últimas semanas pero realmente no habían tenido aun la oportunidad de trabajar juntos. Él parecía un agente decente—quizá un poco precavido de más para el gusto de Mackenzie.
“¿También te llamó a ti?” preguntó Mackenzie.
“Sí,” dijo él. “Parece que puede que tengamos nuestro primer caso juntos. Pensé en esperar a que llegaras antes de llamar a la puerta.”
Mackenzie no estaba segura de si había hecho eso por respeto hacia ella o por miedo a McGrath. Fuera como fuera, pensaba que había sido una decisión sabia.
Ella llamó a la puerta y fue respondida con un rápido “Entrad” desde el otro lado. Hizo una señal a Harrison para que se acercara y entraron juntos al despacho. McGrath estaba sentado detrás de su escritorio, tecleando algo en su portátil. Había dos carpetas colocadas a la izquierda, como si estuvieran esperando a que las reclamaran.
“Tomen asiento, agentes,” dijo él.
Mackenzie y Harrison se sentaron en las dos sillas que había delante del escritorio de McGrath. Mackenzie vio que Harrison estaba sentado bien rígido y que sus ojos estaban abiertos de par en par… no llenos de temor del todo pero sin duda llenos de nerviosismo y emoción.
“Tenemos un caso en la Iowa rural,” comenzó él. “Como es el lugar donde creciste, pensé que serías ideal para este caso, White.”
Ella se aclaró la garganta, incómoda.
“Crecí en Nebraska, señor,” le corrigió.
“Es todo lo mismo, ¿no es cierto?” dijo él.
Ella sacudió la cabeza; estaba claro que los que no eran del Medio Oeste jamás lo entenderían.
Iowa, pensó. Sin duda, no era Nebraska, pero estaba lo bastante cerca, y la sola idea de regresar a aquellos lares le hacía sentir incómoda. Sabía que no había razón para temer al lugar; después de todo, había llegado a Quantico y se había convertido en alguien. Había logrado su sueño de conseguir un puesto en el FBI. Entonces ¿por qué le alteraba con tal rapidez la idea de regresar allí por un caso?
Porque todo lo malo que ha habido en tu vida está allí, pensó. Tu infancia, tus antiguos compañeros de trabajo, los misterios que rodeaban la muerte de su padre…
“Ha habido una serie de desapariciones, todas mujeres,” continuó McGrath. “Y por el momento parece que se las están llevando de la misma carretera en estos tramos solitarios de la autopista. Anoche se llevaron la última. Encontraron su coche en la cuneta junto a la carretera con dos ruedas pinchadas. Había una cantidad exagerada de cristal en la carretera, lo que hizo que el departamento de policía local asumiera que había habido complicaciones.”
Deslizó una de las carpetas hacia donde estaba Mackenzie y ella le echó un vistazo. Había varias fotos del coche, sobre todo de los neumáticos. También vio que el tramo de carretera estaba sin duda aislado, rodeado de árboles alargados por ambos lados. Una de las fotografías también mostraba los contenidos del coche de la última víctima. Dentro había un abrigo, una pequeña caja de herramientas atornillada a un lateral, y una caja de libros.
“¿Por qué tantos libros?” preguntó Mackenzie.
“La última víctima era una escritora. Delores Manning. Google me cuenta que acaba de publicar su segundo libro. Una de esas novelas de basura romántica. No es una autora conocida en absoluto, así que no deberíamos tener interferencias de los periódicos… por el momento. El departamento de transportes estatal ha cortado la carretera y ha establecido desvíos. Por tanto, White, necesito que te montes en un avión cuanto antes sea posible para salir de aquí. Rural o no, obviamente el estado no quiere mantener esa carretera cerrada por mucho tiempo.”
Entonces McGrath redirigió su atención a Harrison.
“Agente Harrison, hay algo que quiero que entiendas. La Agente White tiene vínculos con el Medio Oeste, así que en este caso no hubo mucho que pensar. Y a pesar de que te he nombrado como su compañero, en este caso quiero que te quedes aquí. Quiero que estés en la central trabajando detrás del telón. Si la Agente White te llama para pedirte que investigues algo, quiero que te encargues de ello. Además, Delores Manning tiene una agente y un publicista y todo eso. Si no solucionamos esto deprisa, los periódicos se nos echarán encima. Quiero que te encargues de esa faceta del asunto. Mantén la calma y la discreción en la central si las cosas se ponen feas. No es por ofender, pero quiero a una agente con más experiencia en esto.”
Harrison asintió, pero era imposible no ver la decepción en su mirada. “No es ninguna ofensa, señor. Estaré encantado de ayudar en lo que pueda.”
Oh no, pensó Mackenzie. No un pelota.
“¿Entonces voy a hacer esto sola?” preguntó Mackenzie.
McGrath le sonrió y sacudió la cabeza. Era casi un gesto lúdico que le demostraba lo lejos que había llegado con McGrath desde sus primeras reuniones incómodas que bordeaban la hostilidad.
“De ninguna manera te voy a enviar allí a ti sola,” dijo él. “He organizado las cosas para que el Agente Ellington trabaje en este caso contigo.”
“Oh,” dijo ella, algo conmocionada.
No estaba segura de cómo sentirse al respecto. Había una extraña química entre Ellington y ella—siempre la había habido desde la primera vez que le conoció mientras trabajaba como detective en los campos de Nebraska. Le había gustado trabajar con él durante ese breve periodo pero ahora que las cosas habían cambiado… en fin, sería cuando menos un caso interesante. La verdad es que no había nada de qué preocuparse. Tenía la confianza de que podría separar con facilidad cualquier sentimiento personal que tuviera por él de los meramente profesionales.
“¿Puedo preguntar por qué?” preguntó Mackenzie.
“Tiene un breve historial de trabajar con los agentes de campo locales de la zona, como ya sabes. También tiene un historial impresionante en lo que se refiere a casos de desapariciones. ¿Por qué?”
“Solo por preguntar, señor,” dijo ella, recordando con facilidad la primera vez que Ellington y ella se habían conocido cuando él había venido para ayudar con el caso del Asesino del Espantapájaros mientras ella todavía trabajaba para el departamento de policía. “¿Acaso él… en fin, le pidió trabajar conmigo en esto?”
“No,” dijo McGrath. “Se trata simplemente de que ambos sois perfectos para este caso—él por sus conexiones y tú por tu pasado.”
McGrath se levantó de su silla, con lo que dio por terminada la conversación. “Deberías recibir los emails sobre tu vuelo en unos pocos minutos,” dijo McGrath. “Creo que estarás despegando a las once cincuenta y cinco.”
“Pero eso es solo en una hora y media,” dijo ella.
“Entonces sugiero que empieces a moverte.”
Salió a toda prisa de la oficina, mirando atrás solo una vez para ver al Agente Harrison todavía sentado en su silla como un cachorro perdido, inseguro de qué hacer o adónde ir. Pero ahora no tenía tiempo de preocuparse por su orgullo herido. Tenía que pensar en cómo iba a hacer la maleta y llegar al aeropuerto en menos de hora y media.
Y además de eso, tenía que pensar por qué le aterraba la idea de trabajar con Ellington en un caso.
CAPÍTULO DOS
Mackenzie llegó al aeropuerto corriendo, con apenas suficiente tiempo para llegar a su puerta de embarque. Embarcó en el avión apresuradamente cinco minutos después de que hubieran comenzado el embarque y se movió por el pasillo ligeramente ahogada, frustrada y descentrada.
Por un momento se preguntó si Ellington habría llegado a tiempo pero, para ser sinceros, ya estaba contenta de no haberse perdido el vuelo. Ellington ya era un chico mayor y podía cuidar de sí mismo.
Su pregunta fue respondida cuando localizó su asiento. Ellington ya estaba dentro del avión, cómodamente sentado en el asiento contiguo al suyo. Le sonrió desde su posición en el asiento junto a la ventana, haciendo un pequeño gesto con la mano. Ella sacudió la cabeza y suspiró con pesadumbre.
“¿Mal día?” preguntó él.
“Veamos… empezó con un funeral y después tuve una reunión con McGrath,” dijo Mackenzie. “Después tuve que irme a casa a toda prisa para hacer la maleta y recorrer Dulles a todo correr para tomar el vuelo por los pelos. Y ni siquiera es mediodía aún.”
“Así que las cosas solo pueden mejorar,” bromeó Ellington.
Mientras presionaba su bolsa de mano dentro del compartimento para equipajes, Mackenzie dijo: “Ya veremos. Oye, ¿no tienen aviones privados en el FBI?”
“Sí, pero solo para los casos verdaderamente urgentes. Y para agentes super estrella. Este caso no es urgente y nosotros sin duda alguna no somos agentes super estrella.”
Cuando por fin se acomodó en su asiento, se tomó un momento para relajarse. Echó una ojeada a Ellington y vio que estaba hojeando una carpeta que era idéntica a la que había visto en el despacho de McGrath.
“¿Qué piensas de este caso?” preguntó Ellington.
“Creo que es demasiado pronto como para especular,” dijo ella.
Él le volteó la mirada y le frunció el ceño con actitud juguetona. “Tienes que tener algún tipo de reacción inicial. ¿Cuál es?”
Aunque no quería compartir sus pensamientos para acabar estando equivocada más tarde, apreciaba el esfuerzo por no perder ni un segundo en atacar el asunto. Eso le demostraba que él era sin duda el trabajador concienzudo y comprometido del que McGrath hablaba siempre—el mismo tipo de trabajador que hasta ella había esperado que fuera.
“Creo que el hecho de que les estén llamando desapariciones en vez de asesinatos nos da algo de esperanza,” dijo ella. “Pero teniendo en cuenta que se han llevado a las víctimas de carreteras rurales también indica que este tipo es de aquí y conoce el terreno al dedillo. Podría estar secuestrando a las mujeres y matándolas después, ocultando sus cadáveres en alguna parte del bosque o en cualquier otro escondite que solo conoce él.”
“¿Ya leíste esto a fondo?” preguntó, asintiendo hacia la carpeta.
“No. No tuve tiempo.”
“Adelante,” dijo Ellington, pasándosela.
Mackenzie leyó la escasa información mientras las azafatas de vuelo repasaban las instrucciones de seguridad. Seguía estudiándola unos momentos después cuando el avión despegó con destino a Des Moines. No había mucha información en el archivo, pero sí la suficiente como para que Mackenzie diseñara el enfoque a tomar cuando llegaran allí.
Delores Manning era la tercera mujer cuya desaparición se había denunciado en los últimos nueve días. La primera mujer era una habitante local y su hija había denunciado su desaparición. Naomi Nyles, de cuarenta y siete años de edad, también abducida de una cuneta en la carretera. La segunda era una mujer de Des Moines llamada Crystal Hall. Tenía cierto historial, mayormente relacionado con asuntos de promiscuidad durante su juventud, pero nada serio. Cuando fue secuestrada, había estado visitando una granja de ganado local en la zona. El primer caso no había dejado ni rastro de juego sucio—solamente un coche abandonado en la cuneta. El segundo vehículo abandonado era una pequeña camioneta con un neumático pinchado. Habían descubierto la camioneta en medio de un cambio de neumáticos, con el gato todavía debajo del eje y la rueda pinchada apoyada contra el lateral de la camioneta.
Los tres sucesos parecían haber tenido lugar durante la noche, en algún momento entre las 10 de la noche y las 3 de la mañana. Hasta el momento, nueve días después de que se diera el primer secuestro, no había ni un solo rastro de pruebas y absolutamente cero pistas.
Como hacía usualmente, Mackenzie repasó la información en varias ocasiones, haciendo lo que podía por memorizarla. No era difícil en este caso, ya que no había gran cosa que memorizar. Seguía regresando a las fotografías de los parajes rurales—las carreteras secundarias que serpenteaban a través de los bosques como una enorme culebra sin ningún lugar al que ir.
También se permitió adentrarse en la mente del asesino utilizando esas carreteras y la noche como refugio. Tenía que ser paciente. Y debido a la oscuridad, tenía que estar acostumbrado a estar a solas. La oscuridad no le preocuparía. Quizá hasta prefería trabajar en la oscuridad, no solo por el refugio que le proporcionaba sino por la sensación de soledad y aislamiento. Seguramente este tipo era una especie de lobo solitario. Se las estaba llevando de la carretera, aparentemente de distintas situaciones de estrés. La reparación de un coche, ruedas pinchadas. Eso significaba que probablemente él no estaba metido en esto por el deporte de matar. Simplemente quería a las mujeres, pero… ¿por qué?
¿Y qué había de la última víctima, Delores Manning? Quizá fuera una habitante del pueblo que había vivido antes en la zona, pensó Mackenzie. Se trataba de eso o la mujer era realmente valiente para conducir por esas carreteras secundarias a esas horas… No me importa lo bueno que sea un atajo, eso es bastante arriesgado.
Esperaba que así fuera. Esperaba que la mujer fuera realmente valiente. Porque con frecuencia el valor, da igual cómo se interprete, ayuda a la gente a lidiar con situaciones de tensión. Era más que una simple medalla de honor, era una característica profunda que ayudaba a la gente a enfrentarse a la vida. Trató de imaginarse a Delores Manning, la escritora del momento, conduciendo por esas carreteras de noche. Valiente o no, la verdad es que no era una imagen bonita.
Cuando Mackenzie terminó, le devolvió la carpeta a Ellington. Entonces miró más allá de él y de la ventana a los mechones de nubes blancas que pasaban a la deriva. Cerró los ojos por un momento y regresó de vuelta al pasado, no a Iowa sino a la vecina Nebraska. Un lugar donde había campos abiertos y bosques altísimos en vez de tráfico congestionado y edificios elevados. La verdad es que no lo echaba en falta, pero descubrió que la idea de regresar allí, aunque fuera por razones de trabajo, le resultaba emocionante de una manera que no conseguía comprender del todo.
“¿White?”
Ella abrió los ojos al escuchar su nombre. Se dio la vuelta hacia Ellington, un tanto avergonzada de que le hubiera pillado en la inopia. “¿Sí?”
“Te quedaste en blanco por un momento. ¿Estás bien?”
“Sí,” dijo ella.
Y lo más chocante es que estaba realmente bien. Las primeras seis horas del día habían sido física y emocionalmente agotadoras, pero ahora que estaba sentada, suspendida en el aire con un inverosímil compañero temporal, se encontraba bien.
“Deja que te haga una pregunta,” dijo Mackenzie.
“Dispara.”
“¿Hiciste una solicitud para trabajar conmigo en este caso?”
Ellington no le respondió de inmediato. Ella podía ver sus engranajes girando detrás de su mirada antes de responder y se preguntó por qué podría tener alguna razón para mentirle.
“En fin, oí hablar del caso y, como ya sabes, tengo una relación laboral con la oficina de campo en Omaha. Y como esa es la oficina de campo más cercana a nuestro objetivo en Iowa, me presenté para la tarea. Cuando él me preguntó si me importaba trabajar contigo en este caso, no discutí.”