“Eso está también en Iowa, ¿no es cierto?”
“Así es,” dijo Thorsson. “Su madre vive a unos diez minutos a las afueras del pueblo. El padre ha fallecido. Nadie les ha informado todavía sobre la desaparición. Por lo que podemos decir, solo ha estado desaparecida unas veintiséis horas más o menos. Y aunque no podemos confirmarlo, no podemos evitar preguntarnos si hizo una visita a la familia mientras estaba tan cerca debido a la promoción de su libro en Cedar Rapids.”
“Creo que seguramente deberían ser informados,” dijo Mackenzie.
“Lo mismo digo,” dijo Ellington, uniéndose a ellos.
“Adelante, pues,” bromeó Thorsson. “Sigourney está como a una hora y quince minutos de distancia. Nos encantaría acompañaros,” añadió sarcásticamente, “pero eso no formaba parte de nuestras instrucciones.”
Cuando dijo esto, se les unió uno de los policías. La placa que llevaba puesta indicaba que era el alguacil de la zona.
“¿Necesitáis que nos quedemos para algo?” preguntó.
“No,” dijo Ellington. “Quizá solo para darnos el nombre de un hotel decente en la zona.”
“Solamente hay uno en Bent Creek,” dijo el alguacil. “Así que es el único que realmente puedo recomendar.”
“En fin, entonces supongo que tomaremos tu recomendación. Y también necesitamos otra para un alquiler de coches en Bent Creek.”
“Puedo arreglar eso,” dijo el alguacil, dejándolo estar.
Con la ligera impresión de que le habían dejado de lado, Mackenzie regresó de vuelta al todoterreno y tomó su asiento en la parte de atrás. Mientras los otros tres agentes se montaban en el coche, Mackenzie empezó a pensar en esas pistas de tierra que salían de la Ruta Estatal 14. ¿Quién era el dueño de esa propiedad? ¿A dónde llevaba los senderos?
A medida que se dirigían a Bent Creek, las carreteras rurales parecían plantear cada vez más preguntas en la mente de Mackenzie… algunas eran irrelevantes, pero otras parecían más urgentes. Las memorizó todas mientras pensaba en el cristal roto en la carretera. Intentó imaginarse a alguien pintando ese cristal con la clara intención de provocar que el coche de alguien se averiara.
Indicaba algo más que mera intención. Indicaba una cuidadosa planificación y un conocimiento del flujo del tráfico en la Ruta Estatal 14 a esa hora de la noche.
Nuestro tipo es inteligente de una manera ciertamente peligrosa, pensó. También es un planificador y parece estar solo interesado en mujeres.
Empezó a bosquejar un perfil para dicho sospechoso y de inmediato comenzó a sentir la presión… de la necesidad de moverse deprisa. Sintió que él estaba en alguna parte de este pequeño agujero rural de árboles y carreteras serpenteantes, rompiendo más cristales, rociándolos con pintura.
Y planeando la captura de otra víctima.
CAPÍTULO CUATRO
Delores Manning estaba pensando en su madre cuando abrió los ojos. Su madre, que vivía en una porquería de parque para casas móviles a las afueras de Sigourney. La mujer era muy orgullosa, muy testaruda. El plan era que Delores iba a visitarla después de hacer la promoción de su libro en Cedar Rapids. Como acababa de firmar un contrato para escribir tres libros más con su editorial actual, Delores había firmado un cheque por 7000 dólares, esperando que su madre lo aceptara y lo usara con inteligencia. Quizá era algo pretencioso por su parte, pero Delores se sentía avergonzada de que su madre viviera de la beneficencia, de que tuviera que usar cupones de comida para hacer la compra. Había sido así desde que muriera su padre y—
Los pensamientos difusos sobre su madre se alejaron mientras sus ojos se empezaban a acostumbrar a la oscuridad en la que se encontraba. Estaba sentada con su espalda presionada contra algo que era muy duro y casi fresco al tacto. Lentamente, se puso de pie. Al hacerlo, se golpeó la cabeza con algo que parecía ser del mismo material que la superficie en la que se estaba apoyando.
Confundida, levantó los brazos y no pudo extenderlos demasiado lejos. A medida que el pánico empezaba a atenazarla, sus ojos cayeron en la cuenta de que había unas pequeñas líneas de luz atravesando la oscuridad. Directamente enfrente de ella había tres barras rectangulares de luz. Y esas barras fueron las que le informaron de su situación.
Estaba dentro de algún tipo de contenedor…. estaba bastante segura de que estaba hecho de acero o de algún otro tipo de metal. El contenedor tenía poco más de un metro de alto, con lo que no podía ponerse del todo en pie. Parecía tener algo más que un metro de profundidad y aproximadamente la misma anchura. Comenzó a tomar respiraciones rápidas, sintiéndose claustrofóbica al instante.
Se apoyó con fuerza en la pared frontal del contenedor y aspiró aire fresco a través de las aperturas rectangulares. Cada apertura medía unos quince centímetros de alto y quizá unos ocho de ancho. Cuando aspiró el aire fresco por la nariz, detectó un olor a tierra y a algo dulce pero desagradable.
En alguna parte más alejada, tan tenues que podían haber estado en otro mundo, pensó que podía escuchar algún tipo de chillidos. ¿Maquinaria? ¿Quizá algún tipo de animal? Sí, era un animal… pero no tenía ni idea de cuál. ¿Cerdos, quizás?
Ahora que su respiración se estaba estabilizando, dio un paso atrás desde su posición en cuclillas y entonces miró a través de las aperturas.
Afuera, vio lo que parecía ser el interior de un cobertizo o algún otro viejo edificio de madera. Como a unos siete metros por delante de ella, podía ver la puerta del cobertizo. La turbia luz natural entraba a través del marco deformado por donde la puerta no encajaba bien. Aunque no podía ver mucho, podía ver lo suficiente como para calcular que seguramente se encontraba en un lío muy serio.
Era evidente en el extremo de la puerta atornillada que apenas podía vislumbrar a través de las aperturas en el contenedor. Se apalancó y empujó con fuerza la parte delantera del contenedor. No dio resultado—ni siquiera provocó un crujido.
Sintió como el pánico le invadía de nuevo y entonces supo que tenía que echar mano de las pocas neuronas lógicas y calmadas que ahora poseía. Pasó las manos por la parte baja de la puerta del contenedor. Esperaba encontrar bisagras, quizá algo con tornillos o tuercas que pudiera aflojar con algo de tiempo. Ella no era demasiado fuerte, pero si uno de los tornillos estuviera suelto o torcido…
Una vez más, no encontró nada. Intentó lo mismo en la parte trasera y tampoco allí encontró nada.
En un acto de absoluta desesperación, le dio una patada a la puerta con toda la fuerza de la que fue capaz. Cuando eso no obtuvo resultados, se fue a la parte de atrás del contenedor y tomó carrerilla para lanzar su hombro derecho contra la puerta. Lo único que consiguió fue salir despedida y caerse hacia atrás. Se golpeó la cabeza con el lateral del contenedor y cayó bruscamente hacia atrás.
Un grito surgió en su garganta, pero no estaba segura de que eso fuera la mejor idea. Podía recordar claramente al hombre de la camioneta en la carretera y cómo le había atacado. ¿De verdad quería que viniera corriendo hacia ella?
No, la verdad es que no. Piensa, se dijo a sí misma. Utiliza ese cerebro creativo que tienes y busca la manera de salir de esta.
Pero no conseguía que se le ocurriera nada. Así que, aunque fue capaz de ahogar el grito que quería salir, fue incapaz de aguantarse las lágrimas. Le dio patadas a la parte delantera del contenedor y después se cayó en la esquina trasera. Sollozó lo más silenciosamente que pudo, meciéndose de adelante hacia atrás desde su posición sentada y mirando a los rayos de luz polvorienta que se derramaban a través de las aperturas.
Por ahora, era lo único que se le ocurría hacer.
CAPÍTULO CINCO
A Mackenzie no le hacía ninguna gracia que su mente conjurara docenas de estereotipos mientras Ellington y ella aparcaban en la entrada del Parque para Casas Móviles de Sigourney Oaks. Todas las casas móviles tenían el aspecto polvoriento de las que están en las últimas. Los vehículos aparcados enfrente de la mayoría de ellas estaban en el mismo estado. En el patio yermo de una de las caravanas que pasaron de largo, había dos hombres desnudos de cintura para arriba sentados en sillas de jardín. Había un frigorífico para cerveza colocado entre ellos, además de varias latas vacías y aplastadas… a las 4:35 de la tarde.
La casa de Tammy Manning, la madre de Delores Manning, estaba justo en medio del parque. Ellington aparcó el coche de alquiler detrás de una vieja y magullada camioneta de reparto Chevy. El coche de alquiler tenía mejor aspecto que los vehículos del parque, pero no por mucho. La selección en Smith Brothers Auto era muy limitada y habían acabado seleccionando un Ford Fusion del 2008 que estaba pidiendo a gritos una mano de pintura y neumáticos nuevos.
Mientras subían los escalones quejumbrosos que llevaban a la puerta principal, Mackenzie hizo un examen rápido del lugar. Había unos cuantos niños empujando coches de juguete por la tierra. Una niña de unos 10 años caminaba sin mirar sus pasos con los ojos pegados a su teléfono móvil, su tripa expuesta a través de la camisa sucia que llevaba puesta. Un hombre mayor dos caravanas más abajo estaba tumbado en el suelo, escudriñando debajo de una cortadora de césped con una llave en la mano y aceite en los pantalones.
Ellington llamó a la puerta y la respondieron casi al instante. La mujer que abrió la puerta era hermosa de manera sencilla. Parecía tener unos cincuenta y tantos y los mechones de pelo gris en su pelo mayormente negro sobresalían de un modo que les hacían parecer decoración en vez de signos de vejez. Parecía cansada pero el aroma que salió de su boca cuando dijo “¿Quiénes son ustedes?” le dijo a Mackenzie con bastante certeza que había estado bebiendo.
Ellington respondió, pero se aseguró de no ponerse delante de Mackenzie al hacerlo. “Soy el Agente Ellington y esta es la Agente White, del FBI,” dijo.
“¿FBI?” preguntó ella. “¿Por qué diablos?”
“¿Es usted Tammy Manning?” preguntó él.
“Lo soy,” dijo ella.
“¿Podemos pasar adentro?” preguntó Ellington.
Tammy les miró de una manera que no indicaba desconfianza sino algo más cercano a la incredulidad. Asintió con la cabeza y dio un paso atrás, dejándoles pasar al interior. En el instante que pasaron adentro, el intenso olor del humo de tabaco les envolvió. El aire estaba lleno de él. Un cigarrillo solitario se consumía en un cenicero lleno de colillas apagadas sobre una vieja mesita de café.
Había otra mujer sentada en el sofá al extremo opuesto de la mesita de café. Parecía estar algo incómoda. Mackenzie pensó que lo cierto es que parecía asqueada de estar sentada allí.
“Si tiene compañía,” dijo Mackenzie, “quizá deberíamos hablar afuera.”
“No es compañía,” dijo Tammy. “Es mi hija Rita.”
“Hola,” dijo Rita, poniéndose en pie para estrecharles la mano.
Era evidente que esta era la hermana menor de Delores Manning por unos tres o cuatro años. Tenía un aspecto muy similar al de la foto de Delores que Mackenzie había visto en la contraportada de Amor Bloqueado.
“Oh, ya veo,” dijo Ellington. “Bueno, quizá sea buena cosa que tú también estés aquí, Rita.”
“¿Por qué?” preguntó Tammy, acercándose a su hija más joven. Agarró el cigarrillo del cenicero y tomó una calada honda.
“Anoche encontraron el coche de Delores Manning abandonado con dos ruedas pinchadas en la Ruta Estatal 14. Nadie la ha visto ni ha sabido de ella desde entonces. Ni su agente, ni sus amigos, nadie. Estábamos esperando que usted supiera dónde está.”
Antes de que Ellington terminara, Mackenzie obtuvo su respuesta en la mirada conmocionada que había en la cara de Rita Manning.
“Oh, Dios mío,” dijo Rita. “¿Está segura de que se trataba de su coche?”
“Estamos seguros,” dijo Ellington. “Estaba completo con media caja de su última novela en el maletero. Acababa de salir de una sesión promocional en Cedar Rapids.”
“Claro,” dijo Rita. “Estaba… seguramente de camino hacia aquí. Ese era el plan de todos modos. Cuando llegó la medianoche y no apareció, me imaginé que había decidido alojarse en un motel en alguna otra parte.”
“¿Habían hecho planes para que pasara la noche aquí?” preguntó Mackenzie. Estaba mirando a Tammy mientras se lo preguntaba, pero Tammy parecía más interesada en disfrutar de su cigarrillo.
“Más o menos,” dijo Tammy. “Me llamó la semana pasada y me dijo que iba a estar en Cedar Rapids. Dijo que quería venir a hacerme una visita, así que le dije que me parecía bien. Se lo dije a Rita y ella llegó aquí ayer después de comer. Como por sorpresa.”
“Conduje todo el camino desde Texas A y M,” dijo Rita.
“¿Cuándo fue la última vez que hablaste con Delores?” le preguntó Ellington a Rita.
“Hace unas tres semanas. Por lo general, nos las arreglamos bien para estar en contacto.”
“¿Cuál era su estado de ánimo la última vez que hablasteis?” preguntó Mackenzie.
“Oh, estaba por las nubes. Acababa de firmar un contrato para escribir otros tres libros más con su editorial. Hicimos planes para salir por el pueblo a tomar algo la próxima vez que pasara por Texas.”
“¿Y tú eres una estudiante, supongo?” preguntó Ellington.
“Sí, en el último año.”
“Señora Manning,” dijo Mackenzie, asegurándose de que la madre supiera que le estaban hablando a ella y no a su hija, “espero que no le importe que se lo diga, pero no parece muy molesta por todo esto.”
Ella se encogió de hombros, exhaló una bocanada de humo, y después aplastó la colilla en el cenicero a rebosar. “¿Supongo que alguien del FBI sabe más que yo sobre cómo debería sentirme acerca de algo como esto?”
“No quería decir eso, señora,” dijo Mackenzie.
“Mira… estamos hablando de Delores aquí. Tiene la cabeza sobre los hombros. Estoy segura de que llamó a Triple A o a cualquier otro cuando se le pincharon las ruedas. Seguramente ya está a mitad de camino a New York en estos momentos. Ganando dinero, viajando por el país. Si estuviera en algún tipo de apuro, hubiera llamado.”
“¿Así que no le hubiera dado vergüenza llamar para pedirle su ayuda?”
Tammy pensó en esto durante un minuto. “Seguramente no. Hubiera llamado pidiendo ayuda y después se hubiera puesto como loca cuando le hiciera incluso una pregunta. Así es como es ella.”
El resentimiento en su voz era casi tan grueso como el humo que llenaba el aire de la pequeña caravana.
“¿Así que no tiene ni idea de dónde puede estar?” preguntó Ellington.
“Ninguna. Donde sea que esté, no se molestó en llamarme para informarme sobre ello. Aunque eso no me resulte sorprendente. Nunca me cuenta mucho de todas maneras.”
“Ya veo,” dijo Ellington. Miró alrededor de la habitación con el ceño fruncido. Mackenzie podía adivinar que estaba pensando lo mismo que ella: Este viaje de hora y diez minutos ha sido tiempo perdido.
Mackenzie miró directamente hacia Rita, que en este momento estaba algo molesta por la falta de colaboración de Tammy. “Tenemos al departamento de policía de Bent Creek trabajando en ello, además de agentes de dos oficinas distintas. Por lo que sabemos, ha estado desaparecida unas veintinueve horas. Nos pondremos en contacto en el momento que descubramos algo.”
Rita respondió con un gesto de afirmación y un débil “Gracias.”
Tanto Mackenzie como Ellington hicieron una breve pausa para darle a Tammy la oportunidad de añadir cualquier cosa. Cuando ella no hizo más que encender otro cigarrillo y buscar el control remoto de la televisión sobre la mesita de café, Mackenzie se puso a caminar hacia la puerta.