Una Razón Para Rescatar - Блейк Пирс 2 стр.


Luego tomó su mano y se sentó en el borde de la cama. Aunque jamás se lo diría a nadie, le había hablado varias veces, con la esperanza de que pudiera oírla. Lo estaba haciendo ahora, sintiéndose un poco tonta al principio, como de costumbre, pero acostumbrándose poco después.

“Mira, no he salido del hospital en tres días. Necesito ducharme. Quiero comerme algo decente y tomarme una taza de buen café. Voy a salir un rato, ¿de acuerdo?”, le dijo.

Ella le apretó la mano, su corazón rompiéndose un poco cuando se dio cuenta de que estaba esperando ingenuamente que él le apretara la suya. Le dio una mirada suplicante, suspiró y luego cogió su teléfono. Miró el televisor antes de salir de la habitación. Agarró el control remoto para apagarlo y vio un rostro que había pasado las últimas dos semanas tratando de sacarse de la mente.

Howard Randall la miraba, su foto policial en el medio de la pantalla mientras que un presentador de noticias serio leía algo de un teleprompter. Avery apagó el televisor con disgusto y salió de la habitación rápidamente, como si la imagen de Howard en la pantalla hubiera sido un fantasma que quería atormentarla.

***

Saber que Ramírez había estado a punto de mudarse con ella (y, según el anillo que había sido descubierto en su bolsillo, también a punto de pedirle que se casara con él) hacía que regresar a su apartamento fuera lúgubre. Observó los alrededores a lo que entró. El lugar se veía muerto. Se sentía como si nadie hubiera vivido allí en mucho tiempo, un lugar que estaba esperando ser despojado, repintado y alquilado a otra persona.

Pensó en llamar a Rose. Podrían pasar el rato y pedir una pizza. Pero sabía que Rose querría hablar de lo que estaba pasando y Avery todavía no estaba preparada para eso. Por lo general procesaba las cosas bastante rápido, pero esto era diferente. El hecho de que Ramírez estaba en peligro y que Howard Randall había escapado... era demasiado para ella.

Aunque el lugar realmente ya no se sentía como su casa, anhelaba estirarse en ese sofá. Y su cama estaba llamando su nombre.

“Sigue siendo mi hogar”, pensó. “Solo porque Ramírez no sobreviva y no termine aquí contigo no significa que este no sigue siendo tu hogar. No seas tan dramática”.

Y allí estaba, tan claro como el agua. Hasta ahora había logrado proteger sus pensamientos contra esa realidad pero, ahora que había pensado en ello, era un poco más asombroso de lo que había supuesto.

Con los hombros caídos, se dirigió al baño. Se desnudó, se metió en la bañera, cerró la cortina y abrió el agua caliente. Se quedó allí durante varios minutos antes de tocar el jabón o champú, dejando que el agua relajara sus músculos. Cerró la ducha cuando termino de asearse, metió el tapón en la bañera y dejó que la bañera comenzara a llenarse con agua caliente. Se sentó a lo que se llenó, permitiéndose a sí misma relajarse un poco.

Cuando el agua estaba en el borde, cerró el grifo con la punta del pie y luego cerró los ojos.

El único sonido en el apartamento era el goteo lento y rítmico del exceso de agua del grifo y el sonido de su propia respiración.

Y poco después, un tercer sonido: el llanto de Avery.

Había logrado mantenerse calmada, no queriendo mostrar ese lado de sí misma en el hospital y no queriendo que Ramírez lo escuchara, si es que podía escuchar en absoluto. Aunque se había metido en el baño de su habitación unas cuantas veces para llorar un poco, esta era la primera vez que se desahogaba bien.

Lloró en la bañera y, justo cuando la idea de que Ramírez posiblemente no sobreviviría finalmente pasó por su mente, su llanto se intensificó un poco.

Siguió llorando y no salió de la bañera hasta que el agua se volvió tibia y sus pies y manos estaban arrugados. Cuando por fin salió, oliendo como un ser humano normal y habiéndose desahogado un poco, se sintió mucho mejor.

Después de vestirse, incluso se tomó el tiempo para ponerse un poco de maquillaje y logró arreglarse el cabello. Luego se aventuró a la cocina, se sirvió un plato de cereal como una merienda vespertina y revisó su teléfono, que había dejado sobre la encimera de la cocina.

Tenía tres mensajes de voz y ocho mensajes de texto.

Todos eran de números que conocía. Dos eran de la comisaría. Los otros eran de Finley y O’Malley. Uno de los mensajes de texto era de Connelly. Fue el último que le había llegado, hace siete minutos, y no fue nada sutil. El mensaje de texto decía: Avery, ¡más te vale que contestes tu maldito teléfono si valoras tu trabajo!

Sabía que solo quería asustarla, pero el hecho de que Connelly le había enviado un mensaje de texto significaba que algo pasaba. Connelly rara vez enviaba mensajes. Algo grave tenía que estar pasando.

No se molestó en comprobar los mensajes de voz. En vez decidió llamar a O’Malley. No quería hablar con Finley porque solía portarse extraño en situaciones incómodas. Y no quería hablar con Connelly ya que de seguro estaba de mal humor.

O’Malley respondió casi de inmediato. “Avery. Dios... ¿dónde demonios has estado?”.

“En la bañera”.

“¿Estás en tu apartamento?”.

“Sí. ¿Hay algún problema? Vi que Connelly me envió un mensaje de texto. ¡Un mensaje de texto! ¿Qué pasa?”.

“Pasó algo grave y... si te sientes preparada, queremos que trabajes en ello. En realidad... incluso si no te sientes preparada, Connelly te quiere aquí”.

“¿Por qué?”, preguntó, intrigada. “¿Qué pasó?”.

“Solo... solo vente a la comisaría”.

Ella suspiró, dándose cuenta de que la idea de volver a trabajar realmente la hacía sentirse bien. Tal vez le daría un poco de energía. Tal vez lograría sacarla de esta depresión terrible en la que había estado durante las últimas dos semanas.

“¿Qué es tan importante?”, preguntó.

“Tenemos un asesinato”, dijo O’Malley. “Y estamos seguros de que fue obra de Howard Randall”.

CAPÍTULO DOS

Avery se sintió más atemorizada cuando llegó a la comisaría. Había furgonetas de noticias por todas partes, con un montón de presentadores de noticias compitiendo por la mejor posición. Había tanta conmoción en el estacionamiento y en el césped que había agentes uniformados en las puertas delanteras, manteniéndolos a raya. Avery condujo a la otra entrada, lejos de la calle, y vio que había unas cuantas furgonetas estacionadas allí también.

Vio a Finley entre los pocos oficiales en la parte posterior del edificio que estaban posicionados para mantener la paz. Cuando vio su auto, salió de la multitud y le hizo un gesto para que se acercara a él. Al parecer, Connelly lo había enviado para servir como guardia y asegurarse de que fuera capaz de entrar a pesar de toda la locura.

Estacionó su auto y se fue tan rápido como pudo a la entrada trasera. Finley se colocó a su lado enseguida. Debido a su historial como abogado, así como por los casos de alta repercusión mediática en los que había trabajado como detective, Avery sabía que algunos de los reporteros reconocían su rostro. Afortunadamente, gracias a Finley, nadie pudo verla bien.

“¿Qué diablos está pasando? ¿Atrapamos a Randall?”, preguntó Avery.

“Me encantaría contarte lo que sucedió”, dijo Finley. “Pero Connelly me dijo que no te dijera nada. Quiere ser el primero en hablar contigo”.

“Eso es justo, supongo”.

“¿Cómo estás, Avery?”, preguntó Finley mientras caminaban rápidamente a la sala de conferencias cerca de la parte trasera de la sede de la A1. “Digo, ¿con todo esto de Ramírez?”.

Trató de no darle mucha importancia a todo. “Estoy bien. Lidiando con todo”.

Finley percibió que no quería seguir hablando de eso, así que no le hizo más preguntas. Caminaron el resto del camino a la sala de conferencias en silencio.

Esperaba que la sala de conferencias estuviera igual de llena como el estacionamiento. Supuso que algo relacionado con Howard Randall tendría a todo oficial disponible en la sala. En cambio, cuando entró con Finley, solo vio a Connelly y O’Malley sentados en la mesa de conferencias. Los dos hombres que ya estaban en la habitación tenían expresiones opuestas en sus rostros; la mirada de O’Malley era una de preocupación, mientras que la expresión de Connelly parecía decir: “¿Qué demonios se supone que voy a hacer contigo ahora?”.

Cuando tomó asiento se sintió como un niño que había sido enviado a la oficina del director.

“Gracias por venir tan rápido”, dijo Connelly. “Sé que estás pasando por algo muy terrible. Y créeme... solo te quiero aquí porque supuse que querrías estar involucrada en lo que está pasando”.

“¿Howard mató a alguien?”, preguntó. “¿Cómo lo saben? ¿Lo atraparon?”.

Los tres hombres compartieron una mirada incómoda. “No, no exactamente”, dijo Finley.

“Sucedió anoche”, dijo Connelly.

Avery suspiró. De hecho, había estado esperando escuchar algo como esto en las noticias o por medio de un mensaje de texto de la A1. Sin embargo... el hombre al que había llegado a conocer desde el otro lado de una mesa en la cárcel no parecía capaz de cometer asesinatos. Era extraño... ella lo conocía bien de su pasado como abogada y sabía que era capaz de asesinar. Lo había hecho en numerosas ocasiones; once asesinatos estuvieron conectados a su archivo cuando fue a la cárcel y se especuló que había muchos más que podrían atribuirse a él más adelante con más pruebas. Pero algo acerca de la noticia la sorprendió a pesar de que sonaba completamente normal.

“¿Estamos seguros de que es él?”, preguntó Avery.

Connelly se puso incómodo al instante. Dejó escapar un suspiro y se levantó de la silla, comenzando a caminar de un lado a otro.

“No tenemos pruebas contundentes. Pero era una chica universitaria y el asesinato fue lo suficientemente horrible como para hacernos pensar que fue Randall”.

“¿Ya armaron un archivo?”, preguntó.

“Estamos en eso ahora mismo y...”.

“¿Puedo verlo?”.

Connelly y O’Malley compartieron otra mirada. “No necesitamos que te adentres demasiado en el caso”, dijo Connelly. “Te consultamos porque conoces muy bien al desgraciado. Esta no es una invitación para que te metas a lleno en el caso. Estás lidiando con demasiado en este momento”.

“Aprecio eso. ¿Hay fotos de la escena del crimen?”.

“Sí”, dijo O’Malley. “Pero son bastante espantosas”.

Avery no dijo nada. Se sentía un poco molesta por el hecho de que la trataran así a pesar de haberla llamado con tanta urgencia.

“Finley, ¿podrías correr a mi oficina y agarrar el material que tenemos?”, preguntó Connelly.

Finley se levantó, tan obediente como siempre. Al verlo irse, Avery se dio cuenta de que las dos semanas que había pasado en un estado de duelo incierto parecían mucho más que eso. Amaba su trabajo y había extrañado mucho este lugar. Se sentía mejor solo por estar alrededor de la máquina bien engrasada, aunque fuera solo para ser un recurso para O’Malley y Connelly.

“¿Cómo está Ramírez?”, preguntó Connelly. “La última actualización que obtuve fue hace dos días, y que sigue igual”.

“Sigue igual”, dijo con una sonrisa cansada. “No hay malas noticias, no hay buenas noticias”.

Casi les contó sobre el anillo que las enfermeras habían encontrado en su bolsillo, el anillo de compromiso que Ramírez había estado preparado para ofrecerle. Tal vez eso los ayudaría a entender por qué había decidido quedarse a su lado todo este tiempo.

Antes de que la conversación pudiera avanzar, Finley volvió a entrar en la sala con una carpeta de archivos que no contenía mucho. La colocó frente a ella, obteniendo una señal de aprobación de Connelly.

Avery abrió las imágenes y las examinó. Había siete en total. O’Malley no había exagerado. Las imágenes eran bastante alarmantes.

Había sangre por todas partes. La niña había sido arrastrada a un callejón y despojada de su ropa. Su brazo derecho parecía estar roto. Tenía el cabello rubio, aunque la mayor parte estaba manchada de sangre. Avery buscó heridas de bala o de arma blanca, pero no vio ninguna. No fue hasta que llegó a la quinta imagen que un primer plano de la cara de la chica reveló el método de matar.

“¿Clavos?”, preguntó.

“Sí”, dijo O’Malley. “Y por lo que vemos, fueron colocados con tanta precisión y fuerza que el asesino tuvo que haberlo hecho con una de esas pistolas de clavos. El equipo de ciencias forenses está trabajando en ello, así que solo podemos especular por los momentos. Creemos que el primer disparo fue el que la alcanzó detrás de la oreja izquierda. Debió haber sido disparado desde lejos porque no perforó por completo. Perforó el cráneo, pero eso es lo único que sabemos hasta ahora”.

“Y si ese no fue el que la mató”, dijo Connelly, “el que entró por debajo de su mandíbula desde luego lo hizo. Desgarró la parte inferior de su boca, perforó su paladar y entró por su fosa nasal hasta llegar al cerebro”.

“Parece obra de Howard Randall”, pensó Avery. “Eso no se puede negar”.

Sin embargo, había otras cosas en la imagen que no se alineaban con lo que sabía sobre Howard Randall. Estudió las imágenes, descubriendo que, de todos los casos en los que había trabajado, estas imágenes estaban entre las más sangrientas e inquietantes.

“Entonces, ¿qué es exactamente lo que necesitan de mí?”.

“Como ya dije... conoces a este tipo bastante bien. Basándote en lo que sabes, yo quiero saber dónde podría estarse quedando. Me atrevo a decir que se quedó aquí en la ciudad basándome en este asesinato”.

“¿No es peligroso asumir que esta es la obra de Howard Randall?”.

“¿Dos semanas después de que se escapó de la cárcel?”, preguntó Connelly. “No. Más bien me dice a gritos que fue Howard Randall. ¿Necesitas volver a revisar las fotos de las escenas de los crímenes de sus casos?”.

“No”, dijo Avery enrabietada. “No es necesario”.

“¿Qué puedes decirnos entonces? Hemos estado buscándolo durante dos semanas y hasta los momentos no tenemos nada”.

“Pensé que no me querías en el caso”.

“Necesito tu consejo y ayuda”, dijo Connelly.

Le pareció un insulto, pero no quiso discutir. Además, le daría a su mente algo en qué centrarse aparte de la condición de Ramírez.

“Nunca me daba respuestas directas cuando hablaba con él. Siempre me hablaba en acertijos. Lo hizo para meterse conmigo, para hacerme trabajar por la respuesta. También lo hizo simplemente para divertirse. Creo que me consideraba una conocida. No una amiga, pero alguien con quien podía hablar de cosas intelectuales”.

“¿Y no estaba resentido por todo ese drama que vivió contigo?”.

“¿Por qué lo estaría?”, preguntó ella. “Yo logré que saliera en libertad. Recuerden que, en esencia, él mismo fue el que se entregó después. Volvió a matar solo para mostrar lo incompetente que yo era”.

“Pero estas pequeñas visitas en la cárcel... ¿le agradaban?”.

“Sí. Y, honestamente, nunca lo entendí. Creo que se trataba del respeto. Y aunque suene muy tonto, creo que hay una parte de él que siempre lamentó el último asesinato, de haberme hecho quedar mal en el proceso”.

“¿Y te habló alguna vez de tratar de escapar?”, preguntó O’Malley.

“No. En todo caso, se sentía cómodo allí. Nadie se metía con él. Todo el mundo lo respetaba. También lo temían. Pero era básicamente el rey de ese lugar”.

“Entonces ¿por qué se escapó?”, preguntó Connelly.

Avery sabía a qué quería llegar, lo que estaba tratando de hacerla decir. Y lo peor de todo era que tenía sentido. “Howard solo se escaparía si tuviera algo que hacer afuera. Algún asunto pendiente. O tal vez solo estaba aburrido”, pensó.

“Es un hombre inteligente”, dijo Avery. “Muy inteligente. Tal vez quería ser desafiado de nuevo”.

“O tal vez quería volver a matar”, dijo Connelly con disgusto, señalando las imágenes.

“Posiblemente”, concedió ella. Luego miró las fotos. “¿Cuándo fue encontrada?”.

“Hace tres horas”.

“¿Su cuerpo sigue allí?”.

“Sí, acabamos de regresar de la escena. El médico forense llegará a la escena en unos quince minutos. El equipo de ciencias forenses se quedó allí con el cuerpo mientras llegaba”.

“Llama al equipo, diles a todos que esperen. Que no toquen el cuerpo. Quiero ver la escena”.

“Te dije que no estás en este caso”, dijo Connelly.

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