“Eso no es necesario”, dijo Avery. Sentía que todo esto se estaba descontrolando.
“Creo que sí lo es”, respondió O’Malley. “Llevas un buen rato sola. Se está poniendo feo. Hay justicieros en las calles buscando a Randall. La gente está empezando a profundizar en su historia y saben de ti”.
“Que sigan adelante”, pensó. “Saben que soy la abogada que logró entregarle su libertad, la libertad que utilizó para matar a otra persona. Eso es lo que realmente quieres decir”.
Pero no lo hizo. En lugar de ello, se quedó mirando por la ventana. “Los dos primeros serán Sawyer y Denison. Estarán aquí dentro de media hora. Hasta entonces... parece que somos Finley y yo”.
Rose miró a los dos oficiales y luego a su madre. “¿Esto es realmente tan grave? ¿Necesitamos protección?”.
“No”, dijo Avery. “Esto es una exageración”.
“Es para la protección de tu madre. Y la tuya también. Dependiendo de quién es el culpable del asesinato con la pistola de clavos y de haber lanzado el ladrillo y el gato por la ventana, tú también podrías estar en peligro. Depende de lo mucho que esa persona quiera vengarse de tu mamá”.
“Dejemos tanto drama”, dijo Avery, con veneno en su voz. “No asusten a mi hija”.
“Lo siento, mamá”, dijo Rose. “Pero acabo de ver a alguien arrojar un gato muerto por tu ventana con una nota amenazadora atado a él. Ahora estoy lejos de tu apartamento. Me acaban de ofrecer protección policial durante las veinticuatro horas del día. Obviamente estoy asustada”.
CAPÍTULO SEIS
Su noche tranquila había llegado a su fin. Cuando O’Malley y Finley se despidieron, el apartamento quedó en silencio. Rose se había estacionado en el sofá de Ramírez. Estaba viendo las redes sociales y enviándoles mensajes de texto a sus amigos.
“Creo que se sabes que no debes decirle a nadie lo que pasó”, dijo Avery.
“Lo sé”, dijo Rose, un poco resentida. “Espera... ¿y papá? ¿Debemos decirle?”.
Avery pensó por un momento, sopesando las opciones. Si fuera solo ella, Jack no tendría que saberlo. Pero las cosas cambiaban ahora que Rose estaba involucrada. Aun así... podría ser arriesgado.
“No”, respondió Avery. “Todavía no”.
Rose solo asintió en respuesta.
“Rose, no sé qué decirte. Esto es una mierda. Sí. Estoy de acuerdo. Esto apesta. Y lamento que tengas que lidiar con esto. No es exactamente fácil para mí”.
“Lo sé”, dijo Rose, colocando su teléfono a un lado y mirando a su madre a los ojos. “Ni siquiera me molesta la incomodidad. No, no es eso. Mamá... no tenía idea de que las cosas se habían vuelto tan peligrosas para ti. ¿Siempre es así?”.
Avery soltó una risita. “No, no siempre. Es solo que esta cosa con Howard Randall tiene a todos mirando por encima de sus hombros. Toda la ciudad está asustada y necesitan un culpable mientras buscan respuestas y una manera de sentirse seguros”.
“Mamá, ¿vamos a estar bien?”.
“Sí, creo que sí”.
“¿En serio? Entonces, ¿quién tiró ese ladrillo? ¿Fue Howard Randall?”.
“No lo sé. Personalmente, lo dudo”.
“Pero hay algo raro... algo entre ustedes dos, ¿cierto?”.
“Rose...”.
“No, quiero saberlo. ¿Cómo puedes estar tan segura?”.
Avery no vio ninguna razón para mentirle, sobre todo ahora que formaba parte de esto.
“Porque tirar un gato muerto por una ventana es demasiado obvio. Es demasiado extravagante. Y a pesar de lo que puedan decir los métodos de sus asesinatos, Howard Randall no haría eso. Un gato muerto... es casi cómico. Y no es algo que él haría. Tienes que confiar en mí, Rose”.
Avery miró por la ventana al auto Ford Focus que estaba estacionado a lo largo del borde opuesto de la calle. Podía ver la forma básica del hombro izquierdo de Denison mientras estaba sentado en el asiento del conductor. Sawyer estaría a su lado, probablemente comiendo semillas de girasol, como era conocido por hacer.
Pensando en el ladrillo y el gato, comenzó a volver a su pasado. Entre su carrera como abogada y los pocos años que había pasado como detective, la rueda de nombres y caras en su cabeza era larga. Trató de pensar en quién más podría tener razones para lanzar el ladrillo y el gato por la ventana, pero era demasiado, demasiadas caras, demasiada historia.
“Dios, pudo haber sido cualquiera...”.
Se volvió de nuevo al apartamento y trató de imaginarse la última vez que Ramírez había estado aquí. Caminó lentamente por la sala y la cocina, habiendo estado allí antes pero viendo todo como si fuera nuevo. Era un lugar pequeño, pero muy bien decorado. Todo estaba limpio y organizado, cada cosa en su lugar designado. Su nevera estaba decorada con varias fotos y postales, la mayoría de familiares que Avery no conocía, pero de los cuales había oído hablar.
“¿Cuántos de ellos saben lo que pasó?”, se preguntó. Durante su estancia en el hospital, solo dos familiares habían ido a visitarlo. Sabía que la familia de Ramírez no era muy cercana, pero le parecía triste que su familia no había ido a verlo, a pesar de que lo más probable es que sucediera lo mismo si algo le pasara a ella.
Se apartó de la nevera, las imágenes de esos extraños de repente demasiado para ella. En la sala de estar, había fotos de su vida: una de él y Finley en una barbacoa jugando herraduras; una de Ramírez terminando un maratón; una foto de él con su hermana cuando eran mucho más jóvenes, pescando a lo largo de la orilla de un estanque.
“No puedo”, dijo en voz baja.
Se volvió a Rose, con la esperanza de que no había oído su negativa audible.
Lo que vio fue a Rose dormida en el sofá. Al parecer se había quedado dormida durante los momentos que Avery había pasado mirando las fotografías. Avery estudió a su hija por un momento, sintiendo los primeros indicios de culpabilidad. Rose no debería estar aquí... no debería estar involucrada en todo esto.
“Tal vez estaría mejor si jamás la hubieses buscado para arreglar las cosas”, pensó.
No era un pensamiento pasajero, de verdad se lo preguntaba a veces. Y ahora que estaban bajo vigilancia y que las personas estaban amenazándola por los pecados de su pasado, era peor.
“Tal vez no estoy siendo amenazada por los pecados de mi pasado”, pensó. “Tal vez fue Howard. Tal vez está trastornado”.
No podía simplemente descartar la posibilidad de que Howard había matado a esa pobre chica con una pistola de clavos y luego, la noche siguiente, había arrojado un gato muerto con un mensaje amenazador por su ventana. No tenía ninguna evidencia que respaldaba que no lo había hecho, así que era lógico que sería un sospechoso.
“Lo conozco demasiado”, pensó. “He llegado a conocerlo de una forma que me hace tenerlo en alta estima. ¿Hizo eso a propósito?”.
Era un pensamiento aterrador, pero Howard era brillante. Y sabía lo mucho que le gustaban los juegos mentales. ¿La había manipulado de una forma que todavía no entendía?
Recogió sus cosas y las llevó a la habitación de Ramírez. Había metido lo esencial de la caja de expedientes de Howard Randall en una de sus maletas antes de salir de su apartamento. Sacó los archivos y los esparció por la cama.
Esta vez no perdió tiempo mirando las fotografías. Solo necesitaba los hechos. Y los hechos decían que, érase una vez, Avery Black fue una abogada que representó a un hombre que fue acusado de asesinato. Sospechó que él cometió el acto, pero no había evidencia y el caso fue derrotado en la corte. Ella ganó a la final. Howard Randall fue puesto en libertad. En el transcurso de los próximos tres meses, universitarias de dieciocho a veintiún años de edad fueron asesinadas de formas espeluznantes. A la final, Howard Randall fue capturado. No solo eso, sino que confesó haber cometido los crímenes abiertamente.
Avery había visto todo en la televisión. También había dejado su trabajo como abogada y se había sentido motivada por empezar a trabajar como detective, una carrera que casi todo el mundo le dijo estaba fuera de su alcance. Era una mujer que se sentía perseguida por el fantasma de Howard Randall antes de sus asesinatos. Tenía demasiado bagaje. Nunca lo lograría.
“Pero aquí estoy”, pensó, pasando por alto los detalles. “Tal vez por eso es que siempre estuvo tan abierto a hablar conmigo en la cárcel. Tal vez también pensaba que era una causa perdida por tratar de convertirme en detective. Cuando me convertí en una, en una muy buena, tal vez me gané su respeto”.
Y tristemente esperaba que ese fuera el caso. Le gustaría pensar que no le importaba si Howard Randall la respetaba o no, pero eso era mentira. Tal vez era su intelecto o el simple hecho de que nadie la había desafiado como él.
Pensó en esas reuniones mientras estudió los expedientes minuciosamente y todo se conectó en su mente. “Pareció alegrarle cada visita, con la excepción de una sola cuando pensó que estaba aprovechándome de él.
Tenía conexiones en la prisión, capaz de enterarse de lo que ocurría afuera.
¿Esa información le reveló algo? ¿Le dio alguna razón para escapar?
Y ¿qué hizo después? ¿Qué tipo de hombre es ahora? ¿Es probable que se fue a vivir como un hombre libre muy lejos de aquí?
¿O es más probable que empezó a matar de nuevo? Se ha dicho que una vez que alguien comete un asesinato y supera el shock inicial, el segundo asesinato es más fácil. Y luego el tercero es casi natural.
Pero Howard no parece ser el tipo de hombre que se dejaría llevar por sus instintos animales.
Todos los asesinatos originales fueron limpios y simples.
La última víctima fue asesinada grotescamente... como si el asesino estuviera tratando de demostrar algo.
¿Howard tiene algo que demostrar?”.
Y podía verlo en su mente, sentado en una mesa frente a ella en la prisión con una sonrisa siempre en su rostro. Confiado. Casi orgulloso.
“Tengo que encontrarlo”, pensó. “O al menos averiguar si él es el asesino. Y debo comenzar hablando con aquellos que lo conocen igual que yo. Voy a tener que hablar con las personas con las que trabajó, con los otros profesores de Harvard”.
Su plan no era bueno, pero al menos era algo. Connelly no la quería en el caso, pero no tenía que enterarse de lo que estaba haciendo.
Miró su teléfono y vio que ya era medianoche. Con un profundo suspiro, colocó los archivos en una pila sobre la mesita de noche de Ramírez. Cuando se desnudó para irse a dormir recordó la última vez que estuvo en esta habitación quitándose la ropa.
Cuando se metió en la cama, optó por dejar la luz encendida. No creía en la actividad paranormal, pero sentía... algo. Durante un breve momento, pensó que sentía a Ramírez en la habitación con ella.
Y aunque Avery sabía que no era posible, aún no quería enfrentarse a la oscuridad.
Así que dejó la luz encendida y logró conciliar el sueño con bastante rapidez.
CAPÍTULO SIETE
Sin acceso a los recursos de la comisaría, Avery tuvo que recurrir a las mismas herramientas básicas que cualquier otra persona en el planeta. Comenzó a buscar en Google con una taza de café y unos bollos rancios que encontró en la despensa de Ramírez. Por los expedientes que había traído consigo, sabía los nombres de los tres profesores que habían trabajado en estrecha colaboración con Howard durante su tiempo en la Universidad de Harvard. Uno de ellos falleció el año pasado, dejando solo dos fuentes potenciales. Tecleó sus nombres en Google, hizo clic hasta llegar a las páginas adecuadas y guardó sus números en su teléfono.
Mientras trabajaba, Rose entró a la cocina. Se dirigió a la cafetera.
“Café. Excelente”.
“¿Cómo dormiste?”, preguntó Avery.
“Malísimo. Son las siete... y mírate. No estás de servicio, entonces ¿qué haces despierta?”.
Avery se encogió de hombros. “No estoy trabajando… técnicamente”.
“¿Lo que estás haciendo te meterá en problemas con tu jefe?”.
“No si no se entera. Saldré un rato. Puedo dejarte donde quieras”.
“En mi apartamento”, dijo Rose. “Como voy a pasar unos días metida aquí contigo en el apartamento de otra persona, quiero buscar algo de ropa y mi cepillo de dientes”.
Avery consideró esto por un momento. Sabía que Sawyer y Denison todavía estaban afuera y que serían sustituidos por otro dúo pronto. Probablemente estaban trabajando en turnos de doce horas. La seguirían por todas partes para asegurarse de que se mantuviera a salvo. Eso podría complicar las cosas. Pero ya estaba ideando un plan en su mente.
“Rose, ¿dónde estacionaste tu auto?”.
“A una calle de tu apartamento”.
Sawyer y Denison automáticamente llamarían a O’Malley o Connelly si se dirigía de nuevo a su apartamento. Pero si se dirigía a otro lugar, sería más fácil.
“Está bien”, dijo Avery. “Nos iremos a tu apartamento. Tengo que hacer una llamada y luego veré si Sawyer y Denison nos pueden dar un aventón a tu casa”.
“Está bien”, dijo Rose, obviamente escéptica, como si supiera que Avery estaba tramando algo.
Antes de llamar a Sawyer y Denison para pedir un aventón como si estuviera obedeciendo órdenes para mantenerse a salvo, llamó una compañía de taxis y pidió que el conductor la recogiera en la parte trasera del edificio de apartamentos de Rose en media hora.
***
Fue demasiado fácil. Y no era que Sawyer y Denison no eran buenos policías. Simplemente no tenían ninguna razón para pensar que Avery desobedecería. Había matado a dos pájaros de un tiro. Al haberse escapado sin ser vista, tenía unas horas de libertad para hacer lo que quisiera, sin temor a lo que Connelly pensaría, mientras que Rose seguía bajo vigilancia policial. Era una situación ganar-ganar. El hecho de que ella había llamado para solicitar que las llevaran al apartamento de Rose había sido la guinda del pastel.
El taxi la dejó en el campus de la Universidad de Harvard poco después de las nueve de la mañana. Había llamado a los dos profesores, Henry Osborne y Diana Carver, en camino a la universidad. Osborne no había contestado, pero pudo hablar con Carver, quien le dijo podría recibirla a las diez de la mañana. Buscó un poco más en Google y logró encontrar la ubicación de la oficina de Osborne. Trataría de buscarlo en esa hora libre que tenía antes de su reunión con Carver.
Mientras hizo su camino a través del campus, comprobando el mapa del campus en su teléfono cada cierto tiempo, se tomó unos minutos para apreciar la arquitectura. Debido a que la mayoría de la gente en el área de Boston estaba tan acostumbrada a la presencia de la universidad, a menudo olvidaban la historia del lugar. Avery podía verla en la mayoría de los edificios, así como también en el ambiente histórico del lugar, el césped impecable, el ladrillo, madera y lugares emblemáticos.
Se concentró en estas cosas mientras se acercaba al edificio de Estudios Filosóficos. Henry Osborne era profesor en la escuela de filosofía, cuya especialización era ética aplicada y la filosofía del lenguaje. Cuando entró en el edificio, vio algunos estudiantes caminando con prisa, al parecer un poco atrasados para su clase de las nueve.
Según el horario de Osborne, no tenía clases hasta las 9:45 y debería estar disponible en su oficina hasta entonces. Encontró su oficina en el otro extremo del segundo pasillo. La puerta estaba entreabierta y, cuando ella asomó la cabeza, vio a un hombre mayor sentado en un escritorio, inclinado sobre una pila de papeles.