“¿Cuál es tu nombre?”.
“Fernando Rodríguez”.
“¿Todavía estás en libertad condicional, Fernando?”.
“No, se me terminó hace dos semanas”.
“Está bien”. Ella pensó por un momento. “Entonces es probable que tengas que estar tras las rejas hasta que todo esto se resuelva. ¿Tal vez uno o dos meses?”.
“¡¿Un mes?!”.
“O dos”, reiteró. “No mames. Seamos honestos. ¿Después de cinco años? Eso es nada. La próxima vez maneja todo en privado”.
Ella estaba justo en frente de él, lo suficientemente cerca para desarmarlo y librar a la víctima, pero él ya estaba calmando. Avery había tratado con personas como él antes cuando trabajó con unas pandillas de Boston. Eran hombres que habían pasado por tanto que cualquier cosa los podría quebrantar. Pero, en última instancia, cuando se les daba la oportunidad de relajarse y evaluar su situación, su historia siempre era la misma: solo querían ser consolados, ayudados y no sentirse solos en el mundo.
“Solías ser abogada, ¿cierto?”, dijo el hombre.
“Sí”. Se encogió de hombros. “Pero luego cometí un error estúpido y mi vida se volvió una mierda. No seas como yo”, advirtió. “Pongámosle fin a esto ahora”.
“¿Y ella?”, dijo, señalando a su esposa.
“¿Por qué quieres estar con alguien como ella?”, preguntó Avery.
“La amo”.
Avery lo desafió con la mirada.
“¿Esto te parece amor?”.
La pregunta pareció molestarlo de verdad. Con el ceño fruncido, miró a Avery, y luego a su esposa. Después volvió a mirar a Avery.
“No”, dijo, y bajó el arma. “Así no se debe amar”.
“Mira, hagamos algo”, dijo Avery. “Dame el arma y dejaré que estos chicos te lleven tranquilamente. Además, te prometo algo”.
“¿Qué cosa?”.
“Prometo que estaré pendiente de ti y me aseguraré de que te traten bien. No me pareces un villano, Fernando Rodríguez. Me parece que tuviste una vida dura”.
“No tienes ni idea”, dijo.
“No”, dijo. “Ni la menor idea”.
Le tendió una mano.
Soltó a su rehén y le entregó el arma. Su esposa se movió por el césped y corrió para ponerse a salvo inmediatamente. El policía agresivo que había estado preparado para abrir fuego dio un paso adelante con una mirada que rebosaba envidia.
“Me encargaré de aquí en adelante”, dijo con desprecio.
Avery se le acercó.
“Hazme un favor”, dijo. “Deja de actuar como si fueras mejor que las personas que detienes y trátalo como un ser humano. Eso podría ayudarte”.
El policía se sonrojó de ira y parecía estar listo para destruir el ambiente tranquilo que Avery había creado. Afortunadamente, el segundo oficial se le acercó al hombre latino primero y lo manejó con cuidado. “Voy a esposarte ahora”, dijo en voz baja. “No te preocupes. Me aseguraré de que te traten bien. Tengo que leerte tus derechos, ¿de acuerdo? Tienes el derecho a permanecer en silencio…”.
Avery se alejó.
El agresor latino levantó la mirada. Los dos sostuvieron la mirada por un momento. Ofreció un gesto de agradecimiento, y Avery respondió asintiendo la cabeza. “Lo que dije va en serio”, reiteró antes de volverse para irse.
Ramírez tenía una gran sonrisa en su rostro.
“Mierda, Avery. Eso fue candente”.
El coqueteo molestó a Avery.
“Me enferma cuando los policías tratan a los sospechosos como si fueran animales”, dijo, volviéndose para ver el arresto. “Apuesto a que la mitad de los tiroteos en Boston podrían evitarse con un poco de respeto”.
“Tal vez si hubiera una mujer comisionada como tú a cargo”, bromeó.
“Tal vez”, respondió ella, y de verdad pensó en las implicaciones.
Su walkie-talkie comenzó a sonar.
Oyó la voz del capitán O’Malley por la estática.
“Black”, dijo. “¿Black, dónde estás?”.
Ella contestó.
“Estoy aquí, capitán”.
“Mantén tu teléfono encendido de ahora en adelante”, dijo. “¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Y vete a la Marina de Boston cruzando por la calle Marginal en East Boston. Tenemos una situación allí”.
Avery frunció el ceño.
“¿East Boston no es territorio de la A7?”, preguntó.
“Olvídate de eso”, dijo. “Deja lo que estás haciendo y vente lo más rápido que puedas. Tenemos un asesinato”.
CAPÍTULO DOS
Avery llegó al puerto de Boston por el túnel Callahan, que conecta el North End a East Boston. El puerto quedaba cerca de la calle Marginal, justo por al agua.
El lugar estaba repleto de policías.
“Mierda”, dijo Ramírez. “¿Qué demonios pasó aquí?”.
Avery caminó con calma al puerto deportivo. Las patrullas estaban estacionadas irregularmente. También había una ambulancia. Una multitud de personas que querían navegar sus barcos en esta brillante mañana deambulaban por allí, preguntándose qué debían hacer.
Se estacionó y ambos se bajaron y mostraron sus credenciales.
Más allá de la puerta principal y el edificio había una dársena expansiva. Dos embarcaderos sobresalían de la dársena en forma de V. La mayor parte de los policías se habían agrupado alrededor del extremo final de una dársena.
Vio el capitán O’Malley a lo lejos, vestido con un traje oscuro y una corbata. Se encontraba discutiendo con otro policía completamente uniformado. Por las dobles rayas en su pecho, Avery supuso que el otro era el capitán de la A7, que manejaba todo East Boston.
“Mira a este personaje”, dijo, señalando al hombre uniformado. “¿Acaba de salir de una ceremonia o qué?”.
Los agentes de la A7 los miraron feo.
“¿Qué está haciendo la A1 aquí?”.
“Vuelvan al North End”, gritó otro.
El viento azotaba el rostro de Avery mientras caminaba por el muelle. El aire era salado y suave. Apretó su chaqueta alrededor de su cintura para que no se abriera de repente. A Ramírez no le estaba yendo muy bien con las ráfagas intensas, que seguían alborotando su cabello.
Algunas dársenas sobresalían en ángulos perpendiculares en un lado del muelle, y cada muelle estaba lleno de barcos. También había barcos en el otro lado del muelle: lanchas, barcos veleros costosos y enormes yates.
Una dársena separada formaba una forma de T con el extremo del muelle. Un único yate blanco mediano estaba anclado en el medio. O’Malley, el otro capitán y dos oficiales hablaban mientras que un equipo de forenses recorría el barco y tomaba fotografías.
O’Malley se veía igual que siempre: su cabello corto teñido de negro y un rostro arrugado que parecía que podría haber sido el de un boxeador en una vida anterior. Tenía los ojos entrecerrados por el viento y se veía molesto.
“Ella está aquí ahora”, dijo. “Dale una oportunidad”.
El otro capitán parecía señorial, tenía el pelo canoso, un rostro delgado y una mirada arrogante debajo de un ceño fruncido. Era mucho más alto que O’Malley y se veía atontado por el hecho de que O’Malley, o cualquier persona no perteneciente a su equipo, invadiera su territorio.
Avery les asintió a todos.
“¿Qué pasa, capitán?”.
“¿Esta es una fiesta o qué?”. Ramírez sonrió.
“Deja de sonreír”, espetó el capitán señorial. “Esta es una escena del crimen, joven, y espero que te comportes”.
“Avery, Ramírez, este es el capitán Holt de la A7. Él fue lo suficientemente amable como para...”.
“¿Amable?”, espetó. “No sé en qué anda el alcalde, pero está equivocado si cree que puede pisotear toda mi división. Te respeto, O’Malley. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero esto no tiene precedentes y tú lo sabes. ¿Cómo te sentirías si fuera a la A1 y comenzara a dar órdenes como loco?”.
“Nadie está tomando el control”, dijo O’Malley. “¿Crees que me gusta esto? Tenemos suficiente trabajo en nuestro lado. El alcalde nos llamó a los dos, ¿cierto? Yo tenía otras cosas que hacer hoy, Will, así que no actúes como si esto es una movida ofensiva”.
Avery y Ramírez intercambiaron una mirada.
“¿Cuál es la situación?”, preguntó Avery.
“La llamada entró esta mañana”, dijo Holt, haciendo un gesto hacia el yate. “Una mujer fue hallada muerta en ese barco. Fue identificada como una vendedora de libros local. Llevaba quince años siendo dueña de una librería espiritual en la calle Sumner. No tenía antecedentes penales. No hay nada sospechoso sobre ella”.
“Excepto la forma en la que fue asesinada”, dijo O’Malley, tomando el control. “El capitán Holt estaba desayunando con el alcalde cuando entró la llamada. El alcalde decidió que quería venir y verlo en carne propia”.
“Lo primero que dice es ‘¿Por qué no ponemos a Avery Black en el caso?’”, concluyó Holt, mirando a Avery con desdén.
O’Malley intentó paliar la situación.
“Eso no es lo que me dijiste a mí, Will. Me dijiste que tus chicos llegaron a la escena y que no entendieron lo que estaban viendo, así que el alcalde sugirió que hablaras con alguien que ha tenido experiencia con este tipo de cosas”.
“Da igual”, gruñó Holt y levantó la barbilla pomposamente.
“Ve a echarle un vistazo”, dijo O’Malley y señaló el yate. “Anda a ver qué puedes encontrar. Nos iremos si regresa con las manos vacías”, agregó, hablándole directamente a Holt. “¿Eso te parece justo?”.
Holt se fue a zancadas a sus otros dos agentes.
“Esos dos son de su brigada de homicidios”, indicó O’Malley. “No los miren. No hablen con ellos. No causen problemas. Esta es una situación política muy delicada. Solo cierren la boca y díganme lo que ven”.
Ramírez estaba muy entusiasmado mientras caminaban al gran yate.
“Es una belleza”, dijo. “Parece un Sea Ray 58 Sedan Bridge. Es de dos pisos. Te da sombra arriba, y tiene aire acondicionado adentro”.
Avery estaba impresionada.
“¿Cómo sabes todo eso?”, preguntó.
“Me gusta pescar”. Se encogió de hombros. “Nunca he pescado en un barco así, pero un hombre puede soñar, ¿o no? Debería llevarte a pasear en mi barco”.
A Avery no le gustaba mucho el mar. Las playas, a veces, los lagos, absolutamente, pero ¿veleros y embarcaciones lejos en el océano? Le ocasionaban ataques de pánico. Había nacido y crecido en un terreno plano, y la idea de estar en la marea que se menea, sin tener idea de lo que podría estar al acecho justo debajo, hacía que su mente fuera a lugares oscuros.
A lo que Avery y Ramírez pasaron y se prepararon para embarcar, Holt y sus otros dos detectives los ignoraron. Un fotógrafo en la proa tomó una última foto y le hizo señas a Holt. Hizo su camino a lo largo de la borda a estribor y levantó las cejas a lo que vio a Avery. “Nunca volverás a ver un yate con los mismos ojos”, bromeó.
Una escalera de plata daba a los costados del barco. Avery subió, colocó sus manos en las ventanas negras y se meneó.
Una mujer de mediana edad con cabello rojo y salvaje había sido colocada en la parte delantera del barco, justo antes de las luces laterales de la proa. Yacía de lado, hacia el este, sus manos sujetando sus rodillas y con la cabeza abajo. Si hubiera estado sentada en posición vertical, se hubiera visto como si estuviera dormida. Estaba completamente desnuda, y la única herida visible era la línea oscura alrededor de su cuello. “Le rompió el cuello”, pensó Avery.
Lo que hacía que la víctima resaltara, más allá de la desnudez y la exhibición pública de su muerte, era la sombra que proyectaba. El sol estaba en el este. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia arriba, y producía una imagen especular de su forma arrugada en una sombra larga y deformada.
“No me jodas”, susurró Ramírez.
Como hacía Avery cuando limpiaba las superficies en su casa, se agachó y le echó un vistazo a la proa del barco. La sombra era o bien una coincidencia o una señal del asesino y, si había dejado una señal, quizás dejó otra. Ella se movió de un lado del barco al otro.
En el resplandor del sol, en la superficie blanca de la proa del barco, justo encima de la cabeza de la mujer entre su cuerpo y su sombra, Avery vio una estrella. Alguien había utilizado su dedo para dibujar una estrella, ya sea con saliva o agua salada.
Ramírez llamó a O’Malley.
“¿Qué dijeron los forenses?”.
“Encontraron algunos pelos en el cuerpo. Podrían ser de una alfombra. El otro equipo aún está en el apartamento”.
“¿Qué apartamento?”.
“El apartamento de la mujer”, dijo O’Malley. “Creemos que fue secuestrada allí. No hay huellas por ninguna parte. El tipo pudo haber usado guantes. No sabemos cómo la trasladó aquí, a un muelle muy visible, sin que nadie lo viera. Se metió con unas de las cámaras del puerto deportivo. Debió haberlo hecho justo antes del asesinato. Posiblemente fue asesinada anoche. Parece que el cuerpo no fue molestado, pero el forense tiene la última palabra”.
Holt hizo un ruido.
“Esta es una pérdida de tiempo”, le espetó a O’Malley. “¿Qué puede ofrecer esta mujer que mis hombres ya no hayan descubierto? No me importa su último caso ni su personaje público. En lo que a mí respecta, solo es una abogada fracasada que tuvo suerte en su primer caso importante porque un asesino en serie, a quien ella defendió en los tribunales, la ayudó”.
Avery se levantó, se apoyó en la barandilla y observó a Holt, O’Malley y a los otros dos detectives en el muelle. El viento seguía moviendo su chaqueta y pantalón.
“¿Vieron la estrella?”, preguntó.
“¿Qué estrella?”, dijo Holt.
“Su cuerpo está inclinado hacia un lado y hacia arriba. En la luz del sol, crea una imagen sombreada de su silueta. Muy marcada. Casi parecen ser dos personas, espalda con espalda. Entre su cuerpo y esa sombra, alguien dibujó una estrella. Podría ser una coincidencia, pero la colocación es perfecta. Tal vez podamos tener suerte si el asesino la dibujó con saliva”.
Holt consultó con uno de sus hombres.
“¿Vieron una estrella?”.
“No, señor”, respondió un detective delgado y rubio con ojos marrones.
“¿Y los forenses?”.
El detective negó con la cabeza.
“Ridículo”, murmuró Holt. “¿Una estrella dibujada? Un niño pudo haber hecho eso. ¿Una sombra? La luz crea las sombras. Eso no tiene nada de especial, detective Black”.
“¿Quién es el dueño del yate?”, preguntó Avery.
“Un callejón sin salida”, dijo O’Malley, encogiéndose de hombros. “Un promotor inmobiliario importante. Está en Brasil en un viaje de negocios. Lleva casi un mes allá”.
“Si el barco ha sido limpiado en el último mes, entonces la estrella fue puesta allí por el asesino y, como está perfectamente colocada entre el cuerpo y la sombra, tiene que significar algo. No estoy segura de qué, pero sé que tiene un significado”, dijo Avery.
O’Malley ojeó a Holt.
Holt suspiró.
“Simms, llama a los forenses para que regresen”, le dijo al oficial rubio. “Diles lo de la estrella y la sombra. Te llamaré cuando terminemos”.
Holt miró a Avery miserablemente, y finalmente negó con la cabeza.
“Deja que vea el apartamento”.
CAPÍTULO TRES
Avery caminaba lentamente por el pasillo del edificio de apartamentos mal iluminado, flanqueada por Ramírez. Su corazón latía con anticipación como siempre lo hacía cuando estaba a punto de entrar en una escena del crimen. En este momento, quisiera estar en cualquier otro lado.
Logró recuperarse. Se armó de valor y se obligó a observar cada detalle, sin importar lo mínimo que fuera.
La puerta del apartamento de la víctima estaba abierta. Un oficial estacionado afuera se apartó y les permitió a Avery y los otros pasar por debajo de la cinta de la escena del crimen y entrar.
Un estrecho pasillo daba a una sala de estar. La cocina estaba separada de la sala. Nada parecía estar fuera de lugar, solo era el apartamento bonito de alguien. Las paredes estaban pintadas de un color gris claro. Había estanterías en todas partes. Había pilas de libros en el suelo. Algunas plantas colgaban de las ventanas. Un sofá verde estaba en frente de un televisor. En la única habitación, la cama estaba hecha y cubierta con una manta blanca de encaje.
La única alteración era en la sala de estar, donde era evidente que faltaba una alfombra. Un contorno polvoriento, junto con un espacio oscuro, había sido marcado con numerosas etiquetas policiales amarillas.
“¿Qué encontraron los forenses aquí?”, preguntó Avery.