Una Razón para Huir - Блейк Пирс 5 стр.


“Yo estoy bien”, dijo Ramírez.

“Yo también”, agregó Avery.

Desoto le asintió a Tito, quien se fue por donde vino. Todos los hombres de la mesa siguieron jugando cartas, excepto uno. Ese hombre era igualito a Desoto, solo que era mucho más pequeño y más joven. Le murmuró algo a Desoto y los dos tuvieron una conversación apasionada.

“Ese es el hermano menor de Desoto”, tradujo Ramírez. “Cree que solo debe matarnos y tirarnos en el río. Desoto está tratando de decirle que por eso es que siempre está en la cárcel, porque piensa demasiado cuando solo debería mantener la boca cerrada y escuchar”.

“¡Siéntate!”, gritó Desoto finalmente.

Su hermano menor se sentó de mala gana, pero miraba a Avery muy feo.

Desoto respiró.

“¿Eres una policía celebridad?”, preguntó.

“En realidad no”, respondió Avery. “Eso les da a tipos como tú un blanco en el departamento de policía. No me gusta ser un blanco”.

“Cierto, cierto”, dijo.

“Estamos en busca de información”, agregó Avery. “Una mujer de mediana edad llamada Henrietta Venemeer es propietaria de una librería en Sumner. Libros espirituales, religiosos, de psicología, cosas por el estilo. Se rumorea que no te agradaba su tienda. Estaba siendo acosada”.

“¿Por mí?”, respondió sorprendido y se señaló a sí mismo.

“Por ti o tus hombres. No estamos seguros. Es por eso que estamos aquí”.

“¿Por qué venir a la boca del lobo para preguntar acerca de una mujer en una librería? Explícamelo por favor”.

Su rostro no delató nada cuando mencionó a Henrietta y la librería. De hecho, Avery creía que la acusación lo había insultado.

“Ella fue asesinada anoche”, dijo Avery. Luego observó a los hombres en la sala y cómo reaccionaron. “Tenía el cuello fracturado y fue atada a un yate en el puerto deportivo de la calle Marginal”.

“¿Por qué haría eso?”, preguntó.

“Eso es lo que queremos averiguar”.

Desoto comenzó a hablarles a sus hombres en otro idioma. Su hermano menor y otro hombre se veían realmente molestos por haber sido acusados de algo que evidentemente no estaba a su altura. Sin embargo, los otros tres se veían avergonzados. Comenzaron a discutir por algo. En un momento, Desoto se puso de pie muy enojado, mostrando toda su altura y tamaño.

“Estos tres han estado en la tienda”, susurró Ramírez. “La robaron dos veces. Desoto está molesto porque apenas se va enterando y nunca recibió su parte”.

Con un fuerte rugido, Desoto golpeó la mesa con su puño y la partió por la mitad. Los billetes, monedas y joyas salieron volando por todas partes. Un collar casi azotó el rostro de Avery, y se vio obligada a echarse para atrás y pararse contra la puerta. Los cinco hombres empujaron sus sillas. El hermano menor de Desoto gritó de frustración y levantó los brazos. Desoto estaba dirigiendo su ira a un hombre en particular. Tenía un dedo metido en el rostro del hombre y ambos se amenazaron.

“Ese tipo llevó a los otros a la tienda”, susurró Ramírez. “Él está en problemas”.

Desoto se dio la vuelta.

“Mis disculpas”, dijo. “Mis hombres efectivamente acosaron a esta mujer en su tienda. Dos veces. Me acabo de enterar de esto”.

El corazón de Avery latía con fuerza. Estaban en una sala aislada llena de criminales enojados con armas e, independientemente de las palabras y los gestos de Desoto, era una presencia intimidante, y, si los rumores eran ciertos, también era un asesino en serie. De repente, su pequeña cuchilla estaba tan fuera de su alcance que no era tan reconfortante como había pensado.

“Gracias”, dijo. “Solo para estar seguros de que estamos en sintonía, ¿alguno de tus hombres tendría alguna razón para matar a Henrietta Venemeer?”.

“Nadie mata sin mi aprobación”, afirmó rotundamente.

“Venemeer fue colocada extrañamente en el barco”, continuó Avery. “A la vista de todo el puerto. Una estrella fue dibujada encima de su cabeza. ¿Eso significa algo para ti?”.

“¿Recuerdas a mi primo?”, preguntó Desoto. “¿Michael Cruz? ¿Pequeñito? ¿Flaco?”.

“Para nada”.

“Le rompiste el brazo. Le pregunté cómo una niñita pudo haberlo derribado y me dijo que eras muy rápida, y muy fuerte. ¿Crees que podrías derribarme, oficial Black?”.

Había comenzado la espiral perversa.

Avery podía sentirlo. Desoto estaba aburrido. Había respondido sus preguntas y estaba aburrido y enojado y tenía a dos policías desarmados en su sala privada debajo de una tienda. Incluso los hombres que habían estado jugando póquer no les quitaban la mirada de encima.

“No”, dijo. “Creo que podrías matarme en combate cuerpo a cuerpo”.

“Creo en ojo por ojo”, dijo Desoto. “Creo que uno debe recibir información cuando la da. El equilibrio es muy importante en la vida. Te di información. Tú arrestaste a mi primo. Ahora me has quitado dos cosas. ¿Entiendes?”, preguntó. “Me debes algo”.

Avery se echó para atrás y adoptó su postura tradicional de jiu-jitsu, piernas flexionadas y ligeramente separadas, brazos levantados y manos abiertas debajo de su barbilla.

“¿Qué te debo?”, preguntó.

Con solo un gruñido, Desoto saltó hacia adelante, estiró su brazo derecho y dio un puñetazo.

CAPÍTULO SIETE

La sala se volvió negra en la mente de Avery, y lo único que veía eran los cinco hombres, sentía a Ramírez junto a ella, y veía el puño de Desoto acercándose más a su rostro. Ella llamaba esto ‘La niebla’, un lugar donde solía ir a menudo, otro mundo separado de su existencia física. Su instructor de jiu-jitsu lo llamaba “la conciencia definitiva”, un lugar donde su concentración se volvía selectiva, así que los sentidos eran más elevados alrededor de blancos específicos.

Ella agarró la muñeca de Desoto. Al mismo tiempo, utilizó su propio impulso para arrojarlo a la puerta del sótano. El hombre gigante se estrelló fuertemente.

Luego Avery giró y le dio una patada a un atacante en el estómago. Después de eso, todo se movió en cámara lenta. Agredió a cada uno de los cinco hombres. Un pinchazo en la garganta hizo que uno cayera al suelo. Una patada en la ingle seguida de otro fuerte golpe hizo que otro se estrellara contra la mesa rota. Perdió al hermano menor de Desoto de vista por un segundo. Se volvió para verlo a punto de golpearla con un par de manoplas. Ramírez entró en juego y lo tiró al suelo.

Desoto rugió y agarró a Avery por detrás.

El enorme peso de su cuerpo era como un bloque de cemento. Avery no podía zafarse. Dio una patada al aire. Él la levantó y la arrojó contra una pared.

Avery se estrelló contra unas estanterías y todos los contenidos cayeron sobre su cabeza cuando cayó al suelo. Desoto le dio una patada en el estómago. El golpe fue tan fuerte que la levantó. Le metió otra patada y su cuello sonó del golpe. Desoto se agachó. Sus brazos gruesos la agarraron por el cuello peligrosamente. La levantó y sus pies estaban colgando.

“Podría romper tu cuello como una ramita”, susurró.

Estaba mareada por los golpes. Le costaba respirar.

“Concéntrate,” se ordenó a sí misma. “O estás muerta”.

Trató de voltear su cuerpo o zafarse. La sujetaba con demasiada fuerza. Algo chocó contra la espalda de Desoto. Avery volvió al suelo y miró hacia atrás para ver a Ramírez con una silla.

“¿Eso no te dolió?”, preguntó Ramírez.

Desoto gruñó.

Avery se recuperó, levantó el pie y pisoteó los dedos de sus pies con su tacón.

“¡Ay!”, gritó Desoto.

Llevaba una camisa blanca, shorts color canela y chancletas. El tacón de Avery definitivamente había fracturado dos huesos. La soltó instintivamente y, para cuando estuvo preparado para agarrarlo de nuevo, Avery ya estaba en posición. Le metió un puño en la garganta y luego un gancho a su plexo solar.

Había un bate de hierro en el suelo.

Ella lo tomó y le metió un batazo en la cabeza.

Desoto quedó inerte al instante.

Dos de sus hombres ya estaban en el suelo, incluyendo su hermano menor. Un tercero sacó su pistola. Avery golpeó su mano con el bate, y luego le metió otro batazo en la cara. El hombre se estrelló contra una pared.

Los últimos dos hombres habían atacado a Ramírez.

Avery golpeó el bate contra las rodillas de uno de ellos. Se volteó y ella le metió un batazo en el pecho y lo pateó en la cara. Bajó el bate contra su pecho y le dio una fuerte patada en la cara. El otro hombre le dio un puñetazo en la mandíbula y ambos se estrellaron contra la mesa de póquer.

El hombre estaba encima de ella, cayéndole a golpes. Avery finalmente pudo agarrar su muñeca y rodó. Se le cayó de encima y ella fue capaz de girar y tomar su brazo. Ella estaba perpendicular a su cuerpo. Sus piernas estaban sobre su barriga y su brazo estaba recto y extendido.

“¡Suéltame! ¡Suéltame!”, gritó él.

Ella levantó una pierna y le dio muchas patadas en la cara hasta que perdió el conocimiento.

“¡Jódete!”, gritó.

Todo estaba en silencio. Los cinco hombres, incluyendo Desoto, estaban inconscientes.

Ramírez gimió y se puso de rodillas.

“Dios...”, susurró.

Avery vio una pistola en el suelo. La tomó y apuntó la puerta del sótano. Tito apareció justo después de haber apuntado.

“¡No levantes el arma!”, gritó Avery. “¿Me escuchaste? No lo hagas”.

Tito miró la pistola que tenía en la mano.

“Te dispararé si levantas esa arma”.

Tito no podía creer lo que había pasado en la sala, quedó boquiabierto cuando vio a Desoto.

“¿Tú hiciste todo esto?”, preguntó.

“¡Suelta el arma!”.

Tito la apuntó.

Avery le disparó dos veces en el pecho y lo envió volando de nuevo a las escaleras.

CAPÍTULO OCHO

Avery estaba afuera de la cafetería y tenía una bolsa de hielo sobre su ojo. Tenía dos moretones desagradables debajo de la bolsa, y su mejilla estaba hinchada. También le era difícil respirar, y eso le hizo pensar que se había fracturado una costilla, y su cuello todavía estaba dolorido y rojo del agarre de Desoto.

A pesar del abuso, Avery se sentía bien. Más que bien. Había acabado con un asesino gigante y otros cinco hombres.

“Lo hiciste”, pensó.

Había pasado años aprendiendo a pelear, un sinnúmero de años y horas en el ring, haciendo sparring consigo misma. Había tenido otras peleas antes, pero ninguna contra cinco hombres al mismo tiempo, y ciertamente ninguna en contra de alguien tan poderoso como Desoto.

Ramírez estaba sentado en la acera. Había estado a punto de colapsar desde lo sucedido en el sótano. En comparación con Avery, estaba en mal estado: tenía el rostro lleno de cortes e inflamaciones y constantes ataques de vértigo.

“Fuiste un animal en el sótano”, murmuró. “Un animal…”.

“¿Gracias?”, dijo.

La cafetería de Desoto quedaba en el corazón de la A7, así que Avery se había sentido obligada a llamar a Simms para pedir refuerzos. Una ambulancia estaba en la escena, junto con numerosos policías de la A7 para arrestar a Desoto y sus hombres por asalto, posesión de armas y otras infracciones menores. El cuerpo de Tito, envuelto en una bolsa negra, fue cargado en la parte trasera de la ambulancia.

Simms apareció y negó con la cabeza.

“Hay un desastre ahí abajo”, dijo. “Gracias por el papeleo extra”.

“¿Preferirías que hubiera llamado a mi gente?”.

“No”, admitió. “Creo que no. Tenemos tres departamentos diferentes tratando de culpar a Desoto por algo, así que esto al menos podría ayudarnos con la causa. Sin embargo, no sé en qué estabas pensando entrando en ese lugar sin refuerzos, pero bien hecho. ¿Cómo derribaste a los seis sola?”.

“Tuve ayuda”, dijo Avery, asintiendo con la cabeza hacia Ramírez.

Ramírez levantó una mano en reconocimiento.

“¿Qué pasó con el asesinato del yate?”, preguntó Simms. “¿Alguna conexión?”.

“No creo”, dijo. “Dos de sus hombres robaron la tienda dos veces. Desoto no sabía nada, y eso lo molestó. Si los otros dos empleados corroboran la historia, creo que están exonerados. Querían dinero, no matar a la propietaria de una tienda”.

Otro policía apareció y saludó a Simms.

Simms tocó el hombro de Avery.

“Es mejor que te vayas”, dijo. “Ya los van a sacar del sótano”.

“No”, dijo Avery. “Me gustaría verlo”.

Desoto era tan grande que tuvo que agacharse para poder salir por la puerta principal. Tenía a dos policías a cada lado, y tenía a otro atrás. En comparación con todos los demás, parecía un gigante. Sus hombres fueron sacados detrás de él. Todos ellos fueron conducidos hacia una camioneta policial. A lo que se acercó a Avery, Desoto se detuvo y se dio la vuelta; ninguno de los policías pudo hacer que se moviera.

“Black”, dijo.

“¿Sí?”, respondió.

“¿Recuerdas el blanco del que estabas hablando?”.

“¿Sí?”.

“Clic, clic, bum”, dijo con un guiño.

Él la miró por otro segundo antes de permitir que la policía lo metiera en la furgoneta.

Ser amenazada era parte del trabajo. Avery aprendió eso hace mucho tiempo, pero una persona como Desoto era intimidante. Se mantuvo firme y le devolvió la mirada hasta que se fue, pero en su interior estaba a punto de desmoronarse.

“Necesito un trago”, dijo.

“Ni lo pienses”, murmuró Ramírez. “Me siento como una mierda”.

“Mira, hagamos algo”, dijo. “Iremos al bar que quieras. Tu escoges”.

Se animó al instante.

“¿En serio?”.

Avery nunca se había ofrecido a ir a un bar al que Ramírez quería ir. Cuando salía, bebía con todos, mientras que Avery elegía bares tranquilos cerca de su propio vecindario. Desde que habían tenido una especie de relación, Avery no lo había invitado a salir ni una sola vez, ni tampoco se había tomado una copa con otra persona en su apartamento.

Ramírez se puso de pie demasiado rápido, se mareó y luego se recuperó.

“Ya sé el lugar, vamos”, dijo.

CAPÍTULO NUEVE

“¡Dios santo!”, dijo Finley, medio ebrio. “¿Acabas de derribar a seis miembros del Escuadrón de la muerte de Chelsea, entre ellos Juan Desoto? No lo creo. No lo puedo creer. Desoto es un monstruo. Algunas personas ni siquiera creen que existe”.

“Lo hizo”, juró Ramírez. “Estuve allí. Te lo estoy diciendo, sí lo hizo. La chica es una maestra del kung fu. La hubieras visto. Tan rápida como un rayo. Jamás había visto algo así. ¿Cómo aprendiste a pelear así?”.

“Muchas horas en el gimnasio”, dijo Avery. “No tenía vida. Tampoco tenía amigos. Yo, un saco y mucho sudor y lágrimas”.

“Tienes que enseñarme algunos de esos movimientos”, dijo.

“Tú también estuviste genial”, dijo Avery. “Me salvaste dos veces, si mal no recuerdo”.

“Es verdad. Sí hice eso”, dijo en voz alta para que todos pudieran oír.

Estaban en el Bar Joe’s en la calle Canal, un bar para policías que quedaba a solo unas cuadras de la estación de policía A1. En la gran mesa de madera estaban todos los que habían trabajado con Avery anteriormente: Finley, Ramírez, Thompson y Jones, junto con otros dos agentes que eran amigos de Finley. El supervisor de homicidios de la A1, Dylan Connelly, estaba en otra mesa cercana, tomándose un trago con unos hombres que trabajaban en su unidad. De vez en cuando levantaba la mirada para llamar la atención de Avery.

Thompson era la persona más grande de todo el bar. Prácticamente albino, tenía la piel muy clara, con pelo rubio y fino, labios gruesos y ojos claros. Miró a Avery amargamente.

“Yo podría derribarte”, declaró.

“Yo podría derribarla”, espetó Finley. “Ella es una chica. Las chicas no pueden luchar. Todos saben eso. Tuvo suerte. Desoto estaba enfermo y sus hombres fueron repentinamente cegados por su belleza. No los derribó así no más. No puede ser”.

Jones, un jamaiquino esbelto y mayor, se inclinó hacia delante con interés.

“¿Cómo derribaste a Desoto?”, preguntó. “En serio. No me jodas con lo del gimnasio. Yo voy al gimnasio también y mírame. Apenas gano kilos”.

“Tuve suerte”, dijo Avery.

“Sí, pero, ¿cómo?”. Él realmente quería saberlo.

“Jiu-jitsu”, dijo. “Yo solía ser una corredora cuando era abogada pero, después de todo ese escándalo, correr por la ciudad dejó de agradarme. Me inscribí en una clase de jiu-jitsu y pasaba horas allí todos los días. Creo que estaba tratando de purgar mi alma o algo así. Me gustó. Mucho. Tanto así que el instructor me dio las llaves del gimnasio y me dijo que podía ir cuando quisiera”.

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