Antes De Que Peque - Блейк Пирс 2 стр.


“Esto es lo que hay,” dijo Ellington mientras colocaba un cúter sobre la cinta adhesiva que había junto a una de las cajas. “Ahora es el momento de decirme si me voy a encontrar alguna película o CD en estas cajas que sea realmente embarazoso.”

“Creo que el CD más embarazoso que te puedes encontrar es la banda sonora de esa horrible versión moderna de Romeo y Julieta en los 90, pero ¿qué puedo decir? Lo cierto es que me encantaba esa canción de Radiohead.”

“Entonces estás perdonada,” dijo él, cortando la cinta.

“¿Y qué hay de ti?” preguntó Mackenzie. “¿Alguna película embarazosa por alguna parte?”

“Bueno, me deshice de todos mis CDs y DVDs. Todo es digital. Necesitaba liberar el espacio. Es casi como si tuviera la vaga sensación de que, un día de estos, esta chica del FBI tan sexy se iba a mudar conmigo.”

“Buena intuición,” dijo ella. Se acercó hasta él y tomó sus manos entre las suyas. “Ahora… esta es tu última oportunidad. Todavía te puedes echar atrás antes de que empecemos a sacar las cosas de las cajas.”

“¿Echarme hacia atrás? ¿Estás loca?”

“Vas a tener a una chica viviendo contigo,” dijo Mackenzie, atrayéndolo hacia ella. “Una chica con una tendencia al orden. Una chica que se puede poner un tanto obsesiva compulsiva.”

“Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. “Y me encanta la idea.”

“¿Incluso la ropa de mujer? ¿Estás dispuesto a compartir tu armario?”

“Tengo muy poca ropa,” dijo él, inclinándose hacia ella. Su nariz casi tocaba la de ella y empezaba a crecer entre ellos una pasión a la que ya se habían acostumbrado. “Puedes tomar todo el espacio que necesites en el armario.”

“Maquillaje y tampones, compartir la cama, y otra persona ensuciando platos. ¿Estás seguro de que estás preparado para ello?”

“Sin duda. Aunque tengo una pregunta.”

“¿De qué se trata?” dijo ella. Sus manos se deslizaron hacia los brazos de Ellington. Sabía hacia dónde iba todo esto y todos los músculos doloridos de su cuerpo estaban preparados.

“Todas esas ropas de mujer,” dijo él. “No puedes dejarlas tiradas por el suelo todo el tiempo.”

“Mmm, no tengo intención de hacerlo,” dijo ella.

“Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. Entonces se acercó y le quitó la camiseta. No perdió ni un segundo en hacer lo mismo con el sujetador deportivo que llevaba debajo. “Aunque es probable que yo lo haga,” añadió, arrojando ambas piezas al suelo.

Entonces la besó y aunque trató de guiarla hacia el dormitorio, sus cuerpos no tuvieron tanta paciencia. Acabaron en la alfombra de la sala de estar y aunque los músculos doloridos de Mackenzie protestaron ante el suelo firme bajo su espalda, hubo otras partes de su cuerpo que se impusieron.

***

Cuando sonó su teléfono a las 4:47 de la mañana, un solo pensamiento cruzó la mente adormilada de Mackenzie al tiempo que estiraba la mano hacia la mesita de noche.

Una llamada a estas horas… supongo que mis vacaciones ya han terminado.

“¿Diga?” preguntó, sin molestarse con las formalidades ya que técnicamente estaba de vacaciones.

“¿White?”

De un modo extraño, casi había echado de menos a McGrath durante estos últimos nueve días. Aun así, escuchar su voz fue como regresar a la realidad rápida y súbitamente.

“Sí, soy yo.”

“Disculpa la llamada a esta hora intempestiva,” dijo. Y antes de que añadiera nada más, Mackenzie escuchó cómo sonaba el teléfono de Ellington al otro lado de la cama.

Algo importante, pensó. Algo malo.

“Mira, ya sé que te concedí dos semanas,” dijo McGrath. “Pero tenemos un buen lío entre manos y te necesito en ello. A ti y a Ellington. Reuníos conmigo en mi despacho en cuanto podáis.”

No se trataba de una pregunta, sino más bien de una orden. Y sin nada que se pareciera a un adiós, McGrath terminó con la llamada. Mackenzie soltó un suspiro y miró a Ellington, que estaba concluyendo su propia llamada.

“En fin, parece que se terminaron tus vacaciones,” le dijo con una leve sonrisa.

“Está bien,” dijo ella. “Terminaron de una manera bastante explosiva.”

Y entonces, como si fueran un matrimonio casado desde hace años, se besaron y salieron de la cama, para irse al trabajo.

CAPÍTULO DOS

El edificio J. Edgar Hoover estaba vacío cuando entraron Mackenzie y Ellington. Ambos habían caminado por sus pasillos a todas horas de la noche, así que no les resultaba nada fuera de lo normal. Por lo general, significaba que había algo realmente horrible esperándoles.

Cuando llegaron al despacho de McGrath, se encontraron con que la puerta estaba abierta. McGrath estaba sentado a una pequeña mesa de conferencias al fondo de su oficina, repasando una serie de documentos. Había otra agente con él, una mujer a la que Mackenzie había visto antes. Se llamaba Yardley, una mujer discreta, sensata, que había intervenido para ayudar al agente Harrison en un par de ocasiones. Les lanzó un gesto de asentimiento y una sonrisa algo robótica cuando entraron a la sala y se acercaron a la mesa de la sala de conferencias. Volvió la mirada a su portátil, enfocada en lo que fuera que tuviera en la pantalla.

Cuando McGrath elevó la mirada para saludar a Mackenzie, no pudo evitar percibir lo que parecía ser un ligero alivio en sus ojos. Era una buena manera de ser recibida de nuevo en el trabajo después de que le acortaran las vacaciones.

“White, Ellington,” dijo McGrath. “¿Conocéis a la Agente Yardley?”

“Sí,” dijo Mackenzie, con un gesto de asentimiento hacia ella.

“Acaba de regresar de una escena de crimen que está conectada con otra que tuvimos hace cinco días. Al principio, la puse a ella en el caso, pero cuando pensé que podíamos tener a un asesino en serie en nuestras manos, le pedí que nos proporcionara todo lo que tenía para que pudiera pasároslo a vosotros. Tenemos un asesinato… el segundo de su clase en cinco días. White, te llamé a ti específicamente porque te quería en el asunto en base a tu trayectoria—el Asesino del Espantapájaros en concreto.”

“¿De qué caso se trata?” preguntó Mackenzie.

Yardley giró el portátil para ponerlo frente a ellos. Mackenzie se fue a la silla que estaba más cerca de ella y tomó asiento. Miró la imagen en la pantalla con un silencio como atenuado que había llegado a conocer muy bien—la capacidad de estudiar una imagen grotesca como parte de su trabajo pero con la compasión resignada que la mayoría de los seres humanos sentirían ante una muerte tan trágica.

Vio a un hombre mayor, de pelo y barba básicamente canosos, colgando del portón de una iglesia. Tenía los brazos extendidos y su cabeza estaba inclinada hacia abajo en un ademán de parodia de crucifixión. Tenía marcas de navajazos en su pecho y un corte enorme en la frente. Le habían dejado en su ropa interior, que había absorbido mucha de la sangre que había caído de su entrecejo y de su pecho. Por lo que podía ver en las fotos, estaba bastante segura de que le habían clavado las manos al portón. Sin embargo, los pies simplemente estaban atados con una cuerda.

“Esta es la segunda víctima,” dijo Yardley. “Reverendo Ned Tuttle, de cincuenta y cinco años de edad. Le encontró una mujer mayor que había pasado por la iglesia para poner flores en la tumba de su marido. El equipo forense se encuentra en la escena en este momento. Parece que colocaron allí el cuerpo hace menos de cuatro horas. Ya hemos enviado a unos agentes para que notifiquen a la familia.”

Una mujer a la que le gusta ponerse al mando y conseguir resultados, pensó Mackenzie. Quizá nos podamos llevar bien.

“¿Qué sabemos de la primera víctima?” preguntó Mackenzie.

McGrath le pasó una carpeta. Mientras la abría y miraba los contenidos, McGrath le puso al corriente. “Padre Costas, de la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. Le encontraron en el mismo estado, clavado al portón de su iglesia hace cinco días. La verdad es que estoy bastante sorprendido de que no te enteraras de nada de esto en las noticias.”

“No vi las noticias durante mis vacaciones a propósito,” dijo Mackenzie, con una mirada hacia McGrath que pretendía ser cómica pero que le pareció pasar totalmente desapercibida.

“Recuerdo escuchar hablar de ello junto al dispensador de agua,” dijo Ellington. “La mujer que encontró el cadáver estuvo en estado de conmoción durante un tiempo, ¿no es cierto?”

“Correcto,” dijo McGrath.

“Y en base a lo que encontró el equipo forense,” añadió Yardley, “el padre Costas no llevaba allí clavado más de dos horas.”

Mackenzie repasó los documentos. Las imágenes en su interior mostraban al padre Costas en exactamente la misma posición que el reverendo Tuttle. Todo resultaba prácticamente idéntico, hasta el detalle del corte alargado a lo largo del entrecejo.

Cerró la carpeta y se la devolvió a McGrath.

“¿Dónde está esta iglesia?” preguntó Mackenzie, señalando a la pantalla del portátil.

“A las afueras de la ciudad. Una iglesia presbiteriana de un tamaño decente.”

“Enviame las direcciones por mensaje de texto,” dijo Mackenzie, poniéndose ya en pie. “Me gustaría ir a verla por mi cuenta.”

Por lo visto, estos últimos ocho días había echado en falta el trabajo más de lo que le hubiera gustado reconocer.

***

Todavía era de noche cuando Mackenzie y Ellington llegaron a la iglesia. El equipo forense estaba terminando con su trabajo. Habían bajado el cadáver del reverendo Tuttle del portón, pero a Mackenzie eso no le importaba. En base a las dos imágenes que había visto del reverendo Tuttle, ya había visto todo lo que necesitaba ver.

Dos asesinatos en forma de crucifixión, ambos en los portones de unas iglesias. Los hombres que han asesinado eran supuestamente líderes de sus parroquias. Está bastante claro que alguien guarda algún rencor enorme contra la iglesia. Y sea quien sea, no tiene preferencia por ninguna denominación.

Ellington y ella se acercaron a la parte delantera de la iglesia mientras el equipo forense terminaba con sus procedimientos. Hacia la izquierda, cerca del pequeño letrero con el nombre de la iglesia, había un pequeño grupo de gente. Unos cuantos estaban rezando abrazados. Otros lloraban sin ningún tapujo.

Miembros de la iglesia, asumió Mackenzie con una tristeza rotunda.

Se acercaron a la iglesia y la escena no hizo más que empeorar. Había regueros de sangre y dos agujeros grandes donde se habían clavado las puntas. Escudriñó la zona en busca de otros signos de iconografía religiosa pero no vio nada. Solamente había sangre y pizcas de tierra y de sudor.

Es algo tan osado, pensó. Tiene que haber algún tipo de simbolismo en todo ello. ¿Por qué una iglesia? ¿Por qué el portón de una iglesia? Una vez sería coincidencia, pero dos veces consecutivas, en ambos casos clavados a las puertas—eso fue a propósito.

Le pareció casi ofensivo que alguien hiciera algo así delante de una iglesia. Y quizá fuera todo el sentido que había en ello. No había manera de saberlo de seguro. Aunque Mackenzie no fuera una creyente en la religión o en Dios o en los efectos de la fe, también respetaba el derecho de la gente a profesar su religión. A veces deseaba ser ese tipo de persona. Quizá fuera por eso que el acto le parecía tan deplorable; burlarse de la muerte de Cristo en la entrada misma del lugar donde la gente se reunía en busca de consuelo y de refugio en su nombre era algo detestable.

“Incluso aunque este fuera el primer asesinato,” dijo Ellington, “una visión como esta me haría pensar de inmediato que habría más asesinatos. Esto es… repugnante.”

“Lo es,” dijo Mackenzie. “Pero no estoy del todo segura de por qué me hace sentir así.”

“Porque las iglesias son lugares seguros. No te esperas encontrarte agujeros profundos hechos con puntas y sangre húmeda en sus puertas. Eso es alguna historia del Antiguo Testamento ahí mismo.”

No es que Mackenzie fuera una erudita sobre la Biblia ni de lejos, pero recordaba algunas historias de su infancia—algo sobre el Ángel de la Muerte atravesando una ciudad y secuestrando a los primogénitos de cada familia si no había cierta marca en las puertas.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Lo reprimió al darse la vuelta hacia el equipo forense. Con un leve saludo, consiguió captar la atención de un miembro del equipo. Se acercó, claramente angustiado por lo que el equipo y él acababan de ver. “Agente White,” dijo. “¿Es este tu caso ahora?”

“Eso parece. Me preguntaba si teníais las puntas que utilizaron para clavarle allí arriba.”

“Claro que sí,” dijo él. Hizo un gesto con la mano a otro de los miembros de su equipo y entonces volvió a mirar al portón. “Y el tipo que hizo esto… o era fuerte como un oso o tenía todo el tiempo del mundo para hacer esto.”

“Eso es improbable,” dijo Mackenzie. Asintió de nuevo hacia el aparcamiento de la iglesia y la calle detrás de él. “Incluso si el asesino hizo esto sobre las dos o las tres de la mañana, las probabilidades de que no hubiera un vehículo pasando por Browning Street que le pudiera ver son mínimas.”

“A menos que el asesino estudiara el área de antemano y conociera al dedillo las horas muertas del tráfico después de medianoche,” ofreció Ellington.

“¿Alguna posibilidad de grabaciones de video?” preguntó.

“Ninguna. Ya lo comprobamos. La Agente Yardley llamó a unas cuantas personas—los propietarios de los edificios cercanos. Solo uno de ellos tiene cámaras de seguridad y no están enfocadas sobre la iglesia, así que no hay nada que hacer al respecto.”

El otro miembro del equipo forense se acercó. Llevaba una bolsa de plástico de tamaño medio que contenía dos agujas grandes de hierro y lo que parecía ser un hilo de cable grueso. Las puntas estaban cubiertas de sangre, que tambien se había derramado por el interior transparente de la bolsa.

“¿Esas son agujas de ferrocarril?” preguntó Mackenzie.

“Probablemente,” dijo el chico del equipo forense. “Pero si lo son, son unas agujas en miniatura. Quizá la clase que utiliza la gente para los corrales de gallinas o las vallas en los prados.”

“¿Cuánto tiempo antes de que obtengas algún tipo de resultado de ellas?” preguntó Mackenzie.

El hombre se encogió de hombros. “¿Medio día, quizás? Dime qué estás buscando específicamente y trataré de que los resultados te lleguen cuanto antes.”

“Comprueba si puedes averiguar qué utilizó el asesino para clavar las agujas. ¿Puedes averiguar ese tipo de cosas por el desgaste reciente en los cabezales de las agujas?”

“Claro, deberíamos poder hacerlo. Ya hemos hecho todo lo que podemos hacer por nuestra parte. El cuerpo sigue con nosotros; no llegará a la oficina del forense hasta que lo digamos nosotros. Ya hemos espolvoreado el portón y la escalinata en busca de huellas. Te comunicaremos si encontramos alguna cosa.”

“Gracias,” dijo Mackenzie.

“Perdona que ya hayamos retirado el cadáver, pero estaba saliendo el sol y la verdad es que no queríamos que esto saliera en los periódicos de hoy. O en los de mañana, la verdad.”

“No, está bien. Lo entiendo perfectamente.”

Dicho esto, Mackenzie se giró hacia las puertas dobles, despidiéndose sin palabras del equipo forense. Intentó imaginarse a alguien arrastrando un cuerpo por el pequeño jardín y subiéndolo por las escaleras en medio del silencio nocturno. La posición de las luces de seguridad en la calle hubiera dejado a oscuras el portón de la iglesia. No había luces de ninguna clase junto al portón de la iglesia, por lo que hubiera estado sumida en una oscuridad casi absoluta.

Quizá fuera más probable de lo que pensé originalmente que el asesino se tomara todo el tiempo del mundo para hacer esto, pensó.

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