“¿Qué están haciendo?” se pregunta.
Ellington se vuelve hacia ella. Tiene los ojos cerrados. Lleva puesto un traje elegante, con una corbata del color de la sangre. Le sonríe, con los ojos aún cerrados, y se lleva una mano a los labios. Junto a él, su madre apunta al portón principal de la iglesia.
Su padre está allí. Maniatado, crucificado. Le está mirando directamente a Mackenzie, con la mirada de un maniaco y los ojos abiertos de par en par. Puede observar la locura en sus ojos y en su sonrisa maliciosa.
“¿Has venido a salvarte a ti misma?” le pregunta.
“No,” contesta Mackenzie.
“Bueno, sin duda no viniste a salvarme a mí. Es demasiado tarde para eso. Ahora haz una reverencia. Reza. Encuentra tu paz en mí.”
Y como si alguien le hubiera partido en dos desde dentro, Mackenzie cae de rodillas. Se arrodilla del todo, rozándose las rodillas en el hormigón. Por todos lados, la congregación comienza a cantar en diversos idiomas. Mackenzie abre la boca de la que salen palabras sin forma, uniéndose a la sonata. Vuelve a mirar a su padre y ve que tiene un aura de fuego alrededor de su cabeza. Está muerto ahora, con la mirada en blanco y carente de expresión, y de la boca le cae un reguero de sangre que se acumula a sus pies.
Y continúa el sonido de la campana, repitiéndose una y otra vez.
Sonando…
Sonando. Algo está sonando.
Es su teléfono. Con una sacudida, Mackenzie se despierta. Apenas registra su reloj sobre la mesita, que marca las 2:10 de la madrugada. Responde al teléfono, tratando de quitarse de encima los vestigios de la pesadilla que todavía tiene en mente.
“Aquí White,” dice.
“Buenos días,” le contesta la voz de Harrison. Por dentro, Mackenzie se siente decepcionada. Había estado esperando escuchar la voz de Ellington. Le habían sacado de allí para llevar a cabo alguna tarea que le había asignado McGrath, cuyos detalles eran incompletos por decirlo suavemente. Le había prometido llamarle en algún momento, pero hasta ahora, no había tenido noticias de él.
Harrison, pensó adormilada. ¿Qué demonios quiere ahora?
“Es demasiado pronto para esto, Harrison,” le dice.
“Lo sé,” dice Harrison. “Lo lamento, pero te llamo por encargo de McGrath. Ha habido otro asesinato.”
***
A través de una serie de mensajes de texto, Mackenzie reunió todas las piezas que necesitaba. Una pareja rebelde había aparcado en las sombras de un aparcamiento de una iglesia conocida para hacer el amor. En el momento que las cosas empezaban a tomar forma, la chica había visto algo extraño en la puerta. Le había asustado lo suficiente como para concluir con las actividades planeadas para la noche. Claramente disgustado, el chico cuyo acto de exhibicionismo había sido interrumpido, se había acercado sigilosamente hasta la puerta para encontrarse con un cuerpo desnudo clavado en ella.
La iglesia en cuestión era una de las más célebres de la zona: la Iglesia Comunitaria Living Word, una de las más grandes de la ciudad. Salía a menudo en las noticias, ya que el presidente de la nación solía atender sus servicios. Mackenzie nunca había estado allí (no había entrado a una iglesia desde que pasara por un fin de semana plagado de culpabilidad en la universidad) pero el tamaño y la importancia del lugar se registraron claramente en su mente mientras giraba para meter su coche en el aparcamiento.
Estaba entre los primeros que habían acudido a la escena. El equipo de CSI estaba allí, acercándose a la entrada principal de la iglesia. Solo había una agente saliendo del coche, que aparentemente le había estado esperando. No le sorprendió lo más mínimo ver que se trataba de Yardley, la agente que se había encargado del primer caso con el padre Costas.
Yardley se reunió con ella en el pavimento que llevaba hasta la entrada principal. Parecía cansada pero emocionada de esa manera con la que solo se podía identificar otro agente.
“Agente White,” dijo Yardley. “Gracias por venir tan deprisa.”
“Claro. ¿Eres la primera persona en la escena?”
“Así es. Me enviaron hace unos quince minutos. Harrison me llamó para que viniera.”
Mackenzie estuvo a punto de hacer un comentario, pero se calló. Es extraño que no me llamara a mí primero, pensó. Quizá McGrath le esté dejando hacer la parte de Ellington. Tiene sentido, ya que fue la primera en encargarse de la escena del padre Costas.
“¿Ya has visto el cadáver?” preguntó Mackenzie mientras se dirigían hacia el portón de entrada siguiendo al equipo de CSI.
“Sí. Desde unos metros de distancia. Es idéntico a los demás.”
En unos pocos pasos, Mackenzie pudo comprobarlo con sus propios ojos. Se quedó algo rezagada, permitiendo a los chicos del CSI y del equipo forense que realizaran su trabajo. Al percibir que tenían por detrás a dos agentes a la espera, ambos equipos trabajaron con rapidez y eficiencia, asegurándose de que dejaban algo de espacio a las dos agentes para que realizaran sus propias observaciones.
Yardley estaba en lo cierto. La escena era exactamente la misma, hasta el detalle de la marca alargada sobre el entrecejo. La única diferencia radicaba en que la ropa interior de este hombre parecía haberse caído por sí sola—o quizá se la habían bajado hasta los tobillos a propósito.
Uno de los chicos del equipo de CSI les miró a las dos. Parecía estar algo malhumorado, hasta algo triste.
“El fallecido es Robert Woodall. Es el sacerdote principal aquí.”
“¿Estás seguro?” preguntó Mackenzie.
“Sin ninguna duda. Mi familia acude a esta iglesia. He escuchado los sermones de este hombre al menos unas cincuenta veces.”
Mackenzie se acercó más al cadáver. La puerta de Living World no estaba recargada ni decorada como la de Cornerstone o la del Sagrado Corazón. Estas eran más modernas, realizadas con madera resistente que estaba diseñada y envejecida para que pareciera algo similar a la puerta de un cobertizo.
Como los demás, al pastor Woodall le habían clavado las manos y le habían atado los tobillos con un cable grueso. Mackenzie examinó sus genitales a la vista, preguntándose si la palpable desnudez había sido una decisión del asesino que había expuesto el cuerpo. No pudo ver nada fuera de lo normal y decidió que la ropa interior debía de habérsele caído por sí sola, quizá debido al peso de la sangre que se había acumulado allí. Las heridas que habían derramado esa sangre eran numerosas. Tenía unos cuantos rasguños en el tórax. Y aunque no se podía ver su espalda, los regueros de sangre que se derramaban por su cintura y se adentraban en sus piernas indicaban que habría unos cuantos allí también.
Entonces Mackenzie percibió otra herida—una herida estrecha que le trajo a la memoria las imágenes de su pesadilla.
Había un corte en el costado derecho de Woodall. Era superficial pero claramente visible. Había algo preciso al respecto, casi inmaculado. Se inclinó más de cerca y apuntó. “¿A qué se te parece esto?” les preguntó a los chicos de CSI.
“Yo también lo noté,” dijo el hombre que había reconocido al Pastor Woodall. “Parece algún tipo de incisión. Quizá realizada por algún tipo de cuchilla de artesano—un cuchillo X-Acto o algo parecido.”
“Pero las demás incisiones y heridas de arma blanca,” dijo Mackenzie, “las han hecho con una cuchilla ordinaria, ¿no es cierto? Los ángulos y los bordes…”
“Sí, ¿eres una persona religiosa?” le preguntó el hombre.
“Parece que esa sea la pregunta de las últimas veinticuatro horas,” dijo ella. “A pesar de la respuesta, entiendo la importancia de un corte en el costado. Es el lugar donde atravesaron a Jesucristo con una lanza cuando estaba colgado de la cruz.”
“Sí,” dijo Yardley por detrás de ella. “Pero no había sangre, ¿no es cierto?”
“Correcto,” dijo Mackenzie. “Según las escrituras, salió agua de la herida.”
Entonces, ¿por qué decidió el asesino resaltar esa herida? se preguntó. ¿Y por qué no estaba en las otras víctimas?
Se echo hacia atrás y observó la escena mientras Yardley charlaba con unos cuantos miembros del CSI y del equipo forense. Este caso ya le estaba inquietando bastante, pero esta herida fortuita en el costado de Woodall hizo que se preocupara de que hubiera algo más oculto en todo el asunto. Había simbolismo, pero también había un simbolismo estructurado.
Obviamente, el asesino ha pensado las cosas con cuidado, pensó. Tiene un plan y lo está realizando metódicamente. Lo que es más, la adición de este corte preciso en el costado demuestra que no está matando por matar—sino que está transmitiendo un mensaje.
“¿Pero qué mensaje?” se preguntó a sí misma en silencio.
En las horas oscuras de la noche, permaneció de pie en la entrada a la Iglesia Comunitaria de Living World y trató de encontrar ese mensaje en el lienzo del cadáver del pastor.
CAPÍTULO SIETE
En el tiempo que Mackenzie había empleado en salir de Living World y conducir hasta el edificio J. Edgar Hoover, los periódicos se habían acabado por enterar del asesinato más reciente. Mientras que el asesinato del padre Costas había llegado a los titulares de los periódicos, la muerte de Ned Tuttle todavía no lo había conseguido. Ahora que se trataba del sacerdote principal de una iglesia con la reputación de Living World, el caso iba a conseguir salir en primera página. Eran las 4:10 cuando Mackenzie llegó a las oficinas del FBI, donde se dirigía para ver a McGrath. Suponía que los detalles del pastor Woodall y el caso en su integridad serían el principal punto de interés de los programas de noticias locales de la mañana—y de todo el país para mediodía.
Mackenzie podía sentir la presión creciente de todo ello mientras entraba al despacho de McGrath. Estaba sentado a su pequeña mesa de conferencias, hablando con alguien por teléfono. El agente Harrison se encontraba allí con él, leyendo algo en su portátil. Yardley también estaba allí, donde acababa de llegar unos meros minutos antes que Mackenzie. Estaba sentada, escuchando cómo McGrath hablaba por teléfono, y parecía aguardar a sus instrucciones.
Al ver a los dos revoloteando alrededor de McGrath, sintió deseos de que Ellington estuviera aquí. Le recordó que todavía seguía sin saber adónde le había enviado McGrath. Se preguntó si tendría algo que ver con este caso—pero, si era así, ¿por qué no le habían informado de su ubicación?
Cuando McGrath acabó de hablar por teléfono, miró a los tres agentes reunidos y soltó un suspiro. “Ese era el ayudante del director Kirsch,” dijo. “Está reuniendo a tres agentes más para liderar este caso por su lado. En el momento que los periódicos se enteraron de esto, nos hicieron la pascua. Esto se va a convertir en algo grande y lo va a hacer muy rápidamente.”
“¿Alguna razón en particular?” preguntó Harrison.
“Living World es una iglesia enormemente popular. El presidente atiende sus servicios. Hay unos cuantos políticos más que también son regulares. Hay como medio millón de personas que escuchan su podcast cada semana. No es que Woodall fuera una celebridad ni nada por el estilo, pero era muy conocido. Y si es una iglesia a la que acude el presidente…”
“Entendido,” dijo Harrison.
McGrath miró a Mackenzie y a Yardley. “¿Algo que sobresalga en la escena?”
“Bueno, quizás,” dijo Mackenzie. Entonces entró en detalles acerca de la incisión peculiar y precisa en el costado derecho de Woodall. Lo que no hizo, sin embargo, fue adentrarse en qué tipo de gesto simbólico estaba tratando de descifrar a partir de su significado. Por el momento, no tenía ninguna pista sólida y no quería perder su tiempo en especulaciones.
Sin embargo, McGrath había entrado en pánico. Extendió las manos sobre la mesa y asintió hacia las sillas que había alrededor de la mesa. “Tomad asiento. Repasemos lo que tenemos. Quiero poder darle a Kirsch la misma información que tengamos nosotros. Contando con vosotros tres, ahora tenemos seis agentes dedicados a este caso. Si trabajamos en conjunto, armados con los mismos detalles, puede que seamos capaces de atrapar a este tipo antes de que ataque de nuevo.”
“Bueno,” dijo Yardley, “no se está centrando en una sola denominación religiosa. Eso lo sabemos con certeza. Si acaso, parece que esté tratando de evitar eso. Hasta el momento tenemos una iglesia católica, una iglesia presbiteriana, y una iglesia comunitaria sin denominación explícita.”
“Y algo más que tomar en cuenta,” dijo Mackenzie, “es que no podemos saber de seguro si está utilizando la posición de la crucifixión como su forma favorita de castigo y de simbolismo, o si lo está haciendo a modo de parodia.”
“¿Y cuál es la diferencia, en realidad?” preguntó Harrison.
“Hasta que sepamos la razón que tiene para ello, no podemos deducir su motivación,” dijo Mackenzie. “Si lo está haciendo como parodia, entonces seguramente no se trata de un creyente—quizá sea algún tipo de ateo airado o un antiguo creyente. No obstante, si lo está haciendo como su medio favorito de simbolismo, entonces podría tratarse de un creyente muy devoto, aunque con algunas maneras bastante peculiares de profesar su fe.”
“Y ese corte estrecho en el costado de Woodall,” dijo McGrath. “¿No estaba en ninguno de los otros cadáveres?”
“No,” dijo Mackenzie. “Era nuevo, lo que me hace sospechar que tiene algún tipo de significado. Como que puede que el asesino haya estado tratando de comunicarnos algo. O simplemente perdiendo aún más el juicio.”
McGrath se alejó de la mesa con un empujón y miró al techo, como si estuviera tratando de encontrar respuestas allí. “No me niego a ver todo esto,” dijo. “Ya sé que no contamos con ninguna pista y que no tenemos ningún camino concreto que seguir. No obstante, si no tengo algo que se parezca a una pista para cuando toda esta mierda salga en todos los noticieros nacionales en unas cuantas horas, las cosas se van a poner feas por aquí. Kirsch dice que ya ha recibido una llamada de una congresista que atiende Living World preguntando por qué no hemos sido capaces de solucionar esto en cuanto mataron a Costas. Así que necesito que vosotros tres me consigáis algo. Si no tengo nada sólido con lo que seguir adelante para esta tarde, tendré que expandir el caso… más recursos, más personal, y la verdad es que no quiero hacer eso.”
“Yo puedo contactar al equipo forense,” ofreció Yardley.
“Trabaja codo con codo con ellos, por lo que a mí respecta,” dijo McGrath. “Haré una llamada y daré el visto bueno. Quiero que estés allí en el instante que descubran algo nuevo sobre esos cadáveres.”
“Puede que sea como buscar una aguja en un granero,” dijo Harrison, “pero puedo empezar a investigar las ferreterías locales para conseguir los registros y los recibos de cualquiera que haya comprado las puntas que ese tipo ha estado utilizando los últimos meses. Por lo que tengo entendido, no son particularmente comunes.”
McGrath asintió. Sin duda, era una idea, pero la expresión en su rostro dejaba traslucir todo el tiempo que iba a llevar realizar esa tarea.
“¿Qué hay de ti, White?” preguntó.
“Iré a ver a las familias y los compañeros de trabajo,” dijo. “En una iglesia del tamaño de Living World, tiene que haber alguien con alguna idea sobre por qué le ha pasado esto a Woodall.”
McGrath aplaudió con sus manos y se echó hacia delante. “Suena bien,” dijo. “Así que poneos en marcha. Y ponedme al día cada hora cuando den las en punto. ¿Entendido?”