Una Razón Para Aterrarse - Блейк Пирс 2 стр.


Trató de levantarse, pero su cuerpo no quiso cooperar.

—No —parecía decirle—. Vas a permitirte este momento y vas a llorar. Vas a sollozar. Vas a sentir. ¿Y quién sabe? Quizá te sientas mejor.

Se aferró al álbum de fotos, presionándolo contra su pecho. Lloró mucho, permitiéndose ser vulnerable durante un momento. Odiaba lo bien que se sentía soltar, quebrantarse. Ella gimió y lloró, sin decir nada, sin decir el nombre de nadie, sin cuestionar a Dios ni orar. Simplemente hizo el luto.

Y se sintió bien. Como un exorcismo.

No supo cuánto tiempo paso allí sentada en el piso entre cajas. Lo único que supo fue que, cuando se puso de pie, ya no sintió ganas de adormecerse con licor. Necesitaba tener la cabeza despejada, necesitaba ordenar sus pensamientos.

Sintió un dolor familiar en las manos, algo aún más fuerte que la necesidad de beber para adormecer sus emociones. Apretó los puños y pensó en blancos de papel y polígonos de tiros.

Se sintió un poco mejor al pensar en las pocas cosas que tenía en el dormitorio que algún día de estos organizaría y decoraría. No había mucho allí, pero sí había una cosa que casi había olvidado. Poco a poco, tratando de animarse a sí misma mientras caminaba por la sala de estar llena de cajas, Avery entró en el dormitorio.

Se quedó parada en la puerta por un momento y estudió el arma que estaba apoyada en una esquina.

El rifle era un Remington 700 que había tenido desde su graduación de la universidad. Durante su último año en la universidad, había planeado mudarse a algún lugar remoto con el fin de cazar venados en los inviernos. Era algo que su padre siempre hacía y, aunque ella no era particularmente buena para cazar, lo había disfrutado mucho. Sus amigas se burlaban de ella por eso y probablemente había asustado a unos cuantos novios en la escuela secundaria debido a su interés por el deporte. Cuando su padre falleció, su madre le rogó que se llevara el arma ya que creyó que eso era lo que su padre hubiera querido.

El rifle la había acompañado en muchas cosas, siendo trasladado de mudanza en mudanza, por lo general guardado en un clóset o debajo de una cama. Dos días después de mudarse a esta casa, lo había llevado a una tienda de armas para que lo limpiaran. Cuando lo fue a buscar, también compró tres cajas de cartuchos.

Suponiendo que debía aprovechar su buen ánimo, se desnudó y se colocó ropa térmica. No había demasiado frío esta mañana, pero ella no estaba acostumbrada a estar en el bosque. No tenía nada de camuflaje, así que decidió ponerse unos pantalones color verde oscuro y un suéter negro. Sabía que no era un atuendo muy seguro para ir a cazar ciervos, pero no le quedaba de otra.

Se puso un par de guantes delgados (luego de pasar un largo rato buscando en unas cajas para encontrarlos), se puso los zapatos más robustos que tenía y salió de la casa. Se metió en su auto y condujo tres kilómetros a un tramo de carretera que daba a una gran extensión de bosque que era propiedad del hombre al que le había comprado la casa. El hombre le había dado permiso para cazar en sus tierras, casi como un extra por haber comprado la casa diez mil dólares sobre el precio de venta.

Encontró un lugar al lado de la carretera que era evidente que era bastante frecuentado por cazadores. Estacionó su auto allí, el lado del conductor apenas fuera de la carretera. Luego tomó el rifle y se dirigió hacia el bosque.

Se sentía tonta por estar andando por el bosque. No había cazado en cinco años más o menos, desde el mismo fin de semana que recibió el arma de su madre. No tenía el equipo adecuado, ni las botas adecuadas, ni el olor de ciervos para rociar en los árboles, ni los gorros o chalecos naranja. Pero también sabía que era un miércoles por la mañana y que el bosque estaría prácticamente vacío. Se sentía como la chica tímida que solo jugaba al baloncesto sola y se iba cuando chicos más talentosos entraban en el gimnasio.

Caminó por veinte minutos hasta llegar a un terreno elevado. Caminó con mucha precaución, con la misma que había practicado como detective de homicidios. El arma en sus manos se sentía bien, aunque un poco extraña. Estaba acostumbrada a armas mucho más pequeñas, en particular a su Glock, por lo que el rifle se sentía bastante potente. Cuando llegó a la cima de la colina, vio un roble caído a varios metros de distancia. Lo utilizó para ocultarse, sentándose en el suelo y luego bajándose un poco con la espalda apoyada en el árbol caído. En una posición reclinada, colocó el rifle a su lado y levantó la mirada hacia las copas de los árboles.

Se quedó allí con toda tranquilidad, sintiéndose aún más encerrada que como se había sentido hace una hora en el porche. Sonrió cuando se imaginó a Rose aquí con ella. Rose odiaba casi todo que tuviera que ver con la naturaleza y probablemente perdería la cabeza si supiera que su madre estaba sentada en el bosque con un rifle, tratando de matar un ciervo. Pensar en Rose ayudó a Avery a despejar su mente un poco y concentrarse en todo a su alrededor. Y cuando ella era capaz de hacer eso, los instintos de su carrera empezaban a activarse.

Oyó el crujido de las hojas en el suelo, así como también en los árboles, donde las últimas hojas tercas se aferraban a pesar del invierno que se avecinaba. Oyó un ruido a su derecha por encima de ella, probablemente una ardilla que había salido. Una vez que se aclimató a su entorno, cerró los ojos y se dejó llevar.

Oyó todas esas cosas, pero también vio sus propios pensamientos comenzar a deslizarse en su lugar. Jack y su novia, ambos muertos. Ramírez, muerto. Pensó en Howard Randall, cayendo a la bahía, probablemente también muerto. Y al final de todo, vio a Rose… y cómo había corrido peligro debido al trabajo de su madre. Rose nunca lo había merecido, nunca lo había pedido. Había hecho todo lo posible para ser una hija compresiva y finalmente había alcanzado su punto de quiebre.

Honestamente, a Avery le impresionaba el hecho de lo mucho que había aguantado. Especialmente después de su último caso, donde su vida había estado literalmente en peligro. Y esa no había sido la primera vez.

El chasquido de una ramita detrás de ella interrumpió sus pensamientos. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró mirando las ramas de los árboles sobre ella. Alcanzó lentamente el Remington a lo que oyó otro ruido detrás de ella.

Preparó el rifle y lo movió sigilosamente. Inhaló y exhaló lentamente, asegurándose de ni siquiera soplar una hoja torcida. Sus ojos recorrieron la zona debajo de la pequeña elevación en la que se ocultaba. Vio el ciervo al oeste, a unos sesenta metros de distancia. No era muy grande, pero al menos era algo. Vio a otro más lejos, pero estaba cubierto parcialmente por dos árboles.

Se elevó un poco, estabilizando el rifle en el lado del roble caído. Flexionó el dedo al encontrar el gatillo y agarró la culata con fuerza. Trató de apuntar, pero le pareció un poco más difícil de lo que había previsto. Cuando vio que tenía un tiro limpio, disparó.

El chasquido del rifle debido al disparo resonó en el bosque. El retroceso fue notable, pero muy leve. Supo que no había acertado, ya que su codo se había resbalado al apretar el gatillo.

Pero no logró ver al ciervo escapar.

Cuando el sonido del disparo resonó en sus oídos y en el bosque, algo en su mente pareció temblar y luego congelarse. Por un momento paralizante, no pudo moverse. Y, en ese momento, no estaba en el bosque, no habiendo podido cazar a un ciervo. En su lugar, estaba en la sala de estar de Jack. Había sangre por todas partes. Tanto él como su novia habían sido asesinados. Ella no había sido capaz de detenerlo y, como tal, se sentía como si ella misma los hubiera matado. Rose tenía razón. Sí fue su culpa. Podría haberlo detenido si hubiera sido más rápida, si hubiera sido mejor.

La sangre brillaba y los ojos de Jack la miraban, muertos y suplicantes. —Por favor —le decían—. Retráctate, por favor. Haz lo correcto.

Avery soltó el rifle. El ruido del mismo al caer al suelo la trajo de vuelva, y se encontró sollozando. Las lágrimas brotaron y brotaron. Se sentían como riachuelos de fuego por su rostro congelado.

—Es mi culpa —dijo al bosque—. Fui la culpable. De todo.

No solo había sido la culpable de lo que le había sucedido a Jack y su novia… No, sino también de lo que le había sucedido a Ramírez. Así como lo que les había sucedido a todos los demás que había sido incapaz de salvar. Debió haber sido mejor.

Vio la foto de Jack y Rose en frente al árbol de Navidad en su mente. Se enrolló como un ovillo al lado del roble caído y comenzó a temblar.

«No. No ahora, no aquí. Recomponte, Avery», pensó.

Luchó y se tragó la oleada de emociones. No fue demasiado difícil hacerlo. Después de todo, se había hecho bastante buena en eso durante la última década. Se puso de pie lentamente, recogiendo el rifle del suelo. Miró el lugar donde los dos ciervos habían estado. No se sentía mal por haber fallado el tiro. Simplemente no le importaba.

Regresó por donde había venido, llevando el rifle sobre su hombro y una década de culpa y fracaso en su corazón.

*

En su camino de regreso a la casa, Avery supuso que lo mejor era no haber matado al ciervo. No tenía ni la menor idea cómo lo habría sacado del bosque. ¿Lo habría arrastrado a su auto? ¿Lo habría atado sobre su auto y luego conducido lentamente a casa? Sabía lo suficiente sobre eso como para saber que era ilegal dejar una caza en el bosque.

En cualquier otro momento, la imagen de un ciervo atado sobre su auto le habría parecido graciosísima. Pero en este momento simplemente le parecía otro descuido. Otra cosa más que no había pensado bien.

Justo cuando estaba a punto de girar en su carretera, oyó su teléfono celular sonar. Lo tomó de la consola y vio un número que no conocía, pero un código de área que había visto durante la mayor parte de su vida: el de Boston.

Atendió con escepticismo, ya que su carrera le había enseñado que llamadas de números desconocidos a menudo traían problemas.

—¿Hola?

—Hola, ¿habla la señora Black? ¿La señora Avery Black? —preguntó una voz masculina.

—Sí, ella habla. ¿Quién es?

—Mi nombre es Gary King. Soy el arrendador del lugar donde vive su hija. Indicó que era su pariente más cercano en su papeleo y…

—¿Rose está bien? —preguntó Avery.

—Que yo sepa, sí. Pero la estoy llamando por otros asuntos. En primer lugar, está atrasada en su renta. Lleva dos semanas de atraso, y esta es la segunda vez que pasa en tres meses. He ido varias veces para allá para hablar con ella de esto, pero nunca me abre la puerta. Y no me devuelve las llamadas.

—Ciertamente no me necesita para eso —dijo Avery—. Rose es una mujer adulta y puede lidiar con ser regañada por un arrendador.

—Bueno, no es solo eso. He recibido llamadas de su vecina quejándose de llantos fuertes por las noches. Esta misma vecina afirma ser buen amiga de Rose. Ella dice que Rose ha estado rara últimamente. Dice que ha repetido mucho que todo es una mierda y que la vida carece de sentido. Está preocupada por Rose.

—¿Y quién es esta amiga? —preguntó Avery.

Era difícil luchar contra esto, pero se sentía a sí misma comportándose como detective.

—Lo siento, pero no puedo decirle. Va en contra de la ley.

Avery estaba bastante segura de que el Sr. King tenía razón, así que dejó el asunto.

—Entiendo. Gracias por llamar, señor King. Me comunicaré con ella enseguida. Y me encargaré de que reciba su renta.

—Eso está muy bien y se lo agradezco… pero sinceramente me preocupa más lo que podría estar pasando con Rose. Es una buena chica.

—Sí, lo es —dijo Avery antes de finalizar la llamada.

Para cuando lo hizo, ya se encontraba a poca distancia de su nuevo hogar. Buscó el número de Rose y realizó la llamada mientras pisó el acelerador con fuerza. Estaba bastante segura de lo que pasaría, pero todavía albergó la esperanza de que contestara cada vez que el teléfono repicó en su oído.

Tal como esperaba, terminó oyendo la contestadora. Rose solo había entendido una de sus llamadas desde el asesinato de su padre, y solo porque esa noche había estado borracha. Avery decidió no dejar un mensaje, sabiendo que Rose no lo escucharía, y que mucho menos le devolvería la llamada.

Se estacionó en su entrada, dejando el motor en marcha, y corrió adentro para ponerse ropa más presentable. Regresó a su auto tres minutos después y se dirigió hacia Boston. Estaba segura de que a Rose le molestaría que su madre viajara a la ciudad solo para ver cómo estaba, pero Avery no tenía otro opción, dada la llamada de Gary King.

Cuando el camino se alisó un poco, Avery aumentó la velocidad. No estaba segura de su futuro en términos de su antiguo trabajo, pero sabía qué es lo más echaría de menos de él: la capacidad de sobrepasar el límite de velocidad cada vez que le diera la gana.

Rose estaba en problemas.

Lo sentía.

CAPÍTULO DOS

Avery llegó a la puerta de Rose pasada la una de la tarde. Ella vivía en un apartamento en planta baja en una zona decente de la ciudad. Tenía como pagar el apartamento debido a las propinas que recibía como barwoman en un bar de clase alta, un trabajo que había encontrado poco después de la mudanza de Avery a la cabaña. Su trabajo antes de ese había sido un poco menos glamoroso. Había sido mesera en un restaurante y trabajó editando para empresas publicitarias en su apartamento. Avery deseaba que Rose terminara la universidad, pero también sabía que, entre más la presionaba, Rose se sentiría menos inclinada a elegir ese camino.

Avery llamó a la puerta, sabiendo que Rose estaba en casa porque su auto estaba estacionado al lado de la calle. Incluso si eso no la hubiera hecho saber que estaba en casa, desde que se había mudado sola, Rose había optado por aceptar trabajos donde entraba en la noche para poder dormir hasta tarde y pasar todo el día echada en casa. Tocó con más fuerza cuando Rose no respondió y pensó en gritar su nombre. Ella decidió no hacerlo, pensando que su voz sería aún menos bienvenida que la del arrendador que Rose estaba tratando de evitar.

«Probablemente sabe que soy yo porque llamé antes de venir», pensó.

Dado eso, supuso que lo mejor era recurrir a lo que mejor sabía hacer: negociar.

—Rose —dijo, tocando otra vez—. Abre la puerta. Es tu madre. Y hay frío.

Ella esperó un momento, pero no escuchó respuesta. En lugar de tocar otra vez, se acercó a la puerta con calma, parándose lo más cerca de ella posible. Cuando volvió a hablar, levantó la voz lo suficiente como para ser escuchada adentro, pero no lo suficiente como para hacer una escena en la calle.

—Puedes seguir ignorándome si quieres, Rose, pero no me voy a ir. Y si quiero volverme obsesiva al respecto, recuerda lo que solía hacer para ganarme la vida. Créeme que tengo formas de enterarme dónde te encuentras en cualquier momento dado. O puedes hacer todo más fácil y simplemente abrir la maldita puerta.

Volvió a tocar después de decir eso. Esta vez, Rose abrió la puerta en cuestión de segundos. Se asomó como una mujer que no confiaba en la persona que estaba al otro lado de la puerta.

—¿Qué quieres, mamá?

—Pasar.

Rose lo consideró por un momento y luego abrió la puerta del todo. Avery hizo lo posible por no darle demasiada importancia al hecho de que Rose había perdido algo de peso. Bastante peso, en realidad. También se había teñido el cabello color negro azabache y se lo había alisado.

Avery entró y encontró el apartamento muy limpio. Había un ukelele en el sofá que se veía muy fuera de lugar. Avery lo señaló y le dio una mirada interrogante.

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