—¡Rose!
Su hija solo miró hacia atrás, sonrió y saludó con la mano. Y, entre más se alejaba, más grande parecía la sala. Llegaron sombras desde todas las direcciones y descendieron sobre su hija.
—¡Rose!
—Está bien —dijo una voz detrás de ella—. Yo la cuidaré.
Se dio la vuelta y vio a Ramírez, sosteniendo su arma lateral y mirando hacia las sombras. Y mientras se fue tras Rose tan valientemente, las sombras empezaron a perseguirlo.
—¡No! ¡Quédate!
Avery trató de moverse, pero fue en vano. No pudo hacer nada mientras las dos personas que más había amado en el mundo fueron tragadas por la oscuridad.
Y allí fue cuando empezaron los gritos. Rose y Ramírez llenaron la sala con gritos de agonía.
Aún en la mesa, Jack le rogó: —Por el amor de Dios, ¡haz algo!
Y fue entonces cuando Avery se despertó, con un grito en la garganta. Encendió su lámpara de mesa con una mano temblorosa. Por un momento, vio una enorme sala frente a ella, pero poco a poco se desvaneció en la luz. Miró su dormitorio y, por primera vez, se preguntó si alguna vez se sentiría en casa aquí.
Se encontró pensando en la llamada de Connelly. Y después en el paquete de Howard Randall.
Su antigua vida estaba atormentado sus sueños y también estaba invadiendo esta nueva vida aislada que había tratado de crear para sí misma.
No parecía tener ningún escape.
Así que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar de tratar de escapar.
CAPÍTULO CINCO
Dejó de beber excesivamente, aunque este era uno de los peores momentos de su proceso de duelo, y reemplazó lentamente el alcohol por la cafeína. Sus sesiones de lectura a menudo consistían en dos tazas de café y una Coca-Cola light. Debido a esto, había comenzado a desarrollar dolores de cabeza leves si pasaba más de un día sin tomar café. No era la forma más sana de vivir, pero sin duda era mejor que beber como una borracha.
Es por eso que se encontró en una cafetería después del almuerzo el día siguiente. Había salido a comprar comida principalmente porque se le había acabado el café y, ya que solo se había tomado una taza esa mañana, necesitaba su dosis de cafeína antes de volver a la cabaña y terminar el día. Estaba terminando de leer un libro, pero también supuso que podría aventurarse en el bosque para volver a tratar de cazar ciervos.
La cafetería era moderna y popular, y vio cuatro personas trabajando en sus MacBook. La cola en el mostrador era larga, incluso para la hora. Todo el mundo estaba conversando, y se oía el zumbido de las máquinas detrás del mostrador, así como también el televisor que se encontraba en la barra.
Avery por fin llegó a la caja, ordenó su té chai con expreso y se sentó en la sala de espera. Pasó su tiempo mirando la cartelera llena de volantes de próximos eventos locales: conciertos, obras de teatro, recaudaciones de fondos…
Y entonces empezó a escuchar la conversación a su lado. Hizo todo lo posible para no parecer obvio que estaba escuchando a escondidas, manteniendo la mirada fijada en la cartelera.
Había dos mujeres detrás de ella. Una era veinteañera, y llevaba un portabebés. Su bebé dormía tranquilamente en su pecho. La otra mujer era un poco mayor, con bebida en mano pero no dispuesta a irse aún.
Estaban mirando el televisor detrás del mostrador. No estaban hablando tan fuerte, pero igual podía escucharlas.
—Dios mío… ¿Has oído hablar de esta historia? —estaba diciendo la madre.
—Sí —dijo la segunda mujer—. Es como si la gente estuviera buscando nuevas formas de hacer daño a otros. ¿Qué clase de mente enferma tendrías que tener para que siquiera se te ocurriera algo así?
—Parece que todavía no han encontrado al asqueroso —dijo la madre.
—Probablemente no lo harán —dijo la otra mujer—. Ya tendrían alguna pista. Por Dios… ¿Te imaginas a la familia del pobre hombre, teniendo que ver esto en las noticias?
En ese momento, la barista llamó a Avery por su nombre y le entregó su bebida en el mostrador. Avery la tomó y, ahora que estaba frente a la televisión, se permitió ver las noticias por primera vez en casi tres meses.
Había habido un asesinato a las afueras de la ciudad hace una semana, en un complejo de apartamentos deteriorado. La víctima había sido encontrada en su clóset, cubierto de muchas arañas de distintas variedades. La policía estaba trabajando bajo la premisa que el acto había sido intencional, ya que la mitad de las arañas no eran nativas de la región. A pesar de la abundancia de arañas en la escena, se encontraron solo dos mordeduras en el cuerpo, y ninguna había sido venenosa. Según las noticias, hasta ahora la policía estaba trabajando bajo la premisa que el hombre había sido estrangulado o había muerto por un ataque al corazón.
«Esas dos causas de muerte son muy distintas», pensó Avery mientras comenzó a alejarse.
No pudo evitar preguntarse si Connelly la había llamado hace tres días precisamente por este caso. Un caso muy singular y, hasta el momento, sin ningún tipo de respuesta.
«Sí, estoy bastante segura que es este el caso por el que me llamó», pensó.
Con su té en mano, Avery se dirigió hacia la puerta. Tenía el resto de la tarde libre, pero estaba segura de que sabía qué haría el resto de las horas. Le gustara o no, probablemente estaría mirando un montón de arañas.
***
Avery pasó el resto de la tarde familiarizándose con el caso. La historia en sí era tan mórbida que no le costó encontrar diversas fuentes. Encontró once diferentes fuentes confiables que contaban la historia de lo que le había pasado a un hombre llamado Alfred Lawnbrook.
El arrendador de Lawnbrook había entrado en su apartamento ya que se había atrasado en la renta por enésima vez y supo que algo estaba fuera de lugar de inmediato. Mientras leía la noticia, Avery no pudo evitar comparar su reciente experiencia con Rose y su arrendatario y, francamente, le puso los pelos de punta. Alfred Lawnbrook fue encontrado en el clóset de su habitación. Había estado cubierto parcialmente con al menos tres diferentes telas de araña y dos mordeduras diferentes, mordeduras que, como había oído en las noticias, no fueron venenosas.
Aunque no se podía determinar con exactitud, se estimaba que entre quinientas y seiscientas arañas habían sido encontradas en la escena. Algunas de ellas eran exóticas y no tenían por qué estar en un apartamento en Boston. Habían contactado a una aracnóloga y ella había señalado que había visto al menos tres especies que no eran nativas de Norteamérica, y mucho menos de Massachusetts.
«Así que fue intencional —pensó Avery—. Eso indica que es probable que este tipo ataque de nuevo. Y si va a atacar de nuevo de la misma forma, debería ser posible localizarlo y meterlo en la cárcel.»
El informe del forense indicó que Lawnbrook había muerto de un ataque al corazón, probablemente por el temor de la situación. Pero como nadie más había estado en el lugar durante el asesinato, había numerosos otros escenarios posibles. Nadie podía saberlo con seguridad.
Era un caso interesante… y también un poco mórbido. Avery no le tenía miedo a muchas cosas, pero las arañas encabezaban su lista de las cosas de las que podía prescindir. Y aunque las fotos de la escena no se habían hecho públicas (gracias a Dios), Avery se lo imaginó todo en su mente.
Cuando terminó de leer todo referente al caso, se quedó mirando por la ventana trasera durante bastante tiempo. Luego se dirigió a la cocina y se movió con cautela, como si tuviera miedo de que pudiera ser atrapada. Sacó la botella de whisky americano por primera vez en meses y se sirvió un trago. Se lo tomó rápidamente y luego agarró su teléfono. Buscó el número de Connelly y presionó LLAMAR.
Connelly respondió casi de inmediato, y eso no era propio de él. Avery supuso que eso decía mucho, considerando las circunstancias.
—Black —dijo Connelly—. No esperaba tener noticias de ti hoy.
Ella ignoró esta formalidad y le dijo: —¿El caso por el cual me llamaste ¿era el de Alfred Lawnbrook y las arañas?
—Sí —le respondió—. La escena fue examinada varias veces y el cuerpo fue escudriñado, pero no tenemos nada.
—Los ayudaré —dijo Avery—. Pero solo en este caso. Y quiero ser capaz de hacerlo a mi manera. Que nadie me ponga la mano en el hombro solo porque estoy pasando por un mal momento. ¿Puedes garantizarme eso?
—Haré todo lo posible.
Avery suspiró, resignada a lo bien que se sentía ser necesitada y saber que su vida pronto se sentirá como suya otra vez.
—Listo —dijo—. Nos vemos mañana en la A1.
CAPÍTULO SEIS
Avery no estaba segura de qué sentiría al volver a entrar en la comisaría por primera vez en más de tres meses. Tal vez unas mariposas en el estómago o una oleada de nostalgia. Tal vez incluso una sensación de seguridad que haría que se preguntara por qué había renunciado.
Lo menos que esperaba era que no sentiría nada. Sin embargo, eso es exactamente lo que pasó. Cuando volvió a entrar en la A1 la mañana siguiente, no sintió nada especial. Se sentía casi como si no se hubiera perdido ni un solo día.
Sin embargo, por lo visto era la única en el edificio que no sentía nada. Mientras hizo su camino por el edificio y de regreso a su antigua oficina, se dio cuenta de que todo estaba demasiado tranquilo. Era casi como si una ola de silencio la estuviera siguiendo. Las recepcionistas en el teléfono guardaron silencio, las conversaciones se acallaron. Todos la miraron como si una gran celebridad hubiera entrado en el edificio; sus ojos estaban muy abiertos del asombro, y sus rostros tristes. Avery se preguntó por un momento si Connelly siquiera se había molestado en informarles que iba a regresar.
Después de abrirse paso por la parte central del edificio y llegar a la parte trasera donde se encontraban las oficinas y salas de conferencia, todo se sintió un poco más natural. Miller, un chico que trabajaba en registros, la saludó con la mano. Denson, una policía mayor que estaba a punto de jubilarse, le sonrió, la saludó con la mano y le dijo: —¡Es bueno tenerte de regreso!
Avery le devolvió la sonrisa y pensó: «No estoy de regreso… Da igual. Puedes decirte a sí misma esa mentira cuantas veces quieras. Pero esto se siente natural para ti. Se siente bien.»
Vio a Connelly saliendo de su oficina al final del pasillo. El hombre le había ocasionado bastantes molestias y dolores de cabeza a lo largo de los años, pero estaba feliz de verlo. La sonrisa en su rostro le hizo saber que el sentimiento era mutuo. Se encontró con ella en el pasillo y se percató de que el capitán de la A1, quien era un hombre muy serio, se estaba conteniendo para no darle un abrazo.
—¿Cómo se sintió volver a pisar la A1 —preguntó.
—Extraño —respondió Avery—. Todos me miraron como si fuera una celebridad o algo. No sé si querían desviar la mirada o aplaudir.
—A decir verdad, me preocupaba que estallaran en un aplauso cerrado cuando entraras. Todos te han extrañado, Avery. A ti… Bueno, y también a Ramírez.
—Te lo agradezco.
—Me alegra. Porque estoy a punto de mostrarte algo que podría hacerte enojar. En el fondo, tenía la esperanza de que volverías algún día. Pero no podíamos permitir que la A1 se detuviera hasta que llegara ese día… así que ya no tienes una oficina.
Le explicó esto mientras la conducía por el pasillo en dirección a su antigua oficina.
—No es gran cosa —dijo Avery—. ¿A quién le quedó ese cuchitril de todos modos?
Connelly no respondió. En cambio, dio los últimos pasos hacia su oficina y asintió con la cabeza hacia ella. Avery se acercó a la puerta y asomó la cabeza. Su corazón se calentó un poco ante lo que vio.
Finley estaba sentado en su escritorio, bebiendo de una taza de café y leyendo algo en un portátil. Cuando vio a Avery, su rostro registró una variedad de emociones: sorpresa, felicidad y finalmente vergüenza.
No se contuvo como Connelly. Se levantó del escritorio al instante y se fue a la puerta para darle un abrazo. Había subestimado lo mucho que lo había extrañado. Aunque realmente nunca habían trabajado juntos, había disfrutado de ver a Finley avanzar por la escalera corporativa. Él era cómico, leal y de buen corazón. Se sentía como su hermano laboral lejano.
—Es bueno tenerte de regreso —dijo Finley—. Te hemos extrañado mucho.
—Ya hablé de todo eso con ella —dijo Connelly—. No la atormentemos su primer día de vuelta.
«Maldita sea, no estoy de vuelta», pensó. Pero eso se sentía cada vez menos creíble.
—¿Quieres que la lleve a la escena? —preguntó Finley.
—Sí, y pronto. O'Malley querrá hablar con ella más tarde y quisiera que esté al día para cuando llegue. Llévala y cuéntale todo lo que sabemos. Traten de salir en los próximos diez minutos.
Finley asintió, visiblemente feliz de haber sido asignado a la tarea. Mientras corría de vuelta a su portátil, Connelly le hizo un gesto a Avery para que volviera al pasillo y le dijo: —Ven conmigo.
Ella lo siguió por el pasillo hasta la gran oficina que se encontraba en el fondo. La oficina de Connelly no había cambiado nada. Aún medio desordenada, de su forma particular. Había tres tazas de café en su escritorio y supuso que al menos dos de ellas eran de esta mañana.
—Y una cosa más —dijo Connelly, caminando detrás de su escritorio. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó dos cosas que Avery probablemente había extrañado más que a cualquiera de las personas en este edificio.
Su arma y su placa. Ella sonrió mientras se acercó a ellas.
—Te hice el favor de llenarte el papeleo —dijo Connelly—. Son tuyos. También me encargaré del papeleo de tu remuneración y duración de estancia.
Avery honestamente no le importaba la paga ni cuánto tiempo se esperaba que se quedara manejando el caso. Cuando sus dedos se posaron en la placa y luego tomó la Glock, sintió algo inexplicable en su corazón.
Aunque pareciera triste, su placa y pistola se sentían familiares.
Se sentían como estar en casa.
***
La escena del crimen era de hace seis días y, por lo tanto, estaba vacía cuando ella y Finley llegaron. Se agacharon por debajo de la cinta amarilla y ella se quedó mirando mientras Finley abrió la puerta del apartamento de Alfred Lawnbrook con una llave que sacó de un sobre pequeño que tenía guardado en el bolsillo de su camisa.
—¿Le tienes miedo a las arañas? —preguntó Finley a lo que entraron.
—Un poco —dijo Avery—. Pero no se lo digas a nadie.
Finley asintió con una sonrisa sombría y le dijo: —Solo pregunto porque, aunque los aracnólogos y exterminadores vinieron a encargarse de ellas, estoy seguro de que se les escaparon varias. Sin embargo, solo las más comunes. Ninguna exótica.
La guio por el apartamento básico. La disposición y los aparatos le dijeron que Lawnbrook había estado divorciado o era un soltero.
—Pero sí encontraron arañas que no tenían por qué estar aquí, ¿cierto? —preguntó.
—Absolutamente —dijo Finley—. Al menos tres especies. Una de ellas era nativa de India, creo. Tengo las notas detalladas guardadas en mi celular, si quieres verlas. La experta en arañas que examinó el lugar dijo que, cuando el cuerpo fue encontrado, hubo por lo menos dos especies en la escena del crimen que tuvieron que haber sido encargadas a un distribuidor. Y que probablemente fueron difíciles de conseguir.
—¿Encontraron algunas arañas enormes? —preguntó Avery.
—Creo que dijo que la más grande fue aproximadamente del tamaño de una pelota de golf. Y en mi opinión, eso es lo suficientemente grande.