Una Razón Para Temer - Блейк Пирс 5 стр.


“Por supuesto”, dijo Bryson. Parecía estar alegre de poder ayudar, asumiendo la forma de un maestro expresivo cuando empezaba a explicar algo. “La mayor parte de las pruebas y el trabajo que hacemos aquí con temperaturas muy frías implica ir más allá de lo que se conoce como el límite de acción cuántica. Ese límite es de una temperatura apenas por encima del cero absoluto, aproximadamente diez mil veces más frío que las temperaturas que te encontrarías en el vacío del espacio”.

“¿Y cuál es el propósito de tales pruebas?”, preguntó Avery.

“Ayudar en la investigación y desarrollo de sensores hipersensibles para un trabajo más avanzado. También es una excelente forma para comprender la estructura de ciertos elementos y cómo responden a tales temperaturas extremas”.

“¿Y ustedes son capaces de llegar a esas temperaturas aquí en este edificio?”, preguntó Ramírez.

“No, no en nuestros laboratorios. Estamos trabajando como una especie de extensión del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología ubicado en Boulder. Sin embargo, aquí podemos llegar muy cerca”.

“Y usted dice que solo cuatro personas trabajan aquí”, dijo Avery. “¿Siempre ha sido así?”.

“Bueno, éramos cinco hasta hace aproximadamente un año. Uno de mis colegas tuvo que retirarse. Estaba empezando a tener dolores de cabeza y otros problemas de salud. Simplemente no se sentía bien”.

“¿Renunció por su propia voluntad?”, preguntó Avery.

“Sí”.

“¿Podría darnos su nombre?”.

Un poco preocupado ahora, Bryson dijo: “Su nombre es James Nguyen. Perdónenme por decir esto, pero dudo mucho que sea el hombre que están buscando. Siempre fue muy amable, educado... un hombre tranquilo. También un genio”.

“Aprecio su sinceridad, pero tenemos que seguir cualquier posible pista. ¿Por casualidad sabe cómo podemos comunicarnos con él?”.

“Sí, puedo ubicarles esa información”.

“¿Cuándo fue la última vez que habló con el Sr. Nguyen?”.

“No sé... hace ocho meses, diría yo. Lo llamé una sola vez para ver cómo estaba”.

“¿Y cómo estaba?”.

“Me dijo que bien. Está trabajando como editor e investigador para una revista científica”.

“Gracias por su tiempo, señor Bryson. Sería útil si pudiera ubicarnos la información de contacto del señor Nguyen”.

“Claro”, dijo, viéndose un poco triste. “Un momento”.

Bryson se acercó a la recepcionista detrás del portátil y le habló en voz baja. Ella asintió con la cabeza y comenzó a teclear. Mientras esperaban, Ramírez se volvió a acercar a Avery. Era una sensación extraña. Era difícil conservar una actitud profesional cuando estaba tan cerca.

“¿Mecánica cuántica?”, dijo. “¿Vacíos en el espacio? Creo que esto supera mis habilidades”.

Ella le sonrió, y en ese momento sintió muchas ganas de besarlo juguetonamente. Hizo todo lo posible para mantenerse concentrada. En ese momento, Bryson volvió a acercarse a ellos con una hoja impresa en la mano.

“También supera las mías”, le susurró a Ramírez, sonriéndole de nuevo. “Pero de seguro no me molesta indagar y aprender algo nuevo”.

***

Avery se sorprendía algunos días por lo bien que le salían las cosas. Bryson les había dado el número de teléfono, dirección de correo electrónico y la dirección física de James Nguyen. Avery había llamado a Nguyen y no solo le había respondido, sino que los había invitado a su casa. De hecho, le pareció que eso le produjo alegría.

Por esta razón, cuando ella y Ramírez se acercaron a su puerta delantera cuarenta minutos después, no pudo evitar tener la sensación de que podrían estar perdiendo su tiempo. Nguyen vivía en una casa magnífica de dos pisos en Beacon Hill. Al parecer su carrera en la ciencia había dado sus frutos. A veces Avery admiraba a las personas con mentes matemáticas y científicas. Le encantaba leer textos escritos por ellas o simplemente escucharlas hablar (una de las razones por las que una vez había sentido tanto interés por el canal Discovery y las revistas Scientific American que a veces leía en la biblioteca de la universidad).

En el porche, Ramírez tocó la puerta. Nguyen la abrió casi que inmediatamente. Parecía tener unos sesenta años. Estaba vestido con una camiseta de los Celtics y unos shorts deportivos. Se veía casual, calmado y casi feliz.

Como ya se habían presentado por teléfono, Nguyen los invitó a pasar. Entraron en un vestíbulo que llevaba a una gran sala de estar. Al parecer Nguyen se había preparado para su visita. Había colocado panecillos y tazas de café en lo que parecía ser una mesa de centro muy costosa.

“Por favor tomen asiento”, dijo Nguyen.

Avery y Ramírez se sentaron en el sofá frente a la mesa de centro, mientras que Nguyen se sentó frente a ellos en un sillón.

“Coman lo que quieran”, dijo Nguyen, señalando al café y los panecillos. “Ahora bien, ¿qué puedo hacer por ustedes?”.

“Bueno, como dije por teléfono, hablamos con Hal Bryson y nos dijo que había renunciado a su trabajo con Tecnologías Esben. ¿Podría hablarnos un poco sobre eso?”.

“Sí. Por desgracia, estaba dedicando demasiado de mi tiempo y energía a mi trabajo. Empecé a sufrir de visión doble y cefaleas en racimos. Llegué a trabajar hasta ochenta y seis horas a la semana durante unos siete u ocho meses. Me obsesioné con mi trabajo”.

“¿Con qué aspecto del trabajo, exactamente?”, preguntó Avery.

“En realidad no lo sé”, dijo. “Creo que el hecho de saber que estábamos tan cerca de crear temperaturas en el laboratorio que podrían imitar lo que alguien podría sentir en el espacio. Encontrar formas de manipular elementos con temperaturas me parece casi divino. Puede volverse adictivo. Simplemente no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde”.

“Su obsesión con su trabajo se ajusta perfectamente bien a la descripción de la persona a quien estamos buscando”, pensó Avery. Aun así, después de estos minutos de conversación con Nguyen, estaba bastante segura de que Bryson había estado en lo cierto. Era imposible que Nguyen estuviera involucrado.

“¿En qué estaba trabajando exactamente cuando dejó el cargo?”, preguntó Avery.

“Es bastante complicado”, dijo. “Y desde entonces he pasado la página. Pero, en esencia, estaba trabajando para deshacerme del exceso de calor que se produce cuando los átomos pierden su impulso durante el proceso de enfriamiento. Estaba trabajando con unidades cuánticas de vibración y fotones. Ahora, según entiendo, ha sido perfeccionado por nuestra gente en Boulder. Pero, en ese momento, ¡estuve trabajando como loco!”.

“Aparte del trabajo que está haciendo para la revista y las cosas con la universidad, ¿sigue trabajando en eso?”, preguntó.

“En ciertas cosas”, dijo. “Pero solo aquí en la casa. Tengo mi propio laboratorio privado en un espacio de alquiler a pocas cuadras de distancia. Pero no es nada serio. ¿Quieren verlo?”.

Avery sabía que no estaban siendo cebados o ilusionados. Nguyen claramente se sentía muy apasionado por el trabajo que solía hacer. Y cuanto más hablaba de lo que había hecho una vez, más se adentraban en el mundo de la mecánica cuántica, algo que estaba muy lejos de un asesino enloquecido vertiendo un cuerpo en un río helado.

Avery y Ramírez compartieron una mirada, que terminó con un movimiento de cabeza. “Bueno, Sr. Nguyen, realmente apreciamos su tiempo. Le haré una última pregunta. Durante el tiempo que pasó trabajando en el laboratorio, ¿alguna vez se cruzó con algún compañero de trabajo, estudiante, con cualquiera persona que le haya parecido un poco excéntrica o rara?”.

Nguyen se tomó unos momentos para pensar, pero luego negó con la cabeza. “Nadie se me viene a la mente. Por otra parte, todos los científicos somos un poco excéntricos. Pero los llamaré si recuerdo a alguien”.

“Gracias”.

“Y si cambian de opinión y quieren ver mi laboratorio, háganmelo saber”.

“Apasionado por su trabajo y solitario”, pensó Avery. “Maldición... así era yo hasta hace unos meses”.

Se sentía identificada. Y, debido a eso, aceptó gustosamente la tarjeta de presentación de Nguyen cuando se la ofreció en la puerta. Cerró la puerta y Avery y Ramírez se abrieron paso por las escaleras del porche y regresaron a su auto.

“¿Entendiste algo de lo que dijo?”, preguntó Ramírez.

“Muy poco”, respondió.

Pero la verdad era que había dicho una cosa que no podía sacarse de la mente. No la hacía pensar que valía la pena seguir investigando a Nguyen, pero sí le dio una nueva percepción de su asesino.

“Encontrar formas de manipular elementos con temperaturas”, había dicho Nguyen. “Me parece casi divino”.

“Tal vez nuestro asesino está simulando una fantasía divina”, pensó. “Y si él cree que es un dios, podría ser más peligroso de lo que pensamos”.

CAPÍTULO OCHO

El hámster parecía un bloque de hielo peludo cuando lo sacó del congelador. También se sentía como un bloque de hielo. No pudo evitar reírse ante el ruido que hizo cuando lo colocó en la bandeja de horno. Tenía las patas para arriba, un fuerte contraste con la forma en la que habían estado pedaleando hacia atrás y adelante en pánico cuando lo había metido en el congelador.

Eso había sido hace tres días. Desde entonces, la policía había descubierto el cuerpo de la chica en el río. Le había sorprendido lo lejos que había llegado el cuerpo. Hasta Watertown. Y el nombre de la chica era Patty Dearborne. Sonaba pretencioso. Pero esa chica había sido hermosa.

Pensó distraídamente en Patty Dearborne, la chica que había raptado en las afueras del campus de la Universidad de Boston mientras pasaba su dedo a lo largo de la barriga helada del hámster. Había estado tan nervioso, pero había sido bastante fácil. No había tenido la intención de matar a la chica. Las cosas simplemente se le fueron de las manos. Pero todo había salido bien a la final.

La belleza podía ser arrebatada, pero no en una forma mortal. Patty Dearborne también había sido hermosa en la muerte. Cuando desnudó a Patty vio que la chica era perfecta. Había visto un lunar en su zona lumbar y una pequeña cicatriz a lo largo de la parte superior de su tobillo. Pero, aparte de eso, era perfecta.

Había vertido a Patty en el río ya muerta. Había visto las noticias con gran expectativa, preguntándose si serían capaces de traerla de vuelta... preguntándose si el hielo en el que había permanecido por esos dos días había logrado preservarla de alguna manera.

Obviamente ese no había sido el caso.

“Fui descuidado”, pensó, mirando el hámster. “Me llevará algún tiempo, pero lo lograré”.

Esperaba que el hámster fuera parte de eso. Sus ojos aún centrados en su pequeño cuerpo congelado, tomó las dos almohadillas térmicas del mostrador de la cocina. Eran parecidas a las almohadillas utilizadas en el atletismo para aflojar los músculos y relajar las partes tensas del cuerpo. Colocó una de las almohadillas debajo del cuerpo y la otra sobre sus pequeñas patas rígidas.

Estaba seguro de que tendría que esperar bastante. Tenía un montón de tiempo... no tenía prisa. Estaba tratando de burlar a la muerte, y sabía que la muerte no iba a ninguna parte.

Se echó a reír con este pensamiento en su cabeza. Echándole un último vistazo al hámster, se dirigió a su dormitorio. Estaba bastante ordenado, al igual que el baño contiguo. Entró en el baño y se lavó las manos con la eficiencia de un cirujano. Luego se miró en el espejo y contempló su rostro, un rostro que a veces consideraba el de un monstruo.

El lado izquierdo de su rostro tenía daños irreparables. Comenzaba justo debajo de su ojo y llegaba a su labio inferior. Aunque la mayor parte de su piel y tejido se había recuperado en su juventud, había cicatrización y decoloración permanente en ese lado de su rostro. Su boca también parecía estar congelada en una mueca permanente.

Ya a sus treinta y nueve años de edad había dejado de preocuparse por lo feo que se veía. Era la vida que le había tocado. Su madre de mierda ocasionó esta desfiguración. Pero eso ya no importaba... estaba trabajando en arreglarlo. Miró su reflejo mutilado en el espejo y sonrió. Podría tomar años, pero eso tampoco importaba.

“Los hámsteres solo cuestan cinco dólares cada uno”, dijo en voz alta. “Y hay alumnas universitarias bonitas hasta debajo de las piedras”.

Había leído bastante, principalmente en los foros de enfermeras y estudiantes de medicina. Supuso que tenía que dejar las almohadillas colocadas por unos cuarenta minutos si quería que el experimento funcionara. Se descongelaría lentamente, y ese descongelamiento no interrumpiría ni proporcionaría descargas eléctricas al corazón helado.

Pasó esos cuarenta minutos viendo las noticias. Escuchó un segmento respecto a lo sucedido a Patty Dearborne. Se enteró de que Patty estudiaba en la Universidad de Boston y que tenía aspiraciones de convertirse en una consejera. Había tenido un novio y sus padres estaban llorando su muerte. Vio a los padres en la televisión, abrazándose y llorando juntos mientras hablaban con los medios de comunicación.

Apagó el televisor y entró en la cocina. El olor del hámster estaba empezando a inundar la cocina... un olor que no había estado esperando. Corrió al pequeño cuerpo y le retiró las almohadillas.

Su pelaje estaba achicharrado y su barriga estaba ligeramente carbonizada. Tiró el pequeño hámster al suelo. Cuando vio los pequeños rastros de humo, gritó.

Caminó furiosamente por su apartamento por un rato. Como solía suceder, su ira y rabia absoluta eran impulsadas ​​por los recuerdos de un quemador de horno... ardiendo en sus recuerdos de la infancia con el olor de carne quemada.

Sus gritos se volvieron sollozos dentro de cinco minutos. Luego, como si nada fuera de lo común había sucedido, se fue a la cocina y cogió el hámster. Lo tiró a la basura y se lavó las manos en el fregadero de la cocina.

Ahora estaba tarareando. Cuando tomó las llaves del gancho junto a la puerta, se pasó la otra mano por la cicatriz a lo largo del lado izquierdo de su rostro. Cerró la puerta con llave y bajó a la calle. Allí, en medio de una mañana absolutamente hermosa de invierno, se metió en su furgoneta roja y empezó a conducir.

Casi de manera casual, se miró a sí mismo en el espejo retrovisor.

Esa mueca permanente seguía allí, pero no dejó que lo desanimara.

Tenía un trabajo que hacer.

***

Sophie Lentz ya estaba harta de las fraternidades. En realidad también estaba harta de la universidad.

Vana o no, sabía cómo se veía. Obviamente había chicas que eran más bonitas que ella. Pero ella era latina, y tenía ojos oscuros y cabello negro. También podía usar su acento cuando lo necesitaba. Había nacido en Estados Unidos y fue criada en Arizona, pero sangre latina corría por sus venas. La sangre latina jamás había dejado de correr por las venas de sus padres, ni siquiera cuando se mudaron a Nueva York la semana después de que Sophie fue aceptada en Emerson.

Sin embargo, su descendencia latina era más evidente en su aspecto que en su actitud y personalidad. Y todo le había funcionado muy bien en Arizona. Honestamente también había funcionado para ella en la universidad. Pero solo durante su primer año. Pasó ese año experimentando, pero no tanto como su madre probablemente había pensado. Y al parecer se había corrido la voz: Sophie Lentz no era difícil de meter en tu cama y, cuando llegaba allí, más te valía estar preparado porque era una diabla.

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