Una Vez Perdido - Блейк Пирс 4 стр.


“Ojalá lo supiera a ciencia cierta”, dijo.

Blaine se inclinó sobre la mesa y la tomó de la mano.

“Bueno, tendrás que creerme”, le dijo. “Lo que ya has hecho por Liam y Jilly es maravilloso y generoso. Te admiro mucho por eso”.

Riley sintió un nudo en la garganta. ¿Con qué frecuencia alguien le decía cosas así? A menudo era elogiada por su trabajo en la UAC, e incluso había recibido una medalla de la perseverancia hace poco. Pero ella no estaba acostumbrada a ser alabada por cosas simples y meramente humanas. No sabía cómo tomarlo.

Luego Blaine dijo: “Eres una buena mujer, Riley Paige”.

A Riley se le llenaron los ojos de lágrimas. Se rio con nerviosismo mientras se las secó.

“Ay, mira lo que has hecho”, le dijo ella. “Me hiciste llorar”.

Blaine se encogió de hombros, y su sonrisa se ensanchó aún más.

“Lo siento. Solo trato de ser brutalmente honesto. La verdad a veces duele, supongo”.

Se rieron juntos por unos momentos.

Finalmente, Riley dijo: “Pero no he te preguntado cómo está Crystal. ¿Cómo le está yendo?”.

Blaine miró hacia otro lado con una sonrisa agridulce.

“Crystal está bien, tiene buenas calificaciones, está feliz y alegre. Está de viaje ahora por las vacaciones de primavera, en la playa con sus primos y mi hermana”.

Blaine suspiró un poco. “Solo han pasado un par de días, pero es increíble lo rápido que comienzo a extrañarla”.

Riley estaba a punto de comenzar a llorar de nuevo. Había sabido desde el principio que Blaine era un padre maravilloso. ¿Cómo sería estar en una relación permanente con él?

“Ve con cuidado”, se dijo a sí misma. “No hay razón para apresurar las cosas”.

Casi se había terminado su pastel de queso de frambuesa.

“Gracias, Blaine”, dijo. “Esta noche ha sido estupenda”.

Mirándolo a los ojos, agregó: “No quiero que se acabe”.

Blaine le apretó la mano, sus ojos fijados en ella.

“¿Quién dijo que tiene que acabarse?”, le preguntó.

Riley sonrió. Sabía que su sonrisa era respuesta suficiente a su pregunta.

Después de todo, ¿por qué debería terminar? El FBI estaba protegiendo a su familia y no había un nuevo asesino exigiendo su atención.

Tal vez había llegado el momento de disfrutar.

CAPÍTULO CINCO

A George Tully no le gustaba cómo se veía un cierto pedazo de tierra por el camino. No sabía exactamente por qué.

“Nada de qué preocuparse”, se dijo a sí mismo. La luz de la mañana probablemente solo le estaba jugando una mala pasada.

Respiró aire fresco profundamente. Luego se inclinó y cogió un puñado de tierra suelta. Como siempre, se sentía suave y lujosa. También olía bien, rica en nutrientes de las últimas cosechas de maíz.

“La gran tierra de Iowa”, pensó mientras la tierra se deslizaba entre sus dedos.

Estas tierras habían estado en la familia de George durante años, por lo que había conocido estas tierras finas toda su vida. Sin embargo, nunca se cansó de ellas, y su orgullo de cultivar las tierras más ricas del mundo nunca menguó.

Levantó la mirada a los campos que se extendían tan lejos que no los alcanzaba ver todos. La tierra había sido cultivada durante un par de días. Estaba lista y en espera de granos de maíz púrpura cubiertos con insecticida que serían colocados donde pronto aparecería cada nuevo tallo de maíz.

No había sembrado antes debido al clima. Por supuesto, nunca había una forma de estar seguro de que una helada no llegaría a estas alturas del año y arruinaría la cosecha. Recordó en ese momento una tormenta de nieve monstruosa de abril que ocurrió en los años 70 que tomó a su padre por sorpresa. Pero a lo que George sintió un soplo de aire caliente y vio unas nubes altas en el cielo, se sintió muy seguro de que todo saldría bien.

“Hoy es el día”, pensó.

Mientras George estaba allí mirando, su ayudante Duke Russo llegó conduciendo un tractor que arrastraba una sembradora de doce metros de largo detrás de él. La sembradora sembraría dieciséis filas a la vez, a setenta y seis centímetros de distancia, un grano a la vez, depositaría abono sobre cada uno, cubriría la semilla y seguiría adelante.

Los hijos de George, Roland y Jasper, habían estado de pie en el campo a la espera de la llegada del tractor, y se dirigían hacia él mientras retumbaba a lo largo de un lado del campo. George sonrió. Duke y los muchachos hacían un buen equipo. No había necesidad de que George se quedara para la siembra. Saludó a los tres hombres con la mano y luego se volvió para regresar a su camioneta.

Pero ese parche extraño de tierra cerca de la carretera le llamó la atención de nuevo. ¿Qué estaba mal? ¿El arado cincel había pasado por alto ese parche? No lo creía posible.

Tal vez una marmota había estado cavando allí.

Pero a lo que se acercó al lugar, vio que ninguna marmota había hecho esto. No había ninguna abertura, y el suelo había sido aplanado.

Parecía que algo había sido enterrado allí.

George gruñó por lo bajo. Algunos vándalos y bromistas a veces le causaban problemas. Hace un par de años, algunos niños del pueblo cercano de Angier robaron un tractor y lo usaron para derribar un cobertizo. Más recientemente, otros habían pintado obscenidades con spray sobre las cercas y paredes e incluso su ganado.

Era exasperante, e hiriente.

George no tenía idea de por qué los niños se esforzaban tanto por darle problemas. Nunca les había hecho ningún daño. Había reportado los incidentes a Joe Sinard, el jefe de policía de Angier, pero nunca se hizo nada al respecto.

“¿Ahora qué hicieron estos bastardos?”, dijo en voz alta, tocando el suelo con el pie.

Supuso que debía averiguarlo. Lo que estaba enterrado aquí podría destruir su equipo.

Se volvió hacia su tripulación y agitó una mano para que Duke detuviera el tractor. Cuando él apagó el motor, George les gritó a sus hijos:

“Jasper, Roland, tráiganme la pala que está en el asiento del tractor”.

“¿Qué pasa, papá?”, respondió Jasper.

“No sé. Solo hazlo”.

Un momento más tarde, Duke y los chicos estaban caminando hacia él. Jasper le entregó una pala a su padre.

Mientras el grupo observaba con curiosidad, George empezó a meter la pala en el suelo. Mientras lo hacía, un olor extraño y agrio se encontró con sus fosas nasales.

Sintió una oleada de temor instintivo.

“¿Qué demonios hay aquí?”, pensó.

Sacó bastante tierra con la pala hasta que chocó con algo sólido, pero suave.

Cavó con más cuidado, tratando de destapar lo que fuera. Pronto algo pálido apareció a la vista.

A George le tomó unos minutos entender lo que era.

“¡Dios mío!”, exclamó, con el estómago revuelto de horror.

Era una mano, la mano de una mujer joven.

CAPÍTULO SEIS

A la mañana siguiente, Riley estaba mirando a Blaine preparar un desayuno de Huevos Benedict con jugo de naranja recién exprimido y café. Pensó que hacer el amor apasionadamente no se limitaba a ex esposos. Y que despertar alegre con un hombre era algo nuevo para ella.

Se sentía agradecida por esta mañana, y agradecida con Gabriela, quien le aseguró que se ocuparía de todo cuando Riley llamó la noche anterior. Pero no podía evitar preguntarse si una relación como esta podría sobrevivir, dadas las muchas otras complicaciones de su vida.

Riley decidió ignorar esa pregunta y centrarse en la deliciosa comida. Pero mientras comían, se dio cuenta de que la mente de Blaine parecía estar en otro lugar.

“¿Qué pasa?”, le preguntó.

Blaine no respondió. Se veía inquieto, mirando de un lugar a otro.

Experimentó una sensación repentina de preocupación. ¿Qué pasaba?

¿Estaba teniendo dudas sobre lo sucedido la noche anterior? ¿No estaba tan contento con esto como ella?

“Blaine, ¿qué pasa?”, preguntó Riley, su voz temblando un poco.

Después de una pausa, Blaine dijo: “Riley, simplemente no me siento... seguro”.

Riley intentó darle sentido a lo que Blaine había dicho. ¿Todo el calor y el afecto que habían compartido desde su cita habían desaparecido? ¿Qué había sucedido entre ellos para cambiar todo de esta forma?

“N-n-no entiendo”, tartamudeó Riley. “¿Cómo que no te sientes seguro?”.

Blaine vaciló, y luego dijo: “Creo que necesito comprar un arma. Para tener con qué protegerme en mi casa”.

Sus palabras sacudieron a Riley. No había esperado esto.

“Pero tal vez debí haberlo esperado”, pensó.

Sentada al otro lado de la mesa de él, podía ver una cicatriz en su mejilla derecha. Esa cicatriz le había sido ocasionada el noviembre pasado en la propia casa de Riley, cuando trató de proteger a April y Gabriela de un atacante en busca de venganza.

Riley recordó la terrible culpa que sintió cuando vio a Blaine inconsciente en una cama de hospital después de lo sucedido.

Y ahora sentía esa culpa de nuevo.

¿Blaine nunca se sentiría seguro con Riley en su vida? ¿Jamás sentiría que su hija podría estar a salvo?

¿Y una pistola era lo que realmente necesitaba para sentirse más seguro?

Riley negó con la cabeza.

“No sé, Blaine”, dijo. “No me gusta mucho la idea de que civiles mantengan armas en sus casas”.

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, Riley se dio cuenta de lo condescendientes que sonaron.

No sabía por la expresión de Blaine si se había sentido ofendido por sus palabras o no. Parecía estar esperando a que continuara.

Riley tomó un sorbo de café para organizar sus pensamientos.

Ella dijo: “¿Sabías que, estadísticamente, las armas domésticas tienen mayores probabilidades de ocasionar homicidios, suicidios y muertes accidentales que de defender una casa con éxito? De hecho, los propietarios de armas corren un mayor riesgo de convertirse en víctimas de homicidio que las personas que no son propietarias de armas de fuego”.

Blaine asintió.

“Sí, sé todo eso”, dijo. “He estado investigando. También sé acerca de las leyes de defensa propia de Virginia. Y que este estado permite la portación a la vista”.

Riley inclinó la cabeza con aprobación.

“Bueno, ya estás mejor preparado que la mayoría de las personas que deciden comprar un arma. Aun así…”.

Dejó que las palabras quedaran en el aire. Estaba reacia a decir lo que tenía en mente.

“¿Qué pasa?”, preguntó Blaine.

Riley respiró profundamente.

“Blaine, ¿comprarías un arma si yo no formara parte de tu vida?”.

“Ay, Riley...”.

“Dime la verdad. Por favor”.

Blaine se quedó mirando su café por un momento.

“No, no lo haría”, dijo finalmente.

Riley se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Blaine.

“Eso es justo lo que pensaba. Y estoy segura de que puedes entender cómo me hace sentir. Me importas mucho, Blaine. Es terrible saber que tu vida es más peligrosa por mí”.

“Yo entiendo”, dijo Blaine. “Pero quiero que tú me digas la verdad sobre algo. Y espero no te lo tomes a mal”.

Riley se preparó en silencio para lo que Blaine estaba a punto de preguntarle.

“¿Tus sentimientos realmente son un argumento válido para no comprar un arma? Digo, ¿no es un hecho de que estoy en más peligro que cualquier ciudadano promedio? ¿Y que debería ser capaz de defenderme y de defender a Crystal... y tal vez incluso de defenderte a ti?”.

Riley se encogió un poco. Se sentía triste de admitírselo a sí misma, pero Blaine tenía razón.

Si una pistola lo haría sentirse más seguro y protegido, debería tener una.

También estaba segura de que sería muy responsable con ella.

“Está bien”, dijo ella. “Después del desayuno nos iremos de compras”.

*

Más tarde esa mañana, Blaine entró en una tienda de armas con Riley. Blaine se preguntó si estaba cometiendo un error. Había un montón de armas temibles en las paredes y en las vitrinas. Nunca había disparado un arma, a menos que la pistola de aire comprimido que había tenido de niño contara como una.

“¿En qué me estoy metiendo?”, pensó.

Un hombre alto, con barba y una camisa a cuadros se movía entre la mercancía.

“¿Qué se les ofrece?”, preguntó.

Riley dijo: “Estamos en busca de un arma doméstica para mi amigo”.

“Bueno, estoy seguro de que tenemos algo aquí que le sirva”, dijo el hombre.

Blaine se sentía incómodo bajo la mirada del hombre. Supuso que no todos los días una mujer atractiva traía a su novio aquí para ayudarle a elegir un arma.

Blaine no pudo evitar sentirse avergonzado. Incluso se sentía avergonzado por sentir vergüenza. No creía ser el tipo de hombre que se sentía inseguro sobre su masculinidad.

Mientras Blaine trató de relajarse, el vendedor de armas observó la propia arma lateral de Riley con aprobación.

“Ese modelo Glock 22 que tiene es excelente, señora”, dijo. “Una profesional de la aplicación de la ley, ¿cierto?”.

Riley sonrió y le mostró su placa.

El hombre señaló una fila de armas similares en una vitrina.

“Bueno, tengo muchas Glock allá. Me parece una excelente opción”.

Riley miró las armas y luego miró a Blaine, como para pedirle su opinión.

Blaine no pudo hacer nada más que encogerse de hombros y ruborizarse. Deseaba haber dedicado el mismo tiempo a investigar armas que había dedicado a la investigación de estadísticas y leyes.

Riley negó con la cabeza.

“No creo que una semiautomática es exactamente lo que estamos buscando”, dijo ella.

El hombre asintió con la cabeza.

“Sí, son un poco complicadas, especialmente para alguien que no tiene experiencia con armas. Las cosas pueden salir mal”.

Riley asintió, añadiendo: “Sí, como fallos de encendido, balas atascadas, etcétera”.

El hombre dijo: “Por supuesto, esos no son problemas reales para una agente experimentada de la FBI como usted. Tal vez un revólver sea lo mejor para él”.

El hombre los acompañó hasta una vitrina llena de revólveres.

Los ojos de Blaine se sintieron atraídos por algunas de las armas de fuego con cañones más cortos.

Al menos se veían menos intimidantes.

“¿Qué tal ese?”, dijo, señalando uno.

El hombre abrió la vitrina, sacó la pistola y se la dio a Blaine. El arma se sintió extraña en su mano. No podía decidir si era más pesada o más ligera de lo que esperaba.

“Un Ruger SP101”, dijo el hombre. “Es una buena opción”.

Riley miró el arma con reservas.

“Creo que estamos buscando algo con un cañón de diez centímetros”, dijo. “Algo que absorba mejor el retroceso”.

El hombre asintió de nuevo.

“Sí. Bueno, creo que tengo exactamente lo que están buscando”.

Metió la mano en la vitrina y sacó otra pistola más grande. Se la dio a Riley, quien la examinó con aprobación.

“Sí, definitivamente”, dijo. “Una Smith and Wesson 686”.

Luego le sonrió a Blaine y le entregó el arma.

“¿Qué te parece?”, dijo Riley.

Esta arma más larga se sentía aún más extraña en su mano que el arma más pequeña. Lo único que pudo hacer fue sonreírle a Riley con timidez. Ella le sonrió de vuelta. Sabía por su expresión que finalmente había reconocido lo incómodo que se estaba sintiendo.

Se volvió hacia el dueño y dijo: “Nos la llevaremos. ¿Cuánto cuesta?”.

A Blaine le sorprendió el precio del arma, pero estaba seguro de que Riley sabía si este era un buen trato o no.

También le sorprendió bastante lo fácil que fue hacer la compra. El hombre le pidió dos pruebas de identidad, y Blaine le ofreció su licencia de conducir y su tarjeta de inscripción para votar. Luego Blaine llenó un formulario corto y simple dando su consentimiento para ser sometido a una verificación de antecedentes. La verificación computarizada tomó solo un par de minutos, y Blaine fue autorizado para comprar su arma.

“¿Qué tipo de munición quiere?”, preguntó el hombre mientras finalizaba la venta.

Riley dijo: “Denos una caja de Federal Premium de bajo retroceso”.

Unos momentos después, Blaine se convirtió en propietario de un arma.

Se quedó ahí mirando el arma intimidante, que estaba sobre el mostrador en una caja de plástico abierta, situada entre espuma protectora. Blaine le dio las gracias al hombre, cerró la caja y se volvió para irse.

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