“¿Qué opinas de tu nueva escuela?”, preguntó Riley.
“Es bonita”, dijo Jilly.
Riley no podía descifrar si Jilly estaba siendo taciturna o simplemente estaba aturdida por todos los cambios que enfrentaba. Mientras se acercaron al carro, notó que Jilly estaba temblando mucho y que sus dientes rechinaban. Llevaba una chaqueta pesada de April, pero el frío realmente la estaba molestando.
Entraron en el carro y Riley encendió el motor y la calefacción. Jilly no dejó de temblar, no siquiera cuando el carro se calentó un poco.
Riley no salió del estacionamiento. Había llegado el momento de averiguar qué era lo que estaba molestando a esta niña que estaba bajo su cuidado.
“¿Qué te pasa?”, preguntó. “¿Hay algo de la escuela que te molesta?”.
“No es la escuela”, dijo Jilly, su voz temblando ahora. “Es el frío”.
“No hay frío en Phoenix”, dijo Riley. “Esto debe ser extraño para ti”.
Los ojos de Jilly se llenaron de lágrimas.
“Hace frío a veces”, dijo. “Especialmente de noche”.
“Por favor dime qué te pasa”, dijo Riley.
Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Habló con una voz conmovida.
“El frío me hace recordar...”.
Jilly se quedó en silencio. Riley esperó pacientemente que continuara.
“Mi papá siempre me culpaba por todo”, dijo Jilly. “Me culpó por el hecho de que mi mamá y mi hermano se fueran, y hasta me culpaba cada vez que lo despedían de los trabajos en los que lo contrataban. Me echaba la culpa por todo lo que salía mal”.
Jilly estaba sollozando un poco ahora.
“Continúa”, dijo Riley.
“Una noche me dijo que quería que me fuera de la casa”, dijo Jilly. “Dijo que era peso muerto, que no lo estaba dejando surgir y que estaba harto de mí. Me botó de la casa. Trabó las puertas y no pude volver a entrar”.
Jilly tragó grueso ante la memoria.
“Nunca sentí tanto frío en mi vida”, dijo. “Ni siquiera ahora en este clima. Encontré un gran desagüe en una zanja, y era lo suficientemente grande para mí, así que pasé la noche allí. Fue demasiado aterrador. A veces pasaban personas por allí, pero yo no quería que me encontraran. No parecían personas dispuestas a ayudarme”.
Riley cerró los ojos, imaginándose a la niña escondida en el desagüe oscuro. “¿Y qué pasó después?”, murmuró.
Jilly continuó: “Simplemente me quedé allí toda la noche. No dormí nada. La mañana siguiente volví a casa y toqué la puerta y le supliqué a papá que me dejara pasar. Él me ignoró, como si ni siquiera estuviera allí. Allí es cuando fui a la parada de camiones. No había frío y había comida. Algunas de las mujeres fueron buenas conmigo y pensé que haría lo que fuera necesario para quedarme allí. Y esa es la noche en la que me encontraste”.
Jilly se calmó luego de terminar de contar su historia. Parecía estar aliviada por haberlo hecho. Pero ahora Riley estaba llorando. Apenas podía creer lo que esta pobre chica había vivido. Puso su brazo alrededor de Jilly y la abrazó con fuerza.
“Nunca más”, dijo Riley entre sus sollozos. “Jilly te prometo que jamás te volverás a sentir así”.
Era una gran promesa, y Riley se sentía pequeña, débil y frágil ahora mismo. Esperaba poder cumplirla.
CAPÍTULO TRES
La mujer seguía pensando en el pobre Cody Woods. Estaba segura de que ya estaba muerto. Lo sabría a ciencia cierta luego de leer el periódico.
Aunque estaba disfrutando de su té caliente y granola, esperar obtener noticias estaba poniéndola de mal humor.
“¿Cuándo va a llegar el periódico?”, se preguntó, mirando el reloj de la cocina.
Parecía que cada vez lo estaban trayendo más tarde. Obviamente no tendría este problema con una suscripción digital. Pero no le gustaba leer las noticias en su computadora. Le gustaba sentarse en una silla cómoda y disfrutar de la sensación agradable del periódico en sus manos. Incluso le gustaba la forma en la que el papel a veces se pegaba a sus dedos.
Pero el periódico ya tenía quince minutos de retraso. Si las cosas seguían empeorando, tendría que llamar y poner una queja. Ella odiaba hacerlo. Siempre dejaba un sabor amargo en su boca.
De todos modos, el diario era realmente la única forma que tenía de averiguar qué había pasado con Cody. Obviamente no podía llamar al Centro de Rehabilitación Signet para preguntar por él. Eso sería muy sospechoso. Además, el personal pensaba que ya estaba en México con su esposo, con ningún plan de volver a la ciudad.
Mejor dicho, Hallie Stillians estaba en México. Le entristecía un poco que jamás podría ser Hallie Stillians de nuevo. Se había encariñado con ese alias particular. Que el personal del Centro de Rehabilitación Signet la sorprendiera con un pastel en su último día de trabajo había sido un gesto bastante amable de su parte.
Ella sonrió ante el recuerdo. El pastel había sido decorado con sombreros y un mensaje:
¡Buen Viaje, Hallie y Rupert!
Rupert era el nombre de su esposo imaginario. Extrañaría hablar maravillas de él.
Terminó su granola y siguió bebiéndose su té casero delicioso, una antigua receta familiar… Una receta distinta a la que había compartido con Cody, y obviamente no contenía los ingredientes especiales que había agregado para él.
Comenzó a cantar...
“Lejos de casa,
Tan lejos de casa,
Este pequeño bebé está lejos de casa.
Te consumes más y más
Día tras día
Demasiado triste para reír, demasiado triste para jugar”.
¡A Cody le había encantado esa canción! En realidad, a todos sus pacientes les había gustado. Y a sus pacientes futuros también les encantará. Ese pensamiento reconfortaba su espíritu.
Justo en ese momento oyó un golpe en la puerta principal. Se apresuró para abrirla y mirar fuera. El periódico matutino estaba allí en la escalera de entrada. Temblando de emoción, ella cogió el periódico, corrió a la cocina y lo abrió a las esquelas.
Efectivamente, allí estaba:
SEATTLE — Cody Woods, 49, de Seattle…
Se detuvo por un momento. Eso era extraño. Podría haber jurado que él le había dicho que tenía cincuenta. Luego leyó el resto...
...en el Hospital South Hills, Seattle, Washington; Servicios Funerarios y de Cremación Sutton-Brinks, Seattle.
Eso era todo. Era concisa, incluso para una simple esquela.
Esperaba leer un obituario amable en los próximos días. Pero estaba preocupada de que tal vez no hubiera uno. ¿Quién iba a escribirlo, después de todo?
Había estado solo en el mundo, o al menos eso es lo que le había dicho. Su primera esposa estaba muerta, la otra lo había dejado y sus dos hijos no le hablaban. No le había hablado de amigos, familiares, ni de compañeros de trabajo.
“¿A quién le importaba él?”, se preguntó.
Sintió una rabia amarga y familiar en su garganta.
Rabia contra todas las personas en la vida de Cody Woods que no les importaba si estaba vivo o muerto.
Rabia contra el personal sonriente del Centro de Rehabilitación Signet, fingiendo que extrañarían a Hallie Stillians.
Rabia contra las personas de todas partes, con sus mentiras y secretos y mezquindad.
Como lo hacía a menudo, se imaginó volando sobre el mundo con alas negras, matando y destruyendo a los malvados.
Y todas las personas eran malvadas.
Todo el mundo merecía morir.
Incluso Cody Woods era malvado y mereció morir.
Porque ¿qué clase de hombre había sido realmente por haber dejado este mundo sin nadie que lo amara?
Un hombre terrible, seguramente.
Terrible y odioso.
“Bien merecido”, gruñó.
Trató de calmar su rabia. Se sintió avergonzada de haber dicho tal cosa en voz alta. Después de todo, no lo decía en serio. Recordó que lo único que sentía era amor y buena voluntad hacia absolutamente todo el mundo.
Además, casi era hora de ir a trabajar. Hoy iba a ser Judy Brubaker.
Al mirarse al espejo, se aseguró de que la peluca estaba en su sitio y que el flequillo colgaba naturalmente sobre su frente. Era una peluca costosa y nadie se había percatado de que no era su propio pelo hasta ahora. Debajo de la peluca, el pelo rubio corto de Hallie Stillians había sido teñido marrón oscuro y recortado en un estilo diferente.
No quedaba nada de Hallie, ni su ropa ni sus manierismos.
Tomó un par de anteojos para leer y los colgó de un cordón brillante alrededor de su cuello.
Sonrió con satisfacción. Había sido inteligente invertir en los accesorios adecuados, y Judy Brubaker merecía lo mejor.
Todo el mundo amaba a Judy Brubaker.
Y todo el mundo amaba esa canción que Judy Brubaker cantaba a menudo, una canción que cantaba en voz alta mientras se vestía para ir a trabajar...
“No hay porqué llorar,
Duerme profundamente.
Entrégate a los brazos de Morfeo.
No más suspiros,
Solo cierra tus ojos
Y te irás a casa en tus sueños”.
Estaba repleta de paz, suficiente paz como para compartirla con todo el mundo. Le había dado paz a Cody Woods.
Y pronto le daría paz a alguien más que la necesitaba.
CAPÍTULO CUATRO
El corazón de Riley latía con fuerza y sus pulmones le dolían por la forma rápida y fuerte en la que estaba respirando. No podía sacarse una melodía familiar de la cabeza.
“Sigue el camino de ladrillos amarillos...”.
Aunque estaba muy cansada, Riley no pudo evitar sentirse entretenida. Era una mañana fría, y estaba corriendo la pista de obstáculos al aire libre de 6 millas en Quántico. La pista era apodada ‘El camino de ladrillos amarillos’.
Había sido llamada así por los infantes de marina que la habían construido. Ellos habían colocado ladrillos amarillos para marcar cada milla. Los alumnos del FBI que sobrevivían la pista recibían un ladrillo amarillo como recompensa.
Riley se había ganado su ladrillo amarillo hace años. Pero cada cierto tiempo corría la pista de nuevo, solo para asegurarse de que aún podía hacerlo. Después de la tensión emocional de los últimos días, Riley necesita actividad física para despejarse.
Hasta ahora, había superado una serie de obstáculos y había pasado tres ladrillos amarillos en el camino. Había subido paredes improvisadas, atravesado vallas y saltado por ventanas simuladas. Hace solo un momento había subido por una roca con una cuerda, y ahora estaba de bajada.
Cuando llegó al suelo, levantó la mirada y vio a Lucy Vargas, una agente joven brillante con la que le gustaba trabajar y entrenar. Lucy había estado encantada de ser la pareja de entrenamiento de Riley esta mañana. Estaba jadeando en la base de la roca, mirando a Riley.
Riley le dijo: “¿No puedes con este vejestorio?”.
Lucy se echó a reír. “Me lo estoy tomando con calma. No quiero que te excedas, no a tu edad”.
“Oye, no te reprimas por mí”, le respondió Riley. “Da todo de ti”.
Riley tenía cuarenta años, pero nunca había dejado de entrenar y mantenerse en forma. Poder actuar con rapidez y golpear a alguien fuertemente podría ser crucial al momento de enfrentar monstruos humanos. La pura fuerza física había salvado vidas, incluyendo la suya, más de una vez en el pasado.
Aún así, no se sintió nada alegre a lo que vio el próximo obstáculo, un charco de agua congelada y lodosa con un alambre de púas colgando sobre él.
Las cosas estaban a punto de ponerse muy duras.
Estaba bien vestida para el invierno y llevaba una parka impermeable. Aún así, arrastrarse por el barro la dejaría empapada y congelada.
“Aquí voy”, pensó.
Se tiró al barro. El agua helada envió una descarga por todo su cuerpo. Aún así, se obligó a empezar a gatear, y se arrastró a lo que sintió las púas raspar su espalda un poco.
Comenzó a sentirse entumecida, desencadenando un recuerdo no deseado.
Riley estaba en un sótano de poca altura debajo de una casa. Acababa de escaparse de una jaula donde había sido atormentada por un psicópata con una antorcha de propano. En la oscuridad, había perdido la noción del tiempo y no sabía cuántos días llevaba en cautiverio.
Pero había logrado forzar la puerta de la jaula, y ahora se arrastraba a ciegas en busca de una salida. Había llovido recientemente, y el barro por debajo de ella era pegajoso, frío y profundo.
A medida que su cuerpo se entumecía más por el frío, sintió una profunda desesperación. Estaba débil del hambre y la falta de sueño.
“No puedo hacerlo”, pensó.
Tenía que sacarse esas ideas de su mente. Tenía que seguir arrastrándose y buscando. Si no lograba salir, eventualmente la mataría, tal y como había matado a sus otras víctimas.
“Riley, ¿estás bien?”.
La voz de Lucy sacó a Riley del recuerdo de uno de sus casos más desgarradores. Fue un calvario que jamás olvidaría, sobre todo porque su hija se convirtió luego en una cautiva del mismo psicópata. Se preguntaba si se libraría de los flashbacks en algún momento.
¿Y April? ¿Se libraría de sus recuerdos devastadores?
Riley estaba en el presente una vez más, y se dio cuenta de que se había quedado inmóvil bajo el alambre de púas. Lucy estaba justo detrás de ella, esperando que terminara este obstáculo.
“Estoy bien”, le respondió Riley. “Siento frenarte”.
Se obligó a comenzar a arrastrarse de nuevo. En la orilla, se puso de pie e intentó recuperar su ingenio y energía. Luego salió corriendo por el sendero arbolado, segura de que Lucy no estaba muy lejos de ella. Sabía que su próxima tarea sería subir una red de carga. Después de eso, aún faltaban unas dos millas y unos obstáculos muy difíciles de superar.
*
Al final de la pista de seis millas, Riley y Lucy caminaban tomadas del brazo, jadeando y riendo y felicitándose mutuamente por su triunfo. A Riley le sorprendió ver a su compañero esperándola al final del sendero. Bill Jeffreys era un hombre fuerte y robusto de la edad de Riley.
“¡Bill!”, exclamó Riley, aún respirando con dificultad. “¿Qué estás haciendo aquí?”.
“Vine a buscarte”, dijo. “Me dijeron que podría encontrarte aquí. Apenas creí que querías hacer esto y ¡menos en invierno! ¿Eres masoquista o qué?”.
Riley y Lucy se echaron a reír.
Lucy dijo: “Tal vez yo soy la masoquista. Espero poder seguir la pista de ladrillos amarillos como Riley cuando tenga su edad”.
Riley le dijo a Bill burlonamente: “Oye, estoy lista para hacerlo de nuevo. ¿Quieres acompañarme?”.
Bill negó con la cabeza y soltó una risita.
“No”, dijo. “Todavía tengo mi viejo ladrillo amarillo en casa, y lo uso como un tope. Uno es suficiente para mí. Sin embargo, estoy pensando en intentar ganarme el ladrillo verde. ¿Quieres acompañarme en eso?”.
Riley se echó a reír de nuevo. El llamado “ladrillo verde” era un chiste en el FBI, un premio otorgado a cualquier persona que pudiera fumarse treinta y cinco cigarros en treinta y cinco noches sucesivas.
“No gracias”, dijo.
La expresión del Bill se volvió seria de repente.
“Estoy trabajando en un nuevo caso, Riley”, dijo. “Y te necesito. Espero que no tengas problema con esto. Sé que no ha pasado tanto tiempo desde nuestro último caso”.
Bill tenía razón. Para Riley, parecía que habían arrestado a Orin Rhodes apenas ayer.
“Sabes que apenas traje a Jilly a casa. Estoy tratando de que se instale en su nueva vida. Nueva escuela... Nuevo todo”.
“¿Cómo está?”, preguntó Bill.
“Es errática, pero realmente está intentándolo. Está muy feliz de formar parte de una familia. Creo que ella va a necesitar mucha ayuda”.
“¿Y April?”.
“Se ha portado a la altura. Todavía me sorprende como haber peleado con Rhodes la hizo más fuerte. Y ya está muy encariñada con Jilly”.
Después de una pausa, preguntó: “¿Qué tipo de caso tienes, Bill?”.
Bill se quedó callado por un momento.
“Estoy en camino para reunirme con el jefe sobre el caso”, dijo. “Realmente necesito tu ayuda, Riley”.
Riley miró directamente a su amigo y socio. Su expresión era una de profunda angustia. Cuando había dicho que necesitaba su ayuda, realmente lo había dicho en serio. Riley se preguntaba por qué.
“Déjame ducharme y ponerme ropa seca”, dijo. “Te veo en la oficina central en un rato”.
CAPÍTULO CINCO