Una Vez Añorado - Блейк Пирс 5 стр.


No terminó su oración. No necesitaba hacerlo. Riley se había enterado hace mucho tiempo que el misterio no resuelto de la muerte de su madre era la razón por la cual Bill había decidido trabajar en esto.

“Lo siento mucho”, dijo Riley.

Bill se encogió de hombros débilmente, como si tuviera un peso enorme sobre sus hombros.

“Fue hace mucho tiempo”, dijo. “Además, tú bien sabes cómo se siente, creo que más que cualquiera”.

Las palabras de Bill conmocionaron a Riley. Sabía exactamente lo que quería decir con eso. Y tenía razón. Le había contado su historia hace mucho tiempo, así que no era necesario repetirla ahora. Él ya lo sabía. Pero eso no hacía que el recuerdo doliera menos.

Riley tenía seis años, y mamá la había llevado a una tienda de dulces. Riley estaba emocionada y pidiendo todos los dulces que veía. A veces mamá la reprendía por actuar así. Pero hoy mamá estaba siendo amable con ella y la estaba consistiendo, comprándole todos los dulces que quisiera.

Justo cuando estaban en la fila de la caja registradora, un hombre extraño caminó hacia ellas. Llevaba algo en su cara que aplanaba su nariz, labios y mejillas y lo hacía ver cómico y aterrador a la vez, como un payaso de circo. Le tomó a Riley un momento darse cuenta de que llevaba una media de nailon sobre su cabeza, las mismas que mamá llevaba en sus piernas.

Sostenía un arma. La pistola parecía enorme. Estaba apuntando a mamá con ella.

“Dame tu cartera”, dijo.

Pero mamá no lo hizo. Riley no entendió el por qué. Sabía que mamá tenía miedo, tal vez demasiado miedo como para hacer lo que el hombre le estaba pidiendo que hiciera, y probablemente Riley también debería estar asustada, así que lo estuvo.

Le dijo algunas malas palabras a mamá, pero aún no le entregó su cartera. Todo su cuerpo estaba temblando.

Entonces vino una explosión y un flash, y mamá cayó al suelo. El hombre dijo más malas palabras y huyó. El pecho de mamá estaba sangrando, y ella abrió la boca y se retorció por un momento antes de quedarse completamente inmóvil.

La pequeña Riley comenzó a gritar. Siguió gritando por mucho tiempo.

El toque suave de la mano de Bill trajo a Riley de nuevo al presente.

“Lo siento”, dijo Bill. “No quise hacerte recordar todo eso de nuevo”.

Obviamente había visto la lágrima en su mejilla. Ella apretó su mano. Estaba agradecida por su comprensión y preocupación. Pero la verdad era que Riley nunca le había contado a Bill sobre una memoria que la atormentaba aún más.

Su padre había sido coronel de la infantería, un hombre severo, cruel, insensible e implacable. Durante todos los años que siguieron, había culpado a Riley por la muerte de su madre. No le importaba que solo había tenido seis años de edad.

“Es como si le hubieses disparado tú misma. No la ayudaste en nada”, le había dicho.

Había muerto el año pasado sin haberla perdonado.

Riley se limpió la mejilla y miró el paisaje por la ventana.

Entró en cuenta de nuevo de todo lo que ella y Bill tenían en común, y cuán atormentados estaban por tragedias e injusticias pasadas. Durante todos los años que habían sido compañeros, ambos habían sido motivados por demonios similares, atormentados por fantasmas similares.

Riley ahora sabía que tomar este caso junto a Bill había sido lo correcto, a pesar de sus preocupaciones con Jilly y su vida familiar. Cada vez que trabajaban juntos, su vínculo se afianzaba más. Esta vez no sería la excepción.

Resolverían estos asesinatos, Riley estaba segura de ello. Pero ¿qué ganarían o perderían en el proceso?

“Tal vez ambos sanaremos un poco”, pensó Riley. “O quizás nuestras heridas se abran y duelan más”.

Se dijo a sí misma que no importaba. Siempre trabajaban juntos para cerrar casos, sin importar lo duro que fuera.

Ahora podrían estar enfrentándose a un crimen particularmente siniestro.

CAPÍTULO SIETE

Cuando el avión de la UAC aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma, estaba lloviendo bastante. Riley miró su reloj. Eran las dos de la tarde en su casa ahora, pero aquí eran las once de la mañana. Les daría tiempo para avanzar un poco en el caso hoy.

Cuando ella y Bill se acercaron a la salida, el piloto salió de su cabina y les entregó un paraguas a cada uno de ellos.

“Los necesitarán”, dijo con una sonrisa. “El invierno es el peor momento para estar en este rincón del país”.

Cuando llegaron a la parte superior de las escaleras, Riley vio que tenía razón. Le alegraba el hecho de que tuvieran paraguas, pero deseaba haberse colocado ropa más caliente. Era frío y lluvioso.

Un VUD se detuvo en el borde de la pista. Dos hombres con impermeables se apresuraron hacia el avión. Se presentaron como los agentes Havens y Trafford de la oficina de campo del FBI en Seattle.

“Los llevaremos a la oficina del médico forense”, dijo el agente Havens. “El líder del equipo de esta investigación está esperándolos allí”.

Bill y Riley se metieron en el carro, y el agente Trafford comenzó a conducir a través de la lluvia. Riley apenas pudo ver los hoteles que estaban cerca del aeropuerto, y más nada. Sabía que había una ciudad vital por ahí, pero era prácticamente invisible.

Se preguntó si siquiera iba a conocer Seattle mientras estuviera aquí.

*

El minuto en el que Riley y Bill se sentaron en la sala de conferencias del edificio del médico forense de Seattle, sintió que se avecinaban problemas. Intercambió miradas con Bill, y ella notó que él también sentía la tensión.

El líder de equipo Maynard Sanderson era un hombre grande con una mandíbula sobresaliente y una presencia como la de un oficial del ejército y un predicador evangélico al mismo tiempo.

Sanderson estaba estudiando a un hombre corpulento cuyo bigote de morsa grueso lo hacía parecer como si siempre estuviera frunciendo el ceño. Se había introducido como Perry McCade, el jefe de policía de Seattle.

El lenguaje corporal de los dos hombres y los lugares que habían tomado en la mesa decían mucho. Por cualquier razón, lo último que querían era estar en la misma sala juntos. Y también se sentía segura de que ambos hombres especialmente odiaban tener a Riley y a Bill aquí.

Recordó lo que Brent Meredith les había dicho antes de salir de Quántico.

“Pero no esperen una bienvenida acogedora. Ni la policía ni los federales estarán encantados de verlos”.

Riley se preguntaba en qué clase de campo minado habían entrado.

Había tremenda lucha de poder, y ni hacía falta que nadie dijera ni una sola palabra. Y, en pocos minutos, sabía que se volvería verbal.

Por el contrario, el médico forense Prisha Shankar se veía cómoda y despreocupada. La mujer de piel oscura y pelo negro era más o menos de la edad de Riley y parecía ser estoica e imperturbable.

“Ella está en su territorio, después de todo”, concluyó Riley.

El agente Sanderson se tomó la libertad de comenzar la reunión.

“Agentes Paige y Jeffreys, me alegra que hayan podido venir de Quántico”, les dijo a Riley y a Bill.

Su voz helada le dijo a Riley que lo opuesto era la verdad.

“Encantados de poder servirles”, dijo Bill, sonando un poco inseguro.

Riley solo sonrió y asintió con la cabeza.

“Caballeros, estamos todos aquí para investigar dos asesinatos”, dijo Sanderson, ignorando la presencia de las dos mujeres. “Un asesino en serie podría estar haciendo de las suyas aquí en Seattle. Tenemos que detenerlo antes de que mate otra vez”.

El jefe de la policía McCade gruñó audiblemente.

“¿Tienes algún comentario, McCade?”, preguntó Sanderson bruscamente.

“No es un asesino en serie”, dijo McCade. “Y no es un caso del FBI. Mis policías tienen esto bajo control”.

Riley estaba empezando a entender las cosas. Recordó que Meredith les había dicho que las autoridades locales estaban luchando con este caso. Y ahora podía ver el por qué. No estaban en sintonía, y tampoco lograban ponerse de acuerdo.

McCade estaba enojado por el hecho de que el FBI estaba trabajando en un caso de asesinato local. Y a Sanderson le molestaba que el FBI había enviado a Bill y a Riley de Quántico para enderezarlos a todos.

“La tormenta perfecta”, pensó Riley.

Sanderson se volvió hacia el médico forense y dijo: “Dra. Shankar, quizás quieras resumir lo que actualmente sabemos”.

Aparentemente al margen de las tensiones subyacentes, la Dra. Shankar hizo clic en un control remoto para que apareciera una imagen en la pantalla de la pared. Era una foto de la licencia de conducir de una mujer con pelo liso color marrón.

Shankar dijo: “Hace mes y medio, una mujer llamada Margaret Jewell falleció en su casa de lo que pareció ser un ataque al corazón. Había estado quejándose el día anterior de dolores en las articulaciones, pero, según su esposa, eso no era inusual. Ella sufría de fibromialgia”.

Shankar hizo clic en el control remoto de nuevo. Apareció otra foto de un hombre de mediana edad con un rostro bondadoso, pero melancólico.

Ella dijo: “Hace un par de días, Cody Woods fue al Hospital South Hill, quejándose de dolores en el pecho. También se quejó de dolores en las articulaciones, pero eso tampoco era sorprendente. Había tenido artritis, y se había sometido a una cirugía de reemplazo de rodilla una semana antes. Luego de horas en el hospital, él también murió de lo que pareció ser un ataque al corazón”.

“Muertes totalmente desconectadas”, murmuró McCade.

“¿Así que ahora estás diciendo que ninguna de esas muertes fue asesinato?”, dijo Sanderson.

“La de Margaret Jewell, probablemente”, dijo McCade. “Cody Woods, ciertamente no. Estamos dejando que su muerte sea una distracción. Estamos enredando las cosas. Si nos dejaran las cosas a nosotros, lo solucionaríamos en un santiamén”.

“Llevan mes y medio en el caso de Jewell”, dijo Sanderson.

La Dra. Shankar sonrió algo misteriosamente cuando McCade y Sanderson siguieron discutiendo. Luego hizo clic en el control remoto de nuevo. Dos fotos más aparecieron en la pantalla.

Toda la sala quedó en silencio, y Riley sintió una sacudida de sorpresa.

Los hombres en ambas parecían ser del Oriente Medio. Riley no reconoció a uno de ellos, pero al otro sí.

Era Saddam Hussein.

CAPÍTULO OCHO

Riley se quedó mirando la imagen en la pantalla. ¿Para qué estaba mostrando una foto de Saddam Hussein? El líder destituido de Irak había sido ejecutado en 2006 por crímenes contra la humanidad. ¿Cuál era su relación con un posible asesino en serie en Seattle?

La Dra. Shankar habló de nuevo luego de un rato.

“Estoy segura de que todos reconocemos al hombre de la izquierda. El hombre de la derecha era Majidi Jehad, un disidente chií que estaba en contra del régimen de Saddam. En mayo de 1980, Jehad obtuvo un permiso para viajar a Londres. Cuando llegó a una estación de policía en Bagdad para recoger su pasaporte, alguien le ofreció un vaso de jugo de naranja. Salió de Irak, aparentemente sano y salvo. Él murió pronto después de llegar a Londres”.

La Dra. Shankar colocó muchas fotos más.

“Estos hombres tuvieron destinos similares. Saddam acabó con cientos de disidentes de la misma forma. Cuando algunos de ellos fueron excarcelados, fueron ofrecidos bebidas para celebrar su libertad. Ninguno de ellos vivió por mucho tiempo”.

El jefe McCade asintió con comprensión.

“Envenenamiento con talio”, dijo.

“Así es”, dijo la Dra. Shankar. “El talio es un elemento químico que puede transformarse en un polvo soluble incoloro, inodoro e insípido. Era el veneno favorito de Saddam. Pero él no fue quien inventó la idea de asesinar a sus enemigos con él. A veces es llamado el ‘veneno del envenenador’ porque actúa lentamente y produce síntomas que pueden resultar en una causa de muerte errónea luego de una autopsia”.

Tocó un botón del control remoto y aparecieron otros rostros más, incluyendo el del dictador cubano Fidel Castro.

“En 1960, el servicio secreto francés utilizó el talio para matar al líder rebelde de Camerún Félix-Roland Moumié”, dijo. “Y se cree que la CIA intentó usar talio en uno de sus muchos atentados fallidos contra su vida. El plan era poner polvo de talio en el calzado de Castro. Si la CIA hubiera tenido éxito, la muerte de Castro hubiera sido humillante, lenta y dolorosa. Hubiera perdido su barba icónica antes de morir”.

Hizo clic de nuevo, y los rostros de Margaret Jewell y Cody Woods aparecieron otra vez.

“Les estoy diciendo todo esto para que entiendan que estamos tratando con un asesino muy sofisticado”, dijo la Dra. Shankar. “Encontré rastros de talio en los cuerpos de Margaret Jewell y Cody Woods. Para mí no cabe duda que ambos fueron envenenados por el mismo asesino”.

La Dra. Shankar miró a todos en la sala.

“¿Algún comentario hasta ahora?”, preguntó.

“Sí”, dijo el jefe McCade. “Todavía no creo que las muertes estén conectadas”.

A Riley le sorprendió el comentario, pero la Dra. Shankar no se veía nada sorprendida.

¿Por qué no, jefe McCade?”, preguntó.

“Cody Woods fue un plomero”, dijo McCade. “¿No pudo haberse expuesto al talio en el ejercicio de su profesión?”.

“Es posible”, dijo la Dra. Shankar. “Los plomeros tienen que tener cuidado y evitar sustancias peligrosas, incluyendo asbesto y metales pesados como el arsénico y el talio. Pero no creo que esto fue lo que sucedió en el caso de Cody Woods”.

Riley estaba cada vez más intrigada.

“¿Por qué no?”, preguntó.

La Dra. Shankar hizo clic en el control remoto, y aparecieron los informes de toxicología.

“Estas muertes parecen ser envenenamientos por talio, pero con una diferencia”, dijo. “Las víctimas no mostraron ciertos síntomas clásicos: pérdida de cabello, fiebre, vómitos, dolor abdominal. Como dije antes, tuvieron dolor en las articulaciones, pero más nada. Las muertes fueron rápidas, y parecieron simples ataques al corazón. No fueron lentas en absoluto. Si mis empleados no hubieran estado pendientes, quizás ni se hubiesen dado cuenta de que eran casos de envenenamiento por talio”.

Bill se veía igual de fascinado que Riley.

“¿Entonces con qué estamos lidiando, una mezcla de talio?”, preguntó.

“Algo así”, dijo la Dra. Shankar. “Mi personal aún está tratando de descifrar la composición química del cóctel. Pero uno de los ingredientes es definitivamente ferrocianuro potásico, una sustancia química conocida como el colorante azul de Prusia. Es extraño, porque el azul de Prusia es el único antídoto conocido para el envenenamiento por talio”.

El gran bigote del jefe McCade empezó a retorcerse.

“Eso no tiene sentido”, gruñó. “¿Por qué un envenenador administraría un antídoto junto con el veneno?”.

Riley intentó adivinar el por qué.

“¿Podría haber sido para disimular los síntomas del envenenamiento por talio?”.

La Dra. Shankar asintió con la cabeza.

“Esa es mi teoría. Los otros químicos que encontramos habrían interactuado con el talio de un modo complejo que aún no entendemos, pero probablemente ayudaron a controlar la naturaleza de los síntomas. La persona que ideó la mezcla sabía lo que estaba haciendo. Tiene amplios conocimientos de farmacología y química”.

El jefe McCade estaba pasando sus dedos sobre la mesa.

“No me convence”, dijo. “Los resultados de la segunda víctima de seguro fueron sesgados por los resultados de la primera. Encontraste lo que estabas buscando”.

Por primera vez, la Dra. Shankar se vio un poco sorprendida. Riley también estaba sorprendida por la audacia del jefe de policía en cuestionar los conocimientos de Shankar.

“¿Qué te hace decir eso?”, preguntó la Dra. Shankar.

“Ya tenemos un sospechoso seguro para el asesinato de Margaret Jewell”, dijo. “Ella estaba casada con otra mujer llamada Bárbara Bradley, quien se hace llamar Barb. Los amigos y vecinos de la pareja dicen que estaban teniendo problemas y que tenían peleas fuertes que despertaban a los vecinos. Bradley hasta tiene antecedentes por agresión criminal. La gente dice que tiene mal carácter. Ella lo hizo. Estamos casi seguros de ello”.

Назад Дальше