Riley esperó unos momentos. Su corazón latió con un poco más de fuerza cuando el mensaje fue marcado como “leído”.
Luego escribió...
¿Podemos contar contigo?
Una vez más, el mensaje fue marcado como “leído”, pero no hubo respuesta.
El ánimo de Riley se hundió.
“Tal vez esto no es una buena idea”, pensó. “Tal vez todavía es demasiado pronto”.
Deseaba que Bill le respondiera, aunque solo para decirle que no.
CAPÍTULO CINCO
Mientras Jenn conducía la camioneta al sur hacia su destino, Riley siguió mirando los mensajes de texto que había enviado desde su teléfono celular.
Bill todavía no había respondido.
Finalmente decidió llamarlo.
Marcó su número. Para su frustración, solo oyó su correo de voz.
Ante el pitido, ella simplemente dijo: “Bill, llámame. Ahora mismo”.
A lo que Riley colocó su teléfono en su regazo, Jenn la miró desde detrás del volante.
“¿Pasa algo?”, preguntó Jenn.
“No lo sé”, dijo Riley. “Espero que no”.
Su preocupación siguió en aumento mientras Jenn conducía. Recordó un mensaje de texto que había recibido de Bill mientras había estado trabajando en su caso más reciente en Iowa...
Solo para que sepas. Llevo rato sentado aquí con una pistola en mi boca.
Riley se estremeció ante el mero recuerdo de la llamada telefónica desesperada que había venido después, cuando logró disuadirlo de suicidarse.
¿Estaba pasando lo mismo?
Si era así, ¿qué podía hacer Riley al respecto?
Un ruido agudo y repentino alejó estos pensamientos de la mente de Riley. Le tomó un segundo darse cuenta de que Jenn había encendido la sirena después de encontrarse con tráfico lento.
La sirena sirvió como un gran recordatorio para Riley.
“Tengo que mantenerme enfocada en el trabajo en cuestión”.
*
Riley y Jenn llegaron a la Reserva Natural Belle Terre a eso de las diez y media. Siguieron un camino a la playa hasta que encontraron un par de patrullas y la furgoneta de un médico forense. Más allá de los vehículos, en una zona herbosa, había una barrera de cinta policial para mantener al público alejado de la playa.
No vieron la playa de inmediato a lo que se bajaron de la camioneta. Pero Riley vio gaviotas volando sobre su cabeza, sintió una brisa fresca en su cara, el aire olía a sal y oyó el sonido de las olas.
A Riley le consternaba, más no le sorprendía, el hecho de que un pequeño grupo de periodistas ya se habían aglomerado en la zona de estacionamiento más allá de la escena del crimen. Se amontonaron alrededor de Riley y Jenn, haciéndoles preguntas.
“Hubo dos asesinatos en dos días. ¿Esto es obra de un asesino en serie?”.
“Dieron a conocer el nombre de la víctima de ayer. ¿Ya identificaron a la nueva víctima?”.
“¿Se comunicaron con la familia de la víctima?”.
“¿Es cierto que las dos víctimas fueron enterradas vivas?”.
Riley se encogió ante la última pregunta. Obviamente no le sorprendía el hecho de que ya se sabía cómo habían muerto las víctimas. Los reporteros probablemente se habían enterado de eso escuchando a los escáneres de la policía local. Pero no tenía ninguna duda de que los medios de comunicación caerían en el sensacionalismo respecto a estos asesinatos.
Riley y Jenn se abrieron paso entre los reporteros sin decir nada. Luego fueron recibidas por un par de policías locales, quienes las acompañaron más allá de la cinta policial y la zona herbosa hacia la playa. Riley sintió la arena metiéndose en sus zapatos mientras caminaba.
En un momento vieron la escena del crimen.
Varios hombres rodeaban un hoyo cavado en la arena donde el cuerpo aún permanecía. Dos de ellos se dirigieron hacia Riley y Jenn a medida que se aproximaban. Uno de ellos era un hombre robusto y pelirrojo con uniforme. El otro, un hombre delgado con pelo negro rizado, llevaba una camisa blanca.
“Me alegra que llegaran tan rápido”, dijo el hombre pelirrojo cuando Riley y Jenn se presentaron. “Soy Parker Belt, el jefe de policía de Sattler. Este es Zane Terzis, el médico forense del distrito Tidewater”.
El jefe Belt llevó a Riley y Jenn hacia el hoyo y bajaron la mirada al cuerpo medio descubierto.
Riley estaba más que acostumbrada a ver cadáveres en varios estados de mutilación y descomposición. A pesar de ello, este la sacudió con una especie única de terror.
Era un hombre rubio, de unos treinta años de edad, y llevaba ropa para correr adecuada para una caminata fresca de mañana de verano por la playa. Sus brazos permanecían tendidos en rigor mortis de sus intentos desesperados de desenterrarse. Sus ojos estaban bien cerrados, y su boca abierta estaba llena de arena.
El jefe Belt se detuvo junto a Riley y Jenn.
Belt dijo: “El asesino no se llevó su cartera, la cual tenía un montón de identificación. Aunque no la necesitamos. Lo reconocí justo cuando Terzis y sus hombres descubrieron su rostro. Su nombre es Todd Brier, y él era un pastor luterano en Sattler. Yo no asistía a su iglesia, soy metodista. Pero lo conocía. Éramos buenos amigos. Fuimos a pescar juntos varias veces”.
La voz de Belt estaba llena de tristeza y conmoción.
“¿Cómo fue encontrado el cuerpo?”, preguntó Riley.
“Un tipo pasó caminando con su perro”, dijo Belt. “El perro se detuvo aquí, oliendo y haciendo ruido, y luego comenzó a cavar, y apareció una mano de inmediato”.
“¿El tipo que encontró el cuerpo sigue aquí?”, preguntó Riley.
Belt negó con la cabeza.
“Lo enviamos a casa. Estaba bastante conmovido. Pero le dijimos que tenía que estar disponible por si teníamos preguntas. Te puedo comunicar con él”.
Riley levantó la mirada del cuerpo al agua, que estaba a unos quince metros de distancia. Las aguas de la Bahía de Chesapeake eran de color azul oscuro, sus olas alcanzando la arena suavemente. Riley veía que la marea estaba en bajante.
Riley preguntó: “¿Este fue el segundo asesinato?”.
“Sí”, respondió Belt tristemente.
“¿Ha sucedido algo como esto antes?”.
“¿Aquí en Belle Terre?”, dijo Belt. “No, para nada. Esta es una reserva pacífica para aves y vida silvestre. La gente local utiliza esta playa, en su mayoría familias. De vez en cuando tenemos que detener a algún cazador furtivo o resolver una discusión entre visitantes. También tenemos que ahuyentar a vagabundos de vez en cuando. Eso es lo más grave que sucede aquí”.
Riley caminó alrededor del hoyo para mirar el cuerpo desde un ángulo diferente. Ella vio una mancha de sangre en la parte posterior de la cabeza de la víctima.
“¿Qué piensas de esta herida?”, le preguntó a Terzis.
“Parece que fue golpeado por un objeto duro”, dijo el forense. “La estudiaré mejor cuando tenga el cuerpo en la morgue. Pero por su aspecto, diría que probablemente fue suficiente para aturdirlo, solo el tiempo suficiente para que no pudiera pelear mientras que el asesino lo estaba enterrando. Dudo que estaba totalmente inconsciente. Es bastante obvio que luchó mucho”.
Riley se estremeció.
Sí, eso era evidente.
Ella le dijo a Jenn: “Toma fotos y envíamelas”.
Jenn inmediatamente sacó su teléfono celular y comenzó a sacar fotos del hoyo y el cadáver. Mientras tanto, Riley caminó lentamente alrededor del hoyo, mirando la playa desde todas las direcciones. El asesino no había dejado muchas pistas. La arena alrededor del hoyo obviamente había sido movida por el asesino cuando cavó, y había un rastro de huellas por donde se había acercado el trotador.
El asesino tampoco había dejado muchas huellas. La arena seca no tenía la forma de un zapato. Pero Riley veía donde las yerbas pantanosas por las que había llegado habían sido movidas por otra persona.
Ella señaló y le dijo a Belt: “Haz que tus chicos recorran la hierba cuidadosamente para ver si alguna fibra quedó atrapada allí”.
El jefe asintió con la cabeza.
Riley comenzó a sentir una sensación familiar, una sensación que a veces la inundaba en una escena del crimen.
No la había sentido mucho durante sus casos más recientes. Pero era una sensación bienvenida, una que sabía que podía utilizar como una herramienta.
Era una sensación extraña del asesino en sí.
Si permitía que esa sensación la inundara por completo, probablemente obtendría alguna idea sobre lo que había ocurrido aquí.
Riley se alejó unos pasos del grupo reunido en la escena. Miró a Jenn y vio que su compañera la estaba observando. Riley sabía que Jenn estaba al tanto de su reputación de entrar en las mentes de los asesinos. Riley asintió, y vio a Jenn entrar en acción, haciendo preguntas propias, distrayendo a los demás en la escena y dándole a Riley unos momentos para concentrar sus habilidades.
Riley cerró los ojos y trató de imaginarse la escena en el momento del asesinato.
Imágenes y sonidos la asaltaron con bastante facilidad.
Estaba un poco oscuro, y la playa estaba tenebrosa, pero había rastros de luz en el cielo al otro lado del agua, desde donde el sol saldría más tarde, y al menos se podía ver.
La marea estaba alta, y el agua probablemente solo estaba a un tiro de piedra de distancia, por lo que el sonido de las olas era fuerte.
“Lo suficientemente fuerte como para apenas poder oírse a sí mismo cavar”, se dio cuenta Riley.
En ese momento, a Riley no le costó entrar en una mente extraña…
Sí, él estaba cavando, y ella sentía la tensión de sus músculos mientras echaba paladas de arena, sentía la mezcla de sudor y bruma en su rostro.
Cavar no era una tarea fácil. De hecho, era un poco frustrante.
No era fácil cavar un hoyo en arena de playa como esta.
La arena tenía una forma de volver a llenar parcialmente el espacio donde cavaba.
Él estaba pensando…
“No será muy profundo. Pero no tiene que ser profundo”.
No dejaba de mirar hacia la playa, en busca de su presa. Y, por supuesto, no tardó en aparecer, corriendo por ahí con satisfacción.
Y en el momento perfecto, ya que el hoyo estaba lo suficientemente profundo.
El asesino empujó la pala en la arena, levantó las manos y saludó.
“¡Ven aquí!”, le gritó al trotador.
Aunque no importaba lo que gritara. Sobre el sonido de las olas, el trotador no sería capaz de distinguir sus palabras, solo un grito ahogado.
El trotador se detuvo ante el sonido y miró en su dirección.
Luego se acercó al asesino.
El trotador estaba sonriendo mientras se acercaba, y el asesino le devolvió la sonrisa.
En poco tiempo estuvieron al alcance del oído del otro.
“¿Qué pasa?”, gritó el trotador sobre las olas.
“Ven aquí, te lo mostraré”, le gritó el asesino.
El trotador se acercó al lugar donde se encontraba el asesino.
“Mira ahí abajo”, dijo el asesino. “Mira muy de cerca”.
El trotador se agachó y, con un movimiento rápido y hábil, el asesino cogió la pala y lo golpeó en la parte posterior de su cabeza, haciéndolo caer en el hoyo…
Riley fue sacada de su ensoñación por el sonido de la voz del jefe Belt.
“¿Agente Paige?”.
Riley abrió los ojos y vio que Belt la miraba con una expresión curiosa. No había sido distraído por las preguntas de Jenn.
Él dijo: “Creo que te nos fuiste por unos momentos”.
Riley oyó a Jenn reírse.
“Ella hace eso a veces”, le dijo Jenn al jefe. “No te preocupes, está trabajando”.
Riley analizó lo que había visto en su mente rápidamente, todo muy hipotético, por supuesto, y apenas una sensación de todo lo que había sucedido.
Pero se sentía muy segura de un detalle: que el trotador se había acercado porque el asesino lo había llamado y que lo había hecho sin miedo.
Este era un detalle pequeño, pero crucial.
Riley le dijo al jefe de policía: “El asesino es encantador, simpático. Las personas confían en él”.
Los ojos del jefe se abrieron de par en par.
“¿Cómo lo sabes?”, preguntó.
Riley oyó la risa de alguien que se acercaba detrás de ella.
“Créeme, ella sabe lo que está haciendo”.
Se dio la vuelta ante el sonido de la voz.
Se sintió muy alegre ante lo que vio.
CAPÍTULO SEIS
El jefe Belt dio un paso hacia el hombre que se acercaba.
Le dijo: “Señor, esta área está cerrada. ¿No vio la cinta policial?”.
“Está bien”, dijo Riley. “Este es el agente especial Bill Jeffreys. Él está con nosotras”.
Riley corrió hacia Bill y lo alejó lo suficiente como para no ser escuchados por los demás.
“¿Qué pasó?”, preguntó. ¿Por qué no respondiste mis mensajes de texto?”.
Bill sonrió con timidez.
“Me comporté como un idiota. Yo…”. Su voz se quebró y él apartó la mirada.
Riley esperó su respuesta.
Finalmente, dijo: “Cuando recibí tus mensajes de texto, no sabía si estaba preparado para esto o no. Llamé a Meredith para que me diera más detalles, pero todavía no sabía si estaba listo. Caray, no sabía si estaba listo cuando empecé a conducir hasta aquí. No sabía si estaba listo hasta ahora mismo cuando vi…”.
Señaló el cuerpo.
Y agregó: “Ahora lo sé. Estoy listo para volver al trabajo. Cuenta conmigo”.
Su voz era firme y su expresión le decía que iba en serio. Riley dio un gran suspiro de alivio.
Llevó a Bill de nuevo a los funcionarios agrupados alrededor del cuerpo en el hoyo. Lo introdujo al jefe de policía y al médico forense.
Jenn ya conocía a Bill y se veía contenta de verlo, y esto agradó a Riley. Lo último que necesitaba era que Jenn se sintiera marginada o resentida.
Riley y los demás le dijeron a Bill lo poco que sabían hasta ahora y Bill escuchó con gran interés.
Finalmente, Bill le dijo al forense: “Creo que ya pueden llevarse el cuerpo, si la agente Paige está de acuerdo”.
“Estoy de acuerdo”, respondió Riley. Le alegraba el hecho de que Bill parecía el mismo de siempre, con ganas de afirmar su autoridad.
Mientras el equipo del forense comenzó a sacar el cuerpo del hoyo, Bill estudió el área.
Le preguntó a Riley: “¿Revisaste el área del otro asesinato?”.
“Todavía no”, respondió ella.
“Entonces deberíamos ir a hacer eso”, dijo.
Riley le dijo al jefe Belt: “Vamos a echarle un vistazo a la otra escena del crimen”.
El jefe asintió con la cabeza. “Queda a unos tres kilómetros dentro de la reserva natural”, agregó.
Todos ellos lograron abrirse paso por los reporteros de nuevo sin hacer comentarios. Riley, Bill y Jenn se metieron en la camioneta del FBI y el jefe se llevó otro auto. El jefe los alejó de la playa, a lo largo de un camino de arena a una zona boscosa. Estacionaron sus autos cuando llegaron al final del camino. Riley y sus colegas siguieron a los dos funcionarios a pie por un sendero entre árboles.
El jefe mantuvo al grupo a un lado del camino, señalando unas huellas distintas aquí en la tierra firme.
“Tenis deportivas comunes y corrientes”, comentó Bill.
Riley asintió. Veía las huellas en ambas direcciones. Pero se sintió segura de que no les ofrecerían mucha información, excepto la talla de zapato del asesino.
Sin embargo, algunas marcas interesantes se intercalaban con las huellas. Dos líneas movidas fueron excavadas en el suelo.
“¿Qué opinas de esas líneas?”, le preguntó Riley a Bill.
“Huellas de una carretilla, yendo y viniendo”, dijo Bill. Miró por encima del hombro hacia el camino y agregó: “Mi conjetura es que el asesino se estacionó cerca de donde nos estacionamos nosotros y llevó sus herramientas por este camino”.
“Eso es lo que dedujimos nosotros también”, concordó Belt. “Y se fue también por este camino”.
En poco tiempo llegaron a un lugar donde el camino se cruzaba con uno más estrecho. En medio de este camino más pequeño había un hoyo largo y profundo. Era aproximadamente igual de ancho que el camino en sí.
El jefe Belt señaló el lugar donde el nuevo camino salía de los árboles circundantes. “Parece que la otra víctima llegó trotando de esa dirección”, dijo. “El hoyo estaba camuflado, y cayó adentro”.