Una Vez Enterrado - Блейк Пирс 6 стр.


El mayor contraste era la arena que marcaba el paso del tiempo. En el reloj de arena que Bill había encontrado entre los árboles, toda la arena estaba en el receptáculo inferior. Pero en este reloj de arena, la mayor parte de la arena todavía estaba en el receptáculo superior.

Esta arena estaba en movimiento, vaciándose lentamente en el otro receptáculo.

Riley estaba segura de una cosa: que el asesino había querido que encontraran este reloj de arena, tan cierto como que había querido que encontraran el otro.

Tucker finalmente habló. “¿Cómo sabías que lo tenía?”, le preguntó a Riley.

Riley sacó su placa.

“Yo haré las preguntas, si no le molesta”, dijo en una voz no amenazante. “¿Cómo lo consiguió?”.

Tucker se encogió de hombros.

“Fue un regalo”, dijo.

“¿De quién?”, preguntó Riley.

“De los dioses, tal vez. Prácticamente cayó del cielo. Cuando salí esta mañana, lo vi de inmediato, allá en las mantas con mis otras cosas. Lo metí a la tienda y me volví a dormir. Entonces me volví a despertar, y he estado aquí sentado mirándolo por un tiempo”.

Se quedó mirando el reloj de arena fijamente.

“Nunca había visto al tiempo pasar”, dijo. “Es una experiencia única. Se siente como si el tiempo pasara lento y rápido al mismo tiempo. Y hay una sensación de inevitabilidad al respecto. Como dicen, no se puede volver atrás en el tiempo”.

Riley le preguntó a Tucker: “¿La arena estaba corriendo así cuando lo encontró, o usted le dio la vuelta?”.

“No le hice nada”, dijo Tucker. “¿Crees que me atrevería a cambiar el flujo del tiempo? No me meto con asuntos cósmicos como ese. No soy tan estúpido”.

“No, no es estúpido en absoluto”, pensó Riley.

Ella sentía que estaba empezando a entender a Rags Tucker mejor con cada momento que conversaban. Cultivaba con cuidado este personaje vagabundo para el entretenimiento de los visitantes. Se había convertido en una atracción local aquí en Belle Terre. Y por lo que el jefe Belt había hablado de él, Riley sabía que se ganaba una vida modesta con ello. Se había establecido como un adorno local y tenía un permiso tácito para vivir exactamente donde quería.

Rags Tucker estaba aquí para entretener y ser entretenido.

Riley se dio cuenta de que esta era una situación delicada.

Necesitaba quitarle el reloj de arena. Quería hacerlo rápido y sin alboroto.

Pero ¿estaría dispuesto a renunciar al reloj?

Aunque conocía las leyes de registro y confiscaciones perfectamente bien, no estaba del todo segura acerca de cómo aplicaban a un vagabundo que vivía en una tienda india en propiedad pública.

Preferiría lidiar con esto sin tener que obtener una orden judicial. Pero tenía que proceder con cuidado.

Ella le dijo a Tucker: “Creemos que pudo haber sido dejado aquí por la persona que cometió los dos asesinatos”.

Los ojos de Tucker se abrieron de par en par.

Luego Riley dijo: “Tenemos que llevarnos este reloj de arena. Podría ser una prueba importante”.

Tucker negó con la cabeza lentamente.

Él dijo: “Está olvidando la ley de la playa”.

“¿Cuál es esa?”, dijo Riley.

“‘El que se lo encuentra se lo queda’. Además, si esto realmente es un regalo de los dioses, no creo que deba separarme de él. No quiero violentar la voluntad del cosmos”.

Riley estudió su expresión. Se dio cuenta de que no estaba loco ni delirante, aunque a veces podría actuar como tal. Eso formaba parte del espectáculo.

No, este vagabundo en particular sabía exactamente lo que estaba haciendo y diciendo.

“Este es su negocio”, pensó Riley.

Riley abrió su cartera, sacó un billete de veinte dólares y se lo ofreció.

Ella dijo: “Tal vez esto ayudará a aclarar las cosas con el cosmos”.

Tucker esbozó una pequeña sonrisa.

“No sé”, dijo. “El universo está muy caro”.

Riley sentía que estaba entendiendo al hombre, así como también cómo seguirle el juego.

Ella dijo: “Siempre en expansión, ¿eh?”.

“Sí, desde el Big Bang”, dijo Tucker. Se frotó los dedos y agregó: “Y me enteré que está atravesando una nueva fase inflacionaria”.

Riley no pudo evitar admirar la astucia y la creatividad del hombre. Supuso que lo mejor sería cerrar un trato con él antes de que la conversación se profundizara más, hasta el punto de que no llegara a entender nada.

Sacó otro billete de veinte dólares de su cartera.

Tucker arrebató ambos billetes de veinte de su mano.

“Es suyo”, dijo. “Cuídelo mucho. Tengo la sensación de que esa cosa es muy poderosa”.

Riley se encontró pensando que tenía razón, probablemente más razón de la que creía.

Con una sonrisa, Rags Tucker agregó: “Creo que puede con eso”.

Bill se puso los guantes de nuevo y se acercó al reloj de arena para tomarlo.

Riley le dijo: “Ten cuidado, muévelo lo menos que puedas. No queremos interferir con la rapidez con la que se está moviendo”.

A lo que Bill tomó el reloj de arena, Riley le dijo a Tucker: “Gracias por su ayuda. Quizá volvamos a hacerle más preguntas. Espero esté disponible”.

Tucker se encogió de hombros y dijo: “Aquí estaré”.

A lo que se dieron la vuelta para irse, el jefe Belt le preguntó a Riley: “¿En cuánto tiempo crees que toda la arena se vacíe en la parte inferior?”.

Riley recordó que el médico forense había dicho que ambos asesinatos habían tenido lugar aproximadamente a las seis de la mañana. Riley miró su reloj. Ahora eran casi las once. Hizo unos cálculos en su mente.

Riley le dijo a Belt: “La arena se agotará aproximadamente en diecinueve horas”.

“¿Que pasará en ese entonces?”, preguntó Bill.

“Alguien morirá”, dijo Riley.

CAPÍTULO NUEVE

Riley no podía sacarse las palabras de Rags Tucker de su mente.

“Y hay una sensación de inevitabilidad al respecto”.

Ella y sus colegas estaban haciendo su camino de regreso por la playa hacia la escena del crimen. Bill llevaba el reloj de arena, y Jenn y el jefe Belt lo flanqueaban para ayudarlo a mantenerlo estable. Estaban tratando de no afectar el flujo de arena. Y, por supuesto, de esa arena fue que la Rags había hablado.

Inevitabilidad.

Aunque se estremeció ante la idea, se dio cuenta de que era exactamente el efecto que el asesino tenía en mente.

Los quería hacer sentir que su próximo asesinato era inevitable.

Era su forma de ponerlos nerviosos.

Riley sabía que no debían agitarse demasiado, pero le preocupaba que eso no sería fácil.

Mientras caminaba por la arena, sacó su celular y llamó a Brent Meredith.

Cuando contestó, ella dijo: “Señor, tenemos una situación grave en nuestras manos”.

“¿Qué pasa?”, preguntó Meredith.

“Nuestro asesino atacará cada veinticuatro horas”.

“Dios mío”, dijo Meredith. “¿Cómo lo sabes?”.

Riley estaba a punto de explicarle todo, pero cambió de opinión. Sería mejor si él realmente pudiera ver ambos relojes de arena.

“Ya vamos de regreso a la camioneta”, dijo Riley. “Te llamaré por video cuando estemos allí”.

Riley finalizó la llamada justo cuando llegaron a la escena del crimen. Los policías de Belt seguían en las yerbas pantanosas en busca de pistas. Quedaron boquiabiertos a lo que vieron a Bill cargando el enorme reloj de arena.

“¿Qué demonios es eso?”, preguntó uno de los policías.

“Evidencia”, dijo Belt.

Se le ocurrió a Riley que lo último que quería en este momento era que los reporteros lograran echarle un vistazo al reloj de arena. Si eso ocurría, se correría aún más la voz, empeorando esta situación ya caótica. Y seguramente habría reporteros al acecho en la zona de estacionamiento. Ellos ya sabían que dos personas habían sido enterradas vivas. Jamás se rendirían hasta tener su historia.

Se volvió hacia el jefe Belt y le preguntó: “¿Me puedes prestar tu chaqueta?”.

Belt se quitó la chaqueta y se la entregó. Riley la usó para cubrir el reloj de arena con cuidado.

“Vamos”, les dijo Riley a Bill y Jenn. “Tratemos de meter esto en nuestro vehículo sin atraer demasiada atención”.

Sin embargo, cuando ella y sus dos colegas salieron de la cinta policial, Riley vio que habían llegado más reporteros. Se amontonaron alrededor de Bill, exigiendo saber lo que llevaba.

Riley sintió una sacudida de alarma mientras apretaban a Bill, quien estaba tratando de mantener el reloj de arena lo más estable posible. Los empujones por sí solos podrían ser suficientes para interferir con el flujo de arena. Peor aún, alguien podría hacerlo caer de sus manos.

Ella le dijo a Jenn: “Tenemos que alejarlos de Bill”.

Ella y Jenn se abrieron paso entre los reporteros, ordenándolos a retroceder.

Los reporteros obedecieron sin mucho alboroto y se quedaron mirando embobados.

Riley se dio cuenta rápidamente...

“Probablemente piensan que es una bomba”.

Después de todo, esa posibilidad se le había ocurrido a ella y sus colegas en el bosque cuando Bill descubrió el primer reloj de arena.

Riley se encogió ante la idea de los titulares que pronto podrían aparecer, y el pánico que eso podría conllevar.

Le dijo bruscamente a los reporteros: “No es un artefacto explosivo. Solo es evidencia. Evidencia delicada”.

Fue respondida por un coro de voces preguntándole qué era.

Riley negó con la cabeza y se alejó de ellos. Bill había hecho su camino a la camioneta, así que ella y Jenn corrieron hacia él. Se metieron y aseguraron cuidadosamente el nuevo reloj de arena al lado del otro, el cual estaba sujetado en su lugar y cubierto con una manta.

Los reporteros se reagruparon rápidamente y rodearon la camioneta, gritando preguntas de nuevo.

Riley soltó un gemido de frustración. Nunca podrían trabajar con todo este gentío.

Riley se puso al volante y comenzó a conducir. Un reportero especialmente determinado trató de bloquear su camino, colocándose directamente en frente del vehículo. Prendió las sirenas, y el reportero sobresaltado se echó a un lado. Comenzó a conducir, dejando a la manada de reporteros atrás.

Después de conducir un kilómetro, Riley encontró un lugar bastante aislado donde podía estacionar el vehículo.

Luego le dijo a Jenn y Bill: “Lo primero es lo primero. Hay que desempolvar los relojes de arena para ver si encontramos huellas dactilares”.

Bill asintió y dijo: “Hay un kit en la guantera”.

Mientras Jenn y Bill trabajaban, Riley sacó su tableta y llamó a Brent Meredith por video.

Para su sorpresa, Meredith no fue el único rostro que apareció en su pantalla. Había ochos rostros más, incluyendo un rostro infantil y pecoso que Riley no quería ver en absoluto.

Era el agente especial encargado Carl Walder, el jefe de Meredith en la UAC.

Riley contuvo un gemido de desánimo. Ellos no habían estado de acuerdo en muchas cosas. De hecho, la había suspendido e incluso despedido en varias ocasiones.

Pero ¿por qué estaba participando en esta llamada?

Con un gruñido apenas disimulado, Meredith dijo: “Agente Paige, el jefe Walder ha tenido la amabilidad de participar en esta conversación. Y formó un equipo para ayudarnos en este caso”.

Cuando Riley vio la expresión molesta en el rostro de Meredith, ella entendió perfectamente la situación.

Carl Walder había estado monitoreando el caso durante toda la mañana. Justo cuando se enteró de que Riley había solicitado una videoconferencia con Meredith, había convocado a su propio grupo de agentes para que también participaran en ella. En este momento todos estaban sentados en sus oficinas y cubículos en la UAC, sus computadoras configuradas para videoconferencias.

Riley no pudo evitar fruncir el ceño. El pobre Brent Meredith debió haber sentido que le habían tendido una emboscada. Riley estaba segura de que Walder estaba presumiendo, como de costumbre. Y al hacer que su propio equipo participara, estaba dando a conocer descaradamente su falta de confianza en el profesionalismo de Riley.

Afortunadamente, ella había trabajado con algunas de las personas que Walder había convocado y confiaba en ellas. Ella vio a Sam Flores, un técnico de laboratorio brillante, y a Craig Huang, un agente de campo joven y prometedor.

Aun así, lo último que necesitaba en ese momento era un equipo de personas a las cuales administrar y organizar. Ella sabía que funcionaría mejor trabajando solo con Bill y Jenn.

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