Una Vez Tomado - Блейк Пирс 2 стр.


“Me encantaría”, dijo.

Se sentó en la mesa, y Huang salió de la cocina para reunirse con los demás.

“Agente Paige, soy la Agente María de la Luz Vargas Ramírez”. Luego sonrió. “Lo sé, es tremendo trabalenguas. Es una costumbre mexicana. Todos me llaman Lucy Vargas”.

“Me alegra que estés aquí, Agente Vargas”, dijo Riley.

“Llámame Lucy”.

La joven se quedó callada por un momento, contemplando a Riley. Finalmente dijo, “Agente Paige, espero no parecer impertinente con esto pero... es un verdadero honor conocerte. He estado siguiendo tu trabajo desde que entré en formación. Tus registros son increíbles”.

“Gracias”, dijo Riley.

Lucy sonrió con admiración. “Digo, la forma en que concluiste el caso Peterson— toda la historia me asombra”.

Riley negó con la cabeza.

“Desearía que las cosas fueran así de simples”, dijo. “No está muerto. Él fue el intruso”.

Lucy la miró fijamente, estupefacta.

“Pero todo el mundo dice—”, Lucy comenzó.

Riley la interrumpió.

“Alguien más pensaba que estaba vivo. Marie, la mujer que rescaté. Estaba segura que todavía la estaba acechando. Ella...”.

Riley hizo una pausa, recordando dolorosamente la imagen del cuerpo de Marie en su propio dormitorio.

“Ella se suicidó”, dijo Riley.

Lucy se veía horrorizada y sorprendida. “Lo siento”, dijo.

En ese momento, Riley oyó una voz familiar llamar su nombre.

“¿Riley? ¿Estás bien?”.

Ella se volvió y vio a un Bill Jeffreys ansioso parado en el arco de la cocina. El UAC debió haberlo alertado sobre la situación y había venido a su casa por su cuenta.

“Estoy bien, Bill”, dijo. “April también está bien. “Siéntate”.

Bill se sentó en la mesa con Riley, April y Lucy. Lucy lo miró fijamente, aparentemente asombrada por estar conociendo al ex compañero de Riley, otra leyenda del FBI.

Huang entró de nuevo a la cocina.

“Nadie está adentro de la casa, ni en los alrededores”, le dijo a Riley. “Mis agentes han recopilado toda la evidencia que pudieron encontrar. Dicen que no tienen mucho. Corresponde a los técnicos de laboratorio ver qué pueden hacer con lo que encontraron”.

“Justo lo que me temía”, dijo Riley.

“Parece que es momento de que finalicemos”, dijo Huang. Luego salió de la cocina para darles a sus agentes sus órdenes finales.

Riley se volvió hacia su hija.

“April, te quedarás en casa de tu padre esta noche”.

Los ojos de April se abrieron.

“No te dejaré aquí”, dijo April. “Y de seguro no quiero quedarme con Papá”.

“Tienes que hacerlo”, dijo Riley. “Podrías no estar segura aquí”.

“Pero Mamá—”.

Riley la interrumpió. “April, todavía hay cosas que no te he dicho acerca de este hombre. Cosas terribles. Estarás a salvo con tu padre. Te buscaré mañana después de clases”.

Lucy habló antes de que April pudiera protestar más.

“Tu madre tiene razón, April. Créeme. De hecho, considéralo una orden de mi parte. Escogeré a unos agentes para que te lleven. Agente Paige, con tu permiso, llamaré a tu ex marido y le diré lo que está sucediendo”.

La oferta de Lucy sorprendió a Riley y también la contentó. Resultaba casi extraño el hecho de que Lucy pareciera entender que le sería difícil hacer esa llamada. Ryan se tomaría esta noticia más seriamente de cualquier otro agente que no fuera Riley. Lucy también había tratado bien a April.

No sólo se había percatado de la cerradura forzada, sino que también había demostrado empatía. La empatía era una excelente cualidad en un agente UAC, y dicha cualidad se desgastaba a menudo por el estrés del trabajo.

Esta mujer es buena, pensó Riley.

“Ven”, le dijo Lucy a April. “Vamos a llamar a tu papá”.

April le tiró dagas a Riley con su mirada. Aun así, se levantó de la mesa y siguió a Lucy a la sala de estar, donde comenzaron a hacer la llamada.

Riley y Bill se quedaron solos en la mesa de la cocina. A pesar de que parecía no haber más nada que hacer, a Riley le pareció adecuado el hecho de que Bill estuviera allí. Habían trabajado juntos durante años y siempre había considerado que eran un buen par, ambos tenían cuarenta años con unas cuantas canas en sus pelos oscuros. Ambos eran dedicados en sus trabajos y tenían problemas en sus matrimonios. Bill era sólido en estructura y temperamento.

“Fue Peterson”, dijo Riley. “Estuvo aquí”.

Bill no le respondió. No se veía convencido.

“¿No me crees?”, dijo Riley. “Habían piedritas en mi cama. Debió haberlas colocado allí. No pudieron haber llegado allí de otra manera”.

Bill negó con la cabeza.

“Riley, estoy seguro de que realmente hubo un intruso”, dijo. “No te estabas imaginando esa parte. ¿Pero Peterson? Lo dudo mucho”.

La ira de Riley iba en aumento.

“Bill, escúchame. Oí golpeteos contra la puerta una de estas noches y encontré piedritas cuando revisé las afueras de la casa. Marie oyó a alguien tirar piedras a la ventana de su dormitorio. ¿Quién más podría ser?”.

Bill suspiró y negó con la cabeza.

“Riley, estás cansada”, dijo. “Y cuando uno está cansado y tiene una idea fija en su cabeza, le es fácil creer casi cualquier cosa. Le puede pasar a cualquiera”.

Riley se esforzó para no derramar sus lágrimas. En sus mejores días, Bill habría confiado en sus instintos sin duda. Pero esos días se acabaron. Y ella sabía el porqué. Hace unas noches, lo había llamado borracha y había sugerido que actuaran por la atracción mutua que sentían y que iniciaran un romance. Había sido horrible y ella lo sabía. No había bebido nada desde entonces. Aun así, las cosas no habían estado bien entre ella y Bill después de eso.

“Sé de qué se trata esto, Bill”, dijo. “Es por esa estúpida llamada. Ya no confías en mí”.

Ahora la voz de Bill se llenó de ira.

“Coño, Riley, sólo estoy tratando de ser realista”.

Riley estaba furiosa. “Sólo vete, Bill”.

“Pero Riley—”.

“O me crees o no me crees. Decídete de una buena vez. Pero en este momento quiero que te vayas”.

Resignado, Bill se levantó de la mesa y se fue.

Por la puerta de la cocina Riley vio que casi todo el mundo se había ido de su casa, incluyendo a April. Lucy entró de nuevo a la cocina.

“El Agente Huang dejará a un par de agentes aquí”, dijo. “Vigilarán la casa desde una patrulla por el resto de la noche. No estoy segura de que sea buena idea que estés sola adentro de la casa. Sería un placer quedarme”.

Riley lo pensó por un momento. Lo que quería, lo que necesitaba ahora mismo, era que alguien creyera que Peterson no estaba muerto. Dudaba que sería capaz ni de convencer a Lucy de eso. Todo parecía inútil.

“Estaré bien, Lucy”, dijo Riley.

Lucy asintió y salió de la cocina. Riley escuchó el sonido de los últimos agentes yéndose de su casa y cerrando la puerta. Riley se levantó y revisó la puerta principal y la trasera para asegurarse de que estaban cerradas con llave. Colocó dos sillas contra la puerta trasera. Harían bastante ruido si alguien forzaba la cerradura de nuevo.

Luego entró a la sala de estar para echar un vistazo. La casa parecía extrañamente iluminada, ya que todas las luces estaban encendidas.

Debería apagar algunas de las luces, pensó.

Pero al acercarse al interruptor de luz de la sala de estar, sus dedos se congelaron. No podía hacerlo. Estaba paralizada de terror.

Sabía que Peterson volvería por ella.

Capítulo 3

Riley vaciló por un momento cuando entró al edificio de la UAC, preguntándose si realmente estaba preparada para encontrarse con todos. No había dormido en toda la noche y estaba extremadamente cansada. La sensación de terror que no la había dejado dormir la noche anterior había agotado toda su adrenalina. Ahora se sentía vacía.

Riley respiró profundamente.

Lo único que puedo hacer es afrontarlo.

Juntó su coraje y entró en el laberinto de agentes, especialistas y personal de apoyo del FBI. Mientras caminó por la zona abierta, caras conocidas levantaron la mirada de sus computadoras. La mayoría sonrieron al verla y algunos levantaron su pulgar, dándole ánimo. Riley empezó a sentirse contenta por haber decidido venir a trabajar. Necesitaba algo que le levantara el ánimo.

“Excelente trabajo con el Asesino de las Muñecas”, dijo un agente joven.

Le tomó a Riley un par de segundos comprender lo que quería decir. Entonces entró en cuenta que el “Asesino de las Muñecas” debía ser el nuevo apodo para Dirk Monroe, el psicópata que acababa de derrotar. El nombre tenía sentido.

Riley también notó que algunas personas la miraban cautelosamente. Sin duda habían oído sobre el incidente en su casa de la noche anterior, cuando todo un equipo había corrido a ayudarla luego de su llamada frenética. Probablemente se preguntarán si estoy fuera de mis cabales, pensó. Lo que sabía era que absolutamente nadie en la Agencia creía que Peterson todavía estaba vivo.

Riley se detuvo en el escritorio de Sam Flores, un técnico de laboratorio con anteojos de montura negra, que estaba trabajando en su computadora.

“¿Qué noticias tienes para mí, Sam?”, dijo Riley.

Sam levantó la mirada de la pantalla.

“Me estás hablando de tu entrada forzada, ¿cierto? Estoy ojeando algunos informes preliminares. Me temo que no habrá mucho. Los chicos de laboratorio no encontraron nada en las piedritas, ni ADN ni fibras. Tampoco encontraron huellas”.

Riley suspiró con desaliento.

“Hazme saber si cambia algo”, dijo Riley, dándole una palmadita en la espalda.

“No te ilusiones”, dijo Flores.

Riley continuó al área compartida por los agentes superiores. Cuando caminó por las pequeñas oficinas con paredes de cristal, vio que Bill no había llegado todavía. Realmente era un alivio, pero sabía que tarde o temprano tendrían que aclarar la incomodidad reciente que había entre ellos.

Cuando entró en su oficina limpia y bien organizada, Riley notó inmediatamente que tenía un mensaje telefónico. Era de Mike Nevins, el psiquiatra forense de DC que a veces consultaba en ciertos casos de la UAC. A lo largo de los años, ella lo había considerado una fuente de intuición notable, y no sólo en los casos. Mike había ayudado a Riley a superar su propio TEPT después de su captura y tortura a manos de Peterson. Sabía que la estaba llamado para ver cómo estaba, como de costumbre.

Estaba a punto de devolverle la llamada cuando la figura ancha del Agente Especial Brent Meredith apareció en su puerta. Las características negras y angulares del comandante de la unidad insinuaban su personalidad firme y sensata. Riley se sintió aliviada al verlo, su presencia siempre la tranquilizaba.

“Bienvenida, Agente Paige”, dijo.

Riley se puso de pie para estrechar su mano. “Gracias, Agente Meredith”.

“Oí que tuviste otra pequeña aventura anoche. Espero que estés bien”.

“Estoy bien, gracias”.

Meredith la miró con preocupación genuina y Riley sabía que estaba tratando de evaluar qué tan preparada estaba para trabajar.

“¿Quieres acompañarme al área de descanso para tomarnos un café?”, preguntó.

“Gracias, pero hay algunos archivos que necesito revisar. En otra ocasión”.

Meredith asintió y se quedó callado. Riley sabía que estaba esperando que hablara. Sin duda también había oído que ella creía que Peterson había sido el intruso. Le estaba dando una oportunidad de expresar su opinión. Pero estaba segura de que Meredith no estaría de acuerdo con ella, como los demás.

“Bueno, mejor me voy”, dijo. “Me avisas cuando puedas tomarte un café o ir a almorzar conmigo”.

“Lo haré”.

Meredith hizo una pausa y se volvió hacia Riley.

Lentamente y con cuidado, dijo, “Ten cuidado, Agente Paige”.

Riley detectó un mundo de significado en esas dos palabras. Hace poco otro cabecilla de la Agencia la había suspendido por insubordinación. Había sido reintegrada, pero su cargo todavía podía estar en la cuerda floja. Riley sintió que Meredith le estaba dando una advertencia amistosa. No quería que se perjudicara a sí misma. Y armar un escándalo sobre Peterson podría causar problemas con los que dieron por cerrado el caso.

Tan pronto como se encontró sola en su oficina, Riley fue a su archivador y sacó el archivo grueso sobre el caso de Peterson. Lo abrió en su escritorio y lo ojeó, refrescando su memoria acerca de su némesis. No encontró mucho de ayuda.

La verdad es que el hombre seguía siendo un enigma. No había habido ningún registro de su existencia hasta que Bill y Riley finalmente lo rastrearon. Peterson quizás ni era su verdadero apellido, y habían encontrado diversos nombres de pila supuestamente conectados con él.

Cuando Riley examinó el archivo, se encontró con fotografías de sus víctimas—mujeres que habían sido encontradas en tumbas poco profundas. Todas tenían cicatrices por quemaduras, y la causa de la muerte de todas había sido estrangulamiento manual. Riley se estremeció al recordar las manos grandes y poderosas que la habían capturado y enjaulado como un animal.

Nadie sabía cuántas mujeres había matado. Quizás había más cadáveres que aún no habían sido encontrados. Nadie sabía del hecho que le gustaba atormentar a las mujeres en la oscuridad con una antorcha de propano hasta que Marie y Riley habían sido capturadas y vivieron para contarlo. Y nadie más estaba dispuesto a creer que Peterson todavía estaba vivo.

Todo esto realmente la estaba desanimando. Riley se distinguía por su habilidad de entrar en la mente de los asesinos—una habilidad que a veces la asustaba. Aun así, nunca había sido capaz de entrar en la mente de Peterson. Y, en ese momento, sintió que lo entendía aún menos que antes.

A Riley nunca le había parecido que era un psicópata organizado. El hecho de que abandonaba a sus víctimas en fosas poco profundas sugería todo lo contrario. No era perfeccionista. Aun así, era lo suficientemente meticuloso como para no dejar pistas. El hombre era realmente paradójico.

Recordó algo que Marie le había dicho poco antes de suicidarse...

“Tal vez es como un fantasma, Riley. Quizás eso fue lo que pasó durante la explosión. Mataste su cuerpo pero no mataste su maldad”.

No era un fantasma, y Riley lo sabía. Estaba segura, más segura que nunca, que él estaba por ahí, y que ella era su próximo objetivo. Aun así, es como si fuera un fantasma en su opinión. Aparte de sí misma, nadie más creía que existía.

“¿Dónde estás, bastardo?”, dijo en voz alta.

Ella no lo sabía, y no tenía ninguna forma de averiguarlo. Estaba completamente obstaculizada. No tenía más remedio que abandonar la cuestión por ahora. Cerró la carpeta y la colocó de nuevo en su archivero.

En ese momento sonó el teléfono de su oficina. Vio que la llamada venía de la línea compartida por todos los agentes especiales. Es la línea que el banco telefónico de la UAC utilizaba para reenviar las llamadas apropiadas a los agentes. Como regla general, cualquier agente que contestaba la llamada primero tomaría el caso.

Riley miró a las otras oficinas. Nadie más parecía estar trabajando. Los otros agentes o estaban tomando un descanso o estaban trabajando en otros casos. Riley contestó el teléfono.

“Agente Especial Riley Paige. ¿En qué puedo ayudarle?”.

La voz en la línea sonaba agobiada.

“Agente Paige, habla Raymond Alford, el Comisario de Reedsport, Nueva York. Tenemos un problema serio aquí. ¿Podemos hacer una videoconferencia? Creo que tal vez podría explicarlo mejor de esa manera. Y tengo unas imágenes que debes ver”.

La curiosidad de Riley se despertó. “Claro”, dijo. Le dio a Alford su información de contacto. Estaba hablando con él cara a cara unos momentos más tarde. Era un hombre delgado y mayor que estaba quedándose calvo. En este momento se veía ansioso y cansado.

“Hubo un asesinato aquí anoche”, le dijo Alford. “Uno verdaderamente feo. Déjame mostrarte”.

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