Riley no respondió, pero se había estado preguntando lo mismo. También se preguntó si la policía ya había averiguado algo.
Trudy continuó: —¿Y el que la mató es alguien que conocemos? ¿Y si una de nosotras es la siguiente? Riley, tengo miedo.
Riley siguió callada.
Sin embargo, estaba segura de que Rhea había conocido a su asesino. No sabía por qué estaba segura de eso, ya que ella no era policía ni sabía nada de criminales. Pero sus instintos le decían que Rhea había conocido y confiado en su asesino, tanto así que ni le dio tiempo de salvarse a sí misma.
Trudy miró a Riley fijamente y luego dijo: —Tú no pareces estar asustada.
Eso sorprendió a Riley.
Por primera vez, cayó en la cuenta: «No, no tengo miedo.»
Ella había estado sintiendo casi todas las emociones terribles que existían: culpa, dolor, shock y sí, horror. Pero el horror que sentía era diferente, ya que no temía por su propia vida. El horror que sentía era por la propia Rhea, horror por esa cosa terrible que le había sucedido.
Pero Riley no tenía miedo.
Se preguntó si era por lo que le había pasado a su madre hace todos esos años, el sonido de ese disparo, toda esa sangre, la pérdida incomprensible que todavía le dolía.
¿Ese terrible trauma que había sufrido la había hecho más fuerte que otras personas?
Por alguna razón, esperaba que ese no fuera el caso. No parecía correcto ser así de fuerte, fuerte de unas formas en que otras personas no eran.
Simplemente no parecía muy…
Le tomó a Riley unos segundos pensar en la palabra adecuada.
Humano.
Se estremeció un poco, y luego le dijo a Trudy: —Me voy al dormitorio. Necesito dormir. ¿Quieres venir conmigo?
Trudy negó con la cabeza.
—Solo quiero quedarme aquí un rato —dijo.
Riley se levantó de su silla y le dio un abrazo a Trudy. Después vació su bandeja y salió del centro de estudiantes. No fue un largo camino de regreso al dormitorio, y se sintió aliviada de no ver a ningún reportero en el camino. Cuando llegó a la puerta principal del dormitorio, se detuvo por un momento. Ahora entendía por qué Trudy no había querido volver con ella. No estaba preparada para enfrentar el dormitorio.
Mientras Riley estaba parada allí en la puerta, ella también se sintió rara. Sí, había pasado la noche allí. Sí, vivía allí.
Pero después de haber pasado algún tiempo afuera, donde se había declarado que todo debía volver a la normalidad, ¿estaba lista para volver a entrar en el edificio donde Rhea había sido asesinada?
Ella respiró profundo y finalmente entró por la puerta principal.
Al principio pensó que se sentía bien. Pero mientras continuó por el pasillo, se sintió más extraña, como si estuviera caminando y moviéndose bajo el agua. Se dirigió directamente a su propia habitación y estuvo a punto de abrir la puerta cuando sus ojos se dirigieron hacia la habitación que Rhea y Heather habían compartido.
Se acercó y vio que la puerta estaba cerrada y sellada con cinta policial.
Riley se quedó allí, de repente sintiéndose terriblemente curiosa.
¿Cómo se veía en este momento?
¿Había sido limpiada?
¿O la sangre de Rhea seguía allí?
Riley sintió una terrible tentación de ignorar esa cinta, abrir la puerta y entrar.
Sabía que no debía caer en esa tentación. Y, por supuesto, la puerta estaría cerrada con llave.
Pero igual…
«¿Por qué me siento así?», pensó.
Se quedó allí, tratando de entender este impulso misterioso. Ella comenzó a darse cuenta de que tenía algo que ver con el asesino en sí.
No pudo evitar pensar: «Si abro la puerta, seré capaz de entrar en su mente.»
Sí, definitivamente no tenía ningún sentido.
Y entrar en una mente malvada era una idea realmente aterradora.
«¿Por qué?», se preguntó a sí misma.
¿Por qué quería entender al asesino?
¿Por qué sentía esta curiosidad tan poco natural?
Por primera vez desde que esto había pasado, Riley sintió mucho miedo…
No temía por su vida. Más bien estaba asustada de sí misma.
CAPÍTULO SEIS
El siguiente lunes por la mañana, Riley se sintió muy incómoda a lo que se sentó en su asiento en la clase de psicología avanzada.
Después de todo, era la primera clase a la que asistía desde el asesinato de Rhea hace cuatro días.
También era la clase para la que había estado tratando de estudiar antes de que ella y sus amigas se fueran a La Guarida del Centauro.
No había mucha gente, ya que muchos estudiantes no se sentían preparados para volver a clase. Trudy también estaba aquí, pero Riley sabía que su compañera de cuarto también se sentía incómoda con esta prisa por volver a la «normalidad». Los otros estudiantes tomaron sus asientos en silencio.
Ver al profesor Brant Hayman entrar en el salón tranquilizó a Riley un poco. Era joven y bastante guapo. Recordó a Trudy decirle a Rhea:
—A Riley le gusta impresionar al profesor Hayman porque siente algo por él.
Riley se estremeció ante el recuerdo.
Desde luego no quería pensar que «sentía» algo por él.
Era solo que había tenido clases con él desde su primer año en la universidad. Sin embargo, para ese entonces solo había sido un asistente graduado. Desde ese entonces le había parecido un profesor maravilloso: informativo, entusiasta y a veces entretenido.
La expresión del Dr. Hayman era seria mientras colocó su maletín sobre el escritorio y miró a los estudiantes. Riley se dio cuenta de que iría directo al grano.
Él dijo: —Miren, hay un elefante en el aula. Todos sabemos qué es. Tenemos que calmar las aguas. Tenemos que discutirlo abiertamente.
Riley contuvo el aliento. Ella estaba segura de que no le iba a gustar lo que pasaría ahora.
Entonces Hayman dijo: —¿Alguien aquí conocía a Rhea Thorson? No solo como conocida, no solo como alguien que a veces te encontrabas en el campus. Me refiero a los que la conocían muy bien. Como amiga.
Riley levantó la mano, y lo mismo hizo Trudy. Nadie más en el aula lo hizo.
Hayman preguntó: —¿Qué han estado sintiendo desde su asesinato?
Riley se estremeció.
Después de todo, era la misma pregunta que había oído a esos reporteros hacerles a Cassie y Gina el viernes. Riley había logrado evitar esos reporteros, pero ¿tendría que responder a la pregunta ahora?
Recordó que esta era una clase de psicología. Estaban aquí para enfrentar este tipo de preguntas.
Y, sin embargo, Riley se preguntó: «¿Por dónde empiezo?»
Se sintió aliviada cuando Trudy habló.
—Culpable. Pude haber evitado que sucediera. Yo estuve con ella en La Guarida del Centauro antes de lo que pasó. Ni siquiera me di cuenta cuando se fue. Si tan solo la hubiera acompañado a casa…
La voz de Trudy se quebró. Riley se armó del valor suficiente para hablar.
—Yo me siento igual —dijo—. Yo me fui a sentar sola cuando todas llegamos a La Guarida, y ni le presté atención a Rhea. Tal vez si hubiera… —Riley hizo una pausa, y luego añadió—: Así que también me siento culpable. Y egoísta. Porque quería estar sola.
El Dr. Hayman asintió. Con una sonrisa compasiva, dijo: —Así que ninguna de ustedes acompañó a Rhea a casa. —Después de una pausa, añadió—: Un pecado de omisión.
La frase sorprendió a Riley un poco.
Parecía inadecuada para lo que Riley y Trudy no habían hecho. Sonaba demasiado benigna, no tan grave, apenas una cuestión de vida o muerte.
Pero, sí, era cierta.
Hayman miró al resto de la clase.
—¿Y qué de ustedes? ¿Alguna vez han hecho, o dejado de hacer, lo mismo en una situación similar? ¿Alguna vez, por así decirlo, dejaron a una amiga caminar sola por la noche a algún lugar cuando realmente debieron haberla acompañado a su casa? ¿O tal vez simplemente dejaron de hacer algo que pudo haber sido importante para la seguridad de otra persona? ¿Como no quitarle las llaves a alguien que se tomó unas copas de más? ¿Como ignorar una situación que pudo haber resultado en una lesión o incluso en la muerte?
Los estudiantes comenzaron a murmurar, evidentemente confundidos.
Riley se dio cuenta de que realmente era una pregunta difícil.
Después de todo, si Rhea no hubiera muerto, ni Riley ni Trudy habrían pensado en su «pecado de omisión».
Lo habrían olvidado por completo.
No era una sorpresa que al menos a algunos de los estudiantes les costó responder la pregunta. Y la verdad era que a Riley tampoco se le ocurrió mucho. ¿Había habido otros momentos en los que había descuidado la seguridad de alguien?
¿Pudo haber sido responsable de la muerte de otros si no hubiera sido por suerte?
Después de unos momentos, varios estudiantes levantaron las manos.
Luego Hayman dijo: —¿Y qué del resto? ¿Cuántos de ustedes simplemente no recuerdan?
Casi todo el resto de los estudiantes levantaron la mano.
Hayman asintió y dijo: —Está bien. La mayoría de ustedes también cometieron el mismo error en algún momento. Entonces, ¿cuántas personas aquí se sienten culpables por la forma en que actuaron o por lo que probablemente debieron haber hecho pero no hicieron?
Hubo murmullos más confusos e incluso algunos jadeos.
—¿Qué?— preguntó Hayman—. ¿Ninguno de ustedes? ¿Por qué no?
Una chica levantó la mano y balbuceó: —Bueno… Fue diferente porque… porque… supongo porque nadie murió.
Hubo un murmullo general de acuerdo.
Riley vio que hombre había entrado en el aula. Era el Dr. Dexter Zimmerman, el presidente del departamento de psicología. Zimmerman parecía haber estado parado en la puerta escuchando la discusión.
Había tenido una clase con él hace dos semestres: psicología social. Era un hombre viejo, arrugado y amable. Riley sabía que el Dr. Hayman lo consideraba un mentor, que casi lo idolatraba. Muchos estudiantes también lo idolatraban.
Riley no sabía cómo se sentía respecto al profesor Zimmerman. Había sido un profesor inspirador, pero de alguna manera no sentía una conexión con él como muchos otros. No estaba segura del por qué.
Hayman le explicó a la clase: —Le pedí al Dr. Zimmerman que pasara por aquí para participar en la discusión de hoy. Podría ayudarnos. Es el hombre más perspicaz que he conocido en mi vida.
Zimmerman se sonrojó y se echó a reír.
Hayman le preguntó: —Entonces, ¿qué opinas de lo que acaba de oír de mis estudiantes?
Zimmerman inclinó su cabeza y se quedó pensando por un momento.
Luego dijo: —Bueno, al menos algunos de sus estudiantes parecen creer que hay algún tipo de diferencia moral aquí. Si no ayudas a alguien y se lastiman o mueren, está mal, pero no pasa nada si no hay malas consecuencias. Pero yo no veo la diferencia. Los comportamientos son idénticos. Diferentes consecuencias realmente no cambian el hecho de que están bien o mal.
Un silencio cayó sobre el aula mientras todos comenzaron a entender el punto de Zimmerman.
Hayman le preguntó a Zimmerman: —¿Dices que todos deberían sentirse culpables como Riley y Trudy?
Zimmerman se encogió de hombros.
—Tal vez todo lo contrario. ¿Sentirse culpable hace un bien? ¿Eso la traerá de vuelta? Tal vez deberíamos estar sintiendo otra cosa. —Zimmerman se colocó enfrente del escritorio e hizo contacto visual con los estudiantes—. Los que no fueron muy cercanos a Rhea, díganme ¿cómo se sienten respecto a sus amigas, Riley y Trudy?
Todos se quedaron callados por un momento.
Luego a Riley le sorprendió escuchar unos sollozos en el aula.
Una chica dijo con voz entrecortada: —Ay, me siento tan mal por ellas.
Otro dijo: —Riley y Trudy, desearía que no se sintieran culpables. No deberían sentirse así. Lo que le pasó a Rhea fue suficientemente terrible. No me imagino el dolor que están sintiendo en este momento.
Otros estudiantes expresaron su acuerdo.
Zimmerman le sonrió a la clase y dijo: —Supongo que la mayoría de ustedes saben que mi especialidad es la patología criminal. El trabajo de mi vida se trata de tratar de comprender la mente de un criminal. Y estos últimos tres días he tratado de darle sentido a este crimen. Hasta el momento, solo estoy realmente seguro de una cosa. Esto fue personal. El asesino conocía a Rhea y la quería muerta.
Una vez más, a Riley le costó comprender lo incomprensible: «¿Alguien odiaba a Rhea lo suficiente como para matarla?»
Luego Zimmerman añadió: —Aunque eso suena terrible, les aseguro una cosa. No volverá a matar. Rhea era su único blanco. Y estoy seguro de que la policía lo encontrará muy pronto. —Se apoyó en el borde de la mesa y añadió—: Les aseguro otra cosa. Dondequiera que esté el asesino este momento, independientemente de lo que esté haciendo, él no está sintiendo lo que todos ustedes parecen estar sintiendo. Es incapaz de sentir compasión por el sufrimiento de otra persona, y mucho menos de sentir la empatía real que siento en esta aula.
Él escribió las palabras «compasión» y «empatía» en la gran pizarra.
Él preguntó: —¿Alguien podría decirme cuál es la diferencia entre ambas palabras?
A Riley le sorprendió que Trudy levantó la mano.
Trudy dijo: —Compasión es cuando te importa lo que otro está sintiendo. Empatía es cuando realmente compartes los sentimientos de otra persona.
Zimmerman asintió con la cabeza y anotó las definiciones de Trudy.
—Exactamente —dijo—. Así que sugiero que todos nosotros echemos a un lado nuestros sentimientos de culpa. Sugiero que nos centremos en nuestra capacidad de empatía. Esa capacidad es la que nos diferencia de los monstruos más terribles. Es valiosa, especialmente en un momento como este.
Hayman parecía estar satisfecho con las observaciones de Zimmerman.
Él dijo: —Si a todos les parece bien, creo que deberíamos acabar la clase ya. Ha sido muy intensa, pero espero que haya sido de ayuda. Solo recuerden que todos están procesando unos sentimientos muy poderosos en este momento, incluso aquellos de ustedes que no eran cercanos a Rhea. No esperen que el dolor, el shock y el horror desaparezcan pronto. Dejen que sigan su curso. Son parte del proceso de sanación. No teman acudir a los consejeros en busca de ayuda. O acudir el uno al otro. O a mí o al Dr. Zimmerman.
Mientras los estudiantes se levantaron de sus escritorios para irse, Zimmerman dijo: —Antes de salir, denles abrazos a Riley y Trudy. Los necesitan.
Por primera vez durante la clase, Riley se sintió molesta.
«¿Qué le hace creer que necesito un abrazo?», pensó.
La verdad era que eso era lo último que quería en este momento.
De repente recordó que esto era lo que la había molestado cuando había asistido a su clase. Él era demasiado mimoso para su gusto, y era demasiado sentimental respecto a muchas cosas, y le gustaba decirles a los estudiantes que se abrazaran.
Eso era un poco raro para un psicólogo especializado en patología criminal.
También parecía extraño para un hombre que se jactaba de su capacidad de empatía.
Después de todo, ¿cómo sabía si ella y Trudy querían ser abrazadas o no? Ni siquiera se había molestado en preguntar.
«Eso no me parece empático», pensó.
Para Riley, el tipo era un falso.
Sin embargo, se quedó allí mientras los estudiantes la abrazaban. Algunos de ellos estaban llorando. Y vio que esto no molestaba a Trudy en absoluto. Trudy siguió sonriendo a pesar de sus propias lágrimas con cada abrazo.
«Tal vez soy yo», pensó Riley.
¿Algo andaba mal en ella?
Tal vez ella no tenía los mismos sentimientos que otras personas.
Pronto los abrazos se acabaron y la mayoría de los estudiantes salieron del aula, incluyendo Trudy y el Dr. Zimmerman.
A Riley le contentó la oportunidad de tener un momento a solas con el Dr. Hayman. Ella se acercó a él y le dijo: —Gracias por la charla sobre culpabilidad y responsabilidad. Necesitaba escuchar eso.