Un Rastro de Vicio - Блейк Пирс 6 стр.


Él creía que estaban en un punto muerto de la vigilancia. Y considerando que Jackson Cave tenía mucha más información que la que Keri poseía en este momento, ella estaba feliz con ese arreglo.

Ella le había prometido a Ray que aun cuando permitir que los micrófonos se quedaran donde estaban fuese contraproducente, ella se desharía de ellos, incluso si ello alertaba a Cave. Tenían incluso una frase clave para significar que era momento de tirarlos. Esta era “Bondi Beach”, haciendo referencia a una playa de Australia que Keri esperaba un día visitar. Si ella decía esas palabras, Ray sabría que podía finalmente arrancar el dispositivo de la visera.

—¿Satisfecha? —preguntó él cuando terminó de barrerlos por entero a ambos.

—Sí, lo siento. Escucha, recibí esta mañana un correo-e de nuestro amigo —dijo ella, prefiriendo ser críptica con respecto al Coleccionista aun cuando estaba segura de que no eran escuchados—. Dio a entender que me contactaría. Supongo que estoy un poco al borde. Cada vez que mi teléfono suena, pienso que es él.

—¿Te dio alguna clase de horario? —preguntó Ray.

—No. Solo dijo que haría contacto muy pronto, nada más aparte de eso.

—No es extrañar que estés tan agitada. Pensé que solo tenías una reacción exagerada con respecto a este caso

Keri sintió que sus mejillas se encendían y contempló en silencio a su pareja, sorprendida por su comentario. Ray pareció entender enseguida que había ido demasiado lejos y estaba a punto de enmendarlo cuando el guardia de seguridad les llamó desde la sala de computadoras.

—Tengo algo —gritó.

—Ahora mismo eres muy afortunado —siseó Keri furiosa, abriéndose paso delante de Ray, que le dio todo el espacio.

Cuando ingresaron a la sala de computadora, el guardia tenía el segmento de vídeo de las 2:05 p.m. Sarah y Lanie eran claramente visibles, sentadas en una pequeña mesa en el centro de la zona de comida. Vieron a Lanie tomar una foto de su comida con el teléfono, casi con toda seguridad parte de la publicación que Edgerton había hallado en Instagram.

Después de dos minutos, un sujeto alto, de cabello oscuro, cubierto de tatuajes, se aproximó hasta ellas. Le dio a Lanie un largo beso y tras unos pocos minutos de charla, todos se levantaron y se fueron.

El guardia congeló la imagen y se volteó para mirar a Keri y Ray. Keri vio por primera vez al guardia atentamente. Llevaba un gafete que rezaba “Keith”, y no tendría más de veintitrés, con la piel grasosa y llena de granos, y una joroba que lo hacía ver como un esquelético Quasimodo. Simuló no notarlo mientras él hablaba.

—Tengo unas tomas sólidas de la cara del sujeto. Las puse en archivos digitales y puedo enviarlas a sus teléfonos también, si así lo quieren.

Ray le lanzó una mirada a Keri que decía “quizás este tipo no sea tan incompetente después de todo”, pero se lo calló cuando ella le devolvió la mirada, todavía molesta por su comentario sobre la “reacción exagerada”.

—Eso estaría muy bien —dijo, dirigiendo de nuevo su atención al guardia—. ¿Fuiste capaz de rastrear hacia dónde se fueron?

—Así es —dijo Keith lleno de orgullo, y se giró para mirar de nuevo la pantalla. Cambió a una pantalla distinta que mostraba los movimientos del sujeto por el centro comercial, al igual que los de Sarah y Lanie. Culminaba con todos ellos subiéndose a un Trans Am y abandonando el estacionamiento, en dirección al norte.

—Intenté conseguir las placas del vehículo, pero todas nuestras cámaras están montadas demasiado altas como para ver algo así.

—Está bien —dijo Keri—. Lo hiciste realmente bien, Keith. Con respecto a esas tomas, voy a darte nuestros números de celular. Me gustaría que también se las enviaras a uno de nuestros colegas en la estación, para que él pueda correr un reconocimiento facial.

—Por supuesto —dijo Keith—, lo haré ahora mismo. Por cierto, me preguntaba si podría pedirles un favor.

Keri y Ray intercambiaron miradas de escepticismo, pero ella asintió de todos modos. Keith permaneció vacilante.

—He estado planeando solicitar mi ingreso a la academia de policía. Pero lo he postergado porque no creo que esté listo aún para los requerimientos físicos. Me preguntaba si, cuando todo esto se aclare, puedo pedirles que me den algunas sugerencias sobre cómo mejorar mis oportunidades de ingresar y llegar a graduarme

—¿Eso es todo? —preguntó Keri, sacando una tarjeta de presentación y dándosela— Llama a esta consulta sobre desórdenes pituitarios para que te aconsejen desde el punto de vista físico. Puedes llamarme cuando necesites alguna ayuda sobre la parte intelectual del trabajo. Y una cosa más. Si tienes que lucir un gafete en tu trabajo, consigue uno con tu apellido. Es más intimidante.

Entonces salió, dejando a Ray que se hiciera cargo del resto. Se lo merecía.

De regreso en el corredor, envió por mensajería de texto las tomas del sujeto tanto a Joanie Hart como a los Caldwells, preguntándoles si alguno lo reconocía. Un momento después, Ray salió para reunirse con ella. Lucía avergonzado.

—Escucha, Keri. No debí haberte dicho lo de la reacción exagerada. A todas luces algo está pasando aquí.

—¿Es eso una disculpa? Porque no escuché las palabras ‘Lo siento’ en ningún momento. Y aunque estamos en ello, ¿no han habido suficientes casos que no eran nada para los demás excepto para mí, y que resultaron ser algo para ti como para que me dieras el beneficio de la duda?

—Sí, pero, ¿qué hay de todos esos casos…? —comenzó a decir, entonces lo pensó mejor y se detuvo a mitad de la frase— Lo siento.

—Gracias —replicó Keri, optando por ignorar la primera parte de esos comentarios y concentrarse en la segunda.

Su teléfono vibró y ella bajó la vista con expectación. Pero en lugar de un correo-e del Coleccionista, era un texto de Joanie Hart. Era breve e iba al punto: “nunca he visto a este tipo”.

Se lo mostró a Ray, sacudiendo su cabeza ante lo lejos que podía llegar esa mujer con su aparente ambivalencia hacia el bienestar de su hija. Justo entonces sonó el teléfono. Era Mariela Caldwell.

—Hola, Sra. Caldwell. Habla la Detective Locke.

—Sí, Detective. Ed y yo hemos estado mirando las fotos que nos envió. Nunca hemos visto a ese joven. Pero Sarah me mencionó que Lanie dijo que su novio se veía como si fuera de una banda de rock. Me pregunta si podría ser él.

—Es bastante posible —dijo Keri—. ¿Alguna vez Sarah mencionó el nombre de este novio?

—Lo hizo. Estoy casi segura que era Dean. No recuerdo su apellido. No creo que ella lo supiera tampoco.

—Okey, muchas gracias, Sra. Caldwell.

—¿Es eso de ayuda? —preguntó la mujer con una voz esperanzada, casi a modo de ruego.

—Puede que sí. No tengo aún ninguna información que darle. Pero le aseguro que estamos muy enfocados en encontrar a Sarah. Trataré de brindarle tanta información actualizada como sea posible.

—Gracias, Detective. ¿Sabe?, solo después que se fue me di cuenta que usted es la misma detective que halló a esa chica surfista extraviada hace unos meses. Y sé lo de, bueno… lo de su hija… —su voz se quebró y dejó de hablar, ganada a todas luces por la emoción.

—Está bien, Sra. Caldwell —dijo Keri, armándose de valor para no perderlo.

—Solo siento tanto lo de su pequeña hija…

—No se preocupe ahora de eso. Mi atención está en encontrar a su hija. Y le prometo que voy a invertir en esto cada gramo de energía de que dispongo. Solo intente permanecer calmada. Vea cualquier cosa en la tele, tome una siesta, haga lo que pueda para seguir cuerda. Entretanto, nosotros estamos en esto.

—Gracias, Detective —susurró Mariela Caldwell, con una voz apenas audible.

Keri colgó y miró a Ray, que lucía una expresión preocupada.

—No te preocupes, pareja —le aseguró ella—. No voy a perderme aún. Ahora, consigamos a esta chica.

—¿Qué propones que hagamos?

—Creo que es hora de que llamemos a Edgerton. Ha tenido bastante tiempo para revisar los datos de los teléfonos de las chicas. Y ahora tenemos un nombre para el sujeto de la plaza de comidas: Dean. Quizás Lanie lo mencione en una de sus publicaciones. Su mamá puede que no sepa nada acerca de él, pero creo que puede ser más bien debido a una falta de interés que a que Lanie lo esté ocultando.

Mientras caminaban por el centro comercial en dirección al estacionamiento y el auto de Ray, Keri llamó a Edgerton y lo puso en el altavoz para que Ray pudiera escuchar también. Edgerton contestó después del primer repique.

—Dean Chisolm —dijo, saltándonse los saludos.

—¿Qué?

—El sujeto de las tomas que me has enviado se llama Dean Chisolm. Ni siquiera tuve que usar el reconocimiento facial. Está etiquetado en una pila de fotos de Facebook de la chica Joseph. Siempre tiene puesta una gorra con la visera bajada o gafas de sol como si tratara de ocultar su identidad. Pero no es muy bueno en eso. Siempre viste el mismo tipo de camiseta negra y los tatuajes son bastante peculiares.

—Buen trabajo, Kevin —dijo Keri, una vez más impresionada por el sabio en tecnología de la unidad—. ¿Y qué tienes entonces acerca de él?

—Un respetable montón de datos. Tiene varios arrestos por drogas. Algunos son por posesión, un par por distribución, y uno por ser un correo. Cumplió cuatro meses por ese.

—Suena como un ciudadano en verdad recto —musitó Ray.

—Eso no es todo. Se sospecha que está involucrado en la operación de una red de tráfico sexual que usa a chicas menores de edad. Pero nadie ha sido capaz de relacionarlo con eso.

Keri miró a Ray y vio que algo cambiaba en su expresión. Hasta ahora, él claramente había pensado que había más que una sólida probabilidad de que estas chicas estuvieran solo por ahí de juerga. Pero con las noticias acerca de Dean, era obvio que había pasado de ligeramente interesado a totalmente preocupado.

—¿Qué sabemos acerca de esta red de tráfico sexual? —preguntó Keri.

—La opera un tipo de aspecto encantador llamado Ernesto ‘Chiqy’ Ramírez.

—¿Chiqy? —preguntó Ray.

—Creo que podría ser un apodo —un apócope de chiquito. O sea, un pequeñito. Y como este sujeto parece estar por encima de los ciento cuarenta kilos, supongo que es un chiste.

—¿Sabes dónde podemos encontrar a Chiqy? —preguntó Keri, nada divertida.

—Desafortunadamente, no. No tiene dirección conocida. Habitualmente, parece que se mueve entre bodegas abandonadas, donde monta burdeles improvisados que funcionan hasta que son objetos de redadas. Pero tengo algunas buenas noticias.

—Tomaremos lo que tengas —dijo Ray mientras subían a su auto.

—Tengo una dirección de Dean Chisolm. Y resulta ser que es la localización exacta donde el GPS de ambas chicas fue apagado. Se las estoy enviando ahora mismo, junto con una foto de Chiqy.

—Gracias, Kevin —dijo Keri—. Por cierto, puede que hayamos encontrado un mini-Kevin trabajando como guardia de seguridad en el centro comercial; muy entendido en tecnología. Quiere ser policía. Podría ponerlo en contacto contigo si te parece bien.

—Seguro. Como siempre digo: ¡Nerds del mundo, uníos!

—¿Es eso lo que siempre dices? —se burló Keri.

—Generalmente lo pienso —admitió él, y colgó antes de que ellos pudieran decirle más necedades.

—Pareces extremadamente centrada para ser alguien que acaba de enterarse de que las chicas que estamos buscando pueden haber sido atrapadas por una red de tráfico sexual —comentó Ray con sorpresa en su voz.

—Estoy tratando de llevarlo con suavidad hasta donde pueda —dijo Keri—. No creo que haya probabilidad de que dure mucho más. Pero no te preocupes. Cuando encontremos a Chisolm, hay una respetable probabilidad de que realice una remoción amateur de tatuajes usando mi navaja suiza. Es algo lindo y aburrido.

—Bueno saber que no has perdido tu lado extremo —dijo Ray.

—Nunca.

CAPÍTULO SEIS

Keri trató que el corazón no se saliera de su pecho mientras se hallaba agazapada detrás de un arbusto al lado de la casa de Dean Chisolm. Se forzó a sí misma a respirar más despacio y en silencio, con el arma agarrada entre sus manos mientras aguardaba a que los oficiales uniformados tocaran la puerta principal. Ray estaba en un sitio parecido al de ella al otro lado de la casa. Había otros dos oficiales en el callejón de atrás.

A pesar del fresco que hacía, Keri sintió que una gota de sudor corría por su columna, justo bajo su chaleco antibalas, y trató de ignorarla. Eran pasadas las 7 p.m. y la temperatura estaba por debajo de los diez grados, pero ella había dejado su chaqueta en el carro a fin de tener una mayor libertad de movimiento. Podía imaginar lo pegajosa de sudor que estaría si se la hubiera dejado puesta.

El golpe dado a la puerta por uno de los oficiales sacudió todo su cuerpo. Se dobló un poco más para asegurarse que nadie que atisbase por una de las ventanas pudiera verla detrás del arbusto. El movimiento le produjo una ligera punzada en su costilla. Se había roto varias en un altercado con un secuestrador de niñas hacía dos meses. Y aunque técnicamente estaba completamente restablecida, ciertas posturas todavía hacían que la costilla protestara.

Alguien abrió la puerta y ella se forzó a hacer oídos sordos al ruido de la calle para escuchar con atención.

—¿Es usted Dean Chisolm? —oyó que preguntaba uno de los oficiales. Podía sentir los nervios en su voz y esperaba que quienquiera a quien le estuviese hablando no estuviera en las mismas.

—No. Él ahora no está aquí —contestó una voz muy joven, pero sorprendentemente llena de confianza.

—¿Quién eres?

—Soy su hermano, Sammy.

—¿Qué edad tienes Sammy? —preguntó el oficial.

—Dieciséis.

—¿Estás armado, Sammy?

—No.

—¿Hay alguien más en la casa, Sammy? ¿Tus padres, quizás?

Sammy rió ante la pregunta antes de recobrar la compostura.

—No he visto a mis padres en mucho tiempo —dijo en tono de burla—. Esta es la casa de Dean. La compró con su propio dinero.

Keri había aguantado bastante y salió de detrás del arbusto. Sammy miró en esa dirección justo en el momento en que ella enfundaba su pistola. Ella vio que sus ojos se agrandaban brevemente a pesar de sus mejores esfuerzos por conducirse de manera displicente.

Sammy se veía como la copia al carbón de su hermano mayor, incluyendo la piel pálida y los múltiples tatuajes. Su cabello era también negro, pero demasiado rizado para ponerlo en puntas. Aún así, vestía el obligado uniforme punk —camiseta negra, jeans ajustados con una innecesaria cadena colgando de ellos, y botas de trabajo negras.

—¿Cómo se las arregló Dean para comprar su propia casa con solo veinticuatro años? —preguntó ella sin presentarse.

Sammy la contempló, tratando de decidir si podía o no ignorarla.

—Es bueno en los negocios —contestó, con un tono que denotaba, si bien no abiertamente, una actitud desafiante.

—¿Le ha ido bien en los negocios últimamente, Sammy? —preguntó ella, dando un paso adelante, siempre agresiva, aspirando a sacar de su centro al chico.

Los dos oficiales uniformados le cedieron el puesto de tal manera que no había nadie entre Keri y Sammy. Ella no sabía si era una decisión consciente de parte de ellos, o era que querían quitarse de en medio de la confrontación. Sea como fuese, estaba feliz de tener todo el espacio para ella.

—No sabría decir. Yo soy solo un pobre estudiante de secundaria, señora —dijo, sonando más áspero.

—Eso no es verdad, Samuel —arremetió ella, feliz de haber leído el archivo sobre Chisolm que Edgerton le había enviado mientras rodaban hasta la casa. Vio que usar su nombre de pila le había sorprendido—, dejaste la escuela la primavera pasada. Le has mentido a una detective del Departamento de Policía de Los Ángeles. Ese no es un buen comienzo para nuestra relación. ¿Quieres enmendarlo?

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