Fue interrumpida por el crujido de los tallos detrás de ella. Se dio la vuelta para ver a Walter Porter acercarse a través del maizal. Parecía disgustado al entrar en el claro, sacudiendo tierra y seda de maíz de su abrigo.
Miró a su alrededor por un momento antes de que sus ojos se posaran en el cadáver de Hailey Lizbrook en el poste. Una mueca de sorpresa le cruzó el rostro, su bigote encanecido inclinándose a la derecha en un ángulo duro. Entonces miró a Mackenzie y a Nelson y se acercó de inmediato.
“Porter,” dijo el Jefe Nelson. “White ya está solucionando esto. Es bastante espabilada.”
“Puede que lo sea,” dijo Porter con desdén. Siempre era así. Nelson no le estaba haciendo un cumplido de verdad. Estaba, de hecho, burlándose de Porter por estar atrapado con la guapa jovencita que había surgido de la nada y se había hecho con el puesto de detective, la guapa jovencita a la que pocos hombres en la comisaría mayores de treinta años tomaban en serio. Y cómo odiaba eso Porter.
A pesar de que ella disfrutaba viendo como Porter se retorcía ante las burlas, no merecía la pena sentirse inadecuada y despreciada. Una y otra vez ella había resuelto casos que los demás hombres no podían solucionar y esto, lo sabía de sobra, les intimidaba. Solo tenía veinticinco años, demasiado joven para empezar a sentirse quemada en una profesión que en su día adoraba. Sin embargo, ahora, atrapada con Porter, y con esta fuerza, empezaba a odiarla.
Porter hizo un esfuerzo para situarse entre Nelson y Mackenzie, haciéndole saber que este era su show. Mackenzie sintió como empezaba a sentirse furiosa, pero no dio muestras de ello. Se llevaba tragando su furia durante los últimos tres meses, desde que le habían asignado a trabajar con él. Desde el primer día, Porter no se había guardado su antipatía por ella. Después de todo, ella había venido a reemplazar al compañero de Porter de veinticinco años que había sido retirado del cuerpo, en opinión de Porter, para hacerle un hueco a una jovencita.
Mackenzie ignoró su evidente falta de respeto, negándose a que afectara su ética laboral. Sin decir una palabra, regresó al cadáver. Lo estudió con detenimiento. Dolía examinarlo y a pesar de ello, en lo que a ella se refería, no habría un cadáver que la afectaría tanto como el primero que había visto. Casi había llegado al punto en que ya no veía el cadáver de su padre cuando entraba en la escena de un crimen. Pero todavía no. Tenía siete años cuando entró al dormitorio y lo vio medio tendido en la cama, en un charco de sangre. Y no había dejado de verlo desde entonces.
Mackenzie buscó pistas de que este asesinato no tenía que ver con el sexo. No vio signo de moratones o de arañazos en sus pechos o glúteos, ni hemorragia externa alrededor de la vagina. Entonces miró las manos y los pies de la mujer, preguntándose si podría haber una motivación religiosa; señales de perforación a lo largo de las palmas, los tobillos, y pies podían denotar una referencia a la crucifixión, pero tampoco había señales de eso.
Por el breve informe que les habían dado a Porter y a ella, sabía que no se había localizado la ropa de la víctima. Mackenzie pensó que seguramente esto significaba que el asesino la tenía consigo, o que se había deshecho de ella. Esto indicaba que él era cauteloso, o que sufría de un trastorno límite obsesivo. Si a eso añadimos que casi con toda seguridad su motivación la noche anterior no había sido sexual, todo apuntaba a un asesino calculador y potencialmente evasivo.
Mackenzie regresó al lindero del claro y admiró la escena al completo. Porter le dio una ojeada de refilón y después la ignoró completamente, continuando su charla con Nelson. Ella notó que los demás policías la estaban observando. Algunos de ellos, al menos, estaban observando su trabajo. Había ascendido a detective con una reputación de ser extremadamente brillante y considerada en alta estima por la mayoría de los instructores en la academia de policía, y de vez en cuando había policías más jóvenes—tanto hombres como mujeres—que le hacían preguntas honestas o le pedían su opinión.
Por otro lado, sabía que algunos de los hombres que compartían el claro con ella podían estar lanzándole miradas lascivas. No sabía qué era peor: los hombres que le miraban el trasero cuando pasaba de largo o los que se reían a sus espaldas de que fuera una niñita tratando de interpretar el papel de detective dura.
Mientras estudiaba la escena, le asaltó de nuevo la molesta sospecha de que algo andaba muy mal en todo esto. Le pareció que estaba abriendo un libro, leyendo la primera página de una historia que sabía contenía algunos pasajes muy difíciles más adelante.
Esto no es más que el principio, pensó.
Miró al suelo alrededor del poste y vio unas cuantas marcas de botas desgastadas, pero nada que pudiera servir como huella. También había una serie de formas en el suelo que parecían casi serpentinas. Se agachó para echarles un vistazo de cerca y vio que varias de las formas formaban cercos paralelos, circulando alrededor del poste de madera de manera irregular, como si lo que los hubiera hecho hubiera dado la vuelta alrededor del poste en varias ocasiones. Entonces miró la espalda de la mujer y se dio cuenta de que los cortes en sus carnes tenían más o menos la misma forma que las marcas en el suelo.
“Porter,” dijo.
“¿Qué pasa?” preguntó, claramente disgustado porque le había interrumpido.
“Creo que tengo huellas del arma aquí.”
Porter titubeó un segundo y después caminó hacia donde Mackenzie estaba acurrucada en el suelo. Cuando se agachó junto a ella, gimió ligeramente y ella pudo oír cómo crujía su cinturón. Tenía unos veinticinco kilos de sobrepeso y se notaba cada vez más a medida que se acercaba a los cincuenta y cinco.
“¿Algún tipo de látigo?” preguntó él.
“Eso parece.”
Ella examinó el suelo, siguiendo las marcas en la arena hasta que alcanzaban el poste—y al hacerlo, percibió algo más. Se trataba de algo minúsculo, tan pequeño que casi no lo notó.
Caminó hacia el poste, con cuidado de no tocar el cadáver antes de que llegaran los forenses. Se acurrucó de nuevo y cuando lo hizo, sintió todo el peso del calor de la tarde presionándola. Sin inmutarse, acercó su cabeza al poste, tanto que casi lo tocaba con la frente.
“¿Qué demonios estás haciendo?” preguntó Nelson.
“Hay algo tallado aquí,” dijo ella. “Parecen unos números.”
Porter se acercó para investigar, pero hizo todo lo que pudo para no agacharse de nuevo. “White, ese trozo de madera tiene por lo menos veinte años,” dijo. “Esa talla parece igual de antigua.”
“Quizás,” dijo Mackenzie. Pero le daba la impresión de que no era así.
Desinteresado de antemano en el descubrimiento, Porter regresó para hablar con Nelson, comparando las anotaciones sobre la información que había conseguido del granjero que había encontrado el cadáver.
Mackenzie sacó su teléfono y tomó una fotografía de los números. Amplió la imagen y los números se hicieron algo más nítidos. Al verlos con tal detalle de nuevo le pareció como si esto fuera el principio de algo mucho más grande.
N511/J202
Los números no le decían nada. Quizá Porter tenía razón, quizá no significaran absolutamente nada. Quizá un leñador los había tallado cuando creó el poste. Quizá algún chiquillo aburrido los había esculpido en algún momento a lo largo de los años.
Pero había algo que andaba mal.
Nada de esto parecía normal.
Y supo, en su fuero interno, que esto no era más que el principio.
CAPÍTULO DOS
Mackenzie sintió un nudo en el estómago cuando miró fuera del coche y vio las furgonetas de la prensa amontonadas y los periodistas peleándose por la mejor posición para atacarla a ella y a Porter mientras llegaban a la comisaría. Mientras Porter aparcaba, vio cómo se acercaban varios presentadores de informativos, corriendo por el césped de la comisaría con sus camarógrafos cargados siguiéndoles el ritmo por detrás.
Mackenzie vio que Nelson ya estaba en la puerta de entrada, haciendo lo que podía para apaciguarles. Parecía incómodo y agitado. Hasta desde aquí podía ver el sudor brillando en su frente.
Cuando salieron, Porter se acercó a ella, asegurándose de que no fuera la primera detective que vieran los medios. Cuando pasó junto a ella, le dijo, “No digas nada a estos vampiros.”
Ella sintió una ráfaga de indignación ante su comentario condescendiente.
“Ya lo sé, Porter.”
La multitud de periodistas y cámaras les alcanzó. Había al menos una docena de micrófonos en su cara que salían de la muchedumbre mientras pasaban de largo. Las preguntas les llegaban como un zumbido de insectos.
“¿Ya se ha notificado a los hijos de la víctima?”
“¿Cuál fue la reacción del granjero al encontrar el cadáver?”
“¿Es este un caso de ataque sexual?”
“¿Es buena idea que se asigne una mujer a un caso como este?”
La última pregunta molestó un poco a Mackenzie. Ya sabía que solo estaban intentando obtener una respuesta, con la esperanza de conseguir un jugoso espacio de veinte segundos en las noticias de la tarde. Solo eran las cuatro; si actuaban deprisa, puede que tuvieran una joya que ofrecer a las noticias de las seis.
Mientras se hacía camino a través de las puertas hacia dentro, la última pregunta retumbaba en su cabeza.
¿Es buena idea que se asigne una mujer a un caso como este?
Recordó la carencia de emoción con la que Nelson había leído la información sobre Hailey Lizbrook.
Por supuesto que lo es, pensó Mackenzie. De hecho, es crucial.
Finalmente, entraron a la comisaría y las puertas se cerraron detrás de ellos. Mackenzie respiró aliviada de estar en silencio.
“Malditos parásitos,” dijo Porter.
Ya se había desecho de la bravuconería en su caminar ahora que ya no estaba frente a las cámaras. Caminó despacio pasando de largo el escritorio de la recepcionista hacia el pasillo que llevaba a las salas de conferencias y a las oficinas que formaban la comisaría. Parecía cansado, listo para ir a casa, listo para terminar con este caso de una vez.
Mackenzie entró primero a la sala de conferencias. Había varios agentes sentados a una mesa alargada, algunos en uniforme y otros en ropa de paisano. Dada su presencia y la repentina aparición de las furgonetas de la prensa, Mackenzie imaginó que la historia se había filtrado en todo tipo de direcciones durante las dos horas y media que habían pasado desde que salió de la oficina, fue al maizal y regresó. Era algo más que un espeluznante asesinato al azar; ahora se había convertido en un espectáculo.
Mackenzie agarró una taza de café y tomó asiento. Alguien había colocado carpetas alrededor de la mesa con la poca información que ya se había reunido sobre el caso. Mientras la ojeaba, empezó a llegar más gente a la sala. En cierto momento entró Porter, tomando asiento al otro extremo.
Mackenzie tomó un momento para mirar su teléfono y vio que tenía ocho llamadas perdidas, cinco mensajes en el buzón de voz, y una docena de mensajes en su cuenta de correo electrónico. Era un duro recordatorio de que ya tenía suficientes casos antes de que la enviaran al maizal esta mañana. La triste ironía era que, aunque sus compañeros más mayores se pasaran mucho tiempo degradándola y lanzándole sutiles insultos, también se daban cuenta de que tenía talento. A consecuencia de ello, llevaba una de las carpetas de casos más grandes del cuerpo. Hasta la fecha, sin embargo, nunca se había quedado atrás y tenía un porcentaje estelar de casos cerrados.
Pensó en responder algunos de sus correos electrónicos mientras esperaba, pero el Jefe Nelson entró antes de que tuviera oportunidad y cerró rápidamente la puerta de la sala de conferencias detrás de sí.
“No sé cómo se ha enterado tan rápido la prensa de esto,” gruñó, “pero si descubro que alguien en esta sala es el responsable, va a tener mucho por lo que responder.”
La sala enmudeció. Unos cuantos agentes y personal relacionado comenzaron a mirar nerviosamente el contenido de las carpetas que tenían delante de ellos. Aunque Nelson no le caía demasiado bien a Mackenzie, nadie podía negar que la presencia y la voz del hombre se hacían con el mando de una sala sin apenas ningún esfuerzo.
“Esto es lo que sabemos,” dijo Nelson. “La víctima es Hailey Lizbrook, una bailarina de striptease de Omaha. Treinta y cuatro años, dos hijos, de nueve y quince años. Por lo que hemos averiguado, fue secuestrada antes de fichar en el trabajo, ya que su jefe dice que no apareció la noche previa en absoluto. El video de seguridad del Runway, su lugar de trabajo, no muestra nada. Por tanto, estamos operando con la suposición de que se la llevaron en algún lugar entre su apartamento y el Runway. Eso es una zona de siete millas y media—una zona en la que en este momento tenemos unos cuantos agentes investigando con el departamento de policía de Omaha.”
Entonces miró a Porter como si fuera su alumno preferido y dijo:
“Porter, ¿por qué no describes la escena del crimen?”
Por supuesto, tenía que elegir a Porter.
Porter se puso en pie y oteó la sala como para asegurarse de que todo el mundo estaba prestando la máxima atención.
“La víctima estaba amarrada a un poste de madera con las manos atadas por detrás. El avistamiento de su muerte tuvo lugar en un claro de un maizal, a poco menos de una milla de la autopista. Tenía la espalda cubierta de lo que parecían ser marcas de latigazos, realizados por algún tipo de látigo. Notamos huellas en la tierra que eran de la misma forma y tamaño que los latigazos. Aunque no lo sabremos con certeza hasta después del informe del forense, estamos bastante seguros de que esto no fue un ataque sexual, a pesar de que habían desnudado a la víctima hasta dejarla en paños menores y el resto de su ropa no estaba por ningún lado.”
“Gracias, Porter,” dijo Nelson. “Hablando del forense, estuve hablando con él por teléfono hace unos veinte minutos. Dice que, aunque no lo sabrá con seguridad hasta que realice la autopsia, probablemente la causa de la muerte va a ser pérdida de sangre o algún tipo de trauma—posiblemente en la cabeza o el corazón.”
Sus ojos se volvieron a Mackenzie y había muy poco interés en ellos cuando le preguntó: “¿Alguna otra cosa que añadir, White?”
“Los números,” dijo ella.
Nelson volteó los ojos delante de toda la sala. Su falta de respeto era obvia, pero ella la pasó por alto, decidida a contárselo a todos los presentes antes de que le pudieran interrumpir.
“Descubrí lo que parecían ser dos números, separados por una barra, tallados en la parte inferior del poste.”
“¿Qué números eran?” preguntó uno de los agentes más jóvenes sentado a la mesa.
“Números y letras en realidad,” dijo Mackenzie. “N 511 y J 202. Tengo una fotografía en mi teléfono.”
“Habrá más fotografías aquí enseguida, en cuanto Nancy las imprima,” dijo Nelson. Habló rápida y contundentemente, dejando saber a la sala que la cuestión de estos números estaba cerrada.
Mackenzie escuchó a Nelson mientras hablaba de las tareas que había que llevar a cabo para cubrir la zona de siete millas y media entre la casa de Hailey Lizbrook y el Runway. Aunque solo estaba escuchando a medias, realmente. Su mente no dejaba de regresar a la forma en que el cuerpo de la mujer había sido atado. Algo relativo a la exhibición del cuerpo entero le había resultado familiar casi de inmediato, y todavía continuaba con ella cuando se sentó en la sala de conferencias.
Repasó las notas del informe en la carpeta, esperando que algún detalle menor pudiera despertar algo en su memoria. Repasó las cuatro páginas del informe, esperando que revelaran algo. Ya sabía todo lo que había en la carpeta, pero escaneó los detalles de todos modos.