Un Rastro de Asesinato - Блейк Пирс 5 стр.


—Así es como me muevo. Entonces, ¿qué sigue en la agenda?

—Voy a ver a la mejor amiga de Kendra cuando salga de aquí. Su residencia está a la vuelta de la esquina. El esposo dijo que Kendra estaba actuando de manera extraña luego que regresaron de una reunión de secundaria.

—¿Alguien está chequeando lo del viaje del doctor a San Diego?

—Brody está yendo para allá ahora.

—¿Te pusieron de pareja a Frank Brody?—dijo Ray, intentando no reírse—No es de extrañar que prefieras gastar tu tiempo con un inválido. ¿Cómo va eso?

—¿Por qué crees que no objeté cuando se ofreció a ir a San Diego? Los chicos de allá podían fácilmente hacer ese seguimiento, pero él insistió y me imaginé que eso le mantendría a él y a esa atrocidad marrón de auto fuera de mi camino por un rato. Además, prefiero gastar tiempo en compañía de un agotado, debilucho, encamado y triste saco como tú que un día cualquiera con Brody.

Todo el cotorreo había relajado a Keri hasta hacerla sentir tan confortable que se dio cuenta, demasiado tarde, que su último comentario la había enviado de vuelta a una situación incómoda. Ray guardó silencio por un momento, abrió entonces su boca para decir algo pero Keri se adelantó.

—Como sea, debo irme. Se suponía que estaría reunida con la amiga de Kendra ahora mismo. Más tarde vengo a ver cómo estás. Tómalo con calma, ¿okey?

Salió sin esperar respuesta. Mientras se apresuraba por el pasillo para tomar el ascensor, se repetía una palabra, una y otra vez.

Idiota. Idiota. Idiota.

CÁPITULO SEIS

Sintiéndose todavía ruborizada por lo embarazoso de la situación, Keri hizo el corto trayecto hasta la casa de Becky Sampson. Vislumbró su rostro ruborizado en el espejo retrovisor y apartó la mirada con rapidez, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuera cómo habían quedado las cosas con Ray. Le pasó por la cabeza que al haberse ido con tanta precipitación, había olvidado contarle acerca de la llamada anónima que tenía que ver con Evie, y de su visita al almacén abandonado.

En este caso, Keri. Mantén tu mente en este caso.

Consideró entonces llamar al Detective Kevin Edgerton, el experto en tecnología que rastreaba la última localización conocida del GPS de Kendra, para ver si había tenido suerte.

A una parte de ella le molestaba hacer que Edgerton trabajara en ello, pues lo apartaba de la tarea de descifrar el código de la portátil de Alan Pachanga. De nuevo la frustración la recorría por dentro, mientras recordaba cómo en principio habían creído haber ingresado a toda una red de secuestradores, para solo golpear muro tras muro.

Keri estaba segura de que el código que necesitaba se hallaba en alguna parte de los archivos del abogado de Pachanga, Jackson Cave. Sin importar cómo fuese el caso, decidió hacer ese mismo día una visita a Cave.

Mientras se hacía esa promesa, llegó a la morada de Becky Sampson.

Momento de hacer a un lado a Cave, por ahora. Kendra Burlingame necesita mi ayuda. Mantente concentrada.

Salió del auto y admiró la urbanización, mientras caminaba hasta la puerta principal del complejo de apartamentos. Becky Sampson vivía en un edificio de tres pisos estilo Tudor. La calle entera, North Stanley Drive, estaba bordeada por complejos similares con falsos ornamentos.

Esa parte de Beverly Hills, justo al sur de Cedars-Sinaí y Burton Way, y la oeste de Robertson Boulevard, se hallaba técnicamente dentro de los límites de la ciudad. Pero estaba rodeada de distritos comerciales, y el limitar con la ciudad de Los Ángeleshacía que la renta fuese significativamente inferior a la de otras secciones de la urbe. Aún así, la dirección de correos decía Beverly Hills y eso tenía sus beneficios.

Keri oprimió el timbre del apartamento de Becky y la entrada se abrió para ella. Una vez dentro, se hizo obvio que el código postal era la principal ventaja del lugar. No lo era ciertamente el edificio. Al caminar por el pasillo hasta el ascensor, Keri notó lo descascarado de la pintura color rosa pálido de las paredes y la alfombra gruesa, llena de manchas. Todo hedía a moho.

El ascensor olía aún peor, como que había sufrido múltiples incidentes vomitorios a lo largo de los años y ya no era posible ocultar el hedor. El aparato se sacudió hacia arriba hasta llegar al tercer piso, y las puertas se abrieron con un traqueteo. Keri salió, decidida a bajar por las escaleras, aunque su hombro y sus costillas la odiaran por ello.

Tocó la puerta con el número 323, desabrochó la funda de su arma, apoyó su mano abierta en esta, y aguardó. El sonido de unos platos colocados sin gran ceremonia en un fregadero fue fácil de identificar, así como también, el golpe sordo de cosas que, regadas por el suelo, eran arrojadas al closet.

Ahora se está viendo en un espejo cercano a la puerta principal. Hay una sombra en la mirilla mientras me chequea y la puerta debe abrirse en tres, dos…

Keri oyó el giro de una llave y la puerta se abrió para presentar a una mujer delgada y agobiada. Sería de la misma edad de Kendra si habían ido juntas a una reunión, pero ella se veía mucho más vieja, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Su cabello era de un castaño ratonil, teñido a todas luces, y sus ojos pardos estaban tan enrojecidos como estaban usualmente los de Keri. La palabra que de inmediato vino a su mente fue, nerviosa.

—¿Becky Sampson? —preguntó por protocolo, aunque la foto de la licencia de conducir que le habían enviado cuando iba de camino claramente coincidía. Su diestra continuó descansando sobre la cacha de la pistola.

—Sí. ¿Detective Locke? Pase.

Keri puso un pie dentro, manteniendo algo de distancia entre ella y Becky. Incluso las delgadísimas aspirantes de Beverly Hills podían hacer daño si bajabas la guardia. Trató de no fruncir la nariz ante el olor a rancio que dominaba el lugar.

—¿Se le ofrece algo?—preguntó Becky.

—Me encantaría una vaso de agua —contestó Keri, menos por querer uno que por poder examinar el apartamento de manera exhaustiva mientras su anfitriona estaba en la cocina.

Con las ventanas cerradas y las persianas echadas, el apartamento lucía sofocante. Todo parecía tener una capa de polvo, desde las mesillas al sofá, pasando por las estanterías de libros. Keri caminó hasta la sala de recibo y se dio cuenta que estaba equivocada.

Una parte de la mesa de café estaba brillante, como si fuera usada de manera constante. En el piso, en frente de ese punto, Keri descubrió varias motas de lo que se veía como polvo blanco. Se arrodilló, ignorando el aullante dolor de sus costillas, y echó un vistazo bajo la mesa. Podía ver un billete de un dólar enrollado a medias, cubierto con un residuo blanquecino. Escuchó el cierre del grifo de agua y se incorporó antes de que Becky entrara de nuevo en la habitación con dos vasos de agua.

Claramente sorprendida al ver a su invitada tan lejos de la puerta principal, Becky le lanzó una mirada de sospecha antes de echar un vistazo involuntario al claro sobre la mesa.

—¿Le importa si me siento?—preguntó Keri de manera casual—Tengo una costilla rota y me duele si permanezco de pie mucho tiempo.

—Seguro —dijo Becky, aparentemente aliviada—. ¿Cómo sucedió?

—Un secuestrador de niñas me dio una paliza.

Los ojos Becky se abrieron impactados.

—Oh, no se preocupe —Keri la tranquilizó—. Lo maté a tiros después de eso.

Confiando ahora en que Becky había bajado la guardia, fue directo al punto.

—Le dije por teléfono que necesitaba hablar con usted sobre Kendra Burlingame. Ella está desaparecida. ¿Alguna idea de dónde podría estar?

Aunque parecía imposible, los ojos de Becky se agrandaron aún más.

—¿Qué?

—No se ha sabido de ella desde ayer en la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que habló con ella?

Becky intentó responder, pero comenzó a toser y a respirar con dificultad. Al cabo de unos instantes, se recuperó lo suficiente como para hablar.

—Fuimos de compras el sábado por la tarde. Ella estaba buscando un vestido nuevo para la gala benéfica de esta noche. ¿Está realmente segura de que ella está desaparecida?

—Estamos seguros. ¿Cómo se comportó el sábado? ¿Parecía ansiosa acerca de algo?

—Realmente no—contestó Becky,mientras resoplaba y buscaba un pañuelo desechable—. Quiero decir, estaba lidiando con unas pequeñas dificultades relacionadas con la recaudación de fondos, las llamadas a los proveedores de catering y todo lo demás. Pero no eran cosas con las que ella no hubiera lidiado un millón de veces. No parecía demasiado agobiada.

—¿Cómo era para usted, Becky, escucharla hacer esas llamadas sobre una gala fabulosa mientras se compraba un costoso vestido?

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir, tú eres su mejor amiga, ¿correcto?

Becky asintió. —Por casi veinticinco años —dijo.

—Y vive en una mansión allá arriba, en las colinas, y tú estás en este apartamento de un solo dormitorio. ¿Nunca te sientes celosa?

Observó detenidamente a Becky mientras respondía. La otra mujer tomó un sorbo de agua, pero tosió como si se le hubiera ido hacia los pulmones. Al cabo de unos segundos, respondió.

—A veces me siento celosa. Lo admito. Pero no es culpa de Kendra que las cosas no hayan ido tan bien para mí. A decir verdad, es difícil enfadarse alguna vez con ella. Es la persona más agradable que conozco. Me las he tenido que ver con algunas… dificultades y ella siempre ha estado allí cuando las cosas se han puesto difíciles.

Keri sospechaba cuáles podían ser esas —dificultades—pero no dijo nada. Becky continuó.

—Además, ella es muy generosa sin hacerme sentir menos por ello. Esa es una línea muy delgada. De hecho me compró vestido que voy a usar en la gala de esta noche, suponiendo que se vaya a celebrar. ¿Sabe si será así?

—No lo sé—replicó Keri con brusquedad—. Cuéntame de su relación con Jeremy. ¿Cómo era su matrimonio?

—Era bueno. Son grandes socios, un equipo realmente efectivo.

—Eso no suena muy romántico. ¿Es un matrimonio o una corporación?

—No creo que alguna vez hayan sido una pareja superapasionada. Jeremy es de un tipo muy conservador y realista. Y Kendra pasó en sus veintes por su etapa sexy, de chicos salvajes. Yo creo que ella era feliz al tener a un chico dulce, estable, con el que pudiera contar. Yo sé que le ama. Pero no es Romeo y Julietani nada de eso, si eso es a lo que se refiere.

—Okey, entonces, ¿alguna vez anheló esa pasión? ¿Pudo haber ido en su busca, digamos en el viaje de reunión de la secundaria? —preguntó Keri.

—¿Por qué pregunta eso?

—Jeremy dijo que ella lucía un poco agitada a su regreso de tu reunión.

—Oh, eso—dijo Becky, resoplando otra vez antes del inicio de otro ataque de tos.

Mientras trataba de controlarse, Keri vio a una cucaracha escurrirse por el piso e intentó ignorarla. Cuando Becky se hubo recuperado, continuó.

—Créame, ella no estaba tonteando en el viaje. De hecho, fue lo contrario. Un ex-novio de ella, un chico llamado Coy Brenner, se la pasó haciendo avances con ella. Ella fue educadapero muy firme.

—¿Cómo firme?

—Hasta el punto de sentirse incómoda. Él era uno de los chicos salvajes que le mencioné. En cualquier caso, él no se conformaba con un no. Al final de la reunión, dijo algo de buscarla allá en la ciudad. Yo creo que realmente la encontró.

—¿Vive él aquí?

—Vivió en Phoenix por largo tiempo. Donde se hizo la reunión. Todos crecimos allá. Pero él mencionó algo de que se había mudado a San Pedro recientemente, dijo que estaba trabajando allá en el puerto.

—¿Hace cuánto fue la reunión?

—Dos semanas—dijo Becky—¿Realmente piensa que él tuvo algo que ver con esto?

—No lo sé. Pero lo investigaremos. ¿Dónde puedo encontrarte si necesito contactarte de nuevo?

—Trabajo en una agencia de casting en Robertson, frente a The Ivy. Está a diez minutos caminando desde aquí. Pero siempre cargo mi celular. Por favor, no vacile en llamar. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar, solo pídalo. Ella es como una hermana para mí.

Keri miró severamente a Becky Sampson, tratando de decidir si debía mencionar el elefante que tenía en la habitación. La tos y el resoplido constante, su negligencia para mantener un hogar decente, el residuo blanco y el billete enrollado en el suelo, todo sugería que la mujer estaba hundida en la adicción a la cocaína.

—Gracias por tu tiempo —dijo finalmente, habiendo decidido dejarlo por ahora.

La situación de Becky podría resultar útil más adelante. Pero todavía no había necesidad de usarla, porque no daba ninguna ventaja táctica. Keri abandonó el apartamento y bajó las escaleras, a pesar de las chirriantes punzadas en su hombro y costillas.

Se sintió ligeramente culpable por guardar el problema de Becky con la cocaína como una carta potencial a usar en el camino. Pero la culpa se desvaneció con rapidez al dejar el edificio y aspirar el aire fresco. Ella era una detective de la policía, no una consejera de drogas. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a resolver el caso era juego limpio.

Mientras se incorporaba al tráfico y enfilaba a la autopista, llamó a la oficina. Necesitaba todo lo que tenían sobre el agresivamente interesado ex-novio de Kendra, Coy Brenner. Estaba por hacerle una visita no anunciada.

CAPÍTULO SIETE

Keri procuró mantenerse serena aunque sentía que su tensión arterial estaba subiendo. La hora punta estaba entrando en su apogeo, mientras avanzaba hacia el sur por la 110 rumbo al Puerto de Los Ángeles en San Pedro. Eran las cuatro de la tarde pasadas, e incluso circulando por el canal para vehículos de alta ocupación y con la sirena encendida, era poco lo que avanzaba.

Finalmente salió de la autopista y, conduciendo por complicadas vueltas y revueltas, llegó al edificio administrativo en la Calle Palos Verdes. Se suponía que allí se encontraría con el enlace policial del puerto, quien le asignaría dos oficiales como respaldo cuando entrevistara a Brenner. La participación de la policía portuaria era necesaria puesto estaba en la jurisdicción de ellos.

Normalmente a Keri le irritaba este tipo de requerimientos burocráticos, pero por una vez no le pareció mal tener respaldo. Por lo general, se sentía confiada cuando iba a por un posible sospechoso, entrenada como estaba en Krav Maga y habiendo incluso recibido algunas lecciones de boxeo por parte de Ray. Pero con su hombro chueco y sus costillas magulladas, no estaba tan segura como siempre. Y Brenner no sonaba como un pelele.

De acuerdo al Detective Manny Suárez quien, allá en el precinto, hizo para Keri un chequeo de los antecedentes mientras estaba en camino, Coy Brenner era toda una pieza. Había sido arrestado media docena de veces en los pasados años, dos por conducir ebrio, una por robo, dos por asalto, y la más grave por fraude, que le había valido su estadía más larga tras las rejas, seis meses. Eso había sido hacía cuatro años y desde entonces se le había prohibido salir del estado por cinco, así que, técnicamente, había violado su libertad bajo palabra.

Ahora era estibador en el muelle 400. Aunque había dado a entender a Becky y a Kendra que acababa de mudarse a San Pedro hacía unas pocas semanas, los registros mostraban que había estado viviendo en un apartamento de Long Beach por más de tres meses.

El enlace de la policía portuaria, el Sargento Mike Covey, y sus dos oficiales, la estaban aguardando cuando llegó. Covey era un cuarentón, alto y con algo de calvicie, refractario a las necedades. Ella le informó por teléfono y él, obviamente, había hecho lo propio con sus hombres.

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