—Eso espero —dijo Jilly—. Porque de lo contrario, me iré y no volveré jamás. Nadie me encontrará.
Riley se estremeció al darse cuenta: «Lo dice en serio.»
Jilly tenía un historial de fugarse de lugares que no le gustaban. Riley recordaba muy bien cómo había encontrado a Jilly la primera vez. Mientras Riley había estado trabajando en un caso relacionado con prostitutas muertas en Phoenix, había encontrado a Jilly en la cabina de un camión en un estacionamiento donde trabajaban prostitutas. Jilly había decidido convertirse en prostituta y vender su cuerpo al dueño del camión.
«¿Volvería a hacer algo igual de desesperado?», Riley se preguntó.
La idea la horrorizaba.
Entretanto, Jilly se había calmado y estaba a punto de volverse a quedar dormida. Riley volvió a colocar su cabeza en su hombro. Trató de sacarse la audiencia de su mente. Pero no pudo sacudirse el miedo de perder a Jilly.
¿Jilly sobreviviría si eso ocurriera?
Y si sobrevivía, ¿qué clase de vida tendría?
*
Cuando el avión aterrizó, Riley y Jilly se dieron cuenta de que cuatro personas estaban esperándolas. Una era una cara conocida: Brenda Fitch, la trabajadora social que había colocado a Jilly bajo el cuidado de Riley. Brenda era una mujer delgada y nerviosa con una sonrisa cálida y solidaria.
Riley no reconocía a las otras tres personas. Brenda abrazó a Riley y Jilly y luego las presentó a un matrimonio de mediana edad robusto y sonriente.
Brenda dijo: —Riley, creo que no conoces a Bonnie y Arnold Flaxman. Fueron los padres de acogida de Jilly por un poco tiempo después de que la rescataste.
Riley asintió, recordando que Jilly se les había fugado. Jilly había decidido que no viviría con nadie más excepto Riley. Riley esperaba que los Flaxman no albergaran ningún resentimiento al respecto. Pero parecían amables y acogedores.
Brenda luego presentó a Riley a un hombre alto con una cabeza larga de forma extraña y una sonrisa un tanto vacía.
Brenda dijo: —Este es Delbert Kaul, nuestro abogado. Vamos a sentarnos en un lugar para hablar.
El grupo se acercó a la cafetería más cercana. Los adultos pidieron café y Jilly un refresco. A lo que todos tomaron asiento, Riley recordó que el hermano de Bonnie Flaxman era Garrett Holbrook, un agente del FBI estacionado aquí en Phoenix.
Riley preguntó: —¿Cómo está Garrett?
Bonnie se encogió de hombros y sonrió: —Tú sabes. Garrett es Garrett.
Riley asintió. Recordaba que era un hombre bastante taciturno y distante. Pero luego recordó que lo había conocido mejor mientras estuvo investigando el asesinato de su media hermana distanciada. Se había mostrado agradecido con ella cuando resolvió el asesinato y hasta había ayudado a colocar a Jilly bajo el cuidado de los Flaxman. Riley sabía que era un buen hombre a pesar de lo frío que parecía.
Brenda le dijo a Riley: —Me alegro de que hayan podido venir tan rápido. Realmente esperaba que estaríamos finalizando la adopción para este momento, pero como te escribí en mi carta, nos hemos topado con un obstáculo. El padre de Jilly afirma que tomó la decisión de renunciar a Jilly bajo coacción. No solo está disputando la adopción, sino que está amenazando con acusarte de secuestro, y a mí de cómplice.
Ojeando algunos documentos legales, Delbert Kaul añadió: —Aunque su caso es bastante débil, está siendo muy molesto. Pero no te preocupes por eso. Estoy seguro de que podremos arreglar todo esto mañana.
La sonrisa de Kaul no le pareció tranquilizadora. Había algo débil e incierto sobre él. Se encontró preguntándose cómo había sido asignado al caso.
Riley se dio cuenta de que Brenda y Kaul parecían estar compenetrados. No parecían una pareja romántica, pero sí buenos amigos. Tal vez esa era la razón por la que Brenda lo había contratado.
«Esa no es necesariamente una buena razón», pensó Riley.
—¿Quién es el juez? le preguntó Riley.
La sonrisa de Kaul se desvaneció un poco cuando dijo: —Owen Heller. No es exactamente mi primera opción, pero el mejor que pudimos conseguir dadas las circunstancias.
Riley contuvo un suspiro. Cada vez se sentía menos y menos segura. Ella esperaba que Jilly no se estuviera sintiendo igual.
Kaul luego discutió lo que el grupo debía esperar en la audiencia. Bonnie y Arnold Flaxman declararían sobre su propia experiencia con Jilly. Hablarían de lo mucho que la chica necesitaba un entorno familiar estable, el cual jamás podría tener con su padre.
Kaul dijo que había querido que el hermano mayor de Jilly declarara, pero que no lo había podido localizar.
Riley tenía que declarar sobre la vida que era capaz de brindarle a Jilly. Había llegado a Phoenix armada con todo tipo de documentación para respaldar su declaración, incluyendo información financiera.
Kaul dio unos golpecitos con el lápiz y añadió: —Jilly, tú no tienes que testificar…
Jilly interrumpió: —Quiero hacerlo. Voy a hacerlo.
Kaul parecía un poco sorprendido por la determinación en la voz de Jilly. Riley deseaba que el abogado pareciera tan decidido como Jilly.
—Bueno —dijo Kaul—, ya está decidido.
Cuando terminó la reunión, Brenda, Kaul y los Flaxman se fueron juntos. Riley y Jilly fueron a alquilar un auto y luego se dirigieron a un hotel cercano y reservaron una habitación.
*
Una vez que estaban instaladas en su habitación de hotel, Riley y Jilly pidieron una pizza. La televisión estaba trasmitiendo una película que ambas ya habían visto, así que no le prestaron mucha atención. Para el alivio de Riley, Jilly no parecía nada ansiosa ahora. Charlaron gratamente sobre pequeñeces como el próximo año escolar, ropa y zapatos y las celebridades en las noticias.
A Riley le resultó difícil creer que Jilly había estado en su vida por tan poco tiempo. Las cosas parecían tan naturales y fáciles entre ellas.
«Como si ha sido mi hija desde siempre», pensó Riley. Se dio cuenta de que así exactamente se sentía, lo cual la puso un poco ansiosa.
¿Todo terminaría mañana?
Riley no pudo obligarse a siquiera considerar cómo se sentiría si eso pasaba.
Casi habían terminado su pizza cuando fueron interrumpidas por una notificación ruidosa del portátil de Riley.
—¡Esa debe ser April! —dijo Jilly—. Prometió que me haría una videollamada.
Riley sonrió y dejó a Jilly atender la llamada de su hija mayor. Riley escuchó desde el otro lado de la habitación mientras las dos chicas charlaban como las hermanas en las que se habían convertido.
Cuando las chicas terminaron de hablar, Riley se sentó en la portátil para hablar con April mientras que Jilly se acostó en la cama para ver televisión. April parecía seria y preocupada.
Ella preguntó: —¿Cómo crees que saldrá todo?
Mirando hacia el otro lado de la habitación, Riley vio que Jilly parecía bastante interesada en la película. Riley no creía que estaba escuchando lo que ella y April estaban hablando, pero igual decidió tener cuidado con lo que decía.
—Ya veremos —dijo Riley.
April dijo en voz baja para que Jilly no oyera: —Te ves preocupada, mamá.
—Supongo que sí —dijo Riley, también en voz baja.
—Puedes hacerlo, mamá. Sé que puedes.
Riley tragó grueso y dijo: —Eso espero.
Aún en voz baja, la voz de April tembló de emoción: —No podemos perderla, mamá. No puede volver a su antigua vida.
—Lo sé —dijo Riley—. No te preocupes.
Riley y April se miraron en silencio durante unos momentos. Riley de repente se sintió profundamente conmovida por lo madura que su hija de quince años de edad parecía en este momento.
«Está creciendo», pensó Riley con orgullo.
April finalmente dijo: —Adiós, mamá. Llámame tan pronto tengas noticias.
—Sí, eso haré —dijo Riley.
Finalizó la videollamada y regresó a la cama con Jilly. El teléfono sonó a pocos minutos de terminarse la película. Riley sintió otra oleada de preocupación.
Las llamadas telefónicas que había recibido últimamente no habían traído buenas noticias.
Ella cogió el teléfono y escuchó la voz de una mujer: —Agente Paige, estoy llamando de la centralita de Quantico. Acabamos de recibir una llamada de una mujer en Atlanta y… bueno, no estoy segura de cómo manejar esto, pero quiere hablar directamente con usted.
—¿Atlanta? —preguntó Riley—. ¿Quién es?
—Su nombre es Morgan Farrell.
Riley sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
Recordaba a la mujer de un caso en el que había trabajado en febrero. El esposo adinerado de Morgan, Andrew, había sido un sospechoso en un caso de asesinato. Riley y su compañero, Bill Jeffreys, habían entrevistado a Andrew Farrell en su casa y habían determinado que él no era el asesino que estaban buscando. Sin embargo, Riley había detectado señales de que estaba abusando de su esposa.
Había logrado entregarle a Morgan una tarjeta del FBI en silencio, pero nunca se había comunicado con Riley.
«Supongo que por fin quiere ayuda», pensó Riley, imaginando la mujer delgada, elegante y tímida que había visto en la mansión de Andrew Farrell.
Pero Riley se preguntó qué podría hacer por ella en estos momentos, dadas las circunstancias personales en las que se encontraba.
De hecho, lo último que Riley necesitaba en este momento era otro problema que resolver.
La operadora en espera preguntó: —¿Quiere que comunique la llamada?
Riley vaciló un segundo y luego dijo: —Sí, por favor.
Después de un momento, oyó el sonido de la voz de una mujer: —Hola, ¿habla la agente especial Riley Paige?
Ahora recordaba que Morgan no le había dicho ni una sola palabra durante su visita a su casa. Había parecido demasiado aterrada de su esposo como para siquiera hablar.
Pero ahora no sonaba aterrada. De hecho, sonaba muy feliz.
«¿Esta es solo una llamada social?», se preguntó Riley.
—Sí, habla Riley Paige —dijo Riley.
—Bueno, le debía una llamada. Fue muy amable conmigo cuando visitó nuestra casa, y me dejó su tarjeta, y pareció estar realmente preocupada por mí. Solo quería hacerle saber que ya no tiene que preocuparse por mí. Todo va a estar bien ahora.
Riley respiró más tranquila y le dijo a la mujer: —Eso me alegra mucho. ¿Lo dejó? ¿Se divorciarán?
—No —dijo Morgan alegremente—. Maté al bastardo.
CAPÍTULO DOS
Riley se sentó en la silla más cercana, su mente dando vueltas mientras las palabras de la mujer resonaron en su mente.
—Maté al bastardo.
¿Morgan realmente acababa de decir eso?
Luego Morgan preguntó: —Agente Paige, ¿está ahí?
—Todavía estoy aquí —dijo Riley—. Dígame lo que pasó.
Morgan todavía parecía extrañamente tranquila: —Lo que pasa es que no estoy segura. He estado bastante ida últimamente, y tiendo a no recordar las cosas que hago. Pero lo maté sin duda. Estoy mirando su cuerpo tendido en la cama. Tiene cuchilladas por todas partes y sangró mucho. Parece que lo hice con un cuchillo de cocina afilado. El cuchillo está a su lado.
Riley intentó darle sentido a lo que estaba oyendo.
Recordó lo enfermizamente delgada que Morgan había parecido. Riley había estado segura de que era anoréxica. Riley sabía mejor que muchos lo difícil que era asesinar a alguien a puñaladas. ¿Morgan era físicamente capaz de hacer algo así?
Oyó a Morgan suspirar.
—Odio molestar, pero sinceramente no sé qué hacer ahora. Me preguntaba si podría ayudarme.
—¿Le ha contado esto a alguien más? ¿Llamó a la policía?
—No.
Riley tartamudeó: —Me… me encargaré de eso.
—Muchas gracias.
Riley estaba a punto de decirle a Morgan que no colgara mientras hacía una llamada aparte en su propio teléfono celular. Pero Morgan colgó.
Riley se quedó mirando al horizonte por un tiempo.
Oyó a Jilly preguntar: —Mamá, ¿pasó algo?
Riley miró a Jilly y notó que parecía muy preocupada.
Ella dijo: —No hay nada de qué preocuparse, cariño.
Luego cogió su teléfono celular y llamó a la policía de Atlanta.
*
El oficial Jared Ruhl se sentía aburrido e inquieto mientras viajaba en el asiento del pasajero junto al sargento Dylan Petrie. Era de noche, y estaban patrullando uno de los vecindarios más ricos de Atlanta, un área donde casi nunca había actividad criminal. Ruhl era nuevo, y ansiaba acción.
Respetaba mucho a su compañero y mentor afroamericano. El sargento Petrie llevaba aproximadamente veinte años en la fuerza, y era uno de los policías más experimentados.
«Entonces, ¿por qué nos están malgastando en esto?», se preguntó Ruhl.
Como en respuesta a su pregunta no formulada, una voz femenina dijo por la radio policial:
—Cuatro-Frank-trece, ¿me copian?
Los sentidos de Ruhl se agudizaron al oír la identificación de su propio vehículo.
Petrie respondió: —Sí, adelante.
La operadora vaciló, como si no creía lo que estaba a punto de decir.
Luego dijo, —Tenemos una posible ciento ochenta y siete en la residencia Farrell. Diríjanse a la escena.
Ruhl quedó boquiabierto y vio los ojos de Petrie abrirse de par en par. Ruhl sabía que 187 era el código de homicidio.
«¿En la casa de Andrew Farrell?», se preguntó Ruhl.
No lo podía creer, y parecía que Petrie tampoco.
—Repita, por favor —dijo Petrie.
—Un posible 187 en la residencia Farrell. ¿Pueden dirigirse a la escena?
Ruhl vio a Petrie entrecerrar los ojos.
—Sí —dijo Petrie—. ¿Quién es el sospechoso?
La operadora volvió a vacilar y luego dijo: —La señora Farrell.
Petrie jadeó en voz alta y negó con la cabeza.
—¿Es una broma? —dijo.
—No es broma.
—¿Quién reportó el crimen? —preguntó Petrie.
La operadora respondió: —Una agente de la UAC desde Phoenix, Arizona. Yo sé lo raro que parece eso, pero…
La voz de la operadora se quebró.
Petrie dijo: —¿Respuesta código tres?
Ruhl sabía que Petrie estaba preguntando si debían utilizar luces intermitentes y una sirena.
La operadora preguntó: —¿Qué tan cerca están de la escena?
—Estamos a menos de un minuto —dijo Petrie.
—Entonces es mejor que no hagan ruido. Todo esto es…
Su voz se volvió a quebrar. Ruhl supuso que no quería que llamaran mucho la atención. Lo que fuera que estaba pasando en este vecindario lujoso y privilegiado, sin duda lo mejor era mantener a la prensa alejada por el mayor tiempo posible.
Finalmente, la operadora dijo: —Solo echen un vistazo, ¿de acuerdo?
—Copiado —dijo Petrie—. Estamos en camino.
Petrie empujó el acelerador y aceleró por la calle tranquila.
Ruhl miró la mansión Farrell con asombro a la distancia. Nunca había estado tan cerca de ella. La casa se extendía en todas las direcciones, y le parecía más un club de campo que una casa. El exterior estaba cuidadosamente iluminado, por protección, sin duda, pero también para mostrar sus grandes arcos, columnas y ventanas.
Petrie estacionó el auto en la entrada circular y apagó el motor. Él y Ruhl se salieron y se acercaron a la enorme entrada principal. Petrie sonó el timbre.
Después de unos momentos, un hombre alto y delgado abrió la puerta. Ruhl supuso por su esmoquin elegante y su expresión rígida que era el mayordomo de la familia.
Parecía sorprendido de ver dos oficiales de policía… y para nada contento.
—¿Puedo preguntar de qué trata todo esto?
El mayordomo no parecía tener ni idea de que algo había pasado dentro de la mansión.
Petrie miró a Ruhl, quien percibió lo que su mentor estaba pensando… «Solo una falsa alarma. Probablemente una broma telefónica.»
Petrie le dijo al mayordomo: —¿Podríamos hablar con el señor Farrell, por favor?
El mayordomo sonrió de una forma arrogante y dijo: —Me temo que eso es imposible. Está profundamente dormido, y tengo órdenes estrictas de…