Albert Scarlatti se puso de pie en ese momento y preguntó: —¿Puedo decir algo, su señoría?
Cuando el juez asintió con la cabeza, Riley sintió una nueva punzada de preocupación.
Scarlatti bajó la cabeza y habló en voz baja y tranquila: —Sé que lo que Jilly dijo sobre lo que le hice parece horrible. Y Jilly, lo siento muchísimo. Pero la verdad es que eso no fue lo que pasó.
Riley tuvo que contenerse para no interrumpirlo. Estaba segura de que Jilly no había mentido.
Albert Scarlatti sonrió y dijo: —Jilly, tienes que reconocer que no has sido fácil. Eres un gran reto, hijita. Tienes mal genio, y te salías de manos a veces. Ese día, no supe qué hacer. Recuerdo que estaba desesperado cuando te metí en ese clóset. —Él se encogió de hombros y continuó—: Pero no pasó como tú dijiste. Nunca te haría pasar por algo así por varios días. Ni siquiera por unas horas. No estoy diciendo que estás mintiendo, sino que a veces te dejas llevar por tu imaginación. Y lo entiendo. —Luego Scarlatti dirigió su atención a los otros en la sala y dijo—: Muchas cosas han pasado desde que perdí a mi pequeña Jilly. Estoy sobrio. He estado en rehabilitación, asisto a reuniones de Alcohólicos Anónimos con regularidad y no he bebido en meses. Espero nunca volver a beber una copa de vino en mi vida. Y tengo un trabajo estable, nada impresionante, solo de conserjería, pero es un buen trabajo, y les puedo dar una referencia de mi empleador que lo estoy haciendo bien. —En ese momento, tocó el hombro de la misteriosa mujer que había estado sentada a su lado—. Pero ha habido otro gran cambio en mi vida. Conocí a Barbara Long, la mujer más maravillosa del mundo, y ella es lo mejor que me ha pasado. Nos vamos a casar a finales de este mes.
La mujer le sonrió con los ojos brillantes.
Scarlatti le habló directamente a Jilly ahora: —Así es, Jilly. Ya no seremos una familia monoparental. Tendrás un padre y una madre, una verdadera madre después de todos estos años.
Riley se sintió como si alguien acababa de abofetearla.
«Jilly acaba de decir que yo soy su verdadera madre», pensó.
Pero ¿qué podía decir sobre las «familias monoparentales»? Se había divorciado de Ryan antes de encontrar a Jilly.
Scarlatti luego dirigió su atención a Brenda Fitch. Dijo: —Sra. Fitch, mi abogado acaba de decir cosas bastantes serias de usted. Solo quiero que sepa que no le guardo rencor. Usted solo ha estado haciendo su trabajo, y lo sé. Solo quiero que sepa lo mucho que he cambiado. —Luego miró a Riley directamente a los ojos—. Sra. Paige, tampoco le guardo rencor. De hecho, estoy agradecido con usted por cuidar a Jilly mientras yo me recomponía. Sé que no pudo haber sido fácil, dado que es soltera. Y con su propia adolescente a quien cuidar.
Riley abrió la boca para protestar, pero Albert siguió hablando.
—Sé que se preocupa por ella, pero ya no tiene que hacerlo. Seré un buen padre para Jilly de ahora en adelante. Y quiero que siga siendo parte de su vida.
Riley estaba estupefacta. Ahora entendía por qué su abogado había amenazado con acusarla de secuestro en primer lugar.
Jolene Paget se había presentado a sí misma como una abogada despiadada dispuesta a hacer cualquier cosa por ganar su caso.
De esa forma, había despejado el camino para que Scarlatti pareciera el tipo más agradable del mundo. Y era muy convincente.
Riley no pudo evitar preguntarse: «¿Es realmente un buen tipo, después de todo?
¿Realmente solo pasó por un mal momento?
¿Fue un error separarlo de Jilly? ¿Solo estoy añadiendo traumas innecesarios a la vida de Jilly?»
Finalmente, Scarlatti miró al juez de forma suplicante y dijo: —Su señoría, le ruego que me devuelva a mi hija. Es sangre de mi sangre. No se arrepentirá de su decisión. Lo prometo.
Una lágrima rodó por su mejilla mientras tomó asiento.
Su abogada se puso de pie, pareciendo más presumida y segura que nunca.
Le dijo a Jilly con una sinceridad falsa: —Jilly, espero que entiendas que tu padre solo quiere lo mejor para ti. Yo sé que has tenido problemas con él en el pasado, ¿pero dime si ese no es un patrón en lo que a ti respecta?
Jilly parecía desconcertada.
Paget continuó: —Estoy segura de que no negarás que te escapaste de tu casa, y que así fue como Riley Paige te encontró en primer lugar.
Jilly dijo: —Sí, pero eso fue porque…
Paget interrumpió, señalando a los Flaxmans. —¿Y no es cierto que también te escapaste de la casa de esta bonita pareja cuando te acogieron?
Los ojos de Jilly se abrieron de par en par y ella asintió en silencio.
Riley tragó grueso. Sabía lo que Paget iba a decir a continuación.
—¿Y no es cierto que hasta huiste de la Sra. Paige y su familia?
Jilly asintió y bajó la cabeza miserablemente.
Todo eso era cierto. Riley recordaba lo difícil que había sido para Jilly adaptarse a la vida en su casa, y especialmente cómo había luchado con sentimientos de indignidad. En un momento de gran debilidad, Jilly se había escapado a otra parada de camiones, pensando que solo servía para vender su cuerpo.
—No soy nadie —le había dicho a Riley cuando la policía la trajo de vuelta.
La abogada había investigado bien… pero Jilly había cambiado mucho desde entonces. Riley estaba segura de que esos días de inseguridad habían quedado en el pasado.
Aún con un tono de profunda preocupación, Paget le dijo a Jilly: —Tarde o temprano, cariño, tendrás que aceptar la ayuda de personas que se preocupan por ti. Y en este momento, lo que tu padre quiere más que nada es darte una buena vida. Creo que le debes la oportunidad de intentarlo. —Volviéndose al juez, Paget añadió—: Su señoría, todo queda en sus manos.
Por primera vez en toda la audiencia, el juez parecía estar realmente conmovido. Él dijo: —Sr. Scarlatti, sus comentarios elocuentes me han obligado a reconsiderar mi decisión.
Riley jadeó en voz alta y pensó: «¿Esto está pasando?»
El juez continuó: —La ley de Arizona es muy clara. La primera consideración es la idoneidad de los padres. La segunda es el interés superior del niño. Solo si el padre es considerado no apto puede ser abordaba la segunda consideración. —Se detuvo a pensar por un momento y luego continuó—: Hoy no se ha demostrado que el Sr. Scarlatti no es apto. Creo que más bien todo lo contrario. Parece estar haciendo todo lo posible para convertirse en un excelente padre.
Alarmado, Kaul se puso de pie y dijo bruscamente: —Su señoría, protesto. El señor Scarlatti renunció a sus derechos de manera voluntaria, y esto es completamente inesperado. La agencia no tenía ninguna razón para encontrar pruebas para demostrar su incapacidad.
El juez golpeó su mazo y dijo: —Entonces no tengo ninguna razón para considerar nada más. Se le concede la custodia al padre.
Riley no pudo evitar jadear de desesperación.
«Esto es real —pensó—. Perdí a Jilly.»
CAPÍTULO CINCO
Riley estaba hiperventilando mientras trataba de darle sentido a lo que acababa de pasar.
«Seguramente puedo impugnar esta decisión», pensó.
La agencia y el abogado podrían encontrar pruebas sólidas de la conducta abusiva de Scarlatti.
Pero ¿qué sucedería en el ínterin?
Jilly jamás se quedaría con su padre. Volvería a huir… y esta vez podría desaparecer para siempre.
Quizá nunca la volvería a ver.
Todavía sentado en el banco, el juez le dijo a Jilly: —Señorita, creo que deberías ir con tu padre.
Para sorpresa de Riley, Jilly parecía completamente tranquila.
Ella apretó la mano de Riley y susurró: —No te preocupes, mamá. Todo va a estar bien.
Se acercó al lugar donde Scarlatti y su novia estaban ahora de pie. La sonrisa de Albert Scarlatti parecía cálida y acogedora.
Justo cuando su padre le tendió los brazos para abrazarla, Jilly dijo: —Tengo algo que decirte.
Scarlatti parecía curioso.
Jilly dijo: —Tú mataste a mi hermano.
—¿Q... qué? —tartamudeó Scarlatti—. Eso no es cierto y lo sabes. Tu hermano Norbert huyó. Te lo he dicho un montón de veces…
Jilly lo interrumpió. —No, no estoy hablando de mi hermano mayor. Ni siquiera lo recuerdo. Estoy hablando de mi hermano menor.
—Pero nunca tuviste…
—No, nunca tuve un hermano menor. Porque lo mataste.
Scarlatti quedó boquiabierto y su rostro enrojeció.
Su voz temblando de ira, Jilly continuó: —Supongo que crees que no recuerdo a mi madre porque era muy pequeña cuando se fue. Pero sí la recuerdo. Recuerdo que estaba embarazada. Te recuerdo gritándole. La golpeaste en el estómago. Te vi hacerlo una y otra vez. Luego se enfermó. Y ya no estaba embarazada. Ella me dijo que era un niño, que habría sido mi hermano menor, pero tú lo mataste.
Riley no podía creer lo que Jilly estaba diciendo. No tenía duda de que todo eso era cierto.
«Ojalá me lo hubiera dicho», pensó.
Pero, por supuesto, quizá era muy doloroso para ella—y solo ahora se había atrevido a hablar de eso.
Jilly estaba sollozando ahora. Ella dijo: —Mami lloró mucho cuando me lo contó. Me dijo que tenía que irse porque si no la matarías. Y eso hizo. Y nunca la volví a ver.
El rostro de Scarlatti se estaba retorciendo en una expresión fea. Era evidente para Riley que estaba luchando con su rabia.
Gruñó: —Niña, no sabes de lo que hablas. Te lo imaginaste todo.
Jilly dijo: —Ella llevaba su vestido azul bonito ese día. El único que le gustaba. Para que veas, sí lo recuerdo. Lo vi todo.
Matas a todo y a todos tarde o temprano. No lo puedes evitar. Apuesto a que también me mentiste cuando me dijiste que mi cachorra huyó. Probablemente también mataste a Darby.
Scarlatti estaba temblando.
—Mi madre hizo lo correcto al marcharse y espero que sea feliz, dondequiera que esté. Y si está muerta, bueno, igual está mejor de lo que estaría contigo.
Scarlatti gritó de furia: —¡Cállate, perra!
Luego agarró a Jilly por el hombro con una mano y la abofeteó con la otra.
Jilly gritó y trató de apartarse de él.
Riley corrió hacia Scarlatti. Antes de que llegara, dos oficiales de seguridad habían agarrado al hombre por los brazos.
Jilly se liberó y corrió hacia Riley.
El juez golpeó su mazo y todo quedó en silencio. Miró alrededor de la sala, como si no podía creer lo que acababa de suceder.
Por un momento, se quedó allí respirando fuerte.
Luego miró a Riley y le dijo: —Sra. Paige, creo que le debo una disculpa. Tomé la decisión equivocada, y la anulo. —Miró a Scarlatti y añadió: —Una palabra más y lo tendré que arrestar. —Mirando a los demás en la sala, el juez dijo con firmeza—: No habrá más audiencias. Esta es mi determinación final sobre esta adopción. Se concede la custodia a la madre adoptiva.
Volvió a golpear su mazo, se levantó y abandonó la sala sin decir nada más.
Riley se volvió y miró a Scarlatti. Sus ojos oscuros estaban furiosos, pero los dos oficiales de seguridad seguían a su lado. Miró a su prometida, quien estaba mirándola horrorizada. Luego Scarlatti bajó la cabeza y se quedó allí sin decir nada.
Jilly se lanzó a los brazos de Riley, sollozando.
Riley la abrazó y le dijo: —Eres una niña valiente, Jilly. Nunca te dejaré ir, no importa lo que pase. Cuenta conmigo.
*
La mejilla de Jilly seguía ardiendo mientras Riley se encargaba de algunos detalles con Brenda y el abogado. Pero era un dolor agradable que sabía que pronto desaparecería. Había dicho la verdad sobre algo que se había reservado por demasiado tiempo. Como resultado, se había librado de su padre.
Riley, su nueva mamá, las regresó a su habitación de hotel, donde empacaron rápidamente y se dirigieron al aeropuerto. Llegaron con tiempo de sobra para tomar su vuelo a casa y registrar sus maletas para que no tuvieran que cargarlas. Luego se fueron juntas a un baño.
Jilly se quedó mirándose en un espejo mientras su madre estaba en un baño cercano.
Un pequeño hematoma se estaba formando en el lado de su rostro donde su padre le había pegado. Pero iba a estar bien ahora.
Su padre nunca volvería a hacerle daño. Y solo porque había dicho la verdad sobre el hermano menor que había perdido. Eso había cambiado las cosas.
Sonrió un poco al recordar a mamá diciéndole: —Eres una niña valiente, Jilly.
«Sí —pensó Jilly—. Creo que soy muy valiente.»
CAPÍTULO SEIS
Cuando Riley salió del baño, no vio a Jilly por ningún lugar.
Lo primero que sintió fue un destello de ira.
Recordó haberle dicho a Jilly claramente: —Espérame justo al otro lado de la puerta. No vayas a ninguna parte.
Y ahora no la veía por ningún lado.
«Qué niña», pensó Riley.
No le preocupaba perder su vuelo. Tenían un montón de tiempo para abordar. Pero había querido tomarse las cosas con calma después de un día tan difícil. Había planeado pasar por seguridad, encontrar su puerta de embarque y luego encontrar un buen lugar para comer.
Riley suspiró con desaliento.
Incluso después de la valentía de Jilly en la sala del tribunal, Riley no pudo evitar sentirse decepcionada por esta nueva muestra de inmadurez.
Sabía que si se disponía a buscar a Jilly en el gran terminal, probablemente jamás la encontraría. Por esa razón, buscó un lugar para sentarse y esperar a que Jilly volviera, lo cual seguramente haría tarde o temprano.
Pero mientras Riley miraba alrededor del gran terminal, vio a Jilly pasando por una de las puertas de cristal que daba al exterior.
O al menos pensó que era Jilly, dado que era difícil estar segura de dónde Riley estaba de pie.
¿Y quién era esa mujer con la que la niña parecía estar?
Parecía Barbara Long, la prometida de Albert Scarlatti.
Pero las dos personas desaparecieron rápidamente entre los viajeros.
Riley sintió un escalofrío de temor. ¿Sus ojos le habían jugado una mala pasada?
No, ahora estaba bastante segura de lo que había visto.
Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué Jilly iría a cualquier lado con esa mujer?
Riley se puso en movimiento. Sabía que no tenía tiempo para darle sentido. Se echó a trotar e instintivamente metió la mano debajo de su chaqueta y palmeó la pistola que llevaba en su pistolera.
Fue detenida por un guardia uniformado que se puso frente a ella.
Dijo con una voz profesional: —¿Está sacando un arma, señora?
Riley soltó un gemido de frustración y dijo: —Señor, no tengo tiempo para esto.
Supo por la expresión del guardia que eso había confirmado sus sospechas.
Sacó su propia arma y se acercó a ella. Por el rabillo del ojo, Riley vio que otro guardia había detectado la actividad y también se aproximaba.
—Déjeme pasar —espetó Riley, mostrando ambas manos—. Soy agente del FBI.
El guardia con el arma no respondió. Riley supuso que no le creía. Y ella sabía que estaba entrenado para no creerle. Solo estaba haciendo su trabajo.
El segundo guardia parecía que estaba a punto de cachearla.
Riley estaba perdiendo valioso tiempo. Dada su formación, sabía que probablemente podría desarmar al guardia con el arma antes de que pudiera disparar. Pero lo último que necesitaba era pelear con guardias de seguridad bien intencionados.
Obligándose a detenerse, dijo: —Déjeme mostrarle mi placa.
Los dos guardias se miraron con recelo.
—De acuerdo —dijo el guardia con el arma—. Pero despacito.
Riley sacó su placa cuidadosamente y se las mostró.
Ambos quedaron boquiabiertos.
—Estoy apurada —dijo Riley.
El guardia delante de ella asintió y enfundó su arma.
Riley se echó a correr por el terminal y salió por las puertas de cristal.
Riley miró a su alrededor. Ni Jilly ni la mujer estaban a la vista.
Pero luego vio la cara de su hija en la ventanilla trasera de un VUD. Jilly parecía alarmada, y sus manos estaban presionadas contra el cristal.