Cierto era también que Keri era vista como una impredecible que podía crear tantos problemas como los que resolvía. En ese momento, de hecho, estaba técnicamente bajo investigación por parte de Asuntos Internos, debido al resultado de su confrontación con el Coleccionista. Todos vivían diciéndole que solo era una formalidad. Y aún así planeaba sobre ella, como una nube gris amenazándola de continuo con un chubasco.
Con todo, a pesar de las cosas que a veces se llevaban por delante, nadie podía cuestionar sus resultados. Ray y Keri eran lo mejor de lo mejor, aunque pasaran por algunos tropiezos personales en esos días.
Keri optó por no pensar en ello mientras Ray le daba los detalles del caso y conducía hasta la escena. No podía lidiar al mismo tiempo con un caso de personas desaparecidas y una complicada relación con Ray. Tuvo, de hecho, que mirar por la ventana para no poner su atención en los fuertes y oscuros brazos que sujetaban el volante.
—La posible víctima es Jessica Rainey —dijo Ray—. Tiene doce y vive en Playa del Rey. La mamá normalmente se encuentra con ella mientras pedalea hasta casa desde la escuela, pero hoy encontró la bicicleta tirada en el borde de la calle y el morral metido en un arbusto cercano.
—¿Sabemos algo de los padres? —preguntó Keri, mientras se lanzaban calle abajo por Culver Boulevard en dirección a la comunidad costera, donde ella también vivía. Con frecuencia el desafecto de los padres era un factor determinante. Una sólida mitad de sus casos de niños desaparecidos involucraba a uno de los padres como secuestrador del chico.
—No mucho todavía —dijo Ray, mientras serpenteaban por en medio del tráfico. Estaban a comienzos de enero y afuera hacía frío, pero Keri advirtió que el sudor perlaba la cabeza calva de Ray mientras conducía. Parecía nervioso por algo. Antes de que pudiera profundizar en ello, él continuó.
—Están casados. Mamá trabaja en casa. Diseña invitaciones de boda ‘artesanales’. Papá trabaja en Silicon Beach, para una compañía tecnológica. Tienen un hijo más pequeño, un varón de seis años. Hoy está en la guardería que funciona después de clases. La mamá verificó y está allí, sano y salvo. Hillman le dijo que lo dejara allí por el momento, para que su día siga siendo normal hasta donde sea posible.
—No hay mucho que seguir —observó Keri—. ¿Está la Unidad de Escena del Crimen en camino?
—Sí, Hillman los envió al mismo tiempo que a nosotros. Puede que ya estén allí, esperemos que procesando la bicicleta y el morral en busca de huellas.
Ray pasó raudo el cruce con Jefferson Boulevard. En la distancia, Keri casi podía ver ahora su apartamento. Más allá estaba el océano, a solo poco menos de un kilómetro. El hogar de los Rainey estaba en una sección aparte de la comunidad, más sofisticada, sobre una gran colina con hogares multimillonarios. Estaban a menos de cinco minutos de distancia.
Keri notó que Ray se había quedado extrañamente en silencio. Podía afirmar que estaba reuniendo el coraje para decir algo. No podía explicar por qué, pero lo temía.
Ella y Ray Sands se habían conocido hacía más de siete años, bastante antes de que Evie fuese raptada, cuando ella era una profesora de criminología en la Universidad Loyola Marymount, y él era el detective local enviado como voluntario por su jefe para que hablara ante la clase de ella.
Luego que Evie fuese raptada y la vida de Keri se hubo derrumbado, él había estado allí, tanto como detective trabajando en el caso y como amigo dándole apoyo. Estuvo allí para ella mientras salía su divorcio y su carrera se deshacía. Fue Ray quien la convenció de unirse a la fuerza. Y cuando ella arribó a la División Los Ángeles Oeste tras dos años como oficial patrullera, él se convirtió en su pareja en la Unidad de Personas Desaparecidas.
En algún punto del recorrido, su relación se había vuelto más cercana. Quizás fuese en parte todo ese juego de flirteos. Quizás fuese el hecho de que cada uno había salvado la vida del otro, cantidad de veces.Quizás fuese en parte simple atracción. Ella incluso había notado que Ray, un notorio mujeriego, había dejado de mencionar a otras mujeres, ni siquiera en broma.
Fuese lo que fuese, en los últimos meses, cada uno había pasado mucho tiempo en la casa del otro después del trabajo, yendo juntos a los restaurantes, llamándose para conversar sobre temas extralaborales. Era como si fueran una pareja en todos los aspectos, excepto uno. Nunca habían dado el salto final para consumar esa conexión. Diablos, ni siquiera se habían besado.
¿Entonces por qué le tengo terror a lo que creo que está a punto de decir?
Keri adoraba pasar tiempo con Ray y una parte de ella quería llevar las cosas al siguiente nivel. Se sentía tan cercana al hombre que era extraño que nada hubiese sucedido. Y aún así, por razones para las que no podía encontrar palabras, temía dar el siguiente paso. Y podía sentir que Ray estaba a punto de cruzar el umbral.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo él al cruzar a la izquierda desde Culver para meterse en Pershing Drive, la serpenteante vía que llevaba a la parte más opulenta de Playa del Rey.
—Supongo.
No. No, por favor. Vas a arruinarlo todo.
—Me siento más cerca de ti que de ninguna otra persona en el mundo —dijo suavemente—, y tengo la sensación de que sientes lo mismo hacia mí. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí.
Casi llegamos a la casa. Solo conduce un poco más rápido para que pueda salir de este auto.
—Pero no hemos hecho nada con respecto a eso —dijo.
—Supongo que no —concedió ella, sin saber qué más decir.
—Quiero cambiar eso.
—Ajá.
—Así que oficialmente te pido que salgamos en una cita, Keri. Me gustaría sacarte este fin de semana. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo?
Hubo una larga pausa antes de que ella respondiera. Cuando abrió la boca, no estaba segura de lo qué saldría.
—No lo creo, Ray. Gracias de todos modos.
Ray se quedó quieto en el asiento, con sus ojos mirando al frente, boquiabierto, sin decir palabra.
Keri, igual de asombrada ante su propia respuesta, permaneció también en silencio y luchó contra las ansias de saltar del auto en movimiento.
CAPÍTULO DOS
Sin que mediaran más palabras entre ambos, giraron a la derecha para salir de Pershing Drive hacia la empinada pendiente de Rees Street, y luego a la izquierda, hacia Ridge Avenue. Keri vio el camión de la Unidad de Escena del Crimen delante de una gran casa en la cima de la colina.
—Estoy viendo el camión de Escena del Crimen —dijo tontamente, solo para romper el silencio.
Ray asintió y se detuvo detuvo detrás del mismo. Se bajaron y se dirigieron a la casa. Keri jugueteó con el correaje de su pistola para así permitir a Ray que se adelantase un poco. Podía sentir que él no estaba de humor para caminar a su lado.
Al seguirlo en su camino a la puerta principal, se maravilló una vez más ante el tremendo especímen físico que era él. Ray era un antiguo boxeador profesional afroamericano de cuarenta y un años, calvo, de uno noventa y dos de estatura, y ciento cuatro kilos.
A pesar de los retos que había enfrentado luego de retirarse del deporte, incluyendo un divorcio, adaptarse a un ojo de vidrio, y recibir un balazo, todavía se veía como si pudiera pisar el cuadrilátero. Era musculoso mas no pesado, con una flexibilidad y una agilidad inesperada para un hombre de su tamaño. Era la razón por la cual era tan popular con las mujeres.
Hacía unos meses, podría haberse preguntado por qué él estaría con ella. Pero últimamente, a pesar de acercarse a su cumpleaños número treinta y seis, había recobrado algo del juvenil entusiasmo que la había hecho tan popular.
Nunca sería una supermodelo. Pero desde que había retomado las prácticas de Krav Maga y recortado el consumo de bebidas, había perdido cerca de cinco kilos. Había regresado al peso de cincuenta y seis, previo a su divorcio, que lucía bastante bien para su estatura de uno sesenta y siete. Las bolsas bajo sus ojos habían desaparecido, y en ocasiones lucía suelta su cabellera rubia ceniza en lugar de recogida en la acostumbrada coleta. Se sentía bien consigo misma por estos días. Así que, ¿por qué había dicho no a la cita?
Lidia más tarde con tus asuntos personales, Keri. Concéntrate en tu trabajo. Concéntrate en el caso.
Sacó todo pensamiento extraño de su cabeza y miró en derredor mientras se aproximaban a la casa, tratando de captar el mundo de los Rainey.
Playa del Rey no era una urbanización grande, pero las divisiones sociales eran bastante rígidas. Allá abajo por donde Keri vivía, en un apartamento ubicado encima de un económico restaurante chino, la mayoría de los moradores eran de la clase trabajadora.
Lo mismo aplicaba, tierra adentro, en las pequeñas calles residenciales de Manchester Avenue. Casi todas estaban habitadas por residentes de gigantescos complejos de apartamentos y condominios. Pero más cerca de la playa, y en la gran colina donde los Rainey vivían, los hogares variaban de lo grande a lo masivo, y casi todos tenían vistas hacia el océano.
Esta casa estaba a medio camino entre lo grande y lo masivo, no era realmente una mansión, pero era lo más cercano que uno podía conseguir sin el muro perimetral y las grandes columnas. A pesar de ello, se sentía como un genuino hogar.
La grama en el césped del frente estaba un poco alta y estaba regada con juguetes, incluyendo un tobogán de plástico y un triciclo que en ese momento estaba de revés. La caminería que tomaron para llegar a la casa estaba cubierta de dibujos hechos con tiza de colores, a todas luces obra de un niño de seis años. Otras secciones eran más elaboradas, hechas por una preadolescente.
Ray tocó el timbre y miró derecho a la mirilla, rehusando ver a Keri. Ella podía sentir la confusión y la frustración que emanaban de él y optó por permanecer en silencio. No sabía qué decir en todo caso.
Keri escuchó los rápidos pasos de alguien que corría hacia la puerta y segundos más tarde esta se abrió para mostrar a una mujer al final de sus treinta. Llevaba unos cómodos pantalones y un casual pero elegante blusa. Tenía el cabello corto, oscuro, y era atractiva de una forma agradable, accesible a las personas, que ni sus ojos humedecidos por las lágrimas podían ocultar.
—¿Sra. Rainey? —preguntó Keri con su voz más tranquilizadora.
—Sí. ¿Son ustedes los detectives? —preguntó ella en tono de súplica.
—Lo somos —contestó Keri—. Soy Keri Locke y esta es mi pareja, Ray Sands. ¿Podemos entrar?
—Por supuesto. Hagan el favor. Mi marido, Tim, está arriba reuniendo fotos de Jess. Bajará en un minuto. ¿Ya saben algo?
—Todavía no —dijo Ray—, pero veo que nuestra unidad de escena del crimen ha llegado. ¿Dónde están?
—En el garaje —están revisando las cosas de Jess en busca de huellas. Uno de ellos me dijo que no debí haberlas movido del sitio donde las encontré. Pero temía dejarlas en la calle. ¿Qué pasaría si las robaban y perdíamos toda evidencia?
Mientras hablaba, iba alzando la voz y sus palabras comenzaron a salir atropelladas a una velocidad desbocada. Keri podía asegurar que apenas podía mantenerse de una pieza.
—Está bien, Sra. Rainey —la tranquilizó—. Escena del Crimen todavía estará en capacidad de obtener posibles huellas; más tarde puede mostrarnos dónde encontró sus cosas.
Justo entonces escucharon pasos y giraron para ver a un hombre bajar los escalones con una pila de fotos. Flaco, con un nido de rebeldes cabellos de color castaño, y gafas con una delgada montura metálica, Tim Rainey vestía pantalones kaki y una camisa con las puntas del cuello abotonadas. Se veía exactamente como Keri imaginaba que sería un ejecutivo de la industria tecnológica.
—Tim —dijo su esposa—, estos son los detectives que van a ayudar a encontrar a Jess.
—Gracias por venir —dijo, con una voz que era casi un susurro.
Keri y Ray estrecharon su mano y ella notó que la otra mano, la que sostenía las fotos, temblaba ligeramente. Sus ojos no estaban rojos como los de su esposa, pero su ceño estaba fruncido al igual que todo su rostro. Parecía un hombre abrumado por la tensión del momento. Keri no podía culparlo. Después de todo, ella había pasado por eso.
—Por qué no nos sentamos y nos cuentan lo que saben —dijo, advirtiendo que las rodillas de él parecían a punto de fallarle.
Carolyn Rainey los llevó a todos al recibidor del frente; su esposo tiró las fotos sobre una mesita y se dejó caer con pesadez en un sofá. Ella se sentó junto a él y puso su mano sobre la rodilla, que ahora se agitaba hacia arriba y hacia abajo con frenesí. Él captó el mensaje y se quedó quieto.
—Caminaba para encontrarme con Jess después de la escuela —comenzó a decir Carolyn—. Tenemos todos los días la misma rutina. Yo camino. Ella monta su bicicleta. Nos encontramos en un punto intermedio y regresamos juntas. Casi siempre hacemos contacto cerca del mismo punto, cuadra más cuadra menos.
La rodilla de Tim Rainey comenzó a rebotar de nuevo y ella le dio una suave palmada para recordarle que se controlara. Una vez más, él se aquietó. Ella prosiguió.
—Comencé a preocuparme cuando llevaba cubiertas las dos terceras partes del camino a la escuela y no la había visto. Eso solo ha pasado antes dos veces. Una vez debido a que olvidó un libro de texto en su casillero y tuvo que regresar. En la otra ocasión tenía un fuerte dolor de estómago. En ambas oportunidades me llamó para hacerme saber qué estaba pasando.
—Siento interrumpir —dijo Ray—, pero, ¿puede darme su número de celular? Podríamos ser capaces de rastrearlo.
—Pensé primero en eso. De hecho, la llamé tan pronto vi sus cosas. Comenzó a repicar de inmediato. Lo hallé bajo el mismo arbusto donde estaba metido su morral.
—¿Lo tiene ahora? —preguntó Keri— Todavía podría haber en él datos valiosos que reunir.
—La gente de escena del crimen lo está empolvando también.
—Eso está bien —dijo Keri—. Lo miraremos cuando hayan terminado. Procedamos con varias preguntas básicas si no les importa.
—Por supuesto —dijo Carolyn Rainey.
—¿Ha mencionado Jessica recientemente algo acerca de tener una discusión con un amigo?
—No. Ella recién cambió el objeto de su enamoramiento. La escuela comenzó de nuevo apenas esta semana, tras el receso de invierno, y dijo que el tiempo de descanso le había hecho ver las cosas de manera diferente. Pero ya que el primer muchacho nunca supo siquiera que a ella le gustaba, no creo que eso importe.
—Con todo, si pudiera escribir ambos nombres, sería de ayuda —dijo Ray—. ¿Alguna vez mencionó haber visto a personas inusuales, ya fuese en la escuela, en el camino hasta allá, o en casa?
Los Rainey menearon sus cabezas.
—¿Puedo? —preguntó Keri, señalando las fotos sobre la mesa.
Carolyn asintió. Keri tomó la pila y comenzó verlas una tras otra. Jessica Rainey era una chica de doce años de una apariencia perfectamente normal, con una gran sonrisa, los chispeantes ojos de su madre, y el salvaje cabello castaño de su padre.
—Vamos a seguir cada posible pista —les aseguró Ray—, pero no quiero que lleguen a conclusiones apresuradas. Aún hay oportunidad de que esto sea alguna especie de malentendido. No hemos tenido un reporte de niños raptados en esta comunidad en casi tres años, así que no queremos asumir nada en este punto.
—Aprecio esto —dijo Carolyn Rainey— pero Jess no es la clase de chica que escapa para ir donde un amigo y deja todas sus cosas tiradas a un lado de la calle. Y ella nunca estaría dispuesta a separarse de su teléfono. Simplemente esa no es ella.