El Tipo Perfecto - Блейк Пирс 3 стр.


“¿En serio?”, preguntó Jessie, incrédula. “¿Tenemos que hablar de eso a continuación? ¿No podemos hablar de mis problemas para encontrar apartamento?”.

“Creo entender que están relacionados. Después de todo, ¿no es esa la razón de que tu compañera de piso no pueda dormir por las pesadillas que te despiertan a gritos?”.

“No estás siendo justa, doctora”.

“Solo estoy trabajando con las cosas que me dices, Jessie. Si no quisieras que yo las supiera, no las hubieras mencionado. ¿Puedo asumir que los sueños tienen que ver con el asesinato de tu madre por parte de tu padre?”.

“Sí”, respondió Jessie, con un tono que seguía siendo demasiado jactancioso. “Puede que el Ejecutador de los Ozarks se haya metido bajo tierra, pero todavía tiene a una víctima en sus garras”.

“¿Han empeorado las pesadillas desde que nos vimos por última vez?”, preguntó la doctora Lemmon.

“No diría que son peores”, corrigió Jessie. “Se han mantenido básicamente al mismo nivel de espantosa horripilancia”.

“Pero se han hecho dramáticamente más frecuentes e intensas desde que recibiste el mensaje, ¿correcto?”.

“Asumo que estamos hablando del mensaje que me pasó Bolton Crutchfield para desvelar que ha estado en contacto con mi padre, a quien le gustaría mucho encontrarme”.

“De ese mensaje es del que estamos hablando”.

“Entonces sí, ese fue el momento en que empeoraron”, respondió Jessie.

“Dejando los sueños de lado por un momento”, dijo la doctora Lemmon, “quería reiterar lo que te dije previamente”.

“Sí, doctora, no lo he olvidado. En tu capacidad como consultora del Departamento de Hospitales del Estado, División No-Rehabilitadora, has hablado con el equipo de seguridad del hospital para garantizar que Bolton Crutchfield no tenga acceso a ningún personal externo no autorizado. No hay manera de que se pueda comunicar con mi padre para hablarle de mi nueva identidad”.

“¿Cuántas veces he dicho eso?”, preguntó la doctora Lemmon. “Deben haber sido unas cuantas para que lo hayas memorizado”.

“Digamos que más de una vez. Además, me he hecho amiga de la jefa de seguridad de las instalaciones del DNR, Kat Gentry, y me dijo básicamente lo mismo—han actualizado sus procedimientos para garantizar que Crutchfield no tenga ninguna comunicación con el mundo exterior”.

“Y aún así, no suenas convencida”, indicó la doctora Lemmon.

“¿Lo estarías tú?”, le contrapuso Jessie. “Si tu padre fuera un asesino en serie conocido por el mundo entero como el Ejecutador de los Ozarks y hubieras visto con tus propios ojos cómo les sacaba las vísceras a sus víctimas y nunca le hubieran atrapado, ¿te quedarías tranquila por unas meras formalidades triviales?”.

“Admito que, seguramente, sería algo escéptica. Pero no sé qué tiene de productivo concentrarte en algo que no puedes controlar”.

“Tenía pensando sacar eso a colación, doctora Lemmon”, dijo Jessie, abandonando el tono sarcástico ahora que tenía una petición genuina que hacer. “¿Estamos seguras de que no tenemos ningún control de la situación? Parece que Bolton Crutchfield sabe bastante sobre lo que ha estado haciendo mi padre en los últimos años. Y a Bolton… le gusta mi compañía. Estaba pensando que puede que sea hora de hacerle otra visita para charlar con él. ¿Quién sabe lo que puede revelar?”.

La doctora Lemmon aspiró profundamente mientras consideraba la propuesta.

“No estoy segura de que meterte en juegos mentales con un célebre asesino en serie sea el mejor paso para tu bienestar emocional, Jessie”.

“¿Sabes lo que sería estupendo para mi bienestar emocional, doctora?”, dijo Jessie, sintiendo cómo se elevaba su frustración a pesar de sus esfuerzos. “Dejar de sentir miedo a que el psicópata de mi padre pueda aparecer en cualquier esquina y ponerse a acuchillarme”.

“Jessie, si solo con hablar de esto te alteras de esta manera, ¿qué va a suceder cuando Crutchfield empiece a tocarte tus puntos flacos?”.

“No es lo mismo. Contigo no tengo que censurarme. Con él, soy una persona diferente. Soy profesional”, dijo Jessie, asegurándose de que su tono sonara más sobrio. “Estoy harta de ser una víctima y esto es algo tangible que puedo hacer para cambiar la dinámica. ¿Podrías considerarlo? Sé que tu recomendación es algo así como la llave de oro en esta ciudad”.

La doctora Lemmon se la quedó mirando fijamente durante unos segundos desde detrás de sus gruesas gafas, con mirada escrutadora.

“Veré qué puedo hacer”, dijo finalmente. “Hablando de llaves de oro, ¿ya has aceptado formalmente la invitación de la Academia Nacional del FBI?”.

“Todavía no. Todavía estoy pensando en las opciones que tengo”.

“Creo que podrías aprender muchísimo allí, Jessie. Y no te haría ningún mal tenerlo en tu currículum vitae cuando te pongas a buscar trabajo por aquí. Me preocupa que dejar pasar esto por alto pueda ser una forma de autosabotaje”.

“No es eso”, le aseguró Jessie. “Ya sé que es una gran oportunidad. Es solo que no estoy segura de que sea el momento ideal para largarme al otro lado del país durante casi tres meses. Todo mi mundo está en transición ahora mismo”.

Intentó alejar la agitación de su voz, pero podía sentir cómo hacía su aparición sigilosamente. Obviamente, la doctora Lemmon también se dio cuenta porque decidió cambiar de tema.

“Muy bien. Ahora que nos hemos hecho una imagen más clara de cómo van las cosas, me gustaría profundizar un poco más en algunas cuestiones. Si recuerdo bien, tu padre adoptivo vino hace poco hasta aquí para ayudarte a recomponerte. Quiero hablar un momento sobre cómo fue eso. Pero primero, hablemos de cómo te estás recuperando físicamente. Entiendo que acabas de tener tu última sesión de fisioterapia. ¿Cómo fue eso?”.

Los siguientes cuarenta y cinco minutos le hicieron sentir a Jessie como si fuera un tronco al que le estuvieran pelando la cubierta. Cuando se terminó, se alegró de marcharse, a pesar de que eso significara que su próxima parada era para reconfirmar que podría concebir hijos en el futuro. Después de casi una hora en que la doctora Lemmon le estuvo escudriñando su mente, imaginó que dejar que escudriñaran su cuerpo sería cosa de niños. Pero se equivocaba.

*

No era el toqueteo lo que le había provocado. Eran las consecuencias. La cita con el médico había sido de lo más normal. El médico le había confirmado que no había sufrido ningún daño permanente y le había asegurado que podría volver a concebir en el futuro. También le había dado luz verde para retomar la actividad sexual, una noción que sinceramente ni se le había pasado por la mente a Jessie desde que Kyle le atacara. El médico le dijo que, a no ser que surgiera algo inesperado, debería volver a la consulta para hacer un seguimiento en seis meses.

Fue cuando se encontraba en el ascensor de camino al aparcamiento, que perdió el control. No estaba del todo segura de por qué, pero sintió como si se estuviera cayendo dentro de un agujero oscuro en el suelo. Corrió hasta su coche y se sentó al volante, dejando que los violentos sollozos le sacudieran el cuerpo.

Y entonces, en medio de sus lágrimas, lo entendió. Había algo en lo definitivo de esta cita que le había impactado de lleno. No tenía que regresar en otros seis meses. Sería una visita normal. El estadio del embarazo de su vida había terminado, al menos para el futuro previsible.

Casi podía sentir cómo la puerta emocional le daba en las narices con un ruido estridente. Además de que su matrimonio hubiera terminado de la manera más sorprendente posible y de enterarse de que su padre el asesino, al que pensaba que había dejado atrás, estaba de vuelta en su presente, caer en la cuenta de que había tenido a un ser vivo dentro de ella y que ya no lo tenía resultaba demasiado que soportar.

Salió a toda pastilla del aparcamiento, con la visión borrosa por las lágrimas que le inundaban los ojos. Le daba igual. Le pisó fuerte al acelerador mientras conducía disparada por Robertson. Era media tarde y no había demasiado tráfico. Aun así, se metía de un carril a otro con salvaje despreocupación.

Por delante de ella, en un semáforo, vio un camión de mudanzas. Se puso a conducir a todo gas, y sintió cómo el cuello se le echaba hacia atrás al acelerar. El límite de velocidad eran treinta y cinco millas por hora, pero ella iba a cuarenta y cinco, después cincuenta y cinco, a más de sesenta. Estaba convencida de que, si le golpeaba al camión con bastante fuerza, todo su dolor se desvanecería en un instante.

Miró hacia su izquierda y mientras pasaba como un rayo, vio a una madre caminando por el pavimento con su bebé. La idea de que ese chiquitín fuera testigo de una masa de metal retorcido, fuego y ruido ensordecedor, y restos chamuscados le convenció en un instante de abandonar su misión.

Jessie pisó a fondo los frenos, deteniéndose de repente a un par de metros de la parte trasera del camión. Se metió al aparcamiento de la gasolinera que había a su derecha, aparcó, y apagó el motor del coche. Respiraba con dificultad y la adrenalina le recorría todo el cuerpo, haciendo que le temblaran los dedos de las manos y los pies hasta el punto de que le resultara incómodo.

Después de unos cinco minutos sentada allí sin moverse con los ojos cerrados, su pecho dejó de retumbar y su respiración volvió a la normalidad. Escuchó un zumbido y abrió los ojos. Era su teléfono. La identificación del remitente decía que se trataba del detective Ryan Hernández del L.A.P.D. Había hablado con ella durante su clase de criminología el semestre pasado, en la que ella le había impresionado con la manera de resolver un caso de estudio que él había presentado a la clase. También le había visitado en el hospital después de que Kyle tratara de matarla.

“Hola, hola”, se dijo Jessie en voz alta para sí misma, asegurándose de que su voz sonara normal. Bastante normal. Respondió a la llamada.

“Al habla Jessie”.

“Hola, señorita Hunt. Soy el Detective Ryan Hernández. ¿Te acuerdas de mí?”.

“Por supuesto”, dijo ella, encantada de sonar como su ser habitual. “¿Qué pasa?”.

“Sé que hace poco que te has graduado”, dijo él, con una voz que sonaba más dubitativa de lo que ella recordaba. “¿Ya tienes algún puesto asegurado?”.

“Todavía no”, respondió Jessie. “En este momento, estoy considerando mis opciones”.

“En ese caso, me gustaría hablarte sobre un trabajo”.

CAPÍTULO CUATRO

Una hora después, Jessie estaba sentada en la zona de recepción de la Comisaría de Policía de la Comunidad Central del Departamento de Policía de Los Ángeles, o como se le conocía habitualmente, la División del Centro, esperando a que saliera el detective Hernández a reunirse con ella. Se negó rotundamente volver a pensar en el incidente que casi le había llevado a chocar con un camión. Era demasiado como para procesarlo en este momento. En vez de ello, se enfocó en lo que estaba a punto de suceder.

Hernández había sido cauteloso durante la llamada, y le había dicho que no podía entrar en detalles—solo le dijo que se había abierto una vacante para un agente junior y que había pensado en ella. Le había pedido que viniera a hablarlo en persona ya que quería calibrar su interés antes de mencionárselo a los de arriba.

Mientras Jessie esperaba, intentó recordar lo que sabía sobre Hernández. Le había conocido ese otoño cuando él había visitado su programa de master en psicología forense para hablar de las aplicaciones prácticas de la criminología. Y resulta que, cuando era policía de uniforme, había contribuido de manera importante a atrapar a Bolton Crutchfield.

Durante la clase, había presentado un complicado caso de asesinato a los alumnos y les había preguntado si alguno de ellos podía determinar al perpetrador y su motivo. Solamente Jessie se lo había figurado. De hecho, Hernández había dicho que era la segunda alumna que había resuelto el caso.

La siguiente vez que le vio fue en el hospital donde estaba recuperándose del ataque de Kyle. Todavía estaba bajo la influencia de los medicamentos, por lo que sus recuerdos eran algo vagos.

Solo había venido hasta allí porque ella le había hecho una llamada, sospechando de los antecedentes de Kyle antes de conocerle a los dieciocho años, con la esperanza de que le pudiera ofrecer alguna pista que seguir. Le había dejado un mensaje de voz y cuando él no pudo dar con ella después de varios intentos—básicamente porque su marido la había maniatado en su casa—él había rastreado su celular para caer en la cuenta de que se encontraba en el hospital.

Cuando le visitó, había sido amable, y le había repasado el estado del caso pendiente contra Kyle. Sin embargo, también había mostrado claras sospechas (con razón de sobra) de que Jessie no había hecho todo lo posible para aclarar las cosas después de que Kyle matara a Natalia Urgova.

Era cierto. Después de que Kyle persuadiera a Jessie de que ella había matado a Natalia en medio de un furor fomentado por el alcohol del que no se acordaba, Kyle le había ofrecido encubrir el crimen arrojando el cadáver de Natalia al mar. A pesar de las dudas que había sentido en ese momento, Jessie no había insistido en presentarse a la policía para confesar. Era algo de lo que se seguía arrepintiendo hasta el día de hoy.

Hernández había guardado eso en secreto y, por lo que ella sabía, no le había dicho nada respecto a ello a nadie más. Una pequeña parte de ella se temía que esa fuera la verdadera razón para decirle que viniera hoy y que lo del trabajo no era más que una patraña para hacerle venir a comisaría. Se imaginó que, si le llevaba a la sala de interrogatorios, sabría por dónde iban las cosas.

Tras unos pocos minutos, él salió a recibirla. Era el mismo que ella recordaba, de unos treinta años, de complexión fuerte pero no excesivamente imponente. Con un metro ochenta, y algo menos de noventa kilos de peso, era obvio que estaba en una forma excelente. Solo cuando se le acercó más, recordó lo musculoso que era.

Tenía el pelo negro y corto, ojos castaños, y una sonrisa amplia y cálida que seguramente hacía que los sospechosos se sintieran a salvo. Se preguntó si la cultivaba por esa misma razón. Vio el anillo de bodas en su mano izquierda y se acordó de que estaba casado, aunque no tenía hijos.

“Gracias por venir, señorita Hunt”, le dijo, extendiéndole la mano.

“Llámame Jessie, por favor”, dijo ella.

“Muy bien, Jessie. Vamos a mi escritorio y te pondré al tanto de lo que tengo en mente”.

Jessie sintió una ráfaga de alivio más intensa de lo esperada cuando no le sugirió ir a la sala de interrogatorios, pero consiguió que no fuera demasiado obvio. Mientras le seguía hasta la zona de oficina, él le habló en voz baja.

“He estado al tanto de tu caso”, admitió. “O, mejor dicho, el caso de tu exmarido”.

“Pronto exmarido”, anotó ella.

“Correcto. También me enteré de eso. No hay planes de seguir junto al tipo que intentó inculparte por asesinato y matarte a ti después, ¿eh? Ya no hay lealtad hoy en día”.

Le sonrió para indicarle que estaba bromeando. Jessie no pudo evitar sentirse impresionada por un hombre que estaba dispuesto a gastar una broma sobre un asesinato ante la persona que casi acaba siendo asesinada.

“La culpabilidad me tiene frita”, dijo ella, siguiéndole la broma.

“Apuesto a que sí. Tengo que decir que no tiene buena pinta para el que pronto será tu exmarido. Incluso si los fiscales no van a por la pena de muerte, dudo de que salga algún día de la cárcel”.

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