“La verdad es que más bien lo contrario es cierto”, corrigió Hernández. “Como se fueron a quiebra, sus deportivas se convirtieron en un artículo muy valorado. Solo hay unas cuantas en circulación, así que son bastante valiosas para los coleccionistas. Como embajador de la compañía, seguro que Lionel recibió toneladas de ellas cuando firmó el contrato. Y estoy dispuesto a apostar que llevaba unas puestas esta noche”.
“Así que”, continuó Jessie, “alguien le vio con esas deportivas. Quizá estaban desesperados por hacer algo de dinero. Lionel no tiene aspecto de ser un tipo duro. Es un objetivo fácil. Así que esta persona derriba a Lionel, le roba el calzado, y le mete la aguja en el brazo, con la esperanza de que lo veamos como otra sobredosis más”.
“No es una teoría descabellada”, dijo Hernández. “Veamos si podemos poner en marcha una búsqueda de cualquiera que lleve puestas un par de Hardwoods”.
“Si Lionel no murió de sobredosis, ¿cómo le mató el perpetrador?”, observó Reid. “No veo nada de sangre”.
“Creo que esa es una pregunta excelente… para el médico forense”, dijo Hernández, sonriendo mientras pasaba al otro lado de la cinta de acordonamiento. “¿Por qué no llamamos a alguno y vamos a tomar el almuerzo?”.
“Tengo que pasarme por el banco”, dijo Reid. “Quizá mejor os veo de nuevo en comisaría”.
“Muy bien, parece que estamos solo tú y yo, Jessie”, dijo Hernández. “¿Qué te parece si vamos a por un perrito caliente de un puesto callejero? Antes vi a un chico al otro lado de la calle”.
“Creo que me voy a arrepentir, pero lo haré de todos modos porque no quiero parecer una gallina”.
“Sabes qué”, señaló él, “si dices que lo vas a hacer para no parecer una gallina, todo el mundo sabrá que solo vas a comértelo para ganar puntos. Y eso es bastante gallina. No es más que un consejo profesional”.
“Gracias, Hernández”, contestó Jessie. “Hoy estoy aprendiendo todo tipo de cosas”.
“Se le llama formación práctica”, dijo él, y continuó metiéndose con ella mientras bajaban por el callejón hasta la calle. “Claro que, si pones tanto cebollas como pimientos en el perrito, puede que ganes algunos puntos en la calle”.
“Guau”, dijo Jessie, sonriendo. “¿Qué le parece a tu mujer cuando está tumbada a tu lado y tú apestas a todo eso?”.
“No supone un gran problema”, dijo Hernández, que entonces se dio la vuelta para pedir su comida al vendedor.
Había algo en la respuesta de Hernández que le resultó peculiar. Quizá a su mujer le diera igual el olor a cebollas y pimientos en la cama. Pero su tono sugería que a lo mejor no era un gran problema porque él y su mujer no compartían la cama en este momento.
A pesar de la curiosidad que sentía, Jessie lo dejó estar. Apenas conocía a este hombre. No se iba a poner a interrogarle sobre el estado de su matrimonio, pero deseaba poder averiguar si su instinto se equivocaba o si sus sospechas eran correctas.
Hablando de instinto, el vendedor le estaba mirando con expectación, esperando a que hiciera su pedido. Jessie miró el perrito de Hernández, que rebosaba de cebollas, pimientos, y lo que parecía ser salsa. El detective la estaba observando, claramente dispuesto a burlarse de ella.
“Tomaré lo que él está comiendo”, dijo ella. “Exactamente lo mismo”.
*
De vuelta a comisaría unas cuantas horas después, estaba saliendo del baño para mujeres por tercera vez cuando Hernández se le acercó con una enorme sonrisa en el rostro. Se forzó a parecer casual, ignorando el incómodo revoltijo que sentía en las tripas.
“Buenas noticias”, dijo él, que por suerte parecía no ser consciente de su incomodidad. “Nos han dicho que han encontrado a alguien hace unos minutos con unas Hardwood que encajan con la talla del pie de Lionel, una dieciséis. La persona que llevaba las deportivas tiene una nueve. Y eso es—en fin—un tanto sospechoso. Buen trabajo”.
“Gracias”, dijo Jessie, intentando aparentar que no suponía gran cosa. “¿Alguna noticia del examinador médico sobre la posible causa de la muerte?”.
“Nada oficial por el momento, pero cuando le dieron la vuelta a Lionel, encontraron un moratón gigante en su nuca. Así que no es descabellado pensar en la hipótesis de un hematoma subcutáneo. Eso explicaría la ausencia de sangre”.
“Genial”, dijo Jessie, contenta de que su teoría hubiera resultado cierta.
“Sí, claro, aunque no sea tan genial para su familia. Su madre estuvo aquí para identificar el cuerpo y por lo visto, está devastada. Es una madre soltera. Recuerdo leer en algún artículo sobre él que trabajaba en tres sitios distintos cuando Lionel era un crío. Seguro que pensó que podría reducir sus horas cuando él triunfó, pero supongo que no fue así”.
Jessie no supo qué decir como respuesta así que simplemente asintió y guardó silencio.
“Voy a dejarlo por hoy”, dijo Hernández con brusquedad. “Unos cuantos vamos a ir tomar un trago, por si quieres unirte. Sin duda, te has ganado una a mi cuenta”.
“Lo haría, pero se supone que voy a ir a un club esta noche con mi compañera de piso. Cree que ya es hora de que regrese al mundo de las citas”.
“¿Y tú crees que ya es hora?”, preguntó Hernández, arqueando las cejas.
“Creo que ella es imparable y no va dejar esto de lado hasta que salga al menos una vez, a pesar de que sea lunes por la noche. Con eso, debería obtener unas cuantas semanas de gracia antes de que empiece con ello de nuevo”.
“En fin, pásalo bien”, dijo él, tratando de sonar optimista.
“Gracias, estoy segura de que no será así”.
CAPÍTULO SEIS
El club estaba oscuro y con la música muy alta, y Jessie podía ver cómo se avecinaba un dolor de cabeza.
Una hora antes, cuando Lacy y ella se estaban preparando, la cosa parecía mucho más prometedora. El entusiasmo de su compañera de piso era contagioso y Jessie casi se sentía ansiosa de pasar la noche fuera mientras se ponían sus vestidos y se acicalaban el pelo.
Cuando salieron del apartamento, no podía negar que estaba de acuerdo con el comentario que había hecho Lacy diciéndole que estaba “reluciente”. Llevaba su falda roja con el corte que ascendía hasta su muslo derecho, la que nunca acabó poniéndose en su breve y tumultuosa existencia en los suburbios de Orange County. También llevaba un top negro sin mangas que acentuaba el tono muscular que había conseguido durante su fisioterapia.
Hasta se atrevió a ponerse sus tacones de tres pulgadas que la hacían medir oficialmente más de uno ochenta y cinco y que la metían en el club de las amazonas del que formaba parte Lacy. Originalmente, se había atado su pelo castaño en un moño, pero su compañera de piso y empresaria de la moda le había convencido para que se lo dejara suelto, por lo que le caía como una cascada por la espalda. Al mirarse en el espejo, no le resultaba totalmente ridículo que Lacy dijera que parecían un par de modelos que salían a pasear sus palmitos por la noche.
Sin embargo, una hora después, su estado de ánimo se había apagado. Lacy se lo estaba pasando en grande, flirteando lúdicamente con los chicos que no le interesaban y flirteando seriamente con las chicas que sí lo hacían. Jessie se encontraba junto al bar charlando con el barman, que obviamente tenía mucha práctica en el arte de entretener a las chicas que no estaba acostumbradas al ambiente.
No estaba segura de cuándo se había vuelto tan sosa, aunque era cierto que no había estado soltera en casi una década. Sin embargo, Kyle y ella habían salido por este mismo tipo de sitios cuando vivían aquí, antes de mudarse a Westport Beach. Y ella nunca se había sentido fuera de lugar.
De hecho, le solía encantar pasarse a conocer los nuevos clubs, bares y restaurantes nocturnos del centro de L.A.—o D.T.L.A. para los habitantes locales—, algunos de los cuales parecían abrir cada semana. Ellos dos entraban como una ráfaga de viento y se hacían con todo el lugar, probaban el artículo o bebida menos convencional del menú, bailando con toda despreocupación en el centro del club, ignorando las miradas críticas que pudieran atraer. No echaba en falta a Kyle, pero tenía que reconocer que añoraba la vida que había compartido antes de que todo se torciera.
Un chico joven, probablemente de menos de veinticinco años, se acercó a ella y se acomodó en un taburete vacío que había a su izquierda. Le echó una mirada rápida en el espejo del bar, estudiándole en silencio.
Era parte de un juego privado al que le gustaba jugar consigo misma. De manera informal, lo llamaba “predicción humana”. En el juego, intentaba adivinar cuanto más le fuera posible sobre una persona, en base a su aspecto, su manera de actuar y de hablar. Mientras le echaba una ojeada a escondidas al chico en cuestión, se sintió encantada de darse cuenta de que ahora ese juego le proporcionaba beneficios profesionales. Después de todo, era una criminóloga interina, novata. Esto era trabajo de campo.
El chico era moderadamente atractivo, con el pelo rubio oscuro y desgreñado que le caía por encima del lado derecho de la frente. Estaba bronceado, pero no era un moreno de playa. Era demasiado uniforme y perfecto. Jessie sospechó que visitaba una sala de solárium periódicamente. Estaba en buena forma, pero parecía delgado de un modo que no resultaba natural, como un lobo que no ha comido en mucho tiempo.
Era obvio que venía de su trabajo, ya que todavía llevaba “su uniforme”—un traje, zapatos abrillantados, y la corbata ligeramente aflojada como para indicar que estaba relajándose. Eran casi las 10 de la noche, y si acababa de salir del trabajo, eso sugería que su trabajo requería de largas horas en la oficina. Quizá trabajaba en finanzas, aunque por lo general, eso requería más bien empezar temprano y no salir muy tarde.
Era más probable que se tratara de un abogado, aunque no para el gobierno; quizá era un asociado que estaba en su primer año en alguna compañía de alto nivel donde le estaban exprimiendo. Le pagaban bien, como demostraba el traje de sastre, pero no tenía mucho tiempo para disfrutar de los frutos de su labor.
Parecía estar decidiendo la entrada que iba a utilizar para hablar con ella. No podía ofrecerle un trago porque ya tenía uno que estaba medio lleno. Jessie decidió echarle una mano.
“¿Qué compañía?”, le preguntó, volviéndose hacia él.
“¿Qué?”.
“¿Con qué compañía legal trabajas?”, repitió, casi gritando para que le oyera por encima de la música que les envolvía.
“Benson & Aguirre”, respondió con un acento de la costa este que Jessie no pudo identificar del todo. “¿Cómo supiste que soy abogado?”.
“Pura suerte; parece que te están haciendo trabajar de lo lindo. ¿Acabas de salir?”.
“Hace como media hora”, dijo él, con una voz que mostraba un tono más bien del Atlántico medio que de New York. “Llevo tres horas deseando tomarme un trago. Podría tomarme un agua con hielo, pero tendré que conformarme con esto”.
Le dio un trago a su cerveza.
“¿Cómo se compara Los Ángeles con Filadelfia?”, preguntó Jessie. “Ya sé que han pasado menos de seis meses, pero ¿te parece que te estás adaptando bien?”.
“Pero bueno, ¿qué diablos es esto? ¿Eres algo así como un detective privado? ¿Cómo sabes que soy de Filadelfia y que me mudé aquí el pasado agosto?”.
“Es una especie de talento que tengo. Me llamo Jessie, por cierto”, dijo, extendiéndole la mano.
“Doyle”, dijo él, estrechándosela. “¿Me vas a contar cómo haces ese truco de salón? Porque me estás asustando un poco”.
“No quiero desvelar el misterio. El misterio es muy importante. Deja que te haga otra pregunta, solo para completar la imagen. ¿Fuiste a Temple o a Villanova para estudiar leyes?”.
Él se la quedó mirando con la boca abierta de par en par. Tras pestañear unas cuantas veces, se recompuso.
“¿Cómo sabes que no fui a Penn?”, le preguntó, fingiendo sentirse insultado.
“De ningún modo, no pedías aguas heladas en Penn. ¿Cuál de ellas es?”.
“¡Guau, guau, y más guau, chica!”, le gritó. “¡Vamos Wildcats!”.
Jessie asintió con entusiasmo.
“Soy una chica troyana también”, dijo ella.
“Oh, vaya. ¿Fuiste a USC? ¿Te enteraste de lo de eso chico Lionel Little—que solía jugar a baloncesto allí? Le han matado hoy”.
“Algo escuché”, dijo Jessie. “Qué historia tan triste”.
“Escuché que le mataron por sus deportivas”, dijo Doyle, sacudiendo la cabeza. “¿Puedes creerlo?”.
“Deberías cuidar de tus zapatos, Doyle. Tampoco parecen baratos”.
Doyle bajó la mirada, y después se inclinó y le susurró al oído. “Ochocientos dólares”.
Jessie silbó fingiendo admiración. Estaba perdiendo rápidamente todo el interés en Doyle, cuya juvenil exuberancia se veía superada por su juvenil autocomplacencia.
“¿Y cuál es tu historia?”, le preguntó.
“¿No quieres intentar adivinarla?”.
“Oh bueno, no soy tan bueno con esas cosas”.
“Haz un intento, Doyle”, le exhortó ella. “Puede que te sorprendas a ti mismo. Además, un abogado tiene que ser perspicaz, ¿no es cierto?”.
“Eso es cierto. Muy bien, lo intentaré. Diría que eres una actriz. Eres lo bastante bonita como para serlo. Aunque el centro de Los Ángeles no sea el territorio habitual de las actrices. Es más bien Hollywood y apunta hacia el oeste. ¿Modelo quizás? Podrías serlo, pero pareces demasiado inteligente como para que eso sea tu actividad principal, tu profesión. Quizá hiciste algo de modelaje de adolescente, pero ahora te has metido en algo más profesional. Ah, ya lo sé, eres relaciones públicas. Por eso eres tan buena en leer a las personas. ¿He acertado? Sé que lo he hecho”.
“Te has quedado muy cerca, Doyle, pero no del todo”.
“¿Entonces, a qué te dedicas?”, le preguntó con exigencia.
“Soy criminóloga para el L.A.P.D.”.
Le sentó bien decirlo en voz alta, sobre todo mientras veía cómo se le abrían los ojos de sorpresa.
“¿Como en esa serie Mindhunter?”.
“Sí, algo así. Ayudo a la policía a meterse en las mentes de los criminales para que tengan más posibilidades de atraparles”.
“Vaya, vaya. ¿Así que atrapas a asesinos en serie y cosas así?”.
“Lo llevo haciendo un tiempo”, dijo Jessie, sin mencionar que su búsqueda se reducía a un asesino en serie en particular y que no tenía nada que ver con el trabajo.
“Eso es fascinante. Qué trabajo tan interesante”.
“Gracias”, dijo Jessie, presintiendo que por fin había reunido el valor para preguntarle lo que tenía en mente desde hace un rato.
“¿Y entonces cuál es tu situación actual? ¿Estás soltera?”.
“Divorciada”.
“¿De verdad?”, dijo él. “Pareces demasiado joven para estar divorciada”.
“Ya lo sé. Circunstancias inusuales. No acabó funcionando”.
“No quiero ser grosero, pero ¿puedo preguntarte qué fue tan inusual? Quiero decir, eres todo un trofeo. ¿Eres una psicópata o algo así?”.
Jessie sabía que no tenía intención alguna de herirla con la pregunta. Estaba genuinamente interesado tanto en la respuesta como en ella y acababa de estropearlo todo de un modo terrible. Aun así, podía percibir cómo todo el interés que le quedaba por Doyle desaparecía en ese momento. En el mismo instante, la pesadez del día y sus tacones altos empezaron a asomar sus feas cabezas. Decidió concluir la noche con una explosión.
“No diría que soy una psicópata, Doyle. No cabe duda de que tengo mis problemas, hasta el punto de que me despierto gritando la mayoría de las noches. ¿Pero psicópata? No diría eso. La verdad es que nos divorciamos porque mi marido era un sociópata que asesinó a una mujer con la que se estaba acostando, intentó inculparme por ello, y al final intentó matarme a mí a y a dos de nuestros vecinos. Realmente se tomó en serio eso de “hasta que la muerte nos separe”.
Doyle se la quedó mirando, con la mandíbula tan abierta que podrían haberle entrado hasta moscas. Esperó a que se recuperara, sintiendo curiosidad por ver la maestría con la que se iba a librar del asunto. No mucha, por lo que pudo comprobar.
“Oh, eso es realmente terrible. Te preguntaría más sobre ello, pero acabo de acordarme de que tengo que presentar una deposición a primera hora de la mañana. Seguramente, debería irme a casa. Espero verte por aquí en algún momento”.