Caballero, Heredero, Príncipe - Морган Райс 2 стр.


Para sorpresa de Thanos, Lucio no se unió al baile. Él esperaba de alguna manera que el príncipe hiciera algo estúpido como intentar robar un beso. Aunque, comparado con la parte en la que intentó matar a Thanos, aquello hubiera sido relativamente inofensivo.

En cambio, el príncipe fanfarroneaba por allí mientras el baile estaba todavía en marcha, abriéndose camino entre la multitud a empujones con casual arrogancia mientras sostenía una copa de cristal del mejor vino. Thanos lo miró e intentó encontrar una similitud entre ellos. Ambos eran hijos del rey, pero Thanos nunca podía imaginar parecerse a Lucio.

“Hermosa boda”, le dijo Lucio. “Todas las cosas que más me gustan: buena comida, mejor vino, un montón de sirvientas para después”.

“Ves con cuidado, Lucio”, dijo Thanos.

“Tengo una idea mejor”, replicó Lucio. “¿Por qué no observamos a tu hermosa novia los dos, dando vueltas entre tantos hombres? Por supuesto, tratándose de Estefanía, podríamos hacer una pequeña apuesta sobre cuáles se han acostado con ella”.

Thanos apretó los puños. “¿Estás aquí solo para causar problemas? Porque si es así, puedes marcharte”.

Lucio sonrió todavía más. “¿Y cómo se vería esto, tú intentando echar al heredero al trono de tu boda? No acabaría bien”.

“No para ti”.

“Recuerda tu lugar, Thanos”, dijo Lucio bruscamente.

“Oh, conozco mi lugar”, dijo Thanos con una voz que anunciaba peligro. “Los dos lo conocemos, ¿verdad?”

Aquello hizo que Lucio reaccionara con un ligero parpadeo. Incluso aunque Thanos no lo hubiera sabido, aquello lo hubiera confirmado: Lucio conocía las circunstancias del nacimiento de Thanos. Sabía que eran medio hermanos.

“Te maldigo a ti y a tu matrimonio”, dijo Lucio.

“Estás celoso”, replicó Thanos. “Sé que querías a Estefanía para ti y ahora soy yo el que se casa con ella. Yo soy el que no escapó del Stade. Yo soy el que realmente luchó en Haylon. Ambos sabemos qué más soy. Así que, ¿qué te queda, Lucio? Eres tan solo un matón del que la gente de Delos debe protegerse”.

Thanos escuchó el chasquido cuando Lucio tensó su mano alrededor de la copa de cristal, apretando hasta que la destrozó.

“Te gusta proteger a las clases más bajas, ¿verdad?” dijo Lucio. “Bien, piensa en esto: mientras tú planeabas una boda, yo destrozaba aldeas. Continuaré haciéndolo. De hecho, mientras tú todavía estés en tu lecho de boda mañana por la mañana, yo saldré a darles una lección a otro grupo de campesinos. Y no hay nada que puedas hacer al respecto, quienquiera que te creas que eres”.

Thanos deseaba pegar a Lucio entonces. Deseaba golpearlo y seguir golpeándolo hasta que no quedara más que una mancha de sangre sobre el suelo de mármol. Lo único que lo detuvo fue notar la mano de Estefanía, que se acercó al acabar el baile, sobre su brazo.

“Oh, Lucio, se te ha derramado el vino”, dijo con una sonrisa que Thanos deseaba poder igualar. “No hay problema. Deja que uno de mis asistentes te traiga más”.

“Ya me lo cogeré yo mismo”, respondió Lucio con evidente mala gana. “Me trajeron este y mira lo que le pasó”.

Se marchó ofendido y tan solo el tirón de la mano de Estefanía sobre su brazo frenó a Thanos de seguirle.

“Déjalo”, dijo Estefanía. “Te dije que habían mejores maneras y las hay. Confía en mí”.

“No puede escapar con todo lo que ha hecho”, insistió Thanos.

“No lo hará. Sino, míralo de este modo”, dijo ella. “¿Con quién prefieres pasar la noche? ¿Con Lucio o conmigo?”

Esto hizo que se le dibujara una sonrisa en los labios a Thanos. “Contigo. Indudablemente contigo”.

Estefanía lo besó. “Buena respuesta”.

Thanos notó que la mano de ella se escurría en la suya, empujándolo en dirección a las puertas. Los otros nobles que había allí los dejaban pasar, soltando de vez en cuando alguna risita por lo que iba a suceder a continuación. Thanos seguía a Estefanía mientras esta se dirigía a los aposentos de Thanos, abría la puerta de par en par e iba en dirección al dormitorio. Allí se giró hacia él, le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó profundamente.

“¿No te arrepientes de nada?” preguntó Estefanía mientras se apartaba un poco de él. “¿Estás feliz por haberte casado conmigo?”

“Estoy muy feliz”, le aseguró Thanos. “¿Y tú?”

“Es todo cuanto siempre quise”, dijo Estefanía. “¿Y sabes lo que quiero ahora?”

“¿Qué?”

Thanos vio que levantaba los brazos y su vestido le caía por partes.

***

Thanos despertó con los primeros rayos de sol que se colaron por las ventanas. A su lado, sentía la cálida presión de la presencia de Estefanía, que tenía uno de los brazos sobre él mientras dormía acurrucada a su lado. Thanos sonrío por el amor que rebosaba en su interior. Ahora estaba más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.

Si no hubiera sido por el tintineo del arnés y el relinchar de los caballos, podría haberse acurrucado de nuevo junto a Estefanía y se hubiera vuelto a dormir, o la hubiera despertado con un beso. Pero no era el caso, se levantó y se dirigió hacia la ventana.

Llegó justo a tiempo para ver a Lucio abandonando el castillo, yendo a la cabeza de un grupo de soldados, con las banderas volando al viento como si fuera un caballero andante en una cruzada más que un asesino preparándose para atacar una aldea indefensa. Thanos lo miró y después echó un vistazo a Estefanía, que todavía dormía.

Empezó a vestirse en silencio.

No podía quedarse quieto. No podía, ni siquiera por Estefanía. Ella le había hablado de mejores maneras de encargarse de Lucio, pero ¿qué suponían? ¿Buena educación y ofrecerle vino? No, tenían que parar a Lucio, ahora mismo, y solo había un modo de hacerlo.

En silencio, con cuidado para no despertar a Estefanía, Thanos salió rápido de la habitación. Una vez fuera, corrió hacia los establos y gritó a un sirviente para que le trajera la armadura.

Era la hora de hacer justicia.

CAPÍTULO DOS

Berin sentía la emoción, la energía nerviosa se palpaba en el ambiente en el instante que puso un pie en los túneles. Serpenteaba bajo tierra siguiendo a Anka, con Sartes a su lado, pasando por delante de guardias que inclinaban la cabeza en señal de respeto y rebeldes que iban a toda prisa en todas direcciones. Atravesó la Puerta del Vigilante y sintió el giro que había dado la Rebelión.

Ahora parecía que tenían una oportunidad.

“Por aquí”, dijo Anka, saludando con la mano a un vigilante. “Los otros nos esperan”.

Caminaron por pasillos de piedra desnuda que parecía que estaban allí desde siempre. Las Ruinas de Delos, en la profundidad bajo tierra. Berin pasó la mano por la suave piedra, admirándola como solo un herrero lo haría y se maravillaba ante el tiempo que debía hacer que estaban allí y ante quién las había construido. Quizás incluso databan de los tiempos en que los Antiguos habían andado por allí, mucho antes de lo que nadie podía recordar.

Y esto le hizo pensar, con una punzada, en la hija que había perdido.

Ceres.

El sonido de martillos sobre metal y el repentino calor de los fuegos de forja al pasar por una grieta arrancaron a Berin ese pensamiento. Vio a una docena de hombres trabajando duro para fabricar corazas y espadas cortas. Aquello le recordó a su vieja herrería y le trajo recuerdos de los días en que su familia no estaba destrozada.

Sartes parecía estar mirando fijamente también.

“¿Estás bien?” preguntó Berin.

Él asintió.

“Yo también la echo de menos”, respondió Berin, poniéndole una mano sobre el hombro, pues sabía que estaba pensando en Ceres, que siempre merodeaba por la forja.

“Todos lo hacemos”, Anka se metió en la conversación.

Por un momento los tres se quedaron allí quietos y Berin supo que todos comprendían lo mucho que Ceres significaba para ellos.

Escuchó cómo Anka suspiraba.

“Lo único que podemos hacer es luchar”, añadió, “y seguir forjando armas. Te necesitamos, Berin”.

Intentó concentrarse.

“¿Están haciendo todo lo que les indiqué?” preguntó. “¿Calientan el metal lo suficiente antes de templarlo? Sino, no se endurecerá.

Anka sonrió.

“Compruébalo tú mismo antes de la reunión”.

Berin asintió. Al menos de una manera modesta podía ser útil.

***

Sartes caminaba al lado de su padre, mientras continuaba pasada la forja y se adentraba más en los túneles. Había más gente en ellos de lo que había pensado. Hombres y mujeres reunían provisiones, practicaban con armas, caminaban de un lado a otro por los pasillos. Sartes reconoció a algunos de ellos como antiguos reclutas, liberados de las garras del ejército.

Finalmente encontraron un espacio cavernoso, con pedestales de piedra puestos allí que alguna vez debían haber soportado estatuas. A la luz de las velas parpadeantes Sartes vio a los líderes de la rebelión, que los estaban esperando. Hannah, que se había opuesto al ataque, ahora parecía tan feliz como si lo hubiera propuesto ella. Oreth, uno de los principales ayudantes de Anka ahora, tenía su delgado cuerpo apoyado contra la pared y sonreía para sí mismo. Sartes divisó la gran corpulencia del antiguo empleado del embarcadero, Edrin, al lado de la luz de la vela, mientras las joyas de Yeralt brillaban con ella, el hijo del mercader parecía estar fuera de lugar entre el resto mientras estos reían y bromeaban entre ellos.

Se quedaron en silencio cuando ellos tres se acercaron y ahora Sartes veía la diferencia. Antes, habían escuchado a Anka casi a regañadientes. Ahora, tras la emboscada, se notaba el rspeto mientras ella avanzaba. Sartes pensó que incluso ahora tenía más aspecto de líder, caminaba más erguida, parecía más segura.

“¡Anka, Anka, Anka!” empezó Oreth y pronto los demás empezaron a corear, como los rebeldes habían hecho tras la batalla.

Sartes se unió, al escuchar el nombre de la líder rebelde resonando en el lugar. Solo se detuvo cuando Anka hizo un gesto pidiendo silencio.

“Lo hicimos bien”, dijo Anka con una sonrisa. Era una de las primeras que Sartes le había visto desde la batalla. Había estado demasiado ocupada intentando arreglarlo todo para sacar a sus bajas del cementerio. Tenía un talento para ocuparse de los detalles de las cosas que se habían desarrollado durante la rebelión.

“¿Bien?” preguntó Edrin. “Los destruimos”.

Sartes escuchó el golpe seco del puño del hombre contra su mano para recalcar lo que había dicho.

“Los destrozamos”, coincidió Yeralt, “gracias a tu liderazgo”.

Anka negó con la cabeza. “Los derrotamos juntos. Los derrotamos porque todos hicimos nuestra parte. Y porque Sartes nos trajo los planos”.

Su padre empujó a Sartes hacia delante. Él no esperaba aquello.

“Anka tiene razón”, dijo Oreth. “Debemos agradecérselo a Sartes. Él nos trajo los planos y él fue el que convenció a los reclutas para que no lucharan. La rebelión tiene más miembros gracias a él”.

“Reclutas medio entrenados, sin embargo”, dijo Hannah. “No soldados de verdad”.

Sartes echó un vistazo hacia donde estaba ella. Había sido rápida al oponerse a que él participara en absoluto. A él no le gustaba, pero la rebelión no trataba de eso. Todos ellos eran parte de algo más grande que ellos mismos.

“Los derrotamos”, dijo Anka. “Ganamos una batalla, pero esto no es lo mismo que destrozar al Imperio. Todavía nos queda mucho por delante”.

“Y ellos todavía tienen muchos soldados”, dijo Yeralt. “Una guerra larga contra ellos nos podría salir cara a todos nosotros”.

“¿Ahora haces cuentas?” replicó Oreth. “Esto no es la inversión para un negocio, donde quieres ver las hojas de balance antes de involucrarte.

Sartes escuchó el descontento que había allí. La primera vez que vino a los rebeldes, esperaba que fueran algo grande y unido, que no pensara en nada más que en derrotar al Imperio. Había descubierto que en muchos aspectos eran solo personas, todas con sus propias esperanzas y sueños, voluntades y deseos. Esto solo hacía más sorprendente que Anka hubiera encontrado maneras de mantenerlos juntos después de que muriera Rexo.

“Esta es la mayor inversión que existe”, dijo Yeralt. “Contribuimos con todo lo que tenemos. Arriesgamos nuestras vidas con la esperanza de que las cosas mejoren. Yo corro el mismo peligro que vosotros si fracasamos”.

“No fracasaremos”, dijo Edrin. “Los derrotamos una vez. Los derrotaremos de nuevo. Sabemos dónde van a atacar y cuando. Podemos estar esperándolos cada vez”.

“Podemos hacer más que esto”, dijo Hannah. “Hemos demostrado a la gente que podemos derrotarlos, así que ¿por qué no salimos y les reclamamos las cosas?”

“¿Qué tenías en mente?” preguntó Anka. Sartes vio que los estaba sopesando.

“Reconquistamos las aldeas una a una”, dijo Hannah. “Nos deshacemos de los soldados del Imperio que hay en ellas antes de que Lucio se acerque. Le mostramos a la gente de allí lo que es posible y él se llevará una desagradable sorpresa cuando se alcen contra él”.

“¿Y cuando Lucio y sus hombres los maten por sublevarse?” exigió Oreth. “¿Entonces qué?”

“Entonces esto simplemente demuestra lo malvado que es”, insistió Hannah.

“O la gente ve que no podemos protegerlos”.

Sartes miró a su alrededor, sorprendido de que se tomaran la idea en serio.

“Podemos dejar a las personas en las aldeas para que no caigan”, sugirió Yeralt. “Ahora tenemos reclutas con nosotros”.

“No resistirán contra el ejército durante mucho tiempo si este llega”, replicó Oreth. “Morirían junto a los aldeanos”.

Sartes sabía que tenía razón. Los reclutas no habían tenido el entrenamiento que sí tenían los soldados más fuertes del ejército. Peor aún, habían sufrido tanto a manos del ejército que la mayoría de ellos estarían probablemente aterrorizados.

Vio que Anka hacía un gesto para que se callaran. Esta vez, tardó un poco más en llegar.

“Oreth tiene razón”, dijo.

Evidentemente tenías que darle la razón a él”, replicó Hannah.

“Le doy la razón porque la tiene”, dijo Anka. “No podemos entrar en las aldeas, declararlas libres y esperar lo mejor. Incluso con los reclutas, no tenemos suficientes combatientes. Si nos juntamos todos en un lugar, le damos al Imperio la oportunidad de machacarnos. Si vamos aldea tras aldea, nos irán atrapando poco a poco”.

“Si podemos convencer a suficientes aldeas para que se subleven y yo convenzo a mi padre para que contrate mercenarios…” sugirió Yeralt. Sartes se dio cuenta de que no acabó el pensamiento. El hijo del mercenario en realidad no tenía una respuesta.

“¿Entonces qué?” preguntó Anka. “¿Tendremos la cantidad?” Si fuera así de fácil, hubiéramos derribado al Imperio hace tiempo”.

“Gracias a Berin ahora tenemos mejores armas”, puntualizó Edrin. “Conocemos sus planes gracias a Sartes. ¡Jugamos con ventaja! Díselo, Berin. Háblale de las espadas que has fabricado”.

Sartes echó un vistazo hacia donde estaba su padre, que se encogió de hombros.

“Es cierto que he fabricado buenas espadas y que los demás han hecho muchas aceptables. Es cierto que muchos de vosotros ahora tendréis armadura y no os matarán. Pero os digo una cosa: no se trata de la espada. Se trata de la mano que la empuña. Un ejército es como una espada. Puedes hacerla tan grande como quieras, pero sin una base de buen acero, se romperá la primera vez que la pongas a prueba”.

Quizás si los demás hubieran pasado más tiempo fabricando armas, hubieran comprendido que su padre decía aquellas palabras muy en serio. Aunque Sartes vio que no estaban convencidos.

“¿Qué otra cosa podemos hacer?” preguntó Edrin. “No vamos a perder nuestra ventaja quedándonos de brazos cruzados a esperar. Yo digo que empecemos a hacer una lista de las aldeas a liberar. A no ser que tengas una idea mejor, Anka”.

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