Caminaron por el camino de pendiente suave, desde allí se podía ver el río a lo lejos, estaba lleno de barcos.
Debía ser el famoso río Támesis de Londres, ella pensó. Tenía que ser. Era lo que recordaba de su clase de geografía básica.
Esta calle terminaba en un edificio y, como no los llevaba hacia el río, tuvieron que doblar a la izquierda en una calle que corría paralela al río, a sólo unos cincuenta metros de distancia, llamada "Calle Támesis.”
La calle Támesis era más amable, un mundo aparte de la calle Fleet. Las casas eran más bonitas aquí y, a su derecha, a lo largo de la orilla del río, había grandes fincas con grandes parcelas de tierra que bajaban hasta la orilla. La arquitectura era más elaborada y más hermosa también. Era evidente que esta parte de la ciudad estaba reservada para la gente rica.
Se veía como un barrio pintoresco, mientras pasaban por muchas calles con nombres divertidos como “Camino de viento del Ganso y “Ca”mino del Viejo Cisne y “Cerro del Ajo y “Cerro de la Calle del Pan”, que daban muchas vueltas. De hecho, se olía a comida por todas partes, y Caitlin escuchó su estómago gruñir. Ruth se quejó también, tenía hambre. Pero no había ningún alimento a la venta.
"Lo sé, Ruth," Caitlin simpatizó con ella. "Encontraré comida pronto, lo prometo."
Caminaron y caminaron. Caitlin no sabía exactamente lo que estaba buscando, y Caleb tampoco. Sentía que el acertijo podría llevarlos a cualquier lugar y que no tenían ninguna pista segura. Se estaban adentrando en lo profundo del corazón de la ciudad, y todavía no estaba segura qué camino tomar.
Cuando Caitlin estaba empezando a sentirse cansada, con hambre y mal humor, llegaron a una gran intersección. Ella se detuvo y miró hacia arriba. En un rústico cartel de madera, leyó “Calle de la Iglesia de la Gracia.” Olía mucho a pescado allí.
Se detuvo sin saber qué hacer, y miró a Caleb.
"Ni siquiera sabemos lo que estamos buscando", dijo. "Se habla de un puente. Pero no he visto ni un solo puente por ningún lado. ¿Estamos perdiendo el tiempo aquí? ¿Deberíamos estar pensando de otra manera?"
De repente, Caleb le dio un golpecito en el hombro y señaló algo.
Poco a poco, ella se dio la vuelta y se sorprendió por lo que vio.
La calle Iglesia de la Gracia conducía a un puente enorme, uno de los puentes más grandes que jamás había visto. Su corazón se alegró con una nueva esperanza. Un enorme cartel decía: “Puente de Londres”, y su corazón empezó a latir más rápidamente. Esta calle era más amplia, una arteria principal; la gente, caballos, carros y todo tipo de tráfico entraba y salía del puente.
Si estaban buscando un puente, lo habían encontrado.
*
Caleb la tomó de la mano y la condujo hacia el puente, mezclándose con los transeúntes. Ella levantó la vista y se sintió abrumada por la vista. No se parecía a ningún otro puente que había visto en el pasado. Su entrada estaba anunciada por una enorme puerta con forma de arco, había guardias a cada lado. En su parte superior, había múltiples picos en los que había cabezas cortadas clavadas en las espigas, la sangre goteaba de sus gargantas. Era un espectáculo horrible, Caitlin desvió la mirada.
"Me acuerdo de esto", suspiró Caleb. "De hace siglos. Era la forma en que adornaban sus puentes: con las cabezas de los presos. Lo hacen como una advertencia a otros criminales."
"Es horrible", dijo Caitlin, mientras bajaba la cabeza y se dirigía rápidamente hacia el puente.
En la base del puente, había puestos de venta de pescado, y Caitlin vio los barcos acercarse a la orilla y los trabajadores resbalar mientras llevaban el pescado por la costa fangosa. La entrada al puente apestaba a pescado, tanto que ella tuvo que taparse la nariz. En pequeñas mesas improvisadas, se ofrecían peces de todo tipo, algunos todavía seguían vivos.
“Mojarra, ¡tres peniques por libra!" alguien gritó.
Caitlin apresuró su paso, tratando de alejarse del olor.
El puente la sorprendió de nuevo pues estaba lleno de tiendas. Pequeños expendios y vendedores se alineaban a ambos lados del puente, mientras que los peatones, el ganado, los caballos y los carruajes se apretujaban en el medio. Era una escena caótica llena de gente que gritaba en todas direcciones anunciando sus mercancías.
“¡Curtiembres por aquí!" alguien gritó.
“¡Desollamos su animal!" gritó otro.
“¡Cera de vela por aquí! ¡Tenemos la mejor cera de la vela!"
“¡Techos de paja!"
“¡Compre su leña aquí!"
“¡Plumas frescas! ¡Pliegos y pergaminos!"
A medida que avanzaban, había tiendas más bonitas, algunas vendían joyas. Caitlin no pudo dejar de pensar en el puente del oro de Florencia, en sus días con Blake y la pulsera que él le había comprado.
Momentáneamente abrumada por la emoción, se hizo a un lado, se aferró a la barandilla y miró el paisaje. Pensó en todas las vidas que había vivido, en todos los lugares en los que había estado, y se sintió abrumada. ¿Era todo esto realmente cierto? ¿Cómo una persona podía vivir tantas vidas? ¿O se despertaría en su departamento en la ciudad de Nueva York, y pensaría que todo había sido el sueño más largo y más increíble de su vida?
“¿Estás bien?" le preguntó Caleb, acercándose a su lado. “¿Qué pasa?”
Rápidamente, Caitlin se secó una lágrima. Se pellizcó y se dio cuenta de que no estaba soñando. Todo era real. Y eso fue lo más impactante de todo.
"Nada," dijo ella rápidamente con una sonrisa forzada. Esperaba que él no hubiera podido leer sus pensamientos.
Caleb estaba a su lado, juntos, se asomaron al Támesis. Aunque era un río ancho, estaba totalmente congestionado de tráfico. Veleros de todos los tamaños navegaban por el río y compartían las aguas con botes de remos, botes de pescadores y todo tipo de embarcaciones. Era un curso de agua muy bulliciosa; a Caitlin le maravilló el tamaño de todas las diferentes embarcaciones y veleros, algunos alcanzaban varias docenas de metros en el aire. Le sorprendió lo tranquilas que eran las aguas aun con tantos buques. No se escuchaba el sonido de motores, tampoco había lanchas. Sólo se escuchaba el sonido de la tela ondeando al viento. Eso la relajó. El aire allí, con la brisa constante, era fresco y finalmente no olía.
Se volvió hacia Caleb y continuaron paseando por el puente, con Ruth pisándoles los talones. Ruth comenzó a lloriquear de nuevo y Caitlin supo que tenía hambre y quiso detenerse. Pero por más que miró por todas partes, no encontró nada de comida. Ella también tenía cada vez más hambre.
Al llegar a la mitad del puente, a Caitlin le sorprendió una vez más la vista que tenía frente a ella. Creía que no quedaba nada que pudiera escandalizarla después de ver esas cabezas en las picas -pero había más.
Justo ahí, en el centro del puente, tres presos estaban de pie en un andamio con sogas alrededor de sus cuellos, con los ojos vendados, apenas vestidos, aun estaban vivos. Un verdugo con una capucha negra abierta en los ojos estaba detrás de ellos.
“¡El siguiente colgado es a la una!" gritó. Una multitud que crecía se acurrucó alrededor del andamio, al parecer esperaba.
"¿Qué hicieron?" Caitlin le preguntó a uno de la multitud.
“Los sorprendieron robando, señorita," dijo, sin molestarse siquiera en mirar en su dirección.
“¡Capturaron a uno por calumniar a la Reina!" Una anciana añadió.
Caleb le alejó de la escena horripilante.
"Ver ejecuciones parece ser un deporte diario por aquí", comentó Caleb.
"Es cruel", dijo Caitlin. Ella se maravilló de lo diferente que esta sociedad era de la época actual, y de cómo toleraba la crueldad y la violencia. Y era Londres, uno de los lugares más civilizados en 1599. No podía llegar a imaginar el mundo fuera de una ciudad civilizada como ésta. Le asombró todo lo que la sociedad y sus reglas habían cambiado.
Finalmente, llegaron al otro lado del puente, Caitlin se volvió hacia Caleb. Miró su anillo y leyó en voz alta una vez más:
Del otro lado del puente, Más allá del oso,
Con los vientos o el sol, cruzamos Londres.
"Bueno, si estamos siguiendo esta frase correctamente, acabamos de 'cruzar el puente.' Lo siguiente sería 'Más allá del Oso.'" Caitlin miró. "¿Qué podrá significar?"
"Ojalá lo supiera", él dijo.
“Siento que mi padre está cerca", dijo Caitlin.
Ella cerró los ojos deseando encontrar una pista.
Justo en ese momento, un muchacho joven, que cargaba una pila enorme de panfletos, corrió delante de ellos, gritando. “¡El Oso Cebado! ¿Cinco peniques! ¡Por aquí! ¡El Oso cebado! ¡Cinco peniques! ¡Por aquí!”
Puso un volante en la mano de Caitlin. Ella leyó, en grandes letras, las palabras “Oso Cebado, con la imagen cruda de un estadio.
Ella y Caleb se miraron al mismo tiempo. Ambos miraron al chico mientras se perdía en el camino.
“¿Oso cebado?" preguntó Caitlin. "¿Qué es eso?"
"Ahora me acuerdo", dijo Caitlin. “Era el gran deporte de esta época. Ponían un oso en un círculo, lo ataban a una estaca como cebo para perros salvajes. Se hacían apuestas sobre quién ganaría: el oso o los perro."
"Eso es enfermo", dijo Caitlin.
"El acertijo, dijo. “’Del otro lado del puente y más allá del Oso. ¿Crees que podría ser eso?"
Al mismo tiempo, los dos se volvieron y siguieron al muchacho, que se alejaba todavía gritando.
Doblaron a la derecha en la base del puente y caminaron junto al río, ahora del otro lado del Támesis, y bajaron por una calle llamada "Clink Street." Este lado del río, Caitlin se dio cuenta, era muy diferente al otro. Estaba menos construido y estaba menos poblado. Las casas también eran más bajas que allí, más rústicas, este lado del río se veía más descuidado. Había pocas tiendas y menos gente.
Pronto se encontraron frente a una gran estructura y Caitlin se dio cuenta por los barrotes en las ventanas y los guardias afuera que era una prisión.
Clink Street, pensó Caitlin. No podía tener un mejor nombre.
Era un edificio enorme y extendido; al pasar, Caitlin vio manos y caras que salían de los barrotes y la observaban. Había cientos de prisioneros que la miraban con lujuria y le gritaban al pasar.
Ruth gruñó, y Caleb se acercó más junto a ella.
Caminaron un poco más, pasando una calle con un cartel que decía "Lugar de la Muerte." Ella miró a su derecha y vio otro andamio donde se estaba preparando otra ejecución. Con los ojos vendados, un prisionero temblaba de pie sobre una plataforma, tenía una soga alrededor de su cuello.
Caitlin estaba tan distraída que casi perdió de vista al muchacho, mientras sentía que Caleb la agarraba de la mano y la guiaba hacia Clink Street.
De repente, Caitlin oyó un grito a lo lejos, y luego un rugido. Vio al niño, a lo lejos, doblar en la esquina, y oyó otro grito. Le sorprendió sentir que la tierra temblaba abajo. No había sentido nada así desde el Coliseo Romano. Se dio cuenta de que debía haber un enorme estadio a la vuelta de la esquina.
Al doblar la esquina, le sorprendió ver lo que tenía adelante. Era una enorme estructura circular que parecía un Coliseo en miniatura. Tenía varios pisos y estaba cerrado, pero en cada dirección había puertas en forma de arco. Escuchó los gritos, que ahora eran más fuertes y provenían de detrás de sus muros.
Frente al edificio deambulaban cientos de personas de las más sórdidas que jamás había visto. Algunos estaban apenas vestidos, muchos tenían panzas enormes que les sobresalían, estaban sin afeitar y sin bañar. Los perros salvajes vagaban entre ellos; Ruth gruñía, tenía los pelos en la espalda de punta.
Los vendedores empujaban carritos en el barro, muchos vendían litros de ginebra. Por como se veía la multitud, parecía que la mayoría de personas bebía. Se empujaban unos contra otros, y caso todos parecían estar alcoholizados. Se escuchó otro rugido, y Caitlin vio el cartel que colgaba sobre el estadio: "Oso Cebado.”
Eso le asqueó. ¿Podía esta sociedad ser realmente tan cruel?
El pequeño estadio parecía ser parte de un complejo. A lo lejos, había otro pequeño estadio, con un enorme letrero que decía “Toro Cebado.” Y allí, a un lado, apartado de los dos, había otra gran estructura circular -aunque ésta se veía diferente a las demás, con más clase.
“¡Vengan a ver la nueva obra de Will Shakespeare en el nuevo teatro del globo!" gritó un chico que pasaba cargando una pila de panfletos. Caminó hasta Caitlin, y empujó un folleto en sus manos. Ella leyó: "la nueva obra de William Shakespeare: La tragedia de Romeo y Julieta."
"¿Quiere venir, señorita?" preguntó el muchacho. "Es su nueva obra, y la va a interpretar por primera vez en este nuevo teatro: el globo."
Caitlin miró el folleto y sintió una oleada de emoción. ¿Sería real? ¿Esto estaba realmente sucediendo?
"¿Dónde está?", ella preguntó.
El niño se rió entre dientes. Se volvió y señaló. “¿Pues, es justo ahí, señorita."
Caitlin miró hacia donde él señalaba y vio una estructura circular a lo lejos, tenía paredes de estuco blanco y un recorte de madera al estilo Tudor. El Globo. El Globo de Shakespeare. Era increíble. Realmente estaba allí.
Frente al Globo, se arremolinaban miles de personas que entraban por todas direcciones. Y la multitud se veía tan rústica como la que entraba al Toro Cebado y al Oso Cebado. Eso la sorprendió. Siempre había imaginado que quienes asistían al teatro de Shakespeare eran más civilizados, más sofisticados. Nunca había imaginado que se trataba de entretenimiento para las masas-y el tipo más rústico. Parecían estar asistiendo al Oso Cebado.
Sí, a ella le encantaría ver una nueva obra de Shakespeare, ir al Globo. Pero estaba decidida a cumplir primero con su misión y resolver el acertijo.
Un nuevo rugido emergió del estadio del Oso Cebado, y ella se volvió y centró su atención allí. Se preguntó si la respuesta al acertijo estaba del otro lado de sus muros.
Se volvió hacia Caleb.
“¿Qué crees?" , preguntó. “¿Vemos de qué se trata?"
Caleb la miró vacilante.
"El acertijo mencionó un puente," dijo, "y un oso. Pero mis sentidos me dicen otra cosa. No estoy muy seguro- "
De repente, Ruth gruñó y se fue corriendo lejos.
“¡Ruth!" gritó Caitlin.
Estaba lejos. Ni siquiera se volvió para escuchar y se echó a correr con todas sus fuerzas.
Caitlin se sorprendió. Nunca la había visto comportarse de esa manera, incluso en momentos de máxima peligro. ¿Qué la estaba jalando? Ruth nunca la había desobedecido.
Al mismo tiempo, Caitlin y Caleb echaron a correr tras ella.
Pero aun con su velocidad vampírica, corrían lentamente por el lodo, y Ruth era mucho más rápida que ellos. La vieron dar vuelta y meterse por las masas, y tuvieron que empujar su paso entre la multitud para no perderla de vista. Caitlin pudo verla a lo lejos, doblar en una esquina y correr por un callejón estrecho. Ella tomó velocidad, al igual que Caleb, sacando a un gran hombre fuera de su paso y se dirigió por el callejón, detrás de Ruth.
¿Qué demonios estaba persiguiendo? Caitlin se preguntó. Se preguntó si se trataba de un perro callejero, o si tal vez había llegado a sólo un punto de inflexión con el hambre e iba tras algo para comer. Después de todo, era un lobo. Caitlin tuvo que recordárselo. Debió haber buscado con más ahínco comida para ella, y pronto.
Pero cuando Caitlin dobló en la esquina y miró hacia el callejón, con asombro se dio cuenta lo que era.
Allí, en el otro extremo del callejón, estaba sentada sobre la tierra una niña de tal vez ocho años, se veía asustada, lloraba y temblaba. Por encima de ella había un hombre fornido, grande, sin camisa; su vientre enorme le sobresalía, estaba sin afeitar y tenía el pecho y los hombros cubiertos de pelo. Con su ceño enojado, sin algunos dientes, llevaba hacia atrás un cinturón de cuero y azotaba a la pobre chica en la espalda, una y otra vez.