Encontrada - Морган Райс 5 стр.


Scarlet saltó en el aire, más alto de lo que jamás lo había hecho, y le dio una patada al niño en el centro, poniendo los dos pies sobre su pecho. Lo mandó volando a través del callejón como si fuera una bala hasta que el chico se estrelló contra la pared y se desplomó.

Antes de que los otros dos pudieran reaccionar, ella giró y le dio un codazo a cada uno en la cara, luego se dio vuelta y le dio una patada al otro en el plexo solar. Ambos se derrumbaron, estaban inconscientes.

Scarlet se quedó junto a Ruth, respirando con dificultad. Miró a su alrededor a los cinco muchachos tirados alrededor de ellas, ninguno se movía. Y entonces, se dio cuenta: ella los había vencido.

Ya no era la Scarlet de antes.

*

Durante horas, Scarlet vagó por los callejones con Ruth a su lado, alejándose de los chicos lo más que pudo. Bajo el calor, dobló en callejón tras callejón hasta perderse en el laberinto de las estrechas callejuelas de la vieja ciudad de Jerusalén. El sol del mediodía caía a plomo sobre ella, y estaba empezando a sentirse exhausta; también por la falta de comida y agua. Mientras serpenteaban por entre la multitud, Ruth jadeaba a su lado y también estaba sufriendo.

Un niño pasó junto a Ruth y acarició su espalda, tirando de ella juguetonamente, pero con demasiada fuerza. Ruth se volvió y reaccionó, gruñendo y mostrándole los colmillos. El niño gritó, lloró, y se fue corriendo. No era propio de Ruth comportarse de esa manera; por lo general, era muy tolerante. Pero el calor y el hambre la estaban afectando. También estaba canalizando la rabia y la frustración de Scarlet.

Por mucho que lo intentara, Scarlet no sabía cómo calmar la rabia que aun sentía. Era como si algo en su interior se hubiera desatado, y no pudiera controlarlo. Sentía cómo sus venas palpitaban y su ira aumentaba y, al pasar junto a los vendedores que ofrecían todo tipo de comida que ella y Ruth no podían darse el lujo de comer, su ira crecía. También se daba cuenta de que lo que estaba experimentando, sus intensos dolores del hambre, no eran por el hambre típico. Era otra cosa. Era algo más profundo, más primario. No sólo quería comida. Quería sangre. Necesitaba alimentarse.

Scarlet no sabía lo que le estaba pasando y no sabía cómo manejarlo. Olía un pedazo de carne y se metía entre la gente solo para mirarlo. Ruth se apretaba a su lado.

Scarlet se estaba abriendo paso a codazos cuando un hombre en la multitud la empujó.

“¡Hey chica, mira por dónde caminas!", espetó.

Sin siquiera pensarlo, Scarlet se volvió y empujó al hombre. Él era más de dos veces su tamaño, pero salió volando derribando varios puestos de fruta cuando cayo al suelo.

Él se puso de pie, conmocionado, y observó a Scarlet, tratando de entender cómo una niña pequeña había podido golpearlo de esa manera. Luego, con una mirada de miedo, prudentemente se volvió y se alejó.

El vendedor frunció el ceño a Scarlet, intuía que provocaría problemas.

"¿Quieres carne?", espetó. “¿Tienes dinero para pagar?"

Pero Ruth no pudo contenerse. Se lanzó hacia adelante, hundió sus colmillos en el pedazo enorme de carne, arrancó un trozo, y se la tragó. Antes de que alguien pudiera reaccionar, se lanzó de nuevo hacia otro trozo.

Esta vez, el vendedor bajó su mano lo más fuerte que pudo para golpear a Ruth en la nariz.

Pero Scarlet lo vio venir. De hecho, algo le estaba sucediendo a su sentido de la velocidad, su sentido de la oportunidad. Mientras la mano del proveedor comenzaba a descender, Scarlet se vio levantando su propia mano y agarrando la muñeca del vendedor antes de que tocara a Ruth.

Con los ojos bien abiertos, el vendedor miró a Scarlet, sorprendido de que una niña tan pequeña pudiera agarrarlo con tanta fuerza. Scarlet apretó la muñeca del hombre hasta que todo su brazo empezó a temblar. Incapaz de controlar su rabia, Scarlet lo miraba con furia.

"No te atrevas a tocar mi lobo," Scarlet gruñó al hombre.

"Yo… lo siento," dijo el hombre, agitando el brazo del dolor, con los ojos abiertos de miedo.

Finalmente, Scarlet lo soltó y se alejó del puesto con Ruth a su lado. Mientras se alejaba, oyó un silbido detrás de ella, y luego los gritos de la gente llamando a los guardias.

“Vamos, Ruth!" Scarlet dijo, y las dos se fueron corriendo por el callejón, perdiéndose en la multitud. Al menos Ruth había comido.

Pero Scarlet tenía un hambre abrumadora, y no creía poder contenerla por más tiempo. No sabía lo que le estaba pasando, pero mientras caminaba por calle tras calle, se encontró observando la garganta de las personas. Se enfocaba en sus venas, veía el pulso de la sangre. Se lamía los labios, deseando -necesitando hundir sus dientes allí. La abrumaba la idea de beber su sangre e imaginaba lo que podría sentir cuando la sangre corriera por su garganta. No lograba entenderlo. ¿Ya no era para nada humana? ¿Se estaba convirtiendo en un animal salvaje?

Scarlet no quería hacerle daño a nadie. Racionalmente, trató de detenerse.

Pero físicamente, algo se estaba apoderando de ella. Estaba creciendo, desde los dedos de sus pies, las piernas, a través de su torso, hasta la coronilla de la cabeza y hasta la punta de sus dedos. Era un deseo. Un deseo insaciable e imparable. Estaba controlando sus pensamientos, diciéndole qué pensar, cómo actuar.

De repente, Scarlet detectó algo: a lo lejos, detrás de ella, un grupo de soldados romanos la estaba persiguiendo. Su oído, ahora hiper-sensible, la alertó con el sonido de sus sandalias golpeando la piedra. Lo sabía a pesar de que estaban a unas cuadras de distancia.

El sonido de sus sandalias golpeando contra la piedra la irritó aún más; el ruido se mezclaba en su cabeza con el sonido de los gritos de los vendedores, los niños riendo, los perros ladrando .... Era demasiado para ella. Su oído se estaba volviendo demasiado fuerte y le molestaba la cacofonía del ruido. El sol también se sentía más fuerte, como si estuviera brillado justo encima de su cabeza. Todo era demasiado. Sentía como si estuviera bajo el microscopio del mundo, y estaba a punto de explotar.

Rebosante de rabia, Scarlet se recostó y, de repente, sintió una nueva sensación en sus dientes. Sintió que su dos dientes incisivos crecían y le sobresalían unos colmillos afilados cada vez más grandes. No sabía lo que estaba experimentando, pero sabía que estaba cambiando a algo que no podía reconocer ni controlar. De repente, vio a un hombre gordo, grande, borracho, tambalearse por el callejón. Scarlet supo que tenía que alimentarse, o moriría. Y algo dentro de ella quería sobrevivir.

Cuando Scarlet se escuchó gruñir, se sorprendió. Por lo primigenio, el ruido la asombró con creces. Sentía que estaba fuera de su cuerpo mientras se abalanzaba y saltaba por el aire directamente hacia el hombre. Vio en cámara lenta como él se volvía hacia ella con los ojos muy abiertos por el miedo. Y sintió cuando sus dos dientes delanteros se hundieron en la carne, en las venas de su garganta. Y un instante después, sintió la sangre caliente del hombre vertirse en su garganta llenando sus venas.

Oyó el grito hombre, que duró sólo un momento. Un segundo más tarde, él cayó sobre el suelo, ella estaba encima de él, chupando toda su sangre. Poco a poco, empezó a sentir una nueva vida, una nueva energía fluir por su cuerpo.

Quería detenerse y soltar al hombre. Pero no podía. Lo necesitaba. Lo necesitaba para sobrevivir.

Necesitaba alimentarse.

CAPÍTULO SEIS

Ardiendo de rabia, Sam corría gruñendo por las callejuelas de Jerusalén. Quería destruir, destrozar todo a la vista. Cuando pasó junto a una fila de vendedores, se acercó y derribó sus stands que cayeron uno sobre otro como si fueran fichas de dominó. Golpeaba a la gente a propósito, tan fuerte como podía, y los enviaba volando en todas direcciones. Se lanzó por el callejón como una bola de demolición fuera de control, derribando todo a su paso.

Sobrevino el caos; se escuchaban más y más gritos. No bien la gente se daba cuenta, huía para salir de su camino. Era como un tren de destrucción.

El sol lo estaba volviendo loco. Caía a plomo sobre su cabeza como si fuera un ser vivo, aumentando su rabia. Nunca había sabido lo que era la verdadera rabia hasta ahora. Nada parecía satisfacerlo.

Vio un hombre alto y delgado y se lanzó sobre él, hundiendo los colmillos en su cuello. Lo hizo en una fracción de segundo, succionó la sangre, y luego se apresuró a hundir los colmillos en el cuello de otra persona. Iba de persona en persona, hundiendo sus colmillos y chupándoles la sangre. Se movía tan rápidamente que nadie tenía tiempo para reaccionar. Uno tras otro caía al suelo, y Sam iba dejando un rastro a su paso. Él estaba en un frenesí por alimentarse y sentía como su cuerpo comenzaba a hincharse de sangre. Aún así, no le era suficiente.

El sol lo estaba llevando al borde de la locura. Necesitaba sombra, y rápido. Vio un gran edificio a lo lejos, un elaborado palacio construido de piedra caliza, con pilares y enormes puertas arqueadas. Sin pensarlo, se lanzó al otro lado de la plaza y abrió las puertas de una patada.

Allí estaba fresco y Sam pudo respirar. Que ya no sintiera el sol sobre su cabeza era toda una diferencia. Pudo abrir los ojos que lentamente se adaptaron a la luz.

Decenas de personas lo miraban con sus rostros asustados. La mayoría estaba sentada en el interior de pequeñas piscinas y baños individuales mientras que otros caminaban descalzos sobre el piso de piedra. Todos estaban desnudos. Sam se dio cuenta que estaba en una casa de baños. Una casa de baños romana.

Los techos eran altos y arqueados y dejaban entrar la luz, y había grandes columnas arqueadas por todos lados. Los pisos eran de mármol brillante y estaba lleno de pequeñas piscinas. La gente holgazaneaba relajándose.

Es decir, hasta que lo vieron. Rápidamente se levantaron y sus expresiones de tranquilidad se transformaron en una de temor.

Sam no soportaba ver a esas personas -esos ricos ociosos, descansando como si no les importara el mundo. Los haría pagar. Echó la cabeza hacia atrás y rugió.

La mayoría de la gente tuvo el buen tino de irse y apresurarse a tomar sus toallas y batas para tratar de salir tan pronto como podían.

Pero Sam no les dio tiempo para huir. Sam se lanzó hacia ellos, se abalanzó sobre la mujer más cercana, y hundió los dientes en su cuello. Chupó la sangre y ella cayó al suelo rodando en un baño, tiñéndolo de rojo.

Sam hizo lo mismo una y otra vez, saltando de una a otra víctima, hombres y mujeres por igual. Pronto la casa de baños se llenó de cadáveres, los cuerpos flotaban por todas partes y las piscinas se teñían de rojo.

Se escuchó algo en la puerta, y Sam giró para ver de qué se trataba.

Allí, en la puerta, había docenas de soldados romanos. Vestían los uniformes típicos -túnicas cortas, sandalias romanas, cascos emplumados y llevaban escudos y espadas cortas. Otros sostenían arcos y flechas. Las sacaron y apuntaron a Sam.

“¡Quédate donde estás!", el líder gritó.

Sam gruñó mientras se volvía, se irguió revelando toda su estatura, y comenzó a caminar hacia ellos.

Los romanos hicieron fuego. Decenas de flechas volaron por el aire hacia él. Sam las vio moverse en cámara lenta, sus relucientes puntas de plata se dirigían hacia él.

Pero él fue más rápido que sus flechas. Antes de que pudieran llegar hasta él, Sam estaba en el aire, saltando por sobre todos ellos. Fácilmente cubrió toda la habitación de unos cuarenta pies – incluso antes de que los arqueros relajaran sus manos.

Sam bajó con los pies delante y golpeó al soldado en el centro de la formación en el pecho con tanta fuerza que éste golpeó a los demás que cayeron como una fila de fichas de dominó. Una docena de soldados se desplomaron.

Antes de que los demás pudieran reaccionar, Sam arrebató dos espadas de las manos de dos soldados. Giró y

l

Su puntería era perfecta. Cortó cabeza tras cabeza, luego se volvió y clavó la espada en el corazón de los sobrevivientes. Se movía a través de la multitud como si fuera mantequilla. En cuestión de segundos, decenas de soldados estaban sobre el suelo, sin vida.

Sam se dejó caer de rodillas y hundió sus colmillos en el corazón de cada uno, bebió y bebió. Se arrodilló en cuatro patas y, encorvado como una bestia, se hartó de sangre, tratando de saciar su rabia que no tenía límites.

Sam terminó, pero aún no estaba satisfecho. Sentía como si necesitara pelear con ejércitos enteros, matar a masas de humanos de una sola vez. Necesitaba atiborrarse durante semanas. Y aun así, no sería suficiente.

“¡SANSON!" gritó una extraña voz femenina.

Congelado en seco, Sam se detuvo. Era una voz que no había escuchado en siglos. Era una voz que casi había olvidado, una que nunca había esperado oír de nuevo.

Sólo una persona en este mundo lo llamaba Sansón.

Era la voz de su creador.

Allí, de pie junto a él, mirando hacia abajo con una sonrisa en su hermoso rostro, estaba el primer amor verdadero de Sam.

Era Samantha.

CAPÍTULO SIETE

Caitlin y Caleb volaban por el cielo claro y azul del desierto hacia el norte de Israel, hacia el mar. Debajo, se extendía la tierra y Caitlin observaba los cambios en el paisaje. Había enormes extensiones de desierto, de tierra quemada por el sol, rocas, piedras, montañas y cuevas. Casi no había gente, excepto por algún pastor vestido de pies a cabeza de blanco con una capucha que le cubría la cabeza para protegerse del sol, su rebaño lo seguía de cerca.

Pero más al norte, el terreno empezó a cambiar. El desierto dio paso a colinas, y el color cambió también, pasando de un marrón seco y polvoriento a un verde vibrante. Los olivares y viñedos salpicaban el paisaje. Pero aún así, se veían pocas personas.

Caitlin pensó en lo que había descubierto en Nazaret. En el interior del aljibe, le había sorprendido encontrar un objeto que ahora aferraba en su mano: una estrella de David de oro del tamaño de la palma de su mano. A lo largo había grabada una pequeña inscripción antigua con una sola palabra: Capernaum.

Era claro que era un mensaje que les indicaba dónde ir. Pero, ¿por qué Cafarnaum? Caitlin se preguntó.

Caleb le había dicho que Jesús había pasado un tiempo allí. ¿Significaba que los estaba esperando? ¿Y su padre también estaría allí? ¿Y, posiblemente Scarlet?

Caitlin escudriñó el paisaje debajo. Le sorprendió lo poco poblado que Israel estaba en esa época. Volaba sobre una que otra casa ya que las viviendas eran muy pocos y estaban separadas entre si. Todavía era una tierra vacía con mucho campo. Las únicas ciudades se parecían a pueblos y se veían primitivas, con edificios de arquitectura sencilla de uno o dos pisos y construidos de piedra. Tampoco se veía ningún camino pavimentado.

Mientras volaban, Caleb se puso a su lado y estiró su mano. Era agradable sentirlo tan cerca. Caitlin se preguntaba por enésima vez, por qué habían aterrizado en esa época y en ese lugar. Tan atrás en el tiempo. Tan lejos. En un lugar tan diferente a Escocia y a todo lo que sabía.

Podía sentir que esta era la última parada en su viaje. Allí. Israel. Era un lugar y una época tan poderosos, que sentía la energía irradiar de todo. Todo parecía dirigirse espiritualmente hacia ella, como si estuviera caminando y viviendo y respirando dentro de un campo de energía gigante. Sabía que la estaba esperando algo trascendental. Pero no sabía qué. ¿Estaba su padre allí? ¿Podría encontrarlo alguna vez? Era muy descorazonador. Tenía las cuatro llaves. Él debería estar allí, Caitlin pensó, esperándola. ¿Por qué tenía que seguir buscando?

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