Un Cielo De Hechizos - Морган Райс 2 стр.


Pero antes que nada, en su mente, estaba llevar a Gwendolyn a un lugar seguro.

"¡Llévala atrás!", gritó Thor, sujetando a Steffen, quien luchaba con un monstruo, y lo empujó hacia Gwen. "¡AHORA!".

Steffen agarró a Gwen y se la llevó arrastrando, a través del ejército de soldados, alejándola de las bestias.

"¡NO!", gritó Gwen, protestando. "¡Quiero estar aquí, con ustedes!".

Pero Steffen obedeció dócilmente, arrastrando su espalda a la retaguardia de la batalla, protegiéndola detrás de los miles de MacGil y de Los Plateados, quienes valientemente se quedaron allí y pelearon con las criaturas. Thor, viendo que ella estaba segura, se sintió aliviado y se dio vuelta y se lanzó a la lucha con los muertos vivientes.

Thor trató de convocar su poder de Druida, para luchar con su espíritu junto con su espada; pero por alguna razón, no pudo. Estaba muy cansado, por su experiencia con Andrónico, por el control mental de Rafi, y su poder necesitaba más tiempo para sanar. Tuvo que luchar con las armas convencionales.

Alistair dio un paso adelante, al lado de Thor, subió una mano y la dirigió a la multitud de muertos vivientes. Una bola de luz emanó de ella, y mató a varias criaturas a la vez.

Levantó ambas manos en varias ocasiones, matando criaturas alrededor de ella, y al hacerlo, Thor se sintió inspirado con la infusión de la energía de su hermana. Una vez más intentó convocar a alguna otra parte de sí mismo, para luchar, no sólo con su espada, sino con su mente, con su espíritu. Cuando se acercó la siguiente criatura, él levantó una palma y trató de invocar al viento.

Thor sentía correr el viento a través de la palma de su mano y de repente, una docena de criaturas salió volando por el aire, el viento llevándolos, aullando mientras caían en una grieta de la tierra.

Kendrick, Erec y los demás, al lado de Thor, luchaban valientemente, cada uno matando a docenas de criaturas, mientras todos sus hombres a su alrededor dejaban salir un grito de guerra, mientras luchaban con todas sus fuerzas. El ejército del Imperio se sentó atrás y dejó que el ejército de Rafi, de muertos vivientes, peleara por ellos, dejándolos a los hombres cansados de Thor. Estaba funcionando.

Pronto, los hombres de Thor, exhaustos, luchaban más lentamente. Sin embargo, los muertos vivientes nunca dejaron de salir de la tierra, en una corriente interminable.

Thor se encontró respirando con dificultad, al igual que los demás. Los muertos vivientes estaban empezando a salir de las filas, y sus hombres estaban empezando a caer. Eran demasiados. Alrededor de Thor se escuchaban los gritos de sus hombres, mientras los muertos vivientes los sujetaban, hundiendo sus colmillos en las gargantas de los soldados y chupando su sangre. Con cada soldado que mataba una criatura, los muertos vivientes parecían hacerse más fuertes.

Thor sabía que tenían que hacer algo más rápido. Necesitaban invocar a un poder tremendo para contrarrestar esto, un poder más fuerte que el que él o Alistair tenían.

"¡Argon!", le dijo Thor de repente a Alistair. "¿Dónde está él?". ¡Debo encontrarlo!”.

Thor vio que Alistair se estaba cansando, su fuerza menguaba; una bestia pasó cruzando ante ella, le dio un golpe de revés y ella cayó, gritando. Mientras la bestia saltaba encima de ella, Thor se adelantó y empujó su espada en la parte posterior de la criatura, salvándola en el último segundo.

Thor extendió una mano y tiró de sus pies rápidamente.

"¡Argon!", gritó Kolk. "Es nuestra única esperanza. Debes encontrarlo. ¡Ahora!".

Alistair le dio una mirada de complicidad y corrió hacia la multitud.

Una criatura se acercó, bajó sus garras hacia la garganta de Thor y Krohn se abalanzó y saltó sobre él, gruñendo, inmovilizándolo en la tierra. Otra criatura se lanzó sobre la espalda de Krohn, y Thor lo apuñaló, matándolo.

Otra criatura saltó a la espalda de Erec, y Thor se abalanzó, lo sacó, lo agarró con ambas manos, lo levantó por lo alto y lo lanzó hacia otras criaturas, derribándolo. Otra bestia se dirigió hacia Kendrick, quien no se lo esperaba, y Thor tomó su daga y lo apuñaló en el cuello, justo antes de que hundiera sus colmillos en el hombro de Kendrick. Thor sentía que esto era lo menos que podía hacer para compensarlo por enfrentarse a Erec ya  Kendrick y a todos los demás. Se sentía bien luchar a su lado otra vez, en el lado adecuado; se sentía bien saber quién era él otra vez y saber contra quién luchaba.

Mientras Rafi estaba allí parado, con los brazos abiertos,  cantando, miles más de estas bestias salían de las entrañas de la tierra, y Thor sabía que no serían capaces de retenerlos mucho tiempo más. Un enjambre negro los envolvió, mientras más muertos vivientes, codo con codo, corrían hacia adelante. Thor sabía que pronto, él y toda su gente se consumirían.

Por lo menos, pensó que moriría en el lado correcto de la batalla.

CAPÍTULO DOS

Luanda luchó y destrozó, mientras Rómulo la llevaba cargando en sus brazos; cada paso la llevaba más lejos de su patria, mientras cruzaban el puente. Ella gritó y se agitó, clavando sus uñas en la piel de él, hizo todo lo posible por liberarse a sí misma. Pero los brazos de él eran demasiado musculosos, sus hombros demasiado amplios y la tenía abrazada con tanta fuerza como un pitón, apretándola hasta morir. Ella apenas podía respirar, sus costillas le dolían demasiado.

A pesar de todo eso, no era por ella por quien estaba más preocupada. Ella miró hacia adelante y vio al otro extremo del puente, un vasto mar de soldados del Imperio, allí de pie, con las armas en ristre, esperando. Todos estaban muy ansiosos por ver el Escudo desactivado, para que pudieran pasar corriendo por el puente. Luanda miró y vio el extraño manto que Rómulo tenía puesto, vibrante y brillante, mientras la cargaba, y ella presintió, que de alguna manera, ella era la clave para desactivar el Escudo. Debía tener algo que ver con ella. ¿Por qué otro motivo la habría secuestrado?

Luanda sintió una renovada determinación: tenía que liberarse – no sólo por sí misma, sino por su reino, por su pueblo. Cuando Rómulo desactivara el Escudo, esos miles de hombres que lo esperaban, pasarían al otro lado, una enorme horda de soldados del Imperio, y como langostas, descenderían en el Anillo. Destruirían lo que quedaba de su tierra natal para siempre, y ella no podía permitir que eso ocurriera.

Luanda odiaba a Rómulo con todas sus fuerzas; odiaba a todos los del Imperio, y a Andrónico más que a nadie. Hubo un vendaval y ella sintió el frío viento contra su cabeza calva, y refunfuñó mientras recordaba su cabeza rapada, su humillación a manos de estas bestias. Mataría a todos y cada uno de ellos, si pudiera.

Cuando Rómulo la había liberado de las ataduras del campamento de Andrónico, Luanda pensó primero que la estaba salvando de un destino horrible, que la estaba salvando de desfilar alrededor, como si fuera un animal, en el Imperio de Andrónico. Pero Rómulo resultó ser incluso peor que Andrónico. Ella estaba segura de que en cuanto cruzaran el puente, él la mataría – si no la torturaba primero. Tenía que encontrar alguna manera de escapar.

Rómulo se inclinó y le habló en la oreja, con un sonido profundo y gutural que le dejó los pelos de punta.

"No falta mucho tiempo, querida", dijo él.

Tenía que pensar rápido. Luanda no era ninguna esclava; ella era la hija primogénita del rey. Sangre real corría en ella, la sangre de los guerreros, y no le temía a nadie. Ella haría cualquier cosa que tuviera que hacer para luchar contra cualquier adversario; incluso alguien tan grotesco y poderoso como Rómulo.

Luanda convocó a todas sus fuerzas restantes y con un rápido movimiento, estiró su cuello, se inclinó hacia adelante y hundió sus dientes en la garganta de Rómulo. Lo mordió con todas sus fuerzas, apretando más y más fuerte, hasta que su sangre chorreó toda su cara y él gritó, soltándola.

Luanda se puso rápidamente de rodillas, se dio vuelta y se marchó, corriendo a toda velocidad por el puente hacia su patria.

Escuchó los pasos de él, yendo hacia ella. Era mucho más rápido de lo que ella había imaginado y al mirar hacia atrás, ella lo vio, mirándola con mucha rabia.

Miró hacia adelante y vio el terreno del Anillo ante ella, a sólo seis metros de distancia, y corrió aún más.

A sólo unos pasos de distancia, de repente, Luanda sintió un dolor horrible en su columna vertebral, mientras Rómulo se abalanzaba hacia adelante y clavaba su codo en su espalda. Sintió como si él la hubiese aplastado, mientras se derrumbaba, de bruces sobre la tierra.

Un momento después, Rómulo estaba encima de ella. Le dio vuelta y la golpeó en la cara. Le pegó con tanta fuerza, que todo su cuerpo se volteó y aterrizó en la tierra. El dolor resonó a lo largo de su mandíbula, mientras estaba allí tirada, apenas consciente.

Luanda sintió que era izada por lo alto, por encima de la cabeza de Rómulo, y vio con terror que corría hacia el borde del puente, preparándose para lanzarla. Él gritó mientras ella estaba allí parada, sosteniéndola por lo alto, preparándose para arrojarla.

Luanda miró hacia la pendiente empinada y sabía que su vida estaba a punto de terminar.

Pero Rómulo la mantuvo allí, congelada, en el precipicio, agitando los brazos y al parecer, lo pensó mejor. Mientras su vida pendía del equilibrio, parecía que Rómulo debatía. Evidentemente, él quería arrojarla sobre el borde en su ataque de furia – pero no pudo. Él la necesitaba para cumplir su propósito.

Finalmente, la bajó y envolvió sus brazos alrededor de ella, apretándola casi hasta matarla. Entonces él se apresuró a través del Cañón, dirigiéndose hacia su gente.

Esta vez, Luanda quedó colgada ahí, sin fuerzas, aturdida por el dolor, no podía hacer nada más. Ella lo había intentado – y había fallado. Ahora todo lo que podía hacer era ver que su destino se acercaba a ella, paso a paso, mientras era llevada al otro lado del Cañón, con remolinos de niebla levantándose y envolviéndola, y después desapareciendo con la misma rapidez. Luanda sentía como si estuviera siendo llevada a otro planeta, a un lugar del que nunca volvería.

Finalmente, llegaron al otro lado del Cañón, y cuando Rómulo dio su paso final, puso el manto alrededor de sus hombros, vibrando con un gran ruido, y con un brillo rojo luminiscente. Rómulo dejó caer a Luanda en el suelo, como si fuera una vieja papa, y azotó con fuerza en el suelo, golpeando su cabeza y se quedó ahí tirada.

Los soldados de Rómulo se quedaron ahí, en el borde del puente, mirando, todos con un miedo evidente de dar un paso hacia adelante y comprobar si efectivamente el Escudo se había desactivado.

Rómulo, harto, agarró a un soldado, lo izó por lo alto y lo lanzó hacia el puente, al muro invisible que alguna vez fue el Escudo. El soldado levantó las manos y gritó, preparándose para una muerte segura, mientras esperaba desintegrarse.

Pero esta vez, sucedió algo diferente. El soldado salió volando por el aire, aterrizó en el puente y rodó y rodó. La multitud miraba en silencio mientras seguía rodando hasta detenerse – vivo.

El soldado se volvió y se sentó y miró hacia atrás a todos ellos, la mayoría estaban sorprendidos por todo. Lo había logrado. Que sólo puede significar una cosa: el Escudo se había desactivado.

El ejército de Rómulo soltó un gran rugido, y al unísono, todos fueron a la carga. Se arremolinaron sobre él, corriendo hacia el Anillo. Luanda se encogió de miedo, tratando de permanecer fuera del camino, mientras todos pasaban en estampida ante ella, como una manada de elefantes, rumbo a su patria. Ella miraba con desagrado.

Su país, como lo había conocido, estaba acabado.

CAPÍTULO TRES

Reece estaba parado en el borde de la fosa de lava, mirando hacia abajo con total incredulidad, mientras la tierra se sacudía violentamente debajo de él. Difícilmente podía procesar lo que había hecho, sus músculos aún le dolían por haber liberado la roca, por haber lanzado la Espada del Destino en el pozo.

Sólo había destruido el arma más poderosa del Anillo, el arma de la leyenda, la espada de sus antepasados durante generaciones, el arma del Elegido, la única arma que sostenía al Escudo. Él la había lanzado hacia un pozo de fuego derretido y con sus propios ojos la había visto derretirse, estallando en una gran bola de color rojo y luego, desaparecer en el vacío.

Se había ido para siempre.

La tierra había empezado a temblar desde entonces y no había dejado de hacerlo. Reece luchó por equilibrarse, al igual que los demás, mientras se alejaba de la orilla. Sentía como si el mundo se desmoronara alrededor de él. ¿Qué había hecho? ¿Había destruido el Escudo? ¿El Anillo? ¿Había cometido el mayor error de su vida?

Reece se reafirmó diciéndose a él mismo que no tenía elección. La roca y la Espada eran simplemente demasiado pesadas para que todos se la llevaran cargando de aquí – mucho menos para escalar las paredes – o para escapar de estos salvajes violentos. Había estado en una situación desesperada, y había necesitado medidas desesperadas.

Su situación no había cambiado aún. Reece escuchó un gran grito a su alrededor y surgió un sonido de mil de estas criaturas, castañeando los dientes de una manera inquietante y riendo y gruñendo al mismo tiempo. Sonaba como un ejército de chacales. Claramente, Reece los había encolerizado; se habían llevado su preciado objeto, y ahora todos ellos parecían resignados a hacerlo pagar.

A pesar de lo mala que había sido la situación antes, ahora era aún peor. Reece vio a los otros – Elden, Indra, O'Connor, Conven, Krog y Serna – todos mirando con horror hacia el pozo de lava, luego giraron y miraron alrededor con desesperación. Miles de Faws se acercaban de todas direcciones. Reece había logrado prescindir de la Espada, pero no había pensado más allá de eso, no había pensado en cómo sacar a los demás y a sí mismo del peligro. Estaban todavía completamente rodeados, sin posibilidad de salir.

Reece estaba decidido a encontrar una salida, y sin la carga de la Espada en sus cabezas, por lo menos ahora podrían moverse rápidamente.

Reece sacó su espada y la blandió en el aire, con un timbre especial. ¿Por qué sentarse y esperar a que estas criaturas atacaran? Al menos moriría peleando.

"¡A LA CARGA!", gritó Reece a los demás.

Todos sacaron sus armas y se unieron detrás de él, siguiéndolo mientras se alejaba del borde de la fosa de lava hacia la densa multitud de Faws, blandiendo su espada en todos los sentidos, matándolos de izquierda a derecha. Junto a él, Elden levantó su hacha y cortó dos cabezas a la vez, mientras O’Connor sacaba su arco y disparaba corriendo, matando a todos los que se encontraban en su camino. Indra se precipitó hacia adelante y con su espada corta, apuñaló a dos en el corazón, mientras Conven sacaba sus dos espadas y, gritando como loco, fue a la carga, blandiéndolas violentamente y matando Faws en todas direcciones. Serna empuñó su maza y Krog su lanza, protegiendo la retaguardia.

Eran una máquina de combate unificada, luchando al unísono, peleando por sus vidas, abriéndose paso a través de la densa multitud que desesperadamente intentaba escapar. Reece los llevó hasta una pequeña colina, intentando llegar a tierras altas.

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