Los McCloud tenían poco tiempo para reaccionar, mientras Conven esgrimía su hacha como un loco y mató a dos de ellos en un momento. Yendo a la carga hacia el grueso de los soldados, bajó en picado de su caballo y salió volando por el aire, derribando a tres soldados y haciéndolos caer de su caballo al suelo.
Elden y los otros estaban justo detrás de él. Se enfrentaron con el resto de los McCloud, quienes tardaron demasiado en reaccionar, ya que no esperaban un ataque en su flanco. Elden blandía su espada con ira y destreza mostrando a los reclutas de La Legión cómo se hacía, utilizando su gran fuerza para derribar a uno tras otro.
La batalla se hizo más densa y cuerpo a cuerpo, mientras su pequeña fuerza de combate obligaba a los McCloud a cambiar de dirección y defenderse. Todos los reclutas de la Legión se unieron a la refriega, montando a caballo sin miedo rumbo a la batalla y chocando con los McCloud. Elden notó a los muchachos luchando por el rabillo de sus ojos y estaba orgulloso de ver que ninguno de ellos vacilaba. Estaban en combate, peleando como verdaderos hombres, superados en número por cientos a uno, y a ninguno le preocupaba. Los McCloud cayeron a diestra y siniestra, tomados con la guardia baja.
Pero la fuerza pronto cambió, mientras la mayor parte de los hombres de McCloud se reforzaban, y la Legión se encontró con soldados profesionales. Algunos hombres de la Legión comenzaron a caer. Merek y Ario recibieron golpes de una espada, pero permanecieron en sus caballos, luchando y derribando a sus oponentes. Pero luego fueron golpeados por mazas que oscilaban, y fueron derribados de sus caballos. O'Connor, montando al lado de Merek, derribó varios tiros con su arco, acabando con los soldados que estaban a su alrededor, antes de ser golpeado en un costado con un escudo y derribado de su caballo. Elden, completamente rodeado, finalmente perdió el factor sorpresa, y recibió un poderoso golpe en sus costillas de un martillo y la cuchillada de una espada en su antebrazo. Se dio vuelta y derribó a los hombres de sus caballos, sin embargo al hacerlo, aparecieron cuatro hombres más. Conven, en el suelo, luchó desesperadamente esgrimiendo su hacha violentamente hacia los caballos y hombres que se acercaban, hasta que finalmente fue golpeado por detrás con un martillo y se derrumbó de bruces en el fango.
Llegaron docenas de refuerzos más de los McCloud, abandonando la puerta para hacerles frente. Elden vio que había menos de sus propios hombres y sabía que pronto acabarían con todos ellos. Pero no le importaba. Estaban atacando a La Corte del Rey y él daría su vida para defenderla, para defender a estos muchachos de La Legión, de quienes estaba orgulloso de luchar junto con ellos. Si eran muchachos o adultos ya no importaba, estaban derramando su sangre al lado de él, y en este día, vivos o muertos, todos eran hermanos.
*
Kendrick galopó hacia abajo de la montaña de peregrinos, al mando de miles de Los Plateados, todos ellos cabalgando con toda la fuerza posible, corriendo hacia el humo negro en el horizonte. Kendrick se reprendió a sí mismo mientras cabalgaba, deseando haber dejado las puertas más protegidas ya que nunca esperó recibir un ataque así en este día, y sobre todo por parte de los McCloud, quienes pensaba que estaban tranquilos bajo el gobierno de Gwen. Les haría pagar a todos por invadir su ciudad, por aprovecharse de este día de fiesta de precepto.
A su alrededor todos sus hermanos iban a la carga, eran mil hombres fuertes, con toda la ira de Los Plateados, dejando su peregrinaje sagrado, decididos a mostrar a los McCloud lo que Los Plateados podrían hacer para que pagaran de una vez por todas. Kendrick juró que para cuando que terminara, ni un McCloud quedaría vivo. El lado de las Tierras Altas de ellos, jamás volvería a levantarse.
Cuando Kendrick se acercó, miró hacia adelante y vio a los reclutas de La Legión luchando valientemente, vio a Elden y a O’Connor y a Conven, todos terriblemente superados en número y ninguno dando marcha atrás a los McCloud. Su corazón se llenó de orgullo. Pero todos estaban, como pudo ver, a punto de ser vencidos.
Kendrick gritó y pateó aún más a su caballo, mientras guiaba a sus hombres y todos fueron como ráfaga a un último ataque. Tomó una lanza larga y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la aventó; uno de los generales de los McCloud se dio vuelta justo a tiempo para ver la lanza navegar por el aire y penetrar su pecho, con la fuerza suficiente para penetrar su armadura.
Los mil caballeros detrás de Kendrick dejaron escapar un gran grito: Los Plateados habían llegado.
Los McCloud se dieron vuelta y los vieron, y por primera vez, tenían verdadero miedo en sus ojos. Mil brillantes caballeros de Los Plateados, todos montando al unísono perfecto, como una tormenta bajando por la montaña, todos con sus armas desenvainadas, todos asesinos endurecidos, ninguno con una pizca de vacilación en sus ojos. Los McCloud se dieron vuelta para enfrentarlos, pero con inquietud.
Los Plateados descendieron sobre ellos, sobre su ciudad natal, Kendrick al mando del ataque. Sacó su hacha y la hizo oscilar expertamente, acuchillando a varios soldados haciéndolos caer de sus caballos; luego sacó una espada con su otra mano y cabalgando hacia el grueso de la muchedumbre, apuñaló a varios soldados en todos los puntos vulnerables de sus armaduras.
Los Plateados se acercaron hacia el grueso de los soldados como una ola de destrucción, como eran tan expertos en hacer; ninguno de se sintió cómodo hasta estar completamente rodeados en medio de la batalla. Para un miembro de Los Plateados, eso era lo que significaba sentirse en casa. Atacaron y apuñalaron a todos los soldados McCloud que estaban alrededor de ellos, que eran como aficionados en comparación con ellos; los gritos se escuchaban cada vez más y más fuerte mientras caían los McCloud en todas direcciones.
Nadie podía parar a Los Plateados, que eran demasiado rápidos y elegantes y fuertes y expertos y en su técnica, luchando como una unidad, como habían sido entrenados desde que eran niños. Su ímpetu y destreza aterrorizaba a los McCloud, que eran como soldados comunes junto a estos caballeros finamente entrenados. Elden, Conven, O’Connor y el resto de la Legión rescatados por los refuerzos, se levantaron de nuevo, sin embargo estaban heridos y se unieron a la lucha ayudando a impulsar aún más a Los Plateados.
En pocos momentos, cientos de los McCloud yacían muertos, y los que quedaron fueron atrapados por un gran pánico. Uno por uno comenzaron a girar y a huir, los McCloud salían por las puertas de la ciudad, tratando de alejarse de la Corte del Rey.
Kendrick estaba decidido a no permitirles que lo hicieran. Cabalgó hasta las puertas de la ciudad, con sus hombres siguiéndolo y se aseguró de bloquear camino de todos los que iban de retirada. Era un efecto de embudo, y McCloud fueron sacrificados ya que alcanzaron el embotellamiento de las puertas de la ciudad, el mismo gates tenía stormed pero horas antes.
Mientras Kendrick blandía dos espadas matando a hombres a diestra y siniestra, sabía que muy pronto cada uno de los McCloud moriría, y que la Corte del Rey sería de ellos otra vez. Mientras arriesgaba su vida por el bien de su tierra, sabía que esto era lo que significaba estar vivo.
CAPÍTULO TRES
Las manos de Luanda temblaban mientras caminaba paso a paso a través del amplio cruce fronterizo del Cañón. Con cada paso que daba sentía que su vida llegaba a su fin, sentía que abandonaba un mundo y entraba en otro. Pero a unos pasos de alcanzar el otro lado, sintió como si fueran sus últimos pasos en la tierra.
Parado a pocos metros de distancia estaba Rómulo y detrás de él, sus millones de soldados del Imperio. Dando vueltas en círculo por lo alto con un chirrido sobrenatural, volaban decenas de dragones, las criaturas más feroces que Luanda había visto, azotando sus alas contra el muro invisible que era el Escudo. Luanda sabía que con sólo dar unos cuantos pasos más, con salir del Anillo, el Escudo bajaría para siempre.
Luanda miró el destino que estaba esperando ante que ella, a la muerte segura a la que se enfrentaba a manos de Rómulo y sus hombres salvajes. Pero esta vez, a ella ya no le importaba. Todo lo que amaba, ya se lo habían quitado. Su marido, Bronson, el hombre al que más amaba en el mundo, había sido asesinado – y todo había sido culpa de Gwendolyn. Ella culpaba a Gwendolyn por todo. Ahora, finalmente, era momento de la venganza.
Luanda se detuvo a 30 centímetros de distancia de Rómulo, viéndose ambos a los ojos, mirándose fijamente uno al otro sobre la línea invisible. Era un hombre grotesco, dos veces más ancho que cualquier hombre, puro músculo, había tanto músculo en sus hombros que su cuello desaparecía. Su rostro era todo quijada, con grandes ojos negros, como canicas, y su cabeza era demasiado grande para su cuerpo. Él la miró como un dragón mira a su presa, y ella no tenía ninguna duda de que la haría pedazos.
Se miraron fijamente uno al otro en el grueso silencio, y una sonrisa cruel se extendió en su rostro, junto con una mirada de sorpresa.
"Nunca pensé que volvería a verte", dijo ella. Su voz era profunda y gutural, haciéndose eco en este horrible lugar.
Luanda cerró los ojos y trató de hacer que Rómulo desapareciera. Trató de hacer que su vida desapareciera.
Pero cuando abrió los ojos, él estaba todavía allí.
"Mi hermana me ha traicionado", respondió suavemente. "Y ahora es momento de que yo la traicione.
Luanda cerró los ojos y dio un paso final fuera del puente, al otro extremo del Cañón.
Al hacerlo, se escuchó un estruendoso ruido silbante detrás de ella; hubo un remolino de niebla en el aire desde el fondo del Cañón, como una gran ola que se elevaba y de repente volvía a caer otra vez. Hubo un sonido, como si se agrietara la tierra, y Luanda sabía con certeza que el Escudo se había desactivado. Que ahora nada quedaba entre el ejército de Rómulo y el Anillo. Y que el Escudo se había roto para siempre.
Rómulo la miró, mientras Luanda se quedaba valientemente de pie a 30 centímetros de distancia, frente a él, inquebrantable, viéndolo de manera desafiante. Sintió miedo pero no lo demostró. Ella no quería darle esa satisfacción a Rómulo. Ella quería que él la matara mientras lo miraba a la cara. Al menos eso le daría algo. Solo quería que él acabara con eso.
En cambio, la sonrisa de Rómulo se extendió y continuó mirándola directamente, en vez de ver al puente como ella esperaba que lo hiciera.
"Ya tienes lo que quieres", dijo ella, desconcertada. "El Escudo está desactivado". El Anillo es tuyo. ¿No vas a matarme ahora?".
Él meneó la cabeza.
"No eres lo que esperaba", dijo él finalmente, analizándola. "Podría dejarte vivir. Quizás incluso te podría hacer mi esposa".
Luanda sintió arcadas de solo pensarlo; esta no era la reacción que quería.
Ella se inclinó hacia atrás y escupió en su cara, con la esperanza de que eso hiciera que la matara.
Rómulo subió la mano y le pegó en la cara con el dorso de su mano, y Luanda se preparó para el golpe por venir, esperando que la golpeara como antes, que le rompiera la mandíbula – que hiciera cualquier cosa menos ser amable con ella. En cambio, el dio un paso al frente, la sujetó por la parte trasera de la cabeza, la atrajo hacia él y la besó con fuerza.
Ella sintió sus labios, grotescos, agrietados, lleno de músculos, como una serpiente, mientras él la apretaba hacia él con más y más fuerza, tanta, que ella apenas podía respirar.
Finalmente, él se alejó – y al hacerlo, le dio una bofetada, golpeándola con tanta fuerza que su piel le dolió.
Ella lo miró horrorizada, lleno de asco, sin entenderlo.
"Encadénenla y manténganla cerca de mí", ordenó. Apenas había terminado de pronunciar las palabras, cuando sus hombres dieron un paso adelante y le ataron los brazos detrás de su espalda.
Los ojos de Rómulo se abrieron de par en par con deleite, mientras daba un paso adelante frente a sus hombres y, preparándose, dio el primer paso hacia el puente.
No había un Escudo para detenerlo. Estaba ahí parado sano y salvo.
Rómulo sonrió ampliamente, luego soltó a reír, extendiendo ampliamente sus brazos musculosos mientras lanzaba hacia atrás su cabeza. Rio con fuerza, triunfante; el sonido se hizo eco a lo largo del Cañón.
"Es mío", dijo él. "¡Todo mío!".
Su voz se hizo eco, una y otra vez.
"Señores", añadió él. "¡Invadan!".
Sus tropas de pronto corrieron alejándose de él, soltando un gran grito de ovación que se encontró en lo alto con el ruido de los dragones que agitaban sus alas y volaban elevándose por encima del Cañón. Entraron en el remolino de niebla, chirriando, con un gran ruido que se elevó hasta los cielos, que dejó saber al mundo que el Anillo nunca volvería a ser el mismo otra vez.
CAPÍTULO CUATRO
Alistair estaba en los brazos de Erec en la proa del enorme barco, que se movía suavemente arriba y abajo, mientras las olas del enorme océano pasaban una y otra vez. Ella miró hacia arriba, hipnotizada, a las millones de estrellas rojas cubriendo el cielo de la noche brillando en la distancia; la cálida brisa pasaba acariciándola, arrullándola para dormir. Se sintió contenta. El simple hecho de estar aquí junto a Erec, hacía que todo su mundo tuviera paz; aquí, en esta parte del mundo, en este vasto océano, sentía que todos los problemas del mundo habían desaparecido. Un montón de obstáculos los habían mantenido separados, y ahora, finalmente, sus sueños se estaban volviendo realidad. Estaban juntos y no había nadie ni nada que se interpusiera entre ellos. Ya habían zarpado, ya estaban en camino a las islas de él, su tierra natal, y cuando llegaran ella se casaría con él. No había nada en el mundo que quisiera más.
Erec la apretó firmemente y ella se inclinó más hacia él, mientras ambos se reclinaban hacia atrás, mirando al universo, la suave niebla del océano caía sobre ellos. Sus ojos se les cerraban de sueño en la tranquila noche del océano.
Cuando ella miró al cielo abierto, pensó en lo enorme que era el mundo; pensó en su hermano, Thorgrin, por ahí en algún lugar, y se preguntó dónde estaba ahora. Sabía que iba en camino a ver a su madre. ¿La encontraría? ¿Cómo sería ella? ¿Realmente existía?
Una parte de Alistair quería unirse a él en el viaje, conocer también a su madre; y otra parte de ella extrañaba el Anillo y quería estar de regreso en casa, en territorio conocido. Pero la mayor parte de ella estaba emocionada; estaba entusiasmada de comenzar una vida de nuevo, junto a Erec en un lugar nuevo, en una nueva parte del mundo. Estaba emocionada de conocer a su gente, de ver cómo era la patria de él. ¿Quién vivía en las Islas del Sur?, se preguntaba. ¿Cómo era su gente? ¿Su familia lo acogería? ¿Les daría gusto recibirla o se sentirían amenazados por ella? ¿Les parecería bien la idea de su boda? ¿O habían imaginado a otra persona, alguien de los suyos para Erec?
Lo peor de todo, lo que más temía, era ¿qué pensarían de ella una vez que se enteraran de sus poderes? ¿Una vez que descubrieran que era una Druida? ¿La considerarían un bicho raro, una forastera como todos los demás?
"Cuéntame otra vez de tu gente", le dijo Alistair a Erec.
Él la miró, luego miró hacia el cielo.
"¿Qué deseas saber?".
"Cuéntame acerca de tu familia", dijo ella.