Una Promesa de Hermanos - Морган Райс 2 стр.


En el último segundo, Darius se apartó del camino rodando sobre sí mismo en el suelo y balanceó su espada, cortando las patas del zerta desde abajo.

El zerta chilló y cayó de cabeza al suelo, su jinete salió volando y fue a parar al grupo de aldeanos.

Un aldeano salió de entre la multitud y corrió hacia delante, sujetando una piedra grande por encima de su cabeza. Al darse la vuelta, Darius se sorprendió al ver que se trataba de Loti- la llevó en alto y, a continuación, la estampó contra el casco del soldado, matándolo.

Darius escuchó el ruido de un galope y se dio la vuelta para descubrir a otro zerta que se le echaba encima. El soldado, a horcajadas encima de él, levantó su lanza y apuntó hacia él. No había tiempo para reaccionar.

Un gruñido rasgó el aire y Darius se sorprendió al ver a Dray aparecer de repente, dando un salto alto en el aire hacia delante y morder el pie del soldado justo cuando arrojaba la lanza. El soldado se tambaleó hacia delante y la lanza fue directa hacia abajo, al barro. Se tambaleó y cayó del zerta de lado y, al golpear el suelo, varios aldeanos se abalanzaron sobre él.

Darius miró a Dray, que fue corriendo a su lado, agradecido a él para siempre.

Darius oyó otro grito de guerra y, al girarse, descubrió a otro oficial del Imperio cargando hacia él, levantando su espada y dirigiéndola hacia abajo, hacia él. Darius se dio la vuelta y lo esquivó, lanzando por los aires con un golpe de espada la otra espada antes de que pudiera alcanzarle el pecho. Entonces Darius giró y propinó una patada en los pies al soldado desde abajo. Este cayó al suelo y Darius le dio una patada en la mandíbula antes de que pudiera levantarse, dejándolo fuera de combate para siempre.

Darius observó cómo Loti pasaba corriendo por su lado lanzándose de cabeza al grosor de la lucha mientras arrancaba una espada de la cintura de un soldado muerto. Dray se lanzó hacia delante para protegerla y a Darius le preocupó verla en medio de la lucha y deseaba proporcionarle seguridad.

Loc, su hermano, se le adelantó. Corrió hacia delante y agarró a Loti por detrás, haciendo que soltara la lanza.

“¡Debemos marcharnos de aquí!” dijo. “¡Este no es lugar para ti!”

“¡Este es el único lugar para mí!” insistió ella.

Sin embargo, Loc, incluso con una sola mano buena, era sorprendentemente fuerte y consiguió arrastrarla, protestando y dando patadas, lejos del grosor de la batalla. Darius le estaba más agradecido de lo que podía decir.

Darius oyó el sonido del acero a su lado y, al darse la vuelta, vio a uno de sus hermanos de armas, Kaz, luchando contra un soldado del Imperio. Mientras Kaz una vez había sido un abusón y un dolor de muelas para Darius, ahora debía admitir que estaba feliz de tener a Kaz a su lado. Él veía cómo Kaz iba de un lado para el otro con el soldado, un guerrero formidable, golpe a golpe, hasta que al final el soldado, en un movimiento inesperado, venció a Kaz y tiró la espada de su mano.

Kaz estaba allí, indefenso, con el miedo en el rostro por primera vez desde que Darius podía recordar. El soldado del Imperio, con sangre en sus ojos, dio un paso adelante para acabar con él.

De repente, se oyó un ruido metálico y el soldado se congeló y cayó de cara al suelo. Muerto.

Los dos echaron un vistazo y Darius se quedó perplejo al ver allí a Luzi, la mitad del tamaño de Kaz, sujetando una honda en su mando, vacía por haber disparado recientemente. Luzi sonrió satisfecho a Kaz.

“¿Te arrepientes ahora de haber abusado de mí?” le dijo a Kaz.

Kaz lo miró fijamente, sin habla.

Darius estaba impresionado de que Luzi, después de la manera en que Kaz lo había atormentado durante todos sus días de entrenamiento, se había acercado a salvar su vida. Esto inspiraba a Darius a luchar con más fuerza.

Darius, viendo al zerta abandonado pisoteando salvajemente a sus filas, se apresuró hacia delante, corrió a su lado y lo montó.

El zerta daba salvajes sacudidas, pero Darius resistía, sujetándose fuerte, decidido. Finalmente, lo controló y consiguió darle la vuelta y dirigirlo hacia las filas del Imperio.

Su zerta galopaba tan rápido que apenas podía controlarlo, llevándolo lejos de todos sus hombres, directo a embestir sin ayuda alguna el grosor de las filas del Imperio. El corazón de Darius latía con mucha fuerza en su pecho mientras se acercaba al muro de soldados. Parecía impenetrable desde aquí. Y aún así, no había vuelta atrás.

Darius se obligó a que su valentía lo llevara. Cargó directo hacia ellos y, mientras lo hacía, daba golpes salvajemente con su espada.

Desde esta ventajosa posición alta, Darius daba golpes con su espada a un lado y a otro, llevándose a docenas de sorprendidos soldados del Imperio, que no habían previsto que los atacara un zerta. Se abría camino entre las filas a una velocidad cegadora, separando el mar de soldados, llevado por el fragor del momento cuando, de repente, sintió un horrible dolor en el costado. Sintió como si las costillas se le hubieran partido en dos.

Darius perdió el equilibrio y salió volando por los aires. Dio un fuerte golpe en el suelo, sintiendo un dolor punzante en el costado y se dio cuenta de que le habían golpeado con la bola de metal de un mayal. Estaba tumbado en el suelo, en el mar de soldados del Imperio, lejos de su gente.

Mientras estaba allí tumbado, su cabeza resonaba y el mundo se le volvió borroso, miró a la distancia y vio que estaban rodeando a su gente. Ellos luchaban con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica, demasiado descompensados. Estaban haciendo una carnicería con sus hombres, sus gritos llenaban el aire.

La cabeza de Darius, demasiado pesada, cayó hacia el suelo y, allí tumbado, miró hacia arriba y vio a todos los soldados del Imperio acercándose a él. Estaba allí tumbado, agotado, y sabía que su vida pronto se acabaría.

Al menos, pensó, moriría con honor.

Al menos, finalmente, era libre.

CAPÍTULO DOS

Gwendolyn estaba en la cima de la colina, observando el amanecer en el cielo del desierto y su corazón palpitaba con expectación mientras se preparaba para atacar. Observando la confrontación del Imperio con los aldeanos desde lejos, había hecho marchar a sus hombres aquí, rodeando el campo de batalla desde lejos y posicionándolos detrás de las líneas del Imperio. El Imperio, demasiado concentrados en los aldeanos, en la batalla de allá abajo, no los habían visto venir. Y ahora, que los aldeanos empezaban a morir allá abajo, era el momento de hacérselo pagar.

Desde que Gwendolyn había decidido que sus hombres dieran media vuelta para ayudar a los aldeanos, había sentido una abrumadora sensación de destino. Ganaran o perdieran, sabía que hacerlo era lo correcto. Había visto cómo se desplegaba la confrontación desde arriba de la sierra, había visto cómo los ejércitos del Imperio se aproximaban con sus zertas y sus soldados profesionales y esto le refrescó sus sentimientos, recordándole la invasión del Anillo de Andrónico y, después, de Rómulo. Había observado a Darius, dando un paso al frente él solo, para enfrentarse a ellos y su corazón se había llenado de esperanza al presenciar cómo mataba a aquel comandante. Era algo que Thor habría hecho. Que ella misma habría hecho.

Gwen ahora estaba allí, Krohn gruñendo en voz baja a su lado, Kendrick, Steffen, Brandt, Atme, docenas de Plateados y centenares de sus hombres todos detrás de ella, todos llevando las armaduras de acero que tenían desde que dejaron el Anillo, todos con sus armas de acero, todos aguardando pacientemente sus órdenes. El suyo era un ejército profesional y no habían luchado desde que fueron exiliados de su tierra.

El momento había llegado.

“¡AHORA!” gritó Gwen.

Entonces se levantó un gran grito de batalla mientras todos sus hombres, dirigidos por Kendrick, corrían colina abajo, sus voces parecían las de miles de leones en la primera luz de la mañana.

Gwen observaba cómo sus hombres alcanzaban las líneas del Imperio y cómo los soldados del Imperio, preocupados por luchar contra los aldeanos, se daban la vuelta lentamente, desconcertados, claramente sin entender quién los podía estar atacando y por qué. Estaba claro que estos soldados del Imperio nunca antes habían sido cogidos desprevenidos y menos aún por un ejército profesional.

Kendrick no les dio tiempo a reagruparse, a digerir lo que estaba sucediendo. Se abalanzó hacia delante, apuñalando al primer hombre que encontró y Brandt, Atme, Steffen y las docenas de Plateados que estaban a su lado se unieron a él, gritando mientras clavaban sus armas en los soldados. Todos sus hombres tenían rencor acumulado, todos morían por luchar, anhelaban la venganza contra el Imperio y por haber estado encerrados ociosos demasiados días dentro de la cueva. Gwen sabía que habían anhelado soltar su ira hacia el Imperio desde que habían abandonado el Anillo y en esta batalla habían encontrado la salida perfecta. En los ojos de cada uno de ellos ardía un fuego, un fuego que sostenía las almas de todos los seres queridos que habían perdido en el Anillo y en las Islas Superiores. Era una necesidad de venganza que habían llevado a través del mar. Gwen entendía que, en muchos aspectos, la causa de los aldeanos, incluso al otro lado del mundo, también era su causa.

Los hombres gritaban mientras luchaban mano a mano, Kendrick y los demás usaban el ímpetu del momento para abrirse camino a cuchillazos hacia la lucha, llevándose filas de soldados del Imperio antes incluso de que pudieran replegarse. Gwen estaba muy orgullosa de observar a Kendrick parar dos golpes con su escudo, dar una vuelta sobre sí mismo y golpear a un soldado en la cara con él y después a otro en el pecho. Observó cómo Brandt daba una patada en las piernas a un soldado desde abajo, después lo apuñalaba por la espalda y le atravesaba el corazón, clavándole su espada con ambas manos. Vio cómo Steffen empuñaba su corta espada y cortaba una pierna a un soldado, entonces daba un paso al frente y golpeaba a otro soldado en la ingle y le daba un cabezazo, dejándolo fuera de combate. Atme balanceó su mayal y se llevó a dos soldados de un golpe.

“¡Darius!” gritó una voz.

Gwen divisó a Darius en el suelo, sobre su espalda y rodeado por el Imperio, que se acercaba. Su corazón dio un salto por la preocupación, pero observó con gran satisfacción cómo Kendrick se apresuraba hacia delante y alzaba su escudo, salvando a Darius de un golpe de hacha que iba directo a golpearle la cara.

Sandara dio un grito y Gwen pudo ver su alivio, pudo ver cuánto quería a su hermano.

Gwendolyn cogió un arco de uno de los soldados que hacían guardia a su lado. Colocó una flecha, la tiró hacia atrás y apuntó.

“¡ARQUEROS!” exclamó.

A su alrededor, docenas de arqueros apuntaron, echando hacia atrás sus arcos, aguardando sus órdenes.

“¡FUEGO!”

Gwen disparó su flecha hacia el cielo, por encima de sus hombres y, al hacerlo, su docena de arqueros dipararon también.

La descarga fue a parar al grueso de soldados del Imperio que quedaba y se oyeron gritos mientras una docena de soldados caían sobre sus rodillas.

“¡FUEGO!” exclamó de nuevo.

Entonces vino otra descarga; y después otra.

Kendrick y sus hombres se apresuraron hacia allí, matando a todos aquellos hombres que las flechas habían hecho caer de rodillas.

Los soldados del Imperio se vieron forzados a abandonar el ataque a los aldeanos y, en cambio, su ejército dio media vuelta y se enfrentó a los hombres de Kendrick.

Esto les dio una oportunidad a los aldeanos. Lanzaron un fuerte grito mientras cargaban hacia delante, apuñalando por la espalda a los soldados del Imperio, que ahora estaban siendo asesinados por ambos lados.

Los soldados del Imperio, presionados entre dos fuerzas hostiles, con sus números menguando rápidamente, empezaban finalmente a darse cuenta de que estaban siendo superados en táctica. Sus filas de cientos de hombres pronto menguaron a docenas y los que quedaban se dieron la vuelta e intentaron huir a pie, sus zertas habían sido asesinados o tomados como rehenes.

No llegaban muy lejos antes de ser cazados y asesinados.

Se alzó un gran grito de triunfo de los aldeanos y los hombres de Gwendolyn. Todos ellos se runieron, gritando de alegría, abrazándose los unos a los otros como hermanos y Gwendolyn bajó corriendo por la ladera para unirse a ellos, con Krohn a sus pies, metiéndose en aquel grosor, con hombres a su alrededor, el fuerte olor de sudor y miedo en el aire, la sangre fresca corriendo por el suelo del desierto. Aquí, en este día, a pesar de todo lo que había sucedido en el Anillo, Gwen sintió un momento de triunfo. Era una victoria gloriosa aquí en el desierto, los aldeanos y los exiliados del Anillo reunidos juntos, unidos para desafiar al enemigo.

Los aldeanos habían perdido muchos hombres buenos y Gwen había perdido algunos de los suyos. Pero, al menos, Gwen estaba aliviada de ver que Darius estaba vivo y, con ayuda, se levntaba torpemente.

Gwen sabía que el Imperio tenía millones de hombres más. Sabía que el día de la venganza llegaría.

Pero aquel día no era hoy. Hoy no había tomado la decisión más sabia, pero había tomado la más valiente. La correcta. Sentía que era una decisión que su padre hubiera tomado. Había escogido el camino más difícil. El camino de lo que era correcto. El camino de la justicia. El camino del valor. Y, a pesar de lo que pudiera venir, aquel día había vivido.

Realmente había vivido.

CAPÍTULO TRES

Volusia estaba en el balcón de piedra mirando hacia abajo, el patio de adoquines de Maltolis se desplegaba bajo ella y lejos, allá abajo, veía el cuerpo en postura desgarbada del Príncipe, allí tumbado, inmóvil, sus extremidades extendidas en una posición grotesca. Parecía tan lejos desde allá arriba, tan minúsculo, tan desprovisto de poder y Volusia se maravillaba de cómo, tan solo unos instantes antes, había sido uno de los gobernadores más poderosos del Imperio. Esto le recordó lo frágil que era la vida, la ilusión que representaba el poder y, por encima de todo, cómo ella, de infinito poder, poseía el poder de la vida y la muerte sobre cualquiera. Ahora nadie, ni tan solo un gran príncipe, podía detenerla.

Mientras ella estaba allí, mirando hacia fuera, se levantaron los gritos de los miles de hombres de él a lo largo y ancho de la ciudad, los conmocionados ciudadanos de Maltolis, quejándose, su sonido llenaba el patio y se levantaba como una plaga de langostas. Gemían, gritaban y golpeaban sus cabezas contra los muros de piedra; se echaban al suelo, como niños enojados y se arrancaban el pelo del cuero cabelludo. Al verlos, pensó Volusia, uno pensaría que Maltolis había sido un líder benevolente.

“¡NUESTRO PRÍNCIPE!” exclamó uno de ellos, un grito repetido por muchos otros mientras todos ellos corrían hacia delante, lanzándose sobre el cuerpo del Príncipe loco, sollozando y convulsionando mientras se agarraban a él.

“¡NUESTRO QUERIDO PADRE!”

Las campanas de repente tocaron por toda la ciudad, una larga sucesión de tañidos, resonando entre ellos. Volusia escuchó un alboroto y, al levantar la vista, observó a centenas de tropas de Maltolis marchando a toda prisa a través de las puertas de la ciudad, hacia el patio de la ciudad, en filas de dos, la compuerta de rejas se levantó para permitirles la entrada. Todos ellos se dirigían al castillo de Maltolis.

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